Guardianes del mar y vigías en la noche, los faros salpican el grueso del litoral gallego desde las turísticas Rías Baixas hasta los territorios de la Mariña lucense, allí donde la Galicia verde asoma su silueta al Cantábrico. Hablamos de 1.498 kilómetros de costa ―la única de España articulada entre rías― en los que se reparten alrededor de 147 estas emblemáticas torres, las cuales a lo largo de las décadas han sido testigo de todo tipo de tormentas, naufragios, batallas navales y hasta alguna que otra epopeya marítima.
Faros como los de Fisterra, Cabo Vilán, Cabo Ortegal o Punta Roncadoira se llevan la fama dentro de la región, si bien la realidad es que existen muchos otros que pasan desapercibidos ante los ojos del viajero, escondiendo en cada destello de su existencia un sinnúmero de relatos de vida, muerte y esperanza. Uno de estos centinelas gallegos se enclava entre las feroces aguas de la Costa da Morte, en un lugar bautizado por la historia como el cementerio de los barcos griegos. Se trata del Faro de Carrumeiro Chico, el cual lleva más de un siglo desafiando al Atlántico desde la costa de Corcubión.
Los conocidos bajos de Carrumeiro Grande y Carrumeiro Chico fueron durante mucho tiempo los causantes del hundimiento de más de una decena de embarcaciones. De hecho, la elevada presencia de varios buques de nacionalidad griega provocó que aquel peñasco en medio del mar fuese designado con el evocador nombre del "cementerio de los vapores griegos".
La realidad es que el primer balizamiento que se llevó a cabo en esta zona crítica fue una boya de campana instalada en 1863, si bien las fuertes rompientes que se forman en los bajos durante los temporales terminaron por hacerla desaparecer. Tras varios intentos de balizamiento, sería finalmente en noviembre de 1917 cuando el pequeño faro de Carrumeiro Chico empezaría a emitir su luz ante el horizonte marítimo de la Costa da Morte, soportando desde entonces los envites del mar contra su estructura.
Un fondo marino repleto de pecios griegos
Galicia es la región de Europa con más naufragios de la historia, concentrados en su mayoría en el litoral de la Costa da Morte o los puertos históricos. En Corcubión, los bajos de Carrumeiro Chico conforman el punto negro de la navegación frente a las aguas de esta localidad coruñesa, un lugar donde se oculta una piedra apenas perceptible desde la superficie del agua con la marea alta. Se sabe con certeza que este rincón rocoso en el mar fue el causante de más de una docena de naufragios de embarcaciones como los buques británicos Rosalie y Albión, en 1905 y 1908 respectivamente; o el ruso Maria ya en 1910. Lo más curioso es que la gran mayoría de los barcos hundidos en estos fondos tenían la nacionalidad griega, entre ellos el Manoussis (1920), Constantinos Pateras (1922) y Mount Parnes (1935).
La elevada cifra de buques naufragados procedentes de Grecia hizo ganarse a los bajos del Carrumeiro Chico el sobrenombre del "cementerio de los vapores griegos". Lo cierto es que a pesar de todas las desgracias marítimas acaecidas en la zona, el número de víctimas mortales es realmente insignificante en este punto. En este camposanto de viejas glorias bajo el mar todavía son visibles los restos de algunas calderas de antiguos vapores, anclas, cascos y todo tipo de estructuras que dan forma a un curioso patrimonio arqueológico submarino. De hecho, a más de 40 metros de profundidad todavía se conservan los restos prácticamente intactos de uno de estos vapores griegos.
Los intentos fallidos de balizar Carrumeiro Chico
El primer intento de balizamiento en la zona de los bajos de Carrumeiro Chico se llevó a cabo en 1863: la instalación de una boya de campana de señal acústica que pretendía evitar los peligros que acarrean las nieblas en esta zona. Sin embargo, un fuerte temporal la hizo desaparecer al cabo de un tiempo. El siguiente intento por asegurar el entorno llegaría en 1900 a raíz de la petición del empresario y político Plácido Castro Rivas, quien alertaba del aumento en el número de barcos de vapor que entraban en la ría para abastecerse de carbón y acababan accidentados en los bajos de Carrumeiro Chico.
En aquel entonces, tras un estudio en la zona se optó por instalar un trípode metálico de 10 metros de altura coronado por una plataforma sobre la que estaba instalada una esfera. La instalación de esta compleja estructura terminó a principios de septiembre del año 1903 y apenas unos días más tarde, otro temporal de viento y mar la derribó por completo.
Con el objetivo de sustituir provisionalmente al trípode metálico, en febrero de 1904 se erigió en el lugar una especie de bocoy pintado de rojo que encontraría su final, al igual que los anteriores, un par de meses más tarde en ese mismo año. Ya en el año 1907 el último intento de balizamiento pasó por fondear una boya cónica de forma transitoria en Carrumeiro Chico, la cual, aunque hubo que instalarla de nuevo en varias ocasiones, permaneció en el lugar hasta la construcción de la baliza definitiva.
Tras un sinnúmero de intentos para señalar este punto crítico de la navegación en Corcubión, la solución definitiva llegaría de la mano del ingeniero Salvador López Miño, el encargado del proyecto para la construcción de una baliza capaz de resistir a los temporales. El actual faro de Carrumeiro Chico conforma una torre maciza de forma troncocónica, elaborada a base de hormigón hidráulico revestido de sillería. El vigía alcanza los 10 metros de altura y se encuentra coronado por un círculo de unos 5,58 metros de diámetro sobre la que se sitúa la iluminación. El primer cuerpo de la baliza fue rematado en enero de 1916, mientras que la segunda fase estaría operativa el 24 de octubre de ese mismo año. No obstante, el funcionamiento definitivo de la luz de la baliza se haría esperar hasta noviembre de 1917.