En el reflejo nítido del espejo, contemplamos nuestras imperfecciones físicas con una precisión que a menudo nos absorbe. No obstante, es intrigante cómo este instrumento, inventado en algún punto de la historia, se enfoca en los contornos exteriores, dejando a la deriva nuestras complejidades internas. ¿No sería fascinante contar con un espejo capaz de escudriñar nuestra esencia, más allá de la apariencia física?
Personalmente, me encuentro en una posición peculiar en este juego de reflejos. Mis ojos, desafiantes ante la tarea, no logran enfrentarse a ningún espejo. No tengo la capacidadde verme físicamente, y así, las imperfecciones superficiales quedan en un segundo plano. Sin embargo, este don o maldición, dependiendo de la perspectiva, me brinda un tiempo infinito para explorar mi propio ser.
En este universo introspectivo, la mente, el corazón y la cabeza juegan a ritmo frenético, generando reflexiones y pensamientos que a veces son más dolorosos que cualquier imperfección física. Es como si estuviera sometido a la "matemática del espejo interno", un conjunto complejo de fórmulas, axiomas y ecuaciones. La diferencia radica en que estas ecuaciones no se resuelven con maquillaje o cremas; son trazos indelebles que definen mi yo interno.
En este viaje introspectivo, he descubierto que la mente es un espejo implacable, un reflejo inalterable de las verdades más crudas. Sin un espejo externo para distraerme, las reflexiones viajan a altas velocidades que se convierten en un torbellino que cambia mi apariencia interior de manera brusca y visceral. Surge un dolor que no se puede ocultar ni disfrazar.
La paradoja se revela: mientras el exterior permanece ajeno a la mirada, el interior se vuelve el epicentro de una tormenta de pensamientos. En el axioma entre lo visible y lo invisible, comprendo que las imperfecciones del alma son las que realmente moldean nuestra esencia. Así, la verdadera matemática del espejo consiste en entender que, a veces, lo invisible duele más que lo que se puede llegar a ver con nuestros propios ojos