A punto de dar las cinco la tarde, Verónica, Jaime y Saray, los tres profesores españoles del Centro Hispano-Palestino (CHP), de Ramala (Cisjordania) ya están preparados para impartir sus clases. De las decenas de alumnos que tiene la escuela es probable que esta tarde acudan sólo unos pocos. "Cuando llueve y hace frío en Ramala se paraliza todo. Veremos cuántos alumnos vienen esta tarde", explica Verónica Larraz, docente y una de las responsables del centro.
Hay temporal de viento y lluvia en Palestina. La luz se va y Verónica, nacida en Zaragoza, baja a la calle para averiguar si el corte de electricidad afecta sólo al edificio del centro o también al barrio. "No saben cuándo volverá así que intentaremos dar la clase con las linternas de los móviles", explica con naturalidad, habituada al imprevisto.
Ahmed y Fajri Taha, primos de 22 y 27 años respectivamente, esperan sentados en el vestíbulo, aún visible por la última luz de la tarde. "Es que la vida en Palestina es dura", dice Ahmed, estudiante de Administración de Empresas. Lo dice en español, idioma que estudia desde hace 4 años. "Me encanta España, sobre todo Barcelona. He estado allí tres veces. ¡Incluso corrí la maratón!", comenta orgulloso. Además de estudiante, Ahmed se define como corredor de larga distancia. "Aquí no puedo entrenar. Cada vez que lo intento me cruzo con un puesto fronterizo o me para el ejército israelí", dice mientras su primo, sentado al lado, asiente.
"Aquí no tenemos libertad de movimientos", explica Fajri. Pasan unos segundos y aparecen por la puerta varios alumnos más. Continúa: "En Ramala, si queremos ir a Haifa a ver a nuestros abuelos (a unos 150 kilómetros en suelo israelí), es un lío de papeles. En España te puedes ir al Atlántico con un billete de tren", dice de nuevo en castellano Fajri habla con soltura tres idiomas (árabe, español, inglés) y actualmente estudia francés y portugués en casa. "Para mí estudiar es parte del tiempo libre. Prefiero hacer esto antes que perder el tiempo en tonterías", añade.
Por las tardes es el profesor de árabe para hispanohablantes de la escuela después de asistir durante más de un lustro a clases de español. Durante el día, Fajri además trabaja como asesor legal en el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), pero él ya piensa en completar su formación con un Doctorado en Derecho Internacional Humanitario en Barcelona. "Me interesa la política internacional en América Latina y en Barcelona podría estudiar lo que me interesa", añade.
El catalán como valor añadido
Además del interés por España, donde la gente "es muy amable y muy tranquila", los Taha comparten un objetivo: aprender cuanto antes catalán para poder estudiar y trabajar en Cataluña. "Creo que es una ventaja muy grande. Hay muchos árabes que hablan inglés o francés, pero nadie aquí está aprendiendo catalán. Es una estrategia de diferenciación", explica Ahmed. Y en su explicación usa términos que ha aprendido durante sus años de estudios empresariales en la Universidad de Birzeit (cerca de Ramala), la de mayor prestigio de Palestina y con varios convenios de colaboración con centros universitarios catalanes.
De hecho, ambos primos le plantearon a los responsables del centro la posibilidad de estudiar la lengua catalana aprovechando que una de sus profesoras de español, Sarai Matillas, de 26 años, es de Barcelona. "La combinación árabe-catalán es muy potente", explica la catalana en el vestíbulo poco antes de comenzar su clase con los alumnos que han ido llegando. "El hecho de que haya menos hablantes árabes de catalán favorece que haya más trabajo para ellos en editoriales, hospitales o juzgados", señala.
Saray cree que Barcelona es una ciudad cosmopolita, que ofrece a los jóvenes palestinos más salidas profesionales que otras ciudades españolas. "Por ejemplo este año ha crecido la demanda de un Máster europeo de la Universidad Autónoma de Barcelona que se estudia en catalán y que tiene un convenio con la Universidad de Birzeit pero también con la de Montpellier (Francia) o Venecia (Italia)", explica. "Así los estudiantes palestinos completan sus estudios en Europa y hacen prácticas en otros países mediterráneos como Argelia, Túnez o Marruecos donde hay muchas empresas", apunta.
Según la barcelonesa, tampoco pasa desapercibido para los alumnos de Ramala lo atractivo de una ciudad como Barcelona. "La cultura, la playa, la montaña, la fiesta…¡qué voy a decir yo que soy de allí!", exclama. Poco después Saray llama a los estudiantes para entrar en el aula. Aún no ha vuelto la electricidad, así que los alumnos preparan en sus mesas las linternas de los móviles. Será la única luz de la que dispongan durante las dos horas de clase.
Fiestas para financiarse
Fuera, en la mesa de la entrada, Verónica ordena sus papeles. Es el alma mater de este centro al que llegó en 2011, pero que había iniciado su andadura en 2008 gracias a una subvención de la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (AECID). La ayuda se mantuvo en dos convocatorias distintas durante más de 3 años. "Luego llegó la crisis y se acabaron los fondos", explica. Verónica es historiadora del arte y con 16 años ya daba clases de español para extranjeros durante un voluntariado en Cruz Roja Española.
A pesar de los recortes, Verónica y sus compañeros filólogos decidieron continuar. "En 2012 teníamos 80 alumnos y no queríamos perderles. Decidimos sacar el centro adelante como fuera", explica la joven. Para ello, se trasladaron a un local cedido durante unos meses por una asociación cristiana de Ramala, pero al cabo del tiempo no consiguieron los fondos necesarios para pagar el alquiler y tuvieron que mudarse a las afueras. "Estaba lejos y los estudiantes tenían muchos problemas para desplazarse. Decidimos entonces hacer una campaña de micro-mecenazgo en Internet y ver qué pasaba", señala.
Y lo que pasó fue que, con el dinero obtenido a través de esta iniciativa, junto con los ingresos generados en el Festival Español anual de Ramala -una jornada de actividades y música muy popular en la ciudad-, Verónica y sus compañeros pudieron regresar a una zona mejor comunicada. Así garantizaron la apertura del Centro Hispano-Palestino al menos durante dos años y medio más, incluidos los sueldos de los cuatro profesores: entre 350 y 550 euros al mes, cantidad que intentan compensar con traducciones o consultorías esporádicas.
Fue un respiro tras un esfuerzo titánico que dejó boquiabiertos a los homólogos franceses, alemanes o británicos de Verónica y sus colegas en Ramala. A diferencia de los españoles, ellos sí cuentan con un centro educativo oficial en la ciudad (solo hay un Instituto Cervantes en Tel Aviv) y con la suficiente financiación pública por parte de sus respectivos gobiernos.
Ayuda desde América Latina
Hoy en el Centro sólo reciben una ayuda económica anual del Consulado de Argentina, que aporta unos 4.500 euros para un programa de Lengua. La representación de México en Ramala contribuye con la cesión de libros y la de Chile brindando contactos. ¨El Consulado español nos ha ayudado dos años con los gastos del Festival o gestionándonos los visados¨, explica Verónica.
Eduardo Narbona, cónsul adjunto en Jerusalén, explica que desde el Consulado tienen prevista una visita a Ramala "muy en breve". "Perseguimos con ello conocer de cerca las capacidades y también grandes carencias que tiene el centro para así poder buscar con convicción y corazón medios con los que asegurar el debido impulso", explica Narbona. El cónsul adjunto afirma, además, sentir admiración por el equipo de Larraz. "En condiciones muy precarias, tanto material como económicamente, ha demostrado una fe incluso heroica para que en una coyuntura financiera complicada no deje de transmitirse la lengua y cultura española en Palestina".
De momento, los responsables del Centro Hispano-Palestino continuarán con la enseñanza del español como hasta ahora, dándole un nuevo impulso a las recién inauguradas clases de catalán. "A medio plazo nos planteamos quizá solicitar alguna ayuda a la Generalitat o a algún ayuntamiento de Cataluña. Lo que tenemos que ver es cómo hacerlo", cuenta Verónica.
Asimismo, ella y su joven equipo ya piensan en editar un manual que recoja, no solo en fotocopias, el método pedagógico propio que han desarrollado en los últimos años (independiente al que pueda utilizar el Instituto Cervantes) y que, aseguran, es muy eficaz para el aprendizaje del español por arabohablantes.
Estos abnegados profesores igualmente tienen claro que quieren mantener su independencia respecto de ofertas que hayan podido recibir para vincularse con empresas privadas de enseñanza. "Para nosotros la educación no puede ser un negocio, no lo vemos como algo rentable, no puede serlo", apostilla Larraz. "Nuestro objetivo es mantener precios asequibles, populares para nuestros alumnos. Aquí somos todos como una familia", concluye la aragonesa.
Fuera ya es de noche, el cielo ruge y llueve con fuerza. El termómetro ha descendido unos grados que se notan, cortantes, en el interior de las clases. En penumbra, las linternas de los alumnos se van apagando. Apenas queda ya batería en sus móviles.