Sulaf coge una pequeña manta amarilla y la tiende en el suelo de la carpa. En medio de la muchedumbre se las ha arreglado para encontrar un sitio para su bebé, a la que coloca en el centro envolviéndola primero con la manta que ha extendido y después con otra. La mujer acaba de amamantar a la niña, que se ha quedado dormida, ajena al ajetreo que la rodea. Se llama Bayan, tiene 20 días y Europa le ha cerrado las puertas.
Su madre rompió aguas después de la travesía entre Turquía y la isla griega de Samos. Con su marido y sus cuatro hijos de entre 18 meses y 10 años, Sulaf había huido embarazada de la ciudad siria de Idlib.
Bayan es la protagonista de una de las imágenes más emotivas de estos días en Idomeni. El fotógrafo Iker Pastor retrató hace unos días su diminuto cuerpo desnudo mientras sus padres la bañaban con una botella de agua a la entrada de la tienda de campaña donde han dormido durante días, justo al lado de la valla que separa Grecia de Macedonia. Luego se trasladaron a una carpa más grande, a dos metros del paso fronterizo. Allí, junto a decenas de personas, aguardaban este martes que la frontera volviera a abrir.
Esa pequeña de 20 días es el ejemplo más extremo del sufrimiento de miles de niños que sobreviven estos días a la intemperie en el campo de Idomeni. El 40% de los 12.000 refugiados varados en esta aldea al norte de Grecia son niños. Al contrario de lo que solía pasar al inicio de este éxodo, cuando había más hombres que viajaban solos, ahora la mayoría de los que emprenden el viaje son familias o incluso madres solas con sus hijos que quieren reunirse con esposos que llegaron a Alemania hace unos meses. El 62% de quienes se encuentran en la llamada ruta de los Balcanes son mujeres y menores. Niños tan pequeños como Bayan. La semana pasada una mujer siria dio a luz en el hospital de Kilkis, a unos 50 kilómetros de aquí.
El único documento con el que viajan estos niños nacidos a las puertas de Europa es la partida de nacimiento que le otorga el ayuntamiento en el que sus madres han dado a luz. Con este papel se les vuelve a registrar de nuevo con el apellido de uno de sus progenitores cuando la familia llega a uno de los hotspots, los centros de identificación de los migrantes. Sin pasaporte (al contrario que, por ejemplo, Estados Unidos, Grecia no otorga el pasaporte a cualquier niño nacido aquí), hasta ahora esos niños seguían su camino por la llamada ruta de los Balcanes.
Infecciones y abortos espontáneos
Para los miles que están varados en la frontera norte de Grecia, por ahora seguir no es una opción. Niños como Bayan sobreviven entre el barro dejado por la fuerte lluvia de estos días.
De las cremalleras de las pequeñas tiendas de campañas asoman escenas de lo que es la vida aquí. Una madre limpia un bebé de cuatro meses con toallitas húmedas antes de cubrir al pequeño, con las costillas marcadas, con una pequeña camiseta de algodón. Otra mujer limpia el suelo de su tienda, donde se amontonan las mantas de color gris que distribuyen las organizaciones humanitarias. A menudo, se ven mujeres en estado avanzado de embarazo.
Una de esas mujeres es la esposa de Walid, un sirio de 36 años que espera con toda su familia en una gasolinera cerca de Polycastro, un pueblo a unos 25 kilómetros de Idomeni. Allí se encuentra otro pequeño campo informal en el que viven decenas de familias en tiendas montadas por MSF y Acnur.
Walid es profesor de ciencia y hasta hace un mes vivía con su familia en una casa de dos pisos que fue destruida por los bombardeos de la aviación rusa sobre Alepo. Su mujer está embarazada de seis meses y viaja con otros dos hijos de cuatro y seis años. Llegaron aquí hace dos días una semana después de alcanzar la isla griega de Lesbos. El hombre acaba de pagar para tener acceso a la única ducha de la gasolinera. Los dueños cobran dos euros por persona y por 15 minutos. Son las diez de la mañana y les han dado turno para dentro de ocho horas.
En Idomeni varias refugiadas han sufrido abortos espontáneos. A las mujeres las han tratado en la clínica que Médicos sin Fronteras ha abierto en el campo. “El estrés, el largo viaje, las condiciones de la estancia aquí o la malnutrición hacen que se den estos casos”, explica Gemma Gillie, portavoz de la organización. No son casos aislados. Tampoco lo son los de los niños que han tenido que ser ingresados por infecciones pulmonares y gástricas en Salónica o en el hospital de Kilkis, que ya no da abasto.
“Los recién nacidos están paradójicamente más protegidos ante estos riesgos que los niños mayores de seis meses, que ya se mueven, toquetean alrededor y luego se meten las manos a la boca”, comenta Jan van't Land, vicejefe de la misión de MSF en Grecia.
La lecha materna como salvación
Aquí en Idomeni los únicos servicios son las hileras de baños químicos malolientes que se levantan junto a decenas de tiendas de campaña. Hay unas pocas tomas de agua fría al aire libre donde se turnan las mujeres para llenar botellas y lavar la ropa.
En estas condiciones, una de las razones por las que los más pequeños pueden estar más protegidos es la alimentación con leche materna. “Los bebés que no son amamantados son más vulnerables en general. Pero en situaciones de emergencia el riesgo de muerte en bebés de menos de dos meses aumenta de seis veces si no toman leche materna”, dice Roisin Dineen, nutricionista de Save The Children en la frontera norte de Grecia.
La organización ha creado una zona reservada en la carpa que comparte con otras ONG donde las madres pueden dar el pecho con un mínimo de tranquilidad. Incluso amamantar es un reto aquí. “Si la mujer no está en un lugar seguro, privado y limpio, es más difícil que siga amamantando”, explica Dineen. Encontrar un espacio resguardado no es el único problema. El otro, mayor, es que muchas mujeres no llevan una alimentación adecuada.
Fatima acuna a su niña después de darle el pecho en la carpa de la ONG. La pequeña se llama Sara y tiene dos meses. Llevan en el campo 10 días y la mujer dice que ya no tienen tanta leche como antes. Intenta alimentarse como puede. Le dieron hace dos días un cartón de leche de vaca y se lo ha tomado para ver si conseguía aumentar la producción. Si se le acaba del todo, no sabe qué hará. “Para estas madres es muy difícil. Comiendo tres bocadillos al día y sin beber suficiente agua es complicado mantener la lactancia”, comenta Van't Land, de MSF.
Imad Aoun, portavoz de Save The Children en Idomeni, conoció a Fatima y a su bebé en Lesbos y se la volvió a encontrar aquí. Al cruzarnos con ella a pocos metros de la valla, explica que está buscando a un médico que pudiera atender a la pequeña, que tiene un resfriado. Pero las unidades móviles están desbordadas y antes de ponerse a la cola acude a la carpa de la ONG.
Allí una mujer que trabaja para la organización griega Arsis coge en brazos al bebé para cambiarle el pañal. Una tras otra quita las capas de ropa con la que la madre ha intentado abrigar a la pequeña contra en frío y la humedad del campo. Una manta, un pelele, luego otro y por fin unas medias de lana. Cuando le quita el pañal, queda al descubierto la piel, casi morada por la inflamación. La mujer le echa una pomada y la pequeña rompe a gritar por la quemazón.
La madre intenta calmar a la niña y agradece los cuidados de la ONG. Ella sigue con la misma ropa desde hace diez días. Tampoco tiene muda para sus otros cuatro hijos, tres niñas y un varón. Entre la penúltima y la recién nacida hay 12 años de diferencia. “Por eso todos estamos muy encima de ella”, explica.
Los riesgos de salud mental
La carpa de Save The Children es quizá el único lugar reservado a los niños en este campo. Aquí pueden jugar y dibujar en pequeñas mesitas de colores. Algunos días a las ocho de tarde también se organizan proyecciones de películas infantiles.
Los dibujos cuelgan del techo de la tienda. Imad Aoun muestra algunos de los folios pintados por los dos lados. “No tenemos suficiente papel. Aquí hay escasez de todo y hace falta de todo”, reconoce. En uno de los dibujos un niño ha pintado con un rotulador azul un avión del que cae una bomba y un hombre armado con un fusil. Al infierno de Idomeni muchos llegan después de haber vivido la guerra en su país.
La frustración que genera encontrarse en estas condiciones cuando creían de haber llegado a un lugar seguro es uno de los motivos que más preocupan a los miembros de las organizaciones humanitarias. “Queremos trabajar también en la salud mental aunque es difícil en esta situación”, dice el vicejefe de misión de MSF en Grecia mientras observa la larga cola que se va formando para el reparto de comida en el campo. Los más vulnerables son los menores entre los 10 y los 16 años: “Los más pequeños aún pueden no darse cuenta. Pero quienes están en esta franja de edad ya saben que esto que están viviendo no es normal y que no va a ser algo temporal. Además ven a sus padres preocupados, llorando”.
Por los caminos embarrados de esta explanada uno se cruza a menudo con mujeres que esconden la cara en su pañuelo y se secan las lágrimas mientras vigilan a unos niños que corretean, algunos con los pies descalzos, en torno a las pequeñas hogueras montadas al lado de las tiendas de campaña. Los pequeños respiran el humo de lo que se quema: leña, plástico o incluso ropa si no hay nada más.
Unos niños se las ingenian para transportar los trozos de madera hasta su iglú: cogen una manta, cargan la leña encima y la arrastran. Otros cargan bolsas de fruta tras el reparto de comida de un grupo de voluntarios o cuidan de sus hermanos más pequeños.
La niñez también es una condición suspendida aquí en Idomeni salvo por algunos episodios excepcionales como el que se vivió el pasado martes cuando a media tarde un grupo de tres payasos irrumpió en el campo. Una cola de niños se formó de inmediato para seguirlos mientras avanzaban por los caminos llenos de barro del campo. Ya en la explanada y sobre un prado de hierba, se formó un círculo y los tres payasos empezaron un espectáculo que hizo estallar las risotadas de los pequeños. Abraham Pavón, de Rivas Vaciamadrid, Iván Prado e Isaac Rodríguez, alias Peter Punk, ambos gallegos, se alternaron para gastar broma y hacer malabares. Eran tres artistas de la asociación Pallasos en rebeldía que habían llegado a Idomeni desde España para regalar un momento de alegría en medio de la desesperación profunda de este lugar.