Las cosas materiales tienen un sitio físico en nuestra vida, sabemos dónde ir para reencontrarnos con ellas. Pero todo lo que nos pasa, las vivencias, esas cosas inmateriales y no tangibles, que no queremos olvidar; solo podemos guardarlas cuando las convertimos en recuerdos.
Los recuerdos ocupan un lugar importante en tu cabeza y van conformando la memoria; un imaginario muy personal, único e intransferible, irrepetible y mágico. Esencial para cada persona.
Un trastero lleno de pensamientos que nos vienen a la cabeza a veces, que desbloqueamos cuando alguien nos los vuelve a dibujar o que resurgen cuando encontrarnos su fuente de origen. Y muchos de ellos son casa.
Quedarme dormida en la cama de mi hijo después de un cuento, es casa.
Darte la mano y apretarla fuerte cuando pasa algo divertido, es casa.
La voz de mi abuelo, cada vez que consigo recordarla, es casa.
Las recetas de mamá, absolutamente todas, son casa.
Mirar las fotos de cuando éramos pequeños, es casa.
El olor a curry nada más pisar suelo inglés, es casa.
Releer libros con anotaciones de papá, es casa.
Casa son todas aquellas cosas que nos hacen sentir bien.
Y volver a pensar en esas cosas que son casa es, también, volver a casa.
En Navidad las cosas que son casa vuelven a tu vida a lo bestia. Tienen esa capacidad, como si desde que empieza diciembre se abrieran las compuertas de una presa y no se cerraran hasta que se acaba el último trocito de Roscón.
Te reencuentras planes como cenar con tu gente de toda la vida, encontrar ranitas en una pastelería, abrir viejos cuadernos del cole, dormir en casa de mamá, la manta zamorana de cuadros de casa de la abuela, volver a ver “esa” película y acordarte de cada diálogo (A Chorus Line en mi caso), seguir riéndote con tus amigas de las mismas historias igual que con 15 años y volver a los sitios de siempre, que ahora son distintos y tienen nuevos significados.
Volver a casa es nostalgia, morriña, tristeza, alegría y euforia, on the rocks, con una rodajita de limón, todo junto y bien mezclado. Es un pelotazo, pero es tan necesario.
En publicidad, hay marcas que también tienen esa capacidad de trasladarnos a casa, que ya forman parte de nuestra vida y de un pasado al que nos gusta volver. Marcas que, con solo pensar en ellas, despiertan nostalgia. Y no lo hacen solo porque recordemos un logo, un color, un sabor o un jingle; sino por lo que nos han hecho sentir, por las personas a las que las asociamos, por los momentos que nos hacen recordar. A nivel brand awareness eso es impagable.
Esas marcas que han estado presentes en nuestras vidas consiguiendo integrarse en el imaginario más selectivo de nuestra memoria, son las que asociamos a los recuerdos y, por su vínculo con el pasado, nos trasladan a la infancia, siendo más difíciles de olvidar.
Las cosas que son casa es una colección privada de emociones bonitas que juntamos a lo largo de nuestra vida. Volver con más frecuencia sobre esos recuerdos y sacarlos de la caja al menos una vez al año, como los adornos del árbol de Navidad, dedicando un buen rato a desempolvarlos, admirarlos y hablar sobre ellos (a poder ser con Frank Sinatra cantando villancicos de fondo y una buena copa de vino) es terapéutico, te lo recomiendo.