Desinstalar Tik Tok
¿Pasamos demasiado tiempo con la tecnología? Una reflexión
Me despierto sobresaltada por un mal sueño y miro el móvil: 4.20am de la madrugada. Abro Tik Tok. A corte, son las 6.12am y ya no voy a pegar ojo.
Nada, me levanto y preparo café.
Me he engañado a mí misma durante meses, descargándome apps que no necesito por FOMO* y convenciéndome que mi trabajo me obliga a absorber cada tendencia en social media.
Semanas, meses, años de scrolls infinitos, un consumo de pantalla que preocuparía a cualquier madre de adolescentes, incorporando el verbo scrollear a mi vocabulario, sintiéndome una teenager stalker que dice cosas como teenager y stalker.
Y no, Tik Tok no es el problema.
El problema soy yo.
Tik Tok es una plataforma de entretenimiento increíble, la de toda esa gente que dice que no ve la televisión, pero pasa cinco horas al día mirando pantalla. Y hay muchísimo contenido útil, curadito, divertido, bonito, interesante, de calidad. Puedes ver qué pasa en el mundo a tiempo real, el último desfile de Schiaparelli en París o entender el mecanismo de un bote de especias.
Tiene cosas sociológicamente apasionantes como poder aprender expresiones de Gen Z como “PEC”, “ser madre” o “servir coño” para contar que algo les flipa, quien es muy líder de opinión o que alguien ha hecho algo realmente increíble… pero no, no quiero ser esa persona.
La que dice “no tengo tiempo” y pasa horas consumiendo contenido.
La que afirma “lo dejo cuando quiera” y pasa horas consumiendo contenido.
La que se excusa “diez minutitos y ya” y pasa horas consumiendo contenido.
No empieces, es adictivo. Y como todas las adicciones, te consume.
En mi caso, lo que consume es mi bien más preciado: tiempo.
Y por ahí no paso.
La vida es cada momento que vives, que sientes, que experimentas, que hueles, que tocas… no lo que ves a través de una pantalla. Cuando tengo el móvil delante estoy viendo cómo viven sus vidas otras personas. Vidas que se preocupan de grabar y editar, colocando el móvil cuidadosamente mientras hacen que despiertan de manera súper natural, eligen su ropa, preparan una receta, pasean por el campo o besan a sus hijos.
Lo peor de todo es que he malgastado un tiempo precioso de mi vida en ver las preciosas vidas de otros. No me sorprende que haya tanta gente (joven, especialmente) con cuadros de ansiedad, problemas de salud mental y poca tolerancia a la frustración. Todo lo que se ve a través de la pantalla es tan perfecto, aesthetic y elevado que un trabajo de ocho horas, sueldo mileurista y tupper de pasta recalentada solo nos lleva a pensar que nuestra existencia es miserable. Y no. Rotundamente no.
Ojalá darnos cuenta que para ser feliz no necesitas esas zapas, ni ese gloss, ni vivir en ese apartamento estilo neo castizo funcional; que no necesitas gastar todos tus ahorros en viajar a Nepal solo para hacerte fotos pensando en Insta; que no tienes que esperar a ganar más dinero, a encontrar el amor, a estar más delgada o a comprarte un cochazo para ser feliz.
Ojalá ver que la felicidad es un concepto edulcorado que nos venden desde que nacemos y está tan tan tan arriba que cuando parece que por fin lo rozamos se acaba el tiempo y game over.
Ojalá entender que esto de vivir va de apreciar las pequeñas cosas que ya tienes, con las personas que ya están y valorando todo lo que ya te rodea.
Lo más parecido a la felicidad es convertir el ahora en el Momentum.
He estado haciendo un testeo y con ninguna de las personas con las que estoy en mi tiempo libre tengo conversaciones trascendentes sobre trends, influencers haciendo hauls o grwm’s ni mucho menos replico tendencias de baile en sitios públicos.
No. Nada. Ni una.
¿De verdad mi cabeza necesita almacenar tanto contenido al que no doy uso?
En mi trabajo, hay personas que saben mucho más que yo sobre esto, que están a la última en tendencias y creación de contenido, que entienden mejor que yo cómo funcionan las redes sociales y con las que, cada vez que me pongo a hablar sobre estrategia, aprendo. Supongo que cuando contratas a las personas adecuadas y les dejas hacer su trabajo, ese FOMO *fear of missing out* ya no te importa tanto.
Las redes sociales tienen algo maravilloso, conectan generaciones y culturas, pero a veces nos convierten en algo que no somos.
Gente que te cae bien en sus hilos de Twitter, personas chulísimas en sus Reels o creadoras de vídeos súper simpáticos con lluvia de likes, que en vivo y en directo ni fú ni fá.
Cuando salgas a la calle hoy, mira la cantidad de gente que va mirando su móvil al caminar. Da vértigo.
Ser sociales dentro de las pantallas está muy bien, pero yo sigo pensando que la vida offline es más importante y está ahí fuera.
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