El Jardín de Obdulia está por convertirse en un reclamo más de la ciudad de A Coruña, y si no se conoce, merece una visita. Situado en Los Rosales, es obra de Obdulia Vázquez, de 83 años, una vecina del barrio que a finales de julio de 2019 quiso arreglar una pequeña zona de terreno junto a su casa y acabó generando un frondoso vergel que mantiene limpio y vivo un espacio que se encontraba abandonado. El lugar es frecuentado por vecinos y vecinas y también por curiosos, que se detienen a contemplar la obra.
Nació en Paiosaco, en el municipio coruñés de A Laracha, y de allí se mudó de joven a A Coruña, la que ha sido su residencia desde entonces. Vázquez es una mujer enérgica y asegura que nunca le ha gustado "estar na casa" y por eso "traballaba". A lo largo de su vida ha trabajado en hostelería, de hecho, pasó 10 años emigrada en Suiza trabajando en este sector, y también ha realizado trabajos de costura o de limpieza, además de cuidar de sus dos hijos. Su marido, ya fallecido, era marinero, por lo que pasaba largas temporadas en el mar.
En 2018, un año antes de comenzar este proyecto, ocurrió algo que fue determinante para iniciarlo. Iba a cruzar por el paso de peatones que se encuentra justo delante de la zona donde ahora está su jardín cuando fue atropellada por un coche. "Ía poñer un pé na acera e un coche deume, pero debía ir despacio porque quedei de pé, pero o coche seguiu e acabou por tirarme". Vázquez acabó tirada debajo del coche y del impacto tuvo varias fracturas en la pelvis y en brazo por las que estuvo en la UCI.
Tras el accidente tuvo que hacer rehabilitación y, como no quería quedarse en casa y tenía tiempo libre, se le ocurrió arreglar un pedazo de tierra que se encontraba abandonado junto a su casa. "Era coa idea de facer unha esquiniña na que había boa terra", rememora. Al final, acabó plantando unas caléndulas y "comezaron a nacer un montón". Y el resto es historia.
"Eu non puiden facer esta cousa"
Lo que empezó como una pequeña labor de acondicionamiento ha crecido mucho más allá de lo que ella misma podía sospechar, y, de hecho, reconoce que "non sei" como ha podido crecer tanto en estos pocos años. Vázquez ya había tenido de joven contacto con la tierra, plantando "millo e patacas", pero nunca se había metido en el mundo de las flores, y mucho menos a construir de cero la estructura de un jardín. "Cando comecei a limpar quitei un montón de porquería", relata.
De un pequeño cuadrado acabó creciendo un gran jardín que ocupa ya todo el espacio entre los dos edificios que lo custodian y que, de hecho, va más allá, por la parte de atrás de uno de ellos bordeando toda la parte baja del Monte de San Pedro. "Ás veces míroo e digo: eu non fun, eu non puiden facer esta cousa, é moito", cuenta entre risas.
Ha sido gracias a su mano, y también a las aportaciones de algunos vecinos y vecinas que le acercan nuevas plantas o semillas, y que encuentran las condiciones perfectas en su jardín para crecer hasta haber convertido el espacio en un gran vergel. Llaman la atención algunas especies, como las grandes y floridas hortensias de todos los colores que pueblan el jardín desde su comienzo y por todo el paseo. Otras presentes son: aloe vera, calas, alelíes, menta peperina, romero, margaritas... incluso algunas exóticas, como el boldo brasileiro.
Por tener, el jardín tiene hasta una zona de juego infantil, con juguetes reciclados que le han regalado y que ella ha situado en una zona donde los niños y niñas pueden acercarse a jugar y pasar un rato agradable en el terreno.
Y es que Vázquez no se encarga solo del cuidado de las plantas, sino también de acondicionar toda la estructura que hace posible que el jardín viva y siga creciendo y se mantenga en condiciones óptimas. Así, con pedazos de baldosa, ha ido creando jardineras y macetas que dan el sostén necesario a todas las plantas.
También ha ido decorando la zona con conchas u otros objetos que encuentra o le regalan. Como unas flores que han encontrado cobijo en unos neumáticos pintados de verde. Todo ello es fruto de muchas horas de trabajo, algunos días reconoce que llega a estar 12 horas trabajando en el jardín.
El jardín se ha convertido en un espacio apreciado por los vecinos y vecinas y es habitual ver a personas que se detienen enfrente a contemplarlo, o hablar con ella, siempre ataviada con sus enseres de faena. Con todo, lamenta que no todo el mundo aprecia lo que hace y cuenta que en varias ocasiones se ha encontrado con destrozos o plantas robadas. Por suerte, parecen ser casos aislados.
Aunque a veces ella misma se siente desbordada ante las dimensiones que ha alcanzado el jardín, asegura estar contenta: "Estou contenta porque me gusta velo limpo".