La noche anterior a la comparecencia a puerta cerrada de Mario Draghi en el Congreso de los Diputados, Alberto Garzón (Logroño, 1985) durmió de maravilla. Rompió con sus rutinas: esta vez sí había escrito su discurso. A la mañana siguiente se lo enseñó a sus compañeros de grupo y le espetó al presidente del Banco Central Europeo que tenía alergia a la democracia. Fue uno de sus puntos más altos como parlamentario y puso su nombre en boca de todo el mundo.
Garzón estaba sorprendido de lo pronto que se había acostumbrado a su nueva vida. Una aparición le hizo saltar al primer plano de la política: fue en el programa 59 segundos de TVE, al calor del 15-M. Aquella noche del verano de 2011 en la que su cuenta de Twitter se disparó de los 5.000 hasta los 15.000 seguidores la dirección y los militantes de Izquierda Unida se aprendieron el nombre del que es hoy el candidato más joven a ser presidente del Gobierno.
Aunque nació en la ciudad de su madre, se siente malagueño desde que pisó por primera vez Rincón de la Victoria con nueve años. Llegó en cuarto de Primaria al Manuel Laza Palacio, un colegio grande, conformado por cuatro amplios edificios y tan humilde que Garzón fue el primer varón en llegar a la universidad.
En una localidad muy castigada por la burbuja inmobiliaria, era más rentable trabajar en la construcción y cobrar 3.000 euros que estudiar una carrera. Ahora, la mayoría de sus compañeros están en paro. El municipio presenta una tasa de desempleo del 15,6%, avivada por la inestabilidad del sector hostelero, el principal sustento de la zona.
Pronto empezó a sacar las mejores notas de la clase. En esas aulas, y entre partidillos de fútbol en las pistas rojas que servían de patio de recreo y partidas al videojuego Pro Evolution Soccer en su casa, trenzó una gran amistad con José Vidal y Felipe Triano. También organizaba con ellos minitorneos de ajedrez. En parte porque le apasionaba y en parte porque casi siempre ganaba él. “Era muy bueno, se le daba de maravilla”, recuerda José. Los tres se convirtieron en inseparables. Además, compartían una afición muy especial: chinchar a Eduardo, el hermano pequeño de Alberto, que también era parte de la pandilla.
Un líder natural
El instituto los separó: Garzón estudió en el Ben Al Jatib de La Cala del Moral, en el que su padre imparte clases de Geografía e Historia. Fue justo en estos años cuando Alberto comenzó a cultivar sus naturales dotes de liderazgo. “Sus amigos se quejaban mucho: ‘Siempre hacemos lo que quiere Alberto’. Pero es que nos convencía a todos”, cuenta Eduardo, que guarda un sorprendente parecido físico con su hermano. A los 15 años se empezó a interesar por la política. Le influyeron los ritmos urbanos, raperos y punkis de grupos como Ska-P o Los Muertos de Cristo. Empezaba a compartir con sus amigos su visión del mundo, sus inquietudes. “Le gustaba mucho hablar de política, y yo, que no entiendo tanto como él, le decía: ‘Alberto, tío, me estás hablando en chino’”, dice entre risas Felipe.
Pero el punto de inflexión en su politización fue el movimiento contra la guerra de Irak. El No a la guerra le hizo tomar conciencia y dar un paso adelante. Con 18 años recién cumplidos se afilió a las Juventudes Comunistas y a Izquierda Unida en un momento de intensa lucha contra la corrupción en Rincón de la Victoria. Alberto Garzón se sintió identificado con esos valores y decidió sumarse.
Le tocó limpiar la sede de arriba abajo por novato. En su casa todo esto pilló por sorpresa: eran simpatizantes de IU, pero nunca habían estado afiliados. “Los padres siempre nos enteramos tarde de todo…”, dice divertido, aunque con cierta resignación su padre, Alberto Garzón Blanco, un hombre alto, que peina sus canas hacia atrás y que tiene el tono tan grave como la mirada.
En ese verano comenzó los estudios de Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Málaga aunque al año siguiente se pasaría a Económicas. Seguía destacando por sus notas y también por su peculiar manera de afrontar la carrera: asistía sólo a las clases que le interesaban, el resto de asignaturas las estudiaba por su cuenta en la biblioteca. “Yo creía que estudiaba menos. Él siempre se marcó su propio camino. Siempre me decía que sabía lo que hacía, y era verdad”, observa su padre.
Garzón empezó a colaborar con ATTAC, un colectivo antiglobalización que defiende el impago de la deuda externa y la implantación la Tasa Tobin, un empuesto que gravaría la transacciones financieras internacionales para evitar la especulación.
Hubo un examen en el que le hicieron una única pregunta: “¿Por qué hay que privatizar el sistema público de pensiones?”. Garzón se negó a responder con el enfoque neoliberal que tenía en sus apuntes y contratacó con uno marxista. Ni Alberto ni su hermano se acuerdan del nombre del profesor. Acabó suspendiendo. Pero la venganza la tuvo en las elecciones de la facultad: la asociación que había fundado, Estudiantes por una Economía Crítica, se impuso para romper la hegemonía de los grupos conservadores y se coló en el claustro.
La asociación le permitió entrar en contacto con personas que acabarían siendo decisivas en su carrera política. Conoció a Juan Torres, uno de los grandes economistas de izquierdas de España. A Alberto le hablaron de él en un congreso, intercambiaron varios correos electrónicos y se conocieron en Bilbao. De ahí surgió una relación académica de la que salieron títulos como La crisis financiera. Guía para entenderla y explicarla (Attac, 2009), uno de los primeros libros sobre el tema que se acabaría convirtiendo, con el tiempo, en una referencia.
Sin embargo, cuando Garzón llegó al Congreso, esta relación se enfrió muchísimo: Torres cuenta que al poco tiempo dejó de responder a sus llamadas y mensajes. Alberto lo niega y argumenta que aparece en los agradecimientos de todos sus libros, todos ellos posteriores a las elecciones de 2011.
En la universidad Garzón conoció también a José Antonio Castro. El coordinador provincial de Izquierda Unida recuerda que se sorprendió de la solidez de sus argumentos y de su capacidad para expresarlos a pesar de su juventud. “Nos dábamos codazos cada vez que hablaba porque lo hacía muy bien para ser tan joven. Pero yo no esperaba que llegara tan lejos”, reconoce.
Renovar la izquierda
Por entonces Garzón aún no se había interesado por la política. Se presentó en las listas de las municipales del Rincón en 2007 y en 2011 pero en puestos de relleno: a las primeras, como número cinco; a las segundas, como nueve.
Sí colaboraba con el partido en lo que podía. Como aquella vez que organizó el rincón cubano de la feria y sólo pudo recaudar 40 euros.
Quienes lo conocen aseguran que era bastante crítico con la dirección del partido: quería cambiarlo todo, empezando por la izquierda.
Todo dio un giro con el 15-M, que sorprendió a Garzón en Sevilla con un contrato como investigador en la Universidad Pablo de Olavide. Ya había acabado el máster en Economía Internacional y Desarrollo de la Complutense. Emergió de las plazas como uno de los líderes de esa juventud que cuestionaba los principios básicos del sistema. Llegaron los platós: primero en Canal Sur y luego en TVE. La militancia de IU comenzó a reclamar un mayor protagonismo para él.
El aparato del partido también vio en su figura una nueva esperanza, aunque no terminaba de fiarse: era demasiado heterodoxo y cuestionaba algunos aspectos del partido.
Ahí desempeñó un papel importante el profesor Juan Torres. Convenció a algunos mandos del partido de que el puesto que le ofrecían a él para ir en las listas al Congreso por Málaga se lo dieran a Garzón. Garzón sacó un 9% y 65.000 votos: casi el doble que en 2008. Así recuperó para IU un escaño que no alcanzaba desde el año 2000.
Ya en el Congreso, Garzón empezó a cuestionar la falta de democracia interna y las estrategias de comunicación de Izquierda Unida. Fue muy beligerante con el acuerdo por el que la coalición apoyaba al Gobierno socialista en Andalucía y esa oposición le llevó a un enfrentamiento público con Diego Valderas. Estaba a favor de facilitar la investidura del PSOE. Pero se negaba a compartir gobierno con un partido marcado por la corrupción.
Sus propuestas fueron tumbadas una a una por la vieja guardia del aparato, vinculada sobre todo a la figura de Gaspar Llamazares. Existía cierta inquietud por ese movimiento que encabezaba Garzón y que aglutinaba a buena parte de las nuevas hornadas del partido: entre otros, Tania Sánchez, Javier Couso y Antonio Maíllo. Todos ellos se sentían más cerca de lo que fue la federación en la etapa de Julio Anguita.
Mientras las tensiones generacionales e ideológicas no terminaban de resolverse, llegaron las europeas de 2014 y el terremoto de Podemos, que sorprendió a IU con el paso cambiado. El millón de votos que recogió Pablo Iglesias en las europeas de 2014 allanaron el camino a Garzón. Cayo Lara dio un paso atrás y Garzón fue proclamado candidato a la presidencia del Gobierno. A su padre no le hizo demasiada gracia. “Me hubiera gustado que siguiera estudiando”, lamenta.
El éxito de Podemos también le hizo perder la oportunidad de haber liderado a la nueva izquierda. Por edad, por formación y por estilo, pudo haber sido Pablo Iglesias pero se topó con la dirección de IU, que le cortó su progresión natural.
Iglesias comprendió que era demasiado difícil reformar la organización y decidió emprender una nueva aventura sin el peso de unos mandos demasiado aferrados a los cargos. El tiempo le ha acabado dando la razón.
Alberto pudo formar parte de Podemos desde el origen porque guardaba buenas relaciones con la mayoría de sus fundadores. Con Pablo estrechó una buena amistad cuando éste era asesor de Cayo Lara. A Monedero, por ejemplo, le presentó el libro Curso urgente de política para gente decente (Seix Barral, 2013). Pero se quedó en IU.
Su nombramiento como candidato a las generales le permitió purgar la coalición a fondo con peleas escandalosas como la que mantuvo con la federación de Madrid y con algunos de sus miembros implicados en las tarjetas black: José Antonio Moral Santín, Rubén Cruz, Juan Gómez Castañeda y Ángel Rizaldos.
Tania Sánchez, muy próxima a las tesis de Garzón, acabaría abandonando el partido por los conflictos con la cúpula. Ángel Pérez, histórico de la formación en Madrid y uno de los responsables de los nombramientos en Caja Madrid, acusó a Garzón de trabajar al servicio de Podemos. Garzón no se amilanó. En una impropia exhibición de violencia dialéctica, pronunció una frase definitiva: “Queremos picas y cabezas en la Puerta del Sol de Madrid. Que caigan los corruptos y los responsables políticos de aupar a esos corruptos”.
La federación madrileña fue expulsada de la coalición y su liderazgo salió reforzado de ese enfrentamiento.
La tranquilidad de la costa
Alberto vive de alquiler en La Latina con su hermano Eduardo y su novia Ana, una rondeña pelirroja de ojos verdes de la que se enamoró mientras daba una conferencia. También con sus dos gatos, Winter y Elendil, cuyos nombres dan una pista de su espíritu friki: el nombre del primero es una referencia a Juego de Tronos y el segundo está sacado de El Señor de los Anillos.
Cuando tiene un hueco, Garzón se escapa al Rincón. En la costa vuelve a conectar consigo mismo, se siente libre. Se refugia en el piso de su padre, en el que se criaron él y su hermano. No es muy grande, está cerquita de la plaza del ayuntamiento y a una calle del paseo marítimo. La relación con su padre es más estrecha si cabe desde que falleciera Isabel, su madre, hace unos meses a los 52 años. Es su gran apoyo.
Juntos toman cervezas fresquitas y algún que otro espeto mirando al mar sintiendo la arena en los pies y cobijado a la sombra del toldo azul del chiringuito Aquí te espero.
Aquí lo tratan como si fuera de la familia y lo llaman “el niño”. A Carlos, el camarero, le regaló un ejemplar firmado de La gran estafa (Destino, 2013). “¡Eso es algo más que un voto!”, dice con unos ojos que rebosan admiración.
Pero ese afecto que le guardan no impide que también le toquen temas incómodos. Aquí le hablan de política y le preguntan por qué no se ha unido al final “con el coleta”.
El padre de Garzón no guarda un buen recuerdo de este intenso verano de negociaciones con Pablo Iglesias: “Lo he pasado mal estos últimos meses, porque se implicaba tanto que estaba arriesgando hasta la salud. Pero creo que ha tomado una decisión muy valiente quedándose en IU, acorde con sus principios. Yo no podría estar más de acuerdo con él”.
Durante más de tres meses, las dos formaciones trataron de buscar la fórmula para alcanzar la unidad popular para las elecciones del 20 de diciembre. Pero cada una tenía una estrategia distinta. Podemos quería incorporar a Alberto Garzón a su lista como independiente y le incitaba a dejar “la mochila”, en referencia a la vieja guardia de IU, con la que el malagueño tenía un enfrentamiento abierto.
Pero Garzón, que desde el primer momento buscó coaligarse con Podemos en completa igualdad de condiciones, dio la vuelta al argumento y asoció “la mochila” a las conquistas sociales del PCE. Al final, ni hubo fichaje, ni hubo fusión. Las negociaciones se rompieron el 6 de octubre con un cruce de comunicados. A pesar de que los dos partidos concurrirán en otros territorios como Cataluña y Galicia en una misma candidatura unitaria, el pacto a nivel estatal se frustró.
A Alberto, que había compartido tantas cosas con su amigo Pablo y que tiene tan buena relación con él, le molestó que Podemos rechazara la confluencia con IU, según dice, por ser demasiado de izquierdas
Él mismo reconoce en privado que sintió alivio cuando las negociaciones se rompieron del todo. En parte por la militancia y en parte porque se acabó la tensión con la que vivió esos días.
La estimación de voto de EL ESPAÑOL no es demasiado esperanzadora para IU-Unidad Popular: les da entre dos y siete escaños, por lo que el grupo propio está en peligro.
Pero Alberto Garzón no se resigna porque la gente le sigue mostrando su apoyo y su cariño. Apenas puede caminar por el paseo marítimo del Rincón de la Victoria sin que lo paren sus votantes. Aquí sigue siendo el chico que sacaba buenas notas en el Laza y al que una aparición en la tele empujó hasta el Congreso de los Diputados.