En la mayoría de agostos he estado de vacaciones lejos de la ciudad, así que lo relaciono con el mes de no hacer nada. Cuando eres pequeña, agosto es un mes sin cole, que compartes con la familia y donde tienes todas las horas del día para jugar. Puedes ver dibujos en la cama en agosto. Nunca hay que hacer deberes en agosto. No tienes que madrugar en agosto. Siempre huele a playa en agosto. Vives en bañador en agosto. Se está a gusto en agosto (cualquiera que me conozca sabe que tenía que usar un juego de palabras, perdón).
Agosto es un mes bisagra que separa una etapa de otra.
Todo acaba o todo empieza en agosto, según cómo lo mires.
Agosto es un mes sin más, donde se supone que nunca pasa nada, cuando hay menos curro, se frena todo y sin embargo, genera aprendizajes vitales.
El mes de agosto es imprescindible para seguir, porque puedes parar.
En todos los agostos que he vivido aprendí el descanso, a no sentirme mal por echar una cabezadita después de comer, a ocupar una gran parte del día en leer, a andar en bici sin ruedines, a no estar pendiente de arreglarme.
En algún agosto de los ochenta aprendí a nadar.
En algún agosto de los noventa aprendí a hacer tortilla de patata.
En algún agosto de los dosmil aprendí que no todos tus amigos lo son.
En agosto aprendes a bañarte hasta que se hace de noche, a saltar olas y a pillar el mejor sitio en la playa. En agosto aprendes que si quieres pasear de la mano con el chico que te gusta es mejor hacerlo en un barrio donde no trabajen tus padres. También en agosto se aprende que hay que ir a las verbenas, probar el algodón de azúcar y subir a los coches de choque. Aprendes también a no volver a hacerlo si te interesa conservar tus rodillas para cuando seas mayor.
En agosto aprendí que América estaba muy cerca. Mi abuelo Manolo me llevaba a dar un paseo detrás de su finca “Leira das pedras” y subíamos por un camino de tierra como si fuera una odisea. Hasta que llegábamos arriba y veíamos a mi abuela, pequeñita, en su jardín. Desde ahí le gritábamos “¡ya estamos en Américaaa!” y, por supuesto, mi yo de 4 años se lo creía. Viajé muchísimo a América en agosto. Algunos días, hasta dos y tres veces. Fui muy feliz en América.
En agosto se aprende que los mejores conciertos son al aire libre, que los polos de zumo de naranja están deliciosos, que hay que improvisar la cena cuando llegan visitas sin avisar, que es mejor salir a pasear sin móvil, que buscar grillos en la hierba es más difícil que sacarte una ingeniería o que dormir en tienda de campaña en el jardín de casa con tu grupo de amigos del cole puede ser la mayor aventura de tu infancia.
En agosto también aprendí a no sentirme culpable por “no hacer nada”.
Las personas que nos dedicamos a la creatividad necesitamos un rato de no hacer nada para que surjan buenas ideas. De hecho, las mejores ideas surgen cuando no estás pesando que necesitas que se te ocurra la mejor idea y estás, sencillamente, viviendo.
¿A alguien le parece que, delante de un ordenador en horario laboral es cuando surgen ideas brillantes? Desde luego no siempre. Podría discutir sobre esto durante horas, pero las mejores ideas siempre se me han ocurrido delante de un cuaderno, lejos de un ordenador y dándole vueltas a un boli.
Las ideas son caprichosas y suelen aparecer justo cuando no las necesitas: cuando estás durmiendo, conduciendo por un camino peligroso, mientras te estás duchando, cuando justo te enchufan la epidural o en cualquier situación donde no tienes a mano absolutamente nada para apuntar.
Por eso siempre me empeño en leer un briefing antes de un finde o de un puente, para tenerlo en la cabeza porque seguro que cuando no se me ocurre nada es el lunes a las 9.30 am en pleno brainstorming.
Agosto también es un mes de reflexión. En mi caso, por ejemplo, de valorar si las redes sociales ya se me están haciendo bola o solo es que soy mayor. Insta me esclaviza, la sobre estimulación de TikTok me genera ansiedad y no quiero invertir más tiempo en hacer scroll por FOMO de algún trend que no pienso replicar cuando podría estar leyendo lo último de Matt Haig.
Agosto es el mes de no estar, aunque en la ciudad donde vivo han concentrado tantos eventos estos días que estará todo el mundo, menos yo. No es para mí. Sigo prefiriendo huir en agosto. Apagarme. Estar fuera de cobertura. Lejos.
Espero que estés leyendo este artículo desde una playa, desde la cama a una hora insultantemente inapropiada, desde un avión a Indonesia o tomando una cerveza en un chiringuito. Pero sobre todo espero que, cuando termines de leerlo, puedas guardarte el móvil y no volver a sacarlo en mucho rato.
Lo más importante que aprendí en todos los agostos de mi vida es a estar más presente en mi vida offline, porque es muchísimo más importante que la vida online (y más bonita también).
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