Arropada por los focos y los aplausos de las mejores salas de fiestas, Sticky Vicky se desnudó varias veces al día durante tres décadas y construyó su reputación en torno a un espectáculo único de magia. De su vagina salían banderolas, huevos, pañuelos, salchichas o cuchillas de afeitar.
"Nadie sabía cómo podía ocurrir aquello a tan sólo unos metros. ¡Nunca supimos cuál era el truco!", dice uno de los admiradores que crecieron fascinados por una artista que se convirtió en una leyenda de la noche de Benidorm.
Esta semana Sticky Vicky anunció que dejaba los escenarios. Le quedaban unas semanas para cumplir 73 años. Su página de Facebook se llenó de mensajes de agradecimiento y los tabloides británicos la despidieron como una leyenda.
"Lo que yo hago no es sencillo", me dice la artista este viernes por la tarde mientras pide un café en la playa de Levante de Benidorm. Ha llegado unos minutos antes en un coche rojo con su hija María, una joven morena y delgada que la ha acompañado a menudo sobre el escenario y que ha aprendido de su madre los secretos de la magia vaginal.
Sticky Vicky aún cojea por una operación de cadera y menciona a menudo su edad. Pero no tanto como el motivo por el que no se ha jubilado hasta hace unos días: la presencia en la ciudad de una impostora que se empeña en suplantar su identidad.
Todo empezó hace unos años cuando se le acercó una mujer argentina que acababa de llegar a Benidorm. Se llamaba María Rosa Pereira y se metía en su camerino mientras Vicky se preparaba para la función.
"Un día sin decirme nada inscribió mi nombre artístico en el Registro Mercantil y empezó a anunciarse por ahí como mi verdadera hija", recuerda la artista. "Aquello me ofendió y la llevé a los tribunales. Tres jueces han fallado a mi favor y ahora voy a volver a denunciarla porque se hace llamar Sticky Star".
Esta batalla judicial puede parecer irrelevante pero es esencial para comprender el carácter de Sticky Vicky y su cuidadosa ambigüedad. No le gusta que confundan su espectáculo con un strip-tease y critica el porno chabacano que desde hace unos años ve a su alrededor.
"Para hacer lo que yo hago debes tener mucha delicadeza", explica sobre el número que la hizo célebre. "Es importante ser delicada para que al público no le duela verlo, sobre todo a las mujeres. Una no lo puede hacer en plan ordinario. Hay que darle un toque de elegancia".
Vicky y su hija María se encienden al hablar de Sticky Star y critican su espectáculo como un engendro de mal gusto con una fuerte carga sexual.
"Desde hace unos años hace culturismo y parece un monstruo", dice María. "Es más alta que muchos hombres y está operada de todo", apostilla su madre. "Hay un número que yo hacía con unos pañuelos y que he suprimido al enterarme de que ella se los sacaba de ahí y se los ponía en la boca a un espectador. Eso es algo muy feo. Eso no se hace".
Sticky Vicky no quiere que la confundan con la mujer que le robó un par de trucos y que todavía hoy la suplanta con un espectáculo en el que a veces le baja los pantalones a uno de los espectadores y le hace una felación. Y no sólo porque Vicky es una artista. También porque la impostora nunca pudo robarle los trucos más difíciles: la bombilla que se le enciende dentro de la vulva, las cuchillas de afeitar que salen de su boca o la forma en que abre un botellín con los genitales.
"Son cosas que me han costado mucho", recuerda. "Durante estos años, me he cortado varias veces en los labios y tuve que ir dos veces al hospital porque se me había roto una botella ahí abajo. El médico me preguntaba y no sabía qué decirle. ¡Me daba vergüenza!".
En el foso del Liceo
Victoria María Aragüés Gadea nació en Santa Cruz de Tenerife el 15 de abril de 1943. Su padre era un militar que abandonó a la familia cuando Victoria apenas tenía siete años. Su madre se vio obligada a mudarse a Barcelona, donde interpretó varios papeles como soprano en el Gran Teatro del Liceo. Allí tocaba la trompeta el abuelo de Vicky, que durante un tiempo también ejerció como militar.
"Mi madre, mi hermana y yo vivíamos en el barrio de Gracia y yo daba clases de ballet en la academia del Liceo", dice Vicky. "Recuerdo que hacía los deberes en el foso de la orquesta y que llegué a salir como figurante en alguna función de Aída. Te pintaban la piel de negro y te tirabas ahí una hora con una bandeja mientras terminaban los cantantes".
La familia de la madre de Vicky vivía en Alcoy y tenía un negocio próspero de turrones y peladillas. Pero el contacto se perdió y se quedaron las tres a vivir en Barcelona, donde todos los estímulos empujaban en la misma dirección.
Vicky empezó a frecuentar los teatros de variedades del Paralelo y siguió fascinada el éxito de la orquesta de su tío, donde triunfaban dos hermanas mulatas que cantaban cumbias, son y cha-cha-cha.
"Mi hermana menor era contorsionista y yo era bailarina de ballet clásico", recuerda Vicky. "Un día montamos un espectáculo y actuamos en Barcelona y en algún otro sitio. Tampoco éramos grandes cantantes. Pero parecíamos gemelas y aquello quedaba bien".
Fue entonces cuando un empresario le puso el nombre artístico de Vicky Leyton y cuando se convirtió en directora artística de El Molino, uno de los pocos teatros del Paralelo que todavía permanece abierto. "Me dieron una placa como mejor coreógrafa de Barcelona", recuerda. "Venía mucha gente de los pueblos y a veces teníamos que representar tres o cuatro funciones por noche porque la cola daba la vuelta a la calle".
Aquel mundo empezó a desmoronarse con la llegada del destape al final de la dictadura. El público quería espectáculos picantes y los empresarios empezaron a contratar a extranjeras que no ponían reparos en exhibirse desnudas sobre el escenario.
"Yo soy muy franquista", proclama Vicky sin tapujos. "Cuando murió Franco, los artistas nos fuimos a pique. Vino el desnudo y las bailarinas nos quedamos sin trabajo. Querían a chicas que hicieran porno y que alternaran con los clientes. Ese mundo no era para mí".
Fue la presión de esa reconversión industrial la que empujó a Vicky a explorar otras posibilidades. Un amigo prestidigitador le sugirió que podía hacer un número de magia sacando objetos inverosímiles de su vagina. "¡Uuuhh! Fue un exitazo", recuerda. "Se quedaron todos de piedra cuando empecé a sacar una banderita. En Barcelona habían visto mucho porno pero no estaban acostumbrados a ver algo así".
Vicky estrenó su espectáculo en una cadena de salas de fiestas de Barcelona. Pero poco a poco lo llevó a varias ciudades del norte de España y a teatros de variedades de Uruguay, Italia o Portugal.
La novia de Mario Lanza
"Yo soy una persona reacia los casamientos", dice Vicky al explicar por qué nunca ha contraído matrimonio ni en Barcelona ni en Italia ni en Benidorm.
Unos años antes del primer desnudo, se quedó embarazada de su primer hijo y su madre le puso un bar para que dejara el mundo del espectáculo y se centrara en su educación. Aquel paréntesis sólo duró unos meses. El tiempo que tardó en encontrarse a uno de sus jefes mientras paseaba al niño por la ciudad.
Entonces como ahora sintió la llamada de los escenarios y desoyó las voces de los hombres que quisieron conquistarla y transformarla en una ama de casa tradicional.
Ninguno estuvo más cerca que un joven al que conoció una noche durante una función. "Yo me enamoré de él porque se parecía a Mario Lanza, que era un tenor italiano muy famoso", explica con voz pizpireta. "Estuvimos dos años juntos y no hicimos nada. Mi madre me llevó un año a las Fallas de Valencia para que lo olvidara y efectivamente. Me duró una semana. Lo dejé plantado y me siento mal porque era una familia tan buena… Es algo que aún me duele pero él quería que yo dejara de trabajar y eso no. Me lo decía mi madre: ‘Hija, no te puedes casar, que tú no vales para eso’".
Vicky tuvo un hijo y una hija de dos hombres distintos. El padre de su hijo es un mafioso siciliano que se llamaba Salvatore y del que ella huyó porque tenía miedo de que le quitara el niño. La identidad del padre de María no está tan clara. "Mi hermano dice que era andaluz y mi madre, que era holandés", dice sonriente la joven. “Mi madre no entiende el amor romántico. Busca hombres que le hagan los recados y que la ayuden en cosas útiles. Ella nunca ha tenido que depender de nadie y antes eso no era lo habitual”.
A Vicky nunca le faltaron pretendientes. Estuvo con un inspector de policía y con un acróbata alemán. "Con el alemán estuve muchos años hasta que yo vi que la cosa iba muy mal. Le dije: ‘Vete a Alemania y no me agobies más’. Un día me dijo por teléfono que le dejara venir y le dije que no".
Admite que es una mujer fría y que no le gustan los abrazos. Pero dice que nunca ha estado con un hombre mientras estaba con otro. "Eso lo he respetado siempre", dice muy seria.
Así llegó a Benidorm
A principios de los años 80, Jimmy Brody era uno de los chicos acogidos por el arquitecto Alberto Muñiz en la Ciudad de los Muchachos de Leganés. Hoy tiene 47 años y aún recuerda el verano que pasó en un hotel de Benidorm. El edificio lo había diseñado Muñiz y sus pupilos se alojaban en las habitaciones del servicio. Brody tenía 16 años y algunas noches se escapaba a dar una vuelta por los alrededores del hotel.
Una tarde vio un cartel de una mujer desnuda con una estrella en cada pezón. Era Vicky Leyton. Aquel día iba con dos amigos y los tres se acercaron al lugar donde actuaba, una terraza acristalada que cubrían con unas cortinas opacas para que quien quisiera verla entrara y pagara su consumición.
Vicky acababa de llegar a Benidorm y Brody y sus amigos se morían por verla. Abordaron a un camarero y le ofrecieron 7.000 pesetas: unos 120 euros al cambio actual. "Nos coló y allí estaba ella", me dice Brody por teléfono. "Me llamó mucho la atención por la cara que tenía. Yo había visto algunas chicas desnudas en una sala de fiestas de Mallorca pero aquélla era una cara de artista".
Esperaban un espectáculo erótico y se encontraron con un número inclasificable. "Siempre nos hemos preguntado cómo lo hacía y nunca hemos llegado a ninguna conclusión", explica. "¿Cuál era el truco? ¿Era algo natural o el fruto de una operación quirúrgica? De allí salían un pañuelo o un collar de perlas. Era algo asombroso. Algo que no habíamos visto nunca. Uno había visto películas porno o sexo en directo pero esto era diferente. Era algo que se salía de lo normal".
Vicky había llegado a Benidorm a principios de los años 80 por consejo de su hermana, que le dijo que era el lugar ideal para reponerse de una mala racha. Llegó con la intención de descansar pero su hermana la invitó a hacer su número en un hotel. Enseguida se corrió la voz y la gente hacía cola todas las noches delante de la puerta para ver a aquella mujer.
Entonces Benidorm era una ciudad distinta. La explosión del turismo internacional estaba en marcha pero todavía había cabarets a la antigua usanza donde las parejas se sentaban a reírse con los chistes de los cómicos o a disfrutar del baile de una vedette.
Poco a poco esas salas fueron desapareciendo y Vicky se vio obligada a sobrevivir en un mundo mucho más hostil.
"Esos cabarets se convirtieron en terrazas donde tenía que bailar como en un circo romano, rodeada de borrachos que se arremolinaban de pie a mi alrededor", explica. "Todos los bares tienen personal de seguridad pero a veces no llegan a tiempo. Uno me tiró una botella con agua y le abrí la cabeza. A otro que se me acercó le corté la mano con una cuchilla. Otro me tiró una camisa y yo en pelotas le di un puñetazo. Recuerdo que ese día el DJ me puso la banda sonora de Rocky y me escondieron unos amigos policías".
Un cabaret de otro tiempo
El Zodiac Show Bar es el último reducto de ese Benidorm que Vicky añora y que ya no existe: un local oscuro con banquetas de cuero negro y mesas en torno a un escenario pequeño pero resultón.
Fuera brilla un rótulo de neón y se anuncian las funciones de un hipnotizador, varios cómicos ingleses y un imitador de Tom Jones. Dentro el reloj marca las siete y cuarto cuando empiezan a llegar los primeros empleados y el hijo del propietario, Óscar, que recibe a Vicky con una sonrisa y un abrazo muy especial.
Óscar ha abierto el local unos minutos antes para la sesión de fotos y enciende el juego de luces desde el escenario mientras la artista se prepara en un camerino minúsculo para posar. El “Zodiaco” (como ella lo llama) es su lugar favorito de la ciudad. El único que le recuerda al Benidorm que conoció en los años 80 y el único que tiene un cartel de Sticky Vicky impreso en la pared.
La imagen está tomada en las rocas que dividen las dos playas de Benidorm y retrata a Vicky desnuda dentro de una concha dorada. "Ahora las mujeres que ves por ahí son guapísimas pero veo a una y veo a todas", dice sobre las artistas actuales. "No hay ninguna que destaque sobre las demás".
A lo largo de sus tres décadas en la ciudad, Vicky ha hecho su número de magia para cientos de miles de personas y ha intervenido como estrella invitada en un capítulo de la serie británica Benidorm. Pero nunca estuvo más nerviosa que el primer día que la vio sobre el escenario su hija María, que entonces apenas tenía 13 años y sentía curiosidad por ver actuar a mamá.
"Yo no sabía cómo iba a reaccionar", dice Vicky mientras mira de reojo a María, que recuerda aquella noche como si fuera hoy.
"Yo llevaba años viendo cómo se preparaba para el espectáculo en casa", explica María. "Es un espectáculo que lleva muchas horas de preparación. No es llegar y sacarse cosas de ahí sin más. Hay que tener mucho cuidado porque todo eso sale de ahí de verdad. No tiene truco. El método o la técnica es lo que hay que preparar. Es un material muy sensible, muy pequeño y que se estropea una barbaridad. Hay que cuidarlo, limpiarlo y desinfectarlo. Yo antes de ir sabía más o menos lo que hacía. Pero aun así me asombré al verlo y ella se quedó tranquila".
El último número
Vicky hizo su última función en otoño del año pasado, unos días antes de someterse a una operación de cadera que la ha obligado a llevar muletas durante unos meses.
Su cartel aún está colgado junto a la puerta del Zodiaco pero ya no volverá a actuar. Hace unos días le diagnosticaron un tumor en el útero y este martes tiene una cita para operarse en un hospital de Benidorm. "Hemos nacido y nos tenemos que morir. ¡Pero yo no me quiero morir!", proclama sonriente unos minutos antes de posar. El diagnóstico es bueno. Su página personal está llena de mensajes de ánimo de admiradores en español y en inglés.
Uno de ellos lo escribió Jimmy Brody, aquel adolescente que sobornó al camarero para actuar a Vicky a mediados de los años 80 volvió a verla hace sólo tres años en un bar de Benidorm.
"Vi el cartel y fue como un flashback", recuerda. "Me pareció increíble que siguiera actuando después de tanto tiempo. Al verla, me sorprendió que conservara esa forma de moverse que la hacía única. Con el tiempo podía haber cambiado pero el inicio del espectáculo se asemejaba mucho al que yo había visto 30 años antes".
Tres décadas después, Vicky aún hacía cada noche cuatro funciones en cuatro sitio distintos y el DJ la presentaba como "The Legend". El fervor del público la había convertido en una leyenda.
"De niño había conocido a mucha gente en Benidorm que se había muerto o se había retirado", explica Brody. "Por eso fue muy hermoso saber que Vicky estaba viva y seguía trabajando de esa forma tan digna y tan especial".