Somos muchas las mujeres que vivimos y trabajamos en la Galicia rural. Cada día, con nuestra actividad, damos vida a nuestras aldeas y territorios, tal y como nuestras madres y abuelas hicieron en el pasado. El campo y el mar siempre han sido una fuente de riqueza para Galicia, y las mujeres siempre hemos estado ahí, aportando nuestro esfuerzo y dedicación.

La vida en las aldeas de las generaciones de mujeres que nos precedieron consistía en interminables jornadas donde ciertas tareas feminizadas del campo, de la ganadería o de la mar se compaginaban con los trabajos habituales de la casa, el cuidado de las hijas e hijos y de las personas mayores y dependientes de la familia. Su trabajo productivo, no remunerado, era considerado una extensión de sus tareas domésticas; así como su labor de cuidado continuo, una obligación. Ambos se daban por supuesto, y no recibían ningún tipo de retribución económica ni de reconocimiento profesional o social.

La dependencia económica de la mujer respecto del marido, del padre o, en definitiva, del hombre, se entendía como algo completamente normal y natural.

Estas mujeres, que miraban por todos y tiraban de todo, carecían de autonomía y quedaban al margen de los espacios públicos de toma de decisión, pues su papel se desarrollaba habitualmente de puertas adentro. En ocasiones, la mar o la emigración eran el motivo circunstancial para, ante la ausencia del hombre, asumir el timón de la economía familiar. Si bien a su regreso, el hombre recuperaba el mando.

Tal vez ese sea uno de los motivos por los cuales aún hoy en día existe la idea muy extendida de que, en Galicia, sobre todo en nuestra Galicia rural, siempre ha existido un matriarcado. "Quen ‘manda’ na casa é a muller", con esta frase sentenciosa, que aún hoy escuchamos con muchísima frecuencia, se solía justificar la realidad de subordinación social de la mujer. En realidad, nada tiene que ver con el poder, el hecho de llevar el peso del cuidado de una familia y tener un carácter fuerte; característica que siempre se ha atribuido a la mujer gallega, pues la retina de nuestro imaginario colectivo guarda la imagen de nuestras madres y abuelas como personas fuertes y abnegadas.

La situación de las mujeres hoy en día no es la misma que la que vivieron nuestras predecesoras. Hoy existe una igualdad legal, aunque todavía quede un largo camino por recorrer para alcanzar la igualdad real y efectiva de mujeres y hombres. La desigualdad salarial, el techo de cristal, las dobles y triples jornadas, la violencia de género, la dificultad de acceso al empleo o a los cargos de toma de decisión… no son cosa del pasado. Aún son el presente.

Por tanto, los retos son importantes, pero sin lugar a duda, sin el esfuerzo de nuestras madres y abuelas, llegar hasta aquí no hubiera sido posible. A ellas les debemos mucho, pues hicieron lo necesario para que nosotras tuviésemos una formación y unas oportunidades que ellas no tuvieron, logrando que paso a paso, desde lo cotidiano, la transformación hacia la igualdad fuese posible, hasta alcanzar el impulso que hoy tiene.