Lo que en el resto del mundo es sólo una tienda de móviles se convierte en un almacén de recuerdos en lugares como el campo de refugiados de Zaatari, donde viven decenas de miles de refugiados sirios. Maamun, el protagonista del documental District Zero, no sólo repara móviles e imprime fotos. Es también un guardián de la memoria de un país que sufre desde hace años una cruenta guerra civil. 

Su historia, recogida en esta película, es la de tantos sirios que huyeron de la guerra y acabaron en el único lugar al que les era posible acceder: un campo de refugiados. En el caso de Maamun, escapó con su familia de Daraa, al sur del país, y llegó al campo de Zaatari, en el norte de Jordania.

Allí se abrió pasó montando una pequeña tienda de teléfonos móviles. Esos móviles son los protagonistas de esta historia porque contienen los recuerdos que los sirios han traído consigo: los buenos y los malos. Maamun es el encargado de que esos recuerdos no se borren: cuando copia tarjetas, repara teléfonos o imprime fotos, Maamun conserva la memoria a la que la mayoría de refugiados se aferran.

Las cámaras le acompañan y son testigos en plano detalle de las reacciones, las sonrisas y la emoción de los refugiados que acuden a Maamun para salvar las fotos de sus teléfonos. Sus ojos se iluminan cuando logra imprimir las fotos de los hijos de una refugiada siria que combaten al otro lado de la frontera. Son testigos también de la nostalgia del propio Maamun, rodeado de unas vivencias que no volverán.  

Perspectiva

Hay lugares mucho peores que Europa para los refugiados sirios. Subirse a una balsa y arriesgar la vida para alcanzar Grecia es un privilegio inimaginable para quienes viven en este campo. Cuesta creer que el más de medio millón de sirios que han cruzado las fronteras de la Unión Europea son un selecto grupo de afortunados. Para dar fe de esta perspectiva existen documentales como District Zero.

La película está financiada por la ONG Oxfam Intermón y dirigida por Pablo Tosco, Jorge Fernández Mayoral y Pablo Iraburu. Los tres insisten en que figure al mismo nivel el nombre de Ismael Ibrahim Alber.

Ismael fue el productor sobre el terreno y ayudó a los cineastas a ganarse la confianza de los protagonistas. Explicó a los habitantes del campo con paciencia y profundo conocimiento de los enrevesados códigos sociales árabes lo que querían hacer estos tres chicos y logró que contaran sus historias.

“En la propia película se va viendo, con el paso de los minutos, cómo los protagonistas se relajan, se abren y cuentan más cosas”, afirma el cineasta y fotógrafo Pablo Tosco. En esta carrera hacia la naturalidad descubrimos sentimientos y preocupaciones que van mucho más allá del hambre, del frío o del miedo.

Una ciudad de refugiados

Zaatari es el cuarto campo de refugiados más grande del mundo. Hoy tiene unos 80.000 habitantes. Una cifra que lo sitúa entre las 10 poblaciones más grandes de Jordania. Llegó a tener más de 125.000 vecinos en el año 2013, cuando el sur de Siria se desangraba sobre Jordania en la huida sin control de una guerra que nadie entiende. Entonces Europa aún no esperaba a nadie.

La avalancha obligó al Gobierno jordano a levantar el campo en una explanada desértica al norte del país. Aquellos primeros meses fueron un caos. Cada día llegaban cientos de familias.

Cargados con maletas y bolsas, los sirios llegaban casi siempre de la región de Daraa y se apretaban a la entrada del campo, entre la polvareda de los todoterrenos del Ejército jordano y los gritos de los soldados. Esperando mientras miles de personas entraban y salían del campo bajo un sol cegador.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) dividió Zaatari en 12 distritos. Ideó una ciudad en la que distribuir a los vecinos pero la autogestión se abrió paso entre la población. En Zaatari se calcó la estructura social del sur de Siria y los clanes se hicieron con el control.

Cada distrito pasó a estar bajo el dominio de uno de los líderes de esos clanes. Nada se podía hacer sin el visto bueno de estos jefes. Si Acnur, Oxfam o cualquiera de las organizaciones que trabajan en el campo instalaban un baño, un grifo o una tienda de campaña sin consultar a los líderes, al día siguiente aparecía todo desmantelado.

Tienda en Zaatari / District Zero y Oxfam Intermon

No era el único problema. Los recién instalados querían vivir en los distritos más antiguos: el uno, el dos, el tres o el cuatro. Allí estaban sus amigos y familiares y ese deseo fue generando una suerte de downtown superpoblado. No era raro ver en Zaatari familias enteras moviendo su tienda de campaña a pulso en mudanzas improvisadas. 

El deterioro enseguida se dejó notar. Casi ningún niño acudía a las escuelas, había problemas de agua y saneamiento y se reproducían las reyertas sobre todo entre adolescentes.

Preferir la guerra

Con el tiempo la situación de Zaatari se alivió. Entre otras cosas porque mucha gente decidió irse. Para muchos de los sirios que llegaban, la idea de quedarse en el campo era impensable. Familias de clase media y media-alta aterrizaban en un lugar polvoriento y repleto de tiendas de campaña cuando sólo días atrás habían dejado sus casas con grandes salones y jardines. Un piso en Amán, la capital jordana, se antojaba un mal menor aceptable para esos refugiados. En Zaatari se fue quedando quien no tenía ni tiene otra opción. 

Vista aérea de Zaatari / District Zero y Oxfam Intermon

Poco a poco en Zaatari empezó a volver el orden. Con el tiempo sus habitantes empezaron a instalar pequeños negocios. Al principio eran tiendas de alimentación y recambios. Pero la oferta enseguida se diversificó.

El campo de Zaatari lo vertebra una calle principal que fue bautizada como los Campos Elíseos. El nombre está incluso en una placa. Es un zoco surgido por generación espontánea donde uno puede encontrar de todo: comida fresca, herramientas, enchufes, televisiones, electrodomésticos, básculas, aparatos de aire acondicionado, bombonas de gas, kebabs, prendas de ropa, cartones de tabaco y puestos de cambio de divisas.

Los vecinos de los pueblos cercanos llegan en Zaatari porque algunos de esos bienes son más baratos. Esos precios han llevado a los comerciantes locales a protestar por la competencia desleal.

Madre e hija en Zaatari / District Zero y Oxfam Intermon

El flujo es de ida y vuelta. Los comerciantes sirios meten y sacan del campo mercancía. Lo hacen a diario y en enormes cantidades a pesar de que está prohibido. A la entrada del campo pasan coches con neveras en el techo o carretillas llenas de zapatillas y gorras. La vida pidiendo paso.

Lo invisible

Maamun, el protagonista, se acostumbra poco a poco a la presencia de la cámara y habla cada vez más y cada vez y mejor. No explica a cuántos familiares ha perdido o qué traumas se trajo de la guerra. No hay nada explícito. Sólo su cansancio, su hastío y la implacable pérdida de la esperanza.

Es el golpe maestro del documental: reflejar el sufrimiento invisible. El sufrimiento de estar perdiendo el tiempo, la vida. “Llevo aquí cuatro años y es como si llevara cuatro años dormido”, dice Maamun en un momento del documental. “Dormir y morir es lo mismo. ¿Qué diferencia hay?”.

Hace tiempo que los refugiados sirios perdieron la esperanza de regresar a Siria. O al menos de regresar a lo que ellos entienden como Siria. Aquel lugar nunca volverá y el deseo de recuperar lo perdido se ha convertido en nostalgia.

District Zero plasma esta nostalgia y empapa de tristeza la película. Una hora después nadie te ha dicho nada demasiado duro, pero estás abatido por lo que acabas de ver. “Estar en Zaatari es un luto, un duelo, un limbo”, explica con acertadas palabras Pablo Tosco, uno de sus directores.

El sufrimiento no es sólo personal. Quienes viven en el campo tienen familiares en su país de origen. Madres que no saben si siguen vivos sus hijos que están luchando en Siria, casi todos en las filas del Ejército Libre de Siria, el grupo rebelde que se opone a Assad y al ISIS. El campo es un bastión rebelde que desde el primer día pide ayuda a Occidente para derrocar al régimen.

Gráfico: Luis Sevillano

Maamun comparte su angustia por no poder estar luchando en Siria. Le atormenta. Es tan grande ese sufrimiento interior que cada día decenas de refugiados de Zaatari eligen regresar a Siria. A diario parten autobuses desde el campo hasta Daraa, al otro lado de la frontera. Esos buses llevan a jóvenes que han venido de visita o que se deciden a regresar para luchar. También a ancianos que se niegan a morir lejos de casa y prefieren volver a su país.

En estado de alerta

Justo al lado de Zaatari, se encuentra una base aérea del Ejército jordano. De ahí parten los cazas que atacan las posiciones del ISIS. Sobrevuelan sin parar a los refugiados, que ya apenas se molestan en levantar la vista.

Uno de estos pilotos que sobrevuela Zaatari fue apresado y quemado vivo en una jaula por el ISIS en febrero. Desde entonces, Jordania vive en estado permanente de alerta contra los yihadistas y sus líderes han anunciado que pretenden que todos los refugiados se instalen en campos. Que ninguno viva en pisos o casas de ciudades jordanas.

District Zero es una radiografía del sufrimiento menos obvio, que sólo los protagonistas pueden explicar y en ocasiones tan sólo transmitir. Es un reflejo de las consecuencias más difíciles de contar y de combatir. 

'District Zero' se proyecta en la Cineteca de Matadero de Madrid este martes, este miércoles y este jueves a las 20.30 horas y este viernes a las 22.30 horas. 

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