En las calles de Singapur, 37 grados de asfixiante calor y un 96% de humedad. Dentro de la discoteca Asian Boutique, un intenso frío polar. El público contiene la respiración en torno a un escenario en el que el presentador está a punto de desvelar el veredicto. La suerte está echada en el Mundial de Karaoke. Estamos a punto de coronar al campeón.
Al pie de escenario esperan personas que vienen de 50 países. Hay ucranianos que apoyan a Rusia y también españoles: los más ruidosos, los más numerosos y los más temidos.
España ganó el Mundial en dos ediciones y su representante, Charo Giménez, acaba de dar una auténtica exhibición en la final. El presentador coge el micro y anuncia el nombre de los ganadores: “And the winner is…”
La Casa del Condón
Esa final fue el colofón a tres días maratonianos. El Mundial de Karaoke es la competición musical más bizarra del planeta y este año se ha disputado en Singapur.
El certamen tuvo lugar en la quinta planta de Orchard Plaza, unas galerías comerciales ubicadas en la calle más cara de Singapur. Al edificio se entra a través de “The House of Condom”, una tienda exclusiva de preservativos que ilustra la filosofía nacional: cualquier cosa que esté en venta puede comprarse en Singapur. Hay tiendas especializadas en cualquier artículo y cada 50 metros hay unos grandes almacenes o una superficie comercial.
Las tiendas son casi el único reclamo del país. Uno puede gastar en comida, en bebida, en joyas, en móviles y en ropa durante las 24 horas del día. “¿Qué van a hacer ustedes cuando ya lo hayan comprado todo?”, le pregunto al taxista que me recoge en el aeropuerto cuando reparo en la saturación de tiendas. “Pues renovarlo, que seguro que ya ha salido una nueva versión”, responde con sorna.
Singapur es lujo, compras e higiene. Es tal vez el país más limpio del mundo y se percibe desde que se aterriza en el aeropuerto de Changi. El nivel de limpieza de los lavabos es tal que parece que los hayan hervido.
A la salida de los servicios se puede evaluar al operario que los ha limpiado. Hay una pantalla táctil donde cualquiera puede hacerlo. Una pantalla esterilizada constantemente, según dice el cartel.
La pantalla incluye la foto de un operario asustado sobre cinco valoraciones: de muy pobre a excelente. Decido no evaluarlo porque no está excelente pero tampoco quiero joderle la vida y porque mi avión ha llegado con retraso y necesito llegar a tiempo a la inauguración del Mundial.
Viva Macao
En los aledaños del Orchard Plaza me espera la delegación española. Diez personas que por mi culpa llegan tarde a la inauguración. El jefe de todo, Karlos Hurtado, me informa antes de entrar de que no quedan acreditaciones.
Necesito entrar como sea y oigo a un tipo hablar portugués. Es Hugo Neves, el jefe de las selecciones de China y Macao. Empezamos a charlar y enseguida congeniamos. Como es el responsable de dos selecciones, le sobra una acreditación y me la presta. Así entro yo a la discoteca, haciéndome pasar por el seleccionador nacional de karaoke de Macao. Ya estoy dentro.
La discoteca del Orchard Plaza no está a la altura del lujo del país. Podría pasar por una sala de fiestas de Benidorm de los años 80. En un extremo hay un escenario coronado por una barra de “pole dance”. En torno a la sala hay varios reservados con sofás. Algunas selecciones nacionales son afortunadas y pueden acomodarse allí. Otras deben hacinarse en torno a mesas altas y duras banquetas.
Mientras la numerosa delegación española se aprieta en una suerte de taburetes frente al escenario, un miembro borracho de la selección de Myanmar duerme en solitario ocupando tres sofás.
La discoteca Asian Boutique del Orchard Plaza es un lugar anacrónico. Pero sus precios se corresponden con los de Ibiza en temporada alta. El seleccionador del equipo panameño pide que alguien le haga una foto con su cerveza de 18 dólares en vaso de plástico: “En mi país no se lo van a creer”.
Yo protesto y le exijo al camarero que si me va a cobrar 18 euros por una cerveza, me la sirva el propio presidente de la república en persona. Un indonesio me escucha, se aproxima por detrás y me recuerda que hacer ese tipo de bromas en Singapur es delito, y que por menos de eso puedo acabar en la cárcel y reventado a latigazos.
Me recuerda que Singapur es una especie de dictadura en la que no hay libertad de prensa ni de expresión, pero sí especial afición por el “castigo judicial de azote con vara”. Yo rebajo mis pretensiones y me conformo con que me sirvan la birra en un vaso de cristal. El camarero me pide un suplemento de dos dólares. Acabo cediendo al vaso de plástico.
Extrañando a papá Noel
“Este sitio es muy pequeño”, recuerda el partner español Karlos Hurtado. “El Mundial de Finlandia se disputó en un estadio de hockey hielo y todo era enorme. Teníamos que gritar para escuchar lo que nos decíamos, de lo lejos que estábamos. El escenario era mejor que el de Eurovisión. Además, cuando subían los cantantes les esperaba un Papa Noel que los sentaba en sus rodillas. Eso era un detalle".
Decir partner en un Mundial de Karaoke es como decir seleccionador nacional, jefe, empresario y organizador.
Al final el Mundial no es más que una gran feria en la que se reúnen los 40 empresarios mundiales más potentes de la industria. “No sólo he venido a ganar sino a hacer negocios”, confiesa Hurtado, que aprovecha el primer día para hacer contactos y ofrecer una máquina revolucionaria que ya ha conseguido instalar en algunos McDonalds de Albacete.
Su empresa, Karaoke Media, es la gran dominadora de esta industria en España.
El retorno de Nixon
Arranca la primera jornada del Mundial pero esa tarde no hay competición sino presentaciones y sorteo. La pareja que conduce el evento está formada por un presentador americano con cierto parecido a Richard Nixon y una cuarentona asiática. Los diálogos son prefabricados y están llenos de clichés.
Hay un momento en el que la mujer asegura que lo estamos pasando “muy bien esta noche” pero son sólo las cuatro de la tarde. Se trata de ganarse al público con chistes ensayados. Nadie los entiende y se hace un silencio incómodo al final de cada gag. Muy pocos dominan bien el inglés.
Después de las presentaciones empiezan a actuar los campeones del mundo de la anterior edición. En primer lugar lo hace la panameña Diana Villamonte, una exuberante estrella de los reality shows centroamericanos. El siguiente es el americano Anthony Montius, el campeón masculino vigente.
Ambos cosechan ovaciones. Pero nada comparado con el momento en el que aparece en escena Kenny Chit.
Al anunciar su nombre, algunos creen que va a salir el célebre saxofonista Kenny G y se desilusionan al ver salir a un niño oriental con pajarita. Otros hacen bromas con la similitud de su apellido con la palabra “shit”.
Kenny Chit nació en Macao y fue el gran derrotado de la edición anterior. Llegó a la final y se quedó a las puertas de la gloria. Pero la competición le abrió las puertas de la fama y se ha convertido aquí en una de las grandes estrellas de la canción.
Es un ídolo con pinta de niño repelente: viste con pantalón corto, traje de cuadros, pajarita y sombrero.
Acaba de grabar su primer disco en inglés y el álbum incluye una versión karaoke, que es la que se sube a interpretar. Pero como se trata de un CD y se ha rallado, la música va saltando y Kenny Chit salva la papeleta haciendo escorzos y pausas más largas de lo normal. El público aplaude a rabiar.
La otra gran estrella de la noche es un singapurense que también se quedó a las puertas de la gloria en 2014. Se trata de Sunny Jackson, que decide deleitar a los presentes con una versión de Corazón Espinado de Maná. Resulta curioso escuchar a un singapurense cantar en castellano. Su dicción no es mala pero cuando llega al estribillo canta algo parecido a “Corazón despeinado” y deja de ser creíble.
Los teloneros dan paso a los representantes de los 50 países. que suben al escenario a elegir la papeleta que determina la posición en la que cantarán al día siguiente. Así se acaba la gala y la delegación española se marcha a su hotel acompañada del seleccionador ficticio de Macao.
En el hotel no queda ninguna habitación libre y Karlos Hurtado me reserva una habitación en uno de los pocos hoteles que quedan libres en Singapur, casi en la otra punta del país.
El buen samaritano
El viernes arranca la competición. Mi hotel queda alejado del Orchard Plaza. Decido ahorrarme el taxi y emprender el camino andando. Es todo tan caro en Singapur…
El problema es mi sentido de la orientación. De haber seguido caminando en línea recta, habría acabado en Corea del Norte. Perdido por completo y sudando por el calor extremo, acabo preguntando a un peatón.
Se trata de un estudiante llamado Hai Yang, que reorienta mi camino y me acompaña durante tres kilómetros caminando hasta Orchard Street. Me dice que le irá bien para hacer deporte y rehúsa recibir ninguna compensación.
Al llegar a un semáforo en rojo, Hai Yang me pregunta si me atrevo a hacer “jaywalking”. Yo no tengo la más remota idea de lo que es eso. Pero el día anterior me habían amenazado con inflarme a latigazos y el concepto “atreverse” provoca en mí un pánico casi irracional.
Le digo que no me atrevo, sea lo que sea.
Hai Yang me explica que no es nada más que cruzar la calle con el semáforo en rojo. Al ver que es algo inofensivo, me vengo arriba y empiezo a cruzar alegremente. Hai Yang me para de un golpe en el pecho: hay multitud de cámaras por las calles para evitar que la gente cruce cuando no debe. Singapur es el país de las prohibiciones y ese simple gesto puede suponerte una multa de mil dólares. Lo mismo que escupir en la calle, tirar una colilla o lanzar un chicle al suelo. De hecho, las importaciones de chicles están prohibidas en toda la nación.
Aquí las cosas o son ilegales o son carísimas.
España marca estilo
Llego (tarde) a la discoteca Asian Boutique y el seleccionador de Macao me intercepta en la entrada y me pide que le dé la vuelta a mi acreditación al entrar.
Si algo he aprendido en estos dos días es que meterse en un follón en Singapur no es un buen plan. Obedezco, escondo mi acreditación y me meto en la discoteca escondido entre los miembros de la delegación de Kazajstán, que también llegan tarde. Entramos a la altura de la selección española y la representante femenina kazaja se enamora inmediatamente de Raúl López.
Raúl López es el road manager de la selección española: graba los vídeos, orienta a los técnicos de sonido sobre ecualizaciones, aconseja a nuestro artistas y marca estilo. El primer día llegó vestido con un traje de color rojo Ferrari. Hoy lleva un traje estampado con un montón de cartas de ajuste.
Empieza el concurso y el primer cantante en subir al escenario es el representante de Taiwán, que decide actuar vestido de motorista. Es su profesión y ha ganado más de 10 campeonatos nacionales. El gesto da la medida de la importancia que tiene el karaoke en Asia. En España sería impensable ver a Marc Márquez o Dani Pedrosa en un concurso similar.
Llega España Superstar
A España le toca cantar en el puesto número 10. Abel García Niso interpreta Getsemaní de Jesucristo Superstar. Una decisión arriesgada, teniendo en cuenta que estamos en un país donde son mayoría los budistas y los musulmanes. Sale caracterizado como Jesucristo en el huerto de los olivos e imparte un auténtico curso de interpretación.
Nuestra representante femenina, Charo Giménez, canta I surrender de Celine Dion y se convierte de inmediato en una de las favoritas. Nosotros lo observamos todo al pie de escenario en un corrillo formado por España, Panamá, Brasil, Macao y Vietnam.
Macao está en el corrillo porque ya casi me he convertido en su seleccionador de facto. Vietnam porque su diminuta representante Vo Ngoc Tam Thnanh (alias Jane) no se separa de Charo durante todo el certamen. Nos acompañan los panameños, una vietnamita, dos cantantes de Macao, su seleccionador real (Hugo Neves) y el legendario Kenny Chit. ¿Para qué más?
“No spicy”
El sábado decido espantar el jet lag entrando a comer en una especie de comedor social en los suburbios, en el barrio de Little India. Pido arroz con pollo y de guarnición me ponen una especie de pimientos y una salsa roja. Le pregunto a la camarera india si aquello pica y me dice que los pimientos no. "No spicy, no spicy".
Me meto uno en la boca y parece que el mismísimo Satanás esté inmolándose en mis encías. No puedo evitarlo y me sale un grito acompañado de un insulto. Ahí viene la camarera a ver qué pasa. "¿Qué va a pasar?".
La camarera, muy solemne, mete la mano en el bote de los pimientos, agarra cuatro, se los mete en la boca y empieza a hacerme una danza de Bollywood. Luego se pone muy seria y advierte: "Vigila porque la salsa roja sí que pica".
Esa tarde toca jornada maratoniana. Al final, el jurado nombra a los 20 semifinalistas. Los favoritos empiezan a quedar definidos y España cuenta para la victoria final.
Italia, que sólo trae representante masculino, imita sus trayectorias en los Mundiales de fútbol: empieza fatal, acaba clasificándose por los pelos y nadie duda que se meterá en la final.
Todo lo contrario le ocurre a Japón. Los vigentes campeones del mundo empiezan arrasando en la primera jornada con una canción de dibujos animados manga que todo el mundo tararea durante dos días pero luego se desinflan.
España entra en la semifinal en ambas categorías: Abel García cantando una canción de Whistesnake y Charo Giménez una de Queen.
Domingo de pasión
El domingo se disputan la semifinal y la final. Los grupos y las afinidades están más que resueltas. Los votos tienen una cierta geopolítica como los de Eurovisión. Pero aquí vota un jurado de cinco personas y el “colegueo” entre países se resuelve a gritos.
Las repúblicas que nacieron de las cenizas de la Unión Soviética se apoyan entre ellas. Resulta curioso ver a kazajos, bielorrusos y ucranianos desgañitándose al grito de “Rusia, Rusia”. Estados Unidos y Canadá parecen un solo país. Los austriacos van por libre pero se vuelven locos cada vez que les toca cantar. El alto poder adquisitvo de su país les permite beber más que al resto. A nosotros nos sigue animando incondicionalmente Vietnam, cuya delegación está formada por una sola persona. Mientras, Karlos Hurtado hace de relaciones públicas y reparte banderas de España para todo el mundo.
Para pasar a la final, Abel opta por un tema de AC-DC y Charo por Quédate conmigo. A media jornada hay un descanso y ahí el jurado decide que sólo pasa Charo. Panamá también se queda fuera. La sorpresa es Rusia, que logra meter a dos candidatas en la final femenina. Nadie sabe por qué Rusia ha podido llevar a dos candidatas y el resto de países sólo a una. Misterios de este Mundial.
Charo opta por cantar en la final I’m telling you de Jennifer Hudson y pone a la discoteca patas arriba. Pero el veredicto de los jueces es implacable: Charo queda en el tercer puesto. El segundo puesto en la categoría femenina es para las diminutas Islas Feroe.
Los ganadores los anuncia el falso Richard Nixon: en categoría masculina el vencedor es el cantante de Singapur. En categoría femenina, la vencedora es la representante de Canadá.
Después de la entrega de premios, todos los participantes suben al escenario a cantar el innecesario We are the world y cierran el Mundial. El próximo se celebrará en Vancouver en 2016.
Epílogo: la fiesta de Savio
Después del concurso nos vamos todos a la fiesta de Savio, que es el seleccionador de India y el animador oficial de cada edición. Todos los años alquila un apartamento para montar fiestas multitudinarias. El año pasado en Finlandia acabó pagando una importante fianza a causa de los destrozos.
El problema es que Singapur no es Finlandia. Aquí cada cinco minutos sube un guardia a amenazarnos con llamar a la policía si seguimos haciendo ruido. A mí se me eriza la piel sólo de pensar en la policía de Singapur y no soy el único.
Savio se pasa la fiesta pidiendo silencio: “Shhhhhhh”. Se podría decir que es la fiesta más surrealista de la historia. Corre el alcohol y la gente está ebria pero apenas hay música y la tensión es terrible. Todos hablan entre susurros.
Acabamos la fiesta en un bar cercano. En Singapur siempre hay alguien dispuesto a tenderte una mano si se trata de consumir.
Al día siguiente toca regresar a casa. Vuelvo al aeropuerto, entro en los servicios y me dirijo directamente a la pantalla de la entrada. Casi sin mirar, puntúo el estado de la limpieza con un excelente.
En un país tan rico, es lo menos que puedo hacer por la clase trabajadora. Le hago una foto al momento y en ese instante alguien me pone la mano en el hombro.
“Ya están aquí los latigazos”, pienso. Pero para mí sorpresa es el propio operario que ha aparecido de la nada y me agradece el gesto. Para mí es como ver a Rajoy: ese tío acaba de salir de un plasma. Se trata de un trabajador de etnia malaya que pasa en esos urinarios la mayor parte de su jornada.
Me voy reflexionando acerca del concepto de felicidad de Singapur: algunos de sus habitantes viven en uno de los países más ricos del mundo, pero pasan el día dentro de unos servicios públicos, limpiando inodoros y esperando la evaluación de un montón de desconocidos bajo una presión extrema. También me voy satisfecho por haber evitado los azotes de la policía, orgulloso por nuestro tercer puesto y agradecido a Macao por haberme hecho su seleccionador extraoficial.