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El titular es elocuente: End of an era. El final de una época. Para EuroWeekly, el periódico gratuito de la amplia comunidad británica de la Costa de Almería, ésta es la noticia de la semana: Gordon Goody ha muerto. Varias copias de la publicación se apilan sobre una de las mesas del bar Angie's, en Mojácar. A su alrededor están sentados los amigos de aquella época que se acabó. Para ellos, Gordon Goody no es el nombre del que fue la mente del llamado "robo del siglo", el atraco al tren Glasgow-Londres que en 1963 dejó Reino Unido -y medio mundo- boquiabierto. Para ellos, Gordon, a secas, es el amigo con el que compartieron los mejores años de sus vidas.
Mientras fluyen las anécdotas, hay momentos en los que la nostalgia se hace tan evidente que uno no sabe si hablan de Gordon o del tiempo en el que fueron jóvenes en un pueblo que olía a libertad; si lo que echan de menos es el amigo que ya se ha ido o la ligereza de aquellos años que tampoco volverán nunca. Las palabras se mezclan con los sorbos de vino tinto, con las miradas cómplices entre conocidos que hicieron un pacto: hablar solo del Gordon que ellos conocieron, de lo bueno, del caballero que siempre fue, como se lee en un comunicado que el Ayuntamiento de Mojácar emitió el 29 de enero para anunciar la muerte de uno de sus vecinos de renombre.
Willy, el padre de Lenox, le entregó un pequeño regalo envuelto en papel. Lo abrió y dentro había un tren. “No se molestó. Tenía mucho sentido del humor”
“Cada uno tiene una versión distinta de Gordon. Cuando vino aquí era muy conocido, una figura romántica como suelen ser los malhechores que han pagado su deuda con la sociedad”, dice Lenox Napier, un británico de 61 años, que ha vivido aquí gran parte de su vida. Sus padres compraron en 1976 dos apartamentos por 90.000 pesetas y abrieron el primer bar para extranjeros. Un día organizaron una fiesta en sus casas para celebrar el cumpleaños de Goody.
William, el padre de Lenox, le entregó un pequeño regalo envuelto en papel. Lo abrió y dentro había un tren. “No se molestó. Tenía mucho sentido del humor”, recuerda Lenox. Pero pasado un tiempo Gordon devolvió la jugada y se presentó a otra fiesta con otro regalo para la señora Napier. “Era una cajita pequeña, de las que se usan para guardar sortijas, pero el cerrojo estaba roto y el joyero, vacío. Mi madre le dijo: 'Pero Gordon, ¿qué ha pasado aquí?'. Y él replicó: '¿No sabes quién soy yo?”.
Nueva vida en Mojácar
Goody, que el 11 de marzo habría cumplido 86 años, llegó a Mojácar a finales de los 70. En el 1975 había salido de la cárcel. Por el asalto al tren de la Royal Mail que unía la ciudad escocesa a la capital de Reino Unido le habían caído 30 años, pero por un cambio de ley finalmente solo pasó 12 entre rejas. Había ingresado a prisión tras ser detenido en octubre de 1963 en la habitación de un hotel en el que se encontraba con su novia de entonces, ex miss Inglaterra.
Fue tres meses después de aquel 8 de agosto que quedó en los anales como uno de los golpes más magistrales de la historia de los robos. En 15 minutos 15 hombres pararon y desvalijaron el valioso cargo del tren y se embolsaron 2,6 millones de libras (que equivaldrían ahora a unos 45 millones de euros). Fue un robo de guante blanco de lo que años más tarde Goody diría que lo que lamentaba era que el maquinista resultara herido.
Usted tiene un don manifiesto de personalidad e inteligencia que le podría haber llevado muy lejos de haber sido dirigido a la honestidad
En las fotos de aquella época se le ve en traje y corbata negra, pañuelo blanco a la vista, gafas de pasta. Si alguien tenía que haber buscado la imagen perfecta para vender la visión del ladrón romántico, Goody daba con el perfil. Esbelto, la mirada inteligente. En un obituario publicado el 2 de febrero, el New York Times recoge las palabras que el juez dirigió a Goody al leer la sentencia: “Usted tiene un don manifiesto de personalidad e inteligencia que le podría haber llevado muy lejos de haber sido dirigido a la honestidad”.
“Ahora que ha salido la noticia de su muerte en la prensa inglesa hay comentarios de gente que pone que era mala persona etc. Pero esta gente sólo le conoce por ser un atracador de trenes, mientras que nosotros le hemos conocido como una persona de buena fe”, comenta Lenox. “Él no había soñado con vivir en el extranjero pero después de aquella experiencia y 12 años de cárcel ya no podía seguir allí. No podía andar por la calle sin que le reconocieran, lo celebraran o le insultaran. Venir aquí supuso otra historia: él ha vivido aquí la vida que quería vivir”, añade.
Había gente muy interesante. ¿Os acordáis de cuando llegó Olof Palme en helicóptero?
Cuentan sus amigos que Goody se enamoró de Mojácar sin haberla aún visto. Durante siete años había compartido celda en su país con un español. “Se llamaba José María, era hijo de una familia de joyeros de Granada, que vivía en La Serena, al lado de Bédar [a pocos kilómetros de Mojácar]. Él le enseñó español. Murió hace años”, cuenta Ángel Mejías, o mejor dicho Ángel Bienvenida, hijo de Antonio Bienvenida, el mítico torero al que Madrid dedicó una estatua a la entrada de La Plaza de Toros de Las Ventas.
Ángel recuerda los veranos pasados en Mojácar desde que su padre a finales de los 60 decidiera comprar allí una casa. Eran los años del auge del pueblo: la calle de los embajadores se llamaba así porque había al menos cinco; entre los veraneantes estaba el secretario de la reina Isabel de Inglaterra o el príncipe de Prusia que hubiera sido rey de Alemania de haber habido allí la monarquía… “Había gente muy interesante. ¿Os acordáis de cuando llegó Olof Palme [el presidente sueco que fue asesinado en 1986 en Estocolmo] en helicóptero?”, dice Ángel recordando los años de la dolce vita de Mojácar.
Un autógrafo para un guardia civil
Allí Goody decidió tener su chiringuito, el Kontiki, y empezar su nueva vida. ¿Pero dónde encontró el dinero para poder montar un negocio, ya que casi acababa de salir de prisión? “En mi opinión la respuesta es sencilla: él había robado un tren…”, contesta Lenox con una sonrisa. Las autoridades británicas consiguieron en efecto recuperar sólo una pequeña parte del dinero robado aquella noche de 1963. Steward, un escocés que está sentado en la mesa de al lado en el Angie's, dice que lo que Goody contaba era que hizo dinero con la compraventa de carbón en el barrio londinense de Putney.
Es un día gris y hace viento. El Kontiki está cerrado y está en obras pero se puede entrar y darse un paseo por el que fue uno de los lugares de encuentro más preciados de aquella época. A Lenox y Ángel se les iluminan los ojos al pasar al lado del vallado al que se agarra la yedra. “Fue de los primeros chiringuitos que abrieron aquí”, dice Ángel, que es una mina de anécdotas. Recuerda un día que al Kontiki llegó la Guardia Civil, a las dos semanas de inaugurar el local. “Gordon preguntó si había algún problema. Y el agente contestó: 'ninguno, sólo quería pedirle si me podía firmar un autógrafo”, relata entre risas.
También le viene a la memoria aquel día en el que se cruzó con Goody, que volvía de ver una película en el cine de Bédar. “Acabo de ver un filme que me ha emocionado mucho”, le dijo. Era la película de Steven Spielberg, E.T. “Me hizo gracia que un hombretón como él, que medía casi dos metros, se emocionara viendo E.T.”, dice ahora Ángel.
A Gordon le gustaba fumar. Aquí no está considerado como un pecado. Si es contra la ley qué le vamos a hacer
Y aquí va el recuerdo de otra fiesta. “¿Os acordáis de aquella fiesta que se celebró cuando a Gordon le dieron la condicional?”, pregunta a sus amigos, que en cambio no parecen recordar aquello de “la libertad condicional”. No recuerda el año. Sólo que en aquella fiesta alguien trajo una tarta algo especial: entre sus ingredientes había marihuana y entre los invitados, que la probaron, había mayores de 70-80 años y que alguno acabó tirado en el suelo.
Cuando se pregunta por los problemas por presunto tráfico de hachís que Goody tuvo a mediados de los 80 (en las hemerotecas queda que fue detenido en 1986 en Estepona) la negativa a comentarios es casi total. Lenox sólo dice: “A Gordon le gustaba fumar. Aquí no está considerado como un pecado. Si es contra la ley qué le vamos a hacer”. Y se encoge de hombros.
Juan, sentado al lado de Lenox con un elegante sombrero negro, es la persona a la que la familia ha elegido como portavoz y guardián de su privacidad ante las numerosas peticiones de medios que han llegado en los últimos días. Protege la memoria del que fue amigo y socio en el chiringuito Kontiki. Por eso cuando se pregunta por el asunto del hachís, pide pasar de puntillas y que siga el amarcord de los años felices. “Gordon siempre ha sido un gentleman, una persona muy respetuosa con todo el mundo, muy amigo de sus amigos. Ha sido siempre una persona muy celosa, no era dado a entrevistas, ni a manifestarse en público. Siempre ha sido una persona muy discreta”, dice.
Reservado y agradecido
Una excepción fue la película Cockoo Heights, un spaghetti western producido por el alemán Charlie Braun, en el que uno de los protagonistas era Goody, que sale en las fotos con el pelo largo, el sombrero de cowboy del que se escapan mechones de pelo rubio. Muchos de los que comparten en esta tarde de febrero la mesa del Angie's aparecen en la película.
“Era un hombre muy suyo, muy reservado cuando le conocí yo”, cuenta el fotógrafo Rod Westwood, que hace tres años decidió hacer una exposición con los retratos de todos los personajes y los protagonistas de los años dorados de Mojácar: “Gordon accedió porque se lo pidió una amiga común. No vino al estreno, vino solo después de un tiempo. Y luego cuando le hice llegar la foto me llamó para agradecérmelo y para disculparse si había tardado tanto tiempo en hacerlo”. El mismo Westwood, que trabajó para las revistas de moda de renombre de la época, forma parte de la historia de aquellos años donde el glamour y los hippies se mezclaban en estos lares. Lleva ahora 15 en Mojácar pero antes vivió en Madrid y en Ibiza. “Era una época muy hippie. Entonces los tres puntos espirituales eran Marbella, Ibiza y Mojácar”.
Weestwood no conocía mucho a Goody, pero cree que vino aquí porque buscaba una vida tranquila. “Mojácar era el quinto coño del mundo, era la época en la que se decía que Europa acababa en los Pirineos y luego estaba África”, argumenta.
“Mojácar hoy en día es su pueblo de Almería. Pero en aquellos tiempos Almería era un lugar cerca de Mojácar. Tenía mucha fama en Londres porque era un sitio atractivo, misterioso, bohemio. Eran los tiempos de las películas western, un tiempo de pistoleros, vaqueros, atracadores de trenes, de putas, de borrachos, de gente rara, cada uno con su magia y su maravilla. Ahora ha cambiado: es un pueblo como muchos otros, un pueblo aburguesado. Gordon fue uno de este mundo de gente curiosa. Nunca hemos tenido miedo de él ni lo hemos tratado de forma distinta por ser famoso, lo hemos aceptado como una de las personas raras que existían aquí”, dice Lenox.
El británico, que durante 15 años dirigió The entertainer, la primera publicación en inglés para los vecinos anglófonos de la costa almeriense, cuenta que Gordon le explicó así por qué no quería dar entrevistas. Cuando llegó a Almería fue a pedir el permiso de residencia y de trabajo, con las montañas de papeles y sellos que se exigían entonces. Y habló con el jefe de Policía, un tal Robles, quien le dijo que podía vivir aquí y abrir el chiringuito pero que no podía dar entrevistas a nadie”. Y el pacto duró durante décadas. Finalmente en 2014 salieron un libro y un documental sobre su vida en los que él participó.
El retiro de los últimos años
Juan, junto a su mujer Bea, formó parte del círculo más íntimo de Goody. Él fue a recoger a la única hija de ésta, Lindsey, que vive en Reino Unido y se desplazó hasta Mojácar para el entierro de su padre. Es hija de su primera mujer y venía a visitar a Goody a menudo.
Los amigos piden que no se moleste a la que fue su pareja durante los últimos 28 años, María Antonia, una madrileña a la que Goody conoció en Mojácar. “Pasara lo que pasara siempre estaban juntos. Había entre ellos una diferencia de 35 años de edad. Ella ha entregado su vida y su juventud a Gordon. Y él siempre fue muy respetuoso”. María Antonia y Goody, que desde hace tiempo sufría de un enfisema pulmonar, vivieron en los últimos años en un cortijo en Vera, a unos kilómetros de Mojácar. Una casa aislada, lejos de la movida de los años dorados de Mojácar, con frutales y muchos perros.
“Era muy amante de los animales. Lo que encontraba se lo llevaba a casa. Me contaba que en la cárcel tenía un pájaro que era su vínculo con la libertad”, comenta Carmen Fau, otra amiga y autora del comunicado que publicó el Ayuntamiento el día de la muerte de Goody.
De un pájaro habla el poema que acompaña la tarjeta de recuerdo que se distribuyó en el día del entierro. Es un poema que el mismo Goody había escrito en 1972 cuando aún estaba en la cárcel. Los últimos versos dicen: “So why, with freedom as your choice, did you come here to die?”. "¿Por qué, pudiendo elegir la libertad, llegaste aquí para morir?".
*** Imagen de apertura: retrato de Goody en blanco y negro realizado por Rod Westwood.