La sobremedicalización en la salud mental
Marina González Lago, psicóloga general sanitaria fundadora de Marea Psicología, reflexiona sobre el consumo excesivo de psicofármacos, que posiciona a España actualmente como número uno mundial en el consumo de benzodiazepinas
La salud mental está de moda, el tabú que cohibía a las personas a poder hablar abiertamente sobre su malestar, su sintomatología y su estado emocional se ha ido desvaneciendo poco a poco, haciendo que sea menos difícil para quienes lo necesitan pedir ayuda.
Con el auge de la psicología, también nos encontramos, por suerte y desgracia, con un aumento en el consumo de psicofármacos, los fármacos que tienen por objetivo generar una mejoría en el ámbito psicológico. El problema deriva de que estos pueden generar también dependencia (adicción), abstinencia, y en muchos casos, efectos secundarios.
Tanto ha aumentado su consumo, que el pasado marzo cuando Naciones Unidas publicaba en Viena el último informe JIFE (Informe de la Junta Internacional de Estupefacientes) correspondiente al año pasado, donde España figura de número uno mundial en el consumo de benzodiacepinas. Las benzodiazepinas son una familia de medicamentos que engloba el diazepam, el clonazepam, el alprazolam, el lorazepam y el bromazepam, entre otros, o más conocidos por sus marcas comerciales tales como Valium, Rivotril, Trankimazin, Orfidal o Lexatin. Estos medicamentos se unen a los receptores GABA de nuestro cerebro generando una señal de inhibición que “nos relaja” y reduce así los síntomas de la ansiedad, su efecto y funcionamiento es muy similar al que genera el alcohol en nuestro cuerpo (y en España tampoco nos quedamos atrás en consumo de alcohol, casualmente).
¿Los psicofármacos son buenos o malos?
La psicofarmacología ha supuesto un gran avance en la segunda mitad del siglo pasado, desarrollando medicamentos útiles para diferentes tratamientos, abarcando desde patología mental grave a dificultades tan comunes como las alteraciones del sueño. Los psicofármacos, al igual que la gran mayoría de medicamentos, no son buenos o malos de por sí, sino que depende del uso que se les dé. Idealmente para su receta debería realizarse en primer lugar una evaluación psiquiátrica individualizada (realizada siempre por un psiquiatra) que tenga en cuenta las características de cada persona, su contexto actual, y su historia. Una vez recetado las revisiones con cierta frecuencia son necesarias para alertar de posibles efectos secundarios, la necesidad de ajustar las dosis, y en los casos que sea posible, planear la retirada progresiva de la medicación. Esto por desgracia no se cumple en muchos de los casos, y es el médico de cabecera quien receta estos medicamentos tras unos minutos de conversación.
Antes de continuar me gustaría puntualizar que existen patologías y casos concretos donde el tratamiento crónico con psicofármacos ayuda en gran medida a las personas y sin ello el tratamiento en psicoterapia no sería posible. En este artículo me centro en el resto de los casos, que por ejemplo en el día a día de mi consulta suponen la gran mayoría, donde estos medicamentos se limitan a “anestesiar” el malestar. Es como si tuvieses una rueda del coche pinchada, y le pusieras un parche, la idea no es que sigas con el parche el resto de tu vida, sino que aprendas a cambiar la rueda.
El hecho de ser número uno mundial en este consumo me parece una señal de alarma clara, que refleja que los problemas más comunes de salud mental que afectan a nuestra población no se arreglan únicamente con pastillas. Ahí es donde la terapia psicológica hace su magia, trabajando codo con codo con la persona para que aprenda las herramientas necesarias para gestionar sus dificultades, y pueda crear una vida en línea con sus valores.
Las personas que opten por llevar un parche toman una decisión completamente válida, pero es importante que sepan que siempre podrán pedir ayuda a profesionales para aprender a cambiar su rueda.