Hassam Zalan sólo habla kurdo y árabe, pero asiente muy serio cuando se dirigen a él en español. Como si presintiese lo que le están preguntando. A veces incluso acierta al responder. Es una cuestión de probabilidad: la mayoría de los que charlan con Hassam Zalam quieren saber más sobre la guerra siria. De lo que ocurre allí y de cómo llegó hasta Melilla desde Kobane, la ciudad kurda destruida por el Estado Islámico.
Zalan, que era peluquero en su barrio, explica que tuvo que huir porque en su ciudad sólo quedan combatientes. Cualquiera que esté en Kobane es considerado objetivo militar. Apenas queda un edificio en pie.
El sirio cruzó la frontera y se instaló en un campo de refugiados de Turquía. De allí se fue a Ankara y voló a Argel, desde donde cruzó a Marruecos para después entrar en Melilla. En ese largo camino le ayudaron los facilitadores.
Facilitadores es el nombre con el que se conoce en Marruecos a las organizaciones de contrabandistas que transportan a refugiados e inmigrantes y los introducen por la frontera. Por momentos funcionan como agencias de viajes: cobran tarifas estipuladas, establecen la ruta y se encargan de los sobornos fronterizos, el alojamiento y la manutención.
En el caso de Marruecos, el recorrido consiste en atravesar la frontera desde Argelia y después entrar en Melilla.
La mayoría de clientes de los facilitadores en los últimos años han sido sirios que volaban desde Turquía hasta Argelia, país que hasta enero de 2015 no pedía visado a los sirios. Así llegó a Melilla Abu Mustapha, el nombre ficticio de este joven de 23 años que tuvo que salir de Alepo cuando el Estado Islámico logró el control de su barrio. "El momento concreto en el que decidí irme fue cuando a mi vecino le pegaron 70 latigazos en público porque le escucharon decir Daesh”. Daesh, que no significa otra cosa que Estado Islámico según sus iniciales en árabe, tiene en ese idioma una fonética despectiva susceptible de ser castigada a golpe de látigo.
Abu Mustapha no sólo pagó aquel billete de avión a Argelia. Abonó también 230 dólares a los facilitadores para cruzar la frontera argelina-marroquí: 1.559 kilómetros sellados y sin un solo paso fronterizo. La zona más concurrida cuenta además con una valla de 140 kilómetros.
Una vez en Marruecos, unos chavales asaltaron a golpe de navaja a Abu y le robaron 2.000 dólares. Todo lo que llevaba encima. "Les sigue pasando aquí", cuenta en una cafetería de Melilla Teresa Vázquez, abogada del Centro Español de Ayuda al Refugiado (CEAR). "Las bandas de Melilla saben que los sirios vienen con todos sus ahorros y que no tienen dónde dejarlos, de modo que los llevan encima. Los tienen fritos. Los atracos y agresiones son constantes. Los sirios no suelen ir nunca solos por Melilla, van en grupos y nunca salen por la noche. Tienen pánico".
Durante 2015 la entrada en Melilla fue masiva. Accedían a la ciudad unos 50 refugiados al día y la mayoría de ellos no querían pedir asilo. Creían que hacerlo les bloquearía el paso en dirección a Alemania, que era su destino final.
El asunto llegó a bordear el colapso en la ciudad: en enero de 2015 el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) albergaba a 2.300 personas cuando su capacidad es de 480.
La cosa ha cambiado mucho en apenas un año. A día de hoy el CETI alberga a 530 personas y apenas hay unas 50 entradas a la semana. Es la cifra más baja desde 2001.
Los saltos de valla de subsaharianos también se han desplomado. En 2014 se registraron 2.410 mientras que en 2015 esta cifra se redujo a 751. En lo que llevamos de año, y aunque todavía no hay datos oficiales, apenas se han producido saltos. Los pocos subsaharianos que entraron lo hicieron ocultos en vehículos.
Por primera vez en muchos años, Melilla vive un pequeño respiro.
El bebé es más caro
El porqué de este descenso de entradas se remonta a enero del año pasado, cuando Argelia empezó a exigir visado a los sirios que quisieran entrar en el país. Se truncó así una de las rutas de refugiados a Europa y la travesía a Lesbos se convirtió en el camino predilecto de quienes huían de la Guerra Civil.
Casi todos los sirios que entraron en Melilla durante 2015 son personas que llegaron a Argelia uno o dos años atrás y que llevan meses viviendo allí o en Marruecos.
Organizaciones como CEAR estiman que todavía quedan unos 3.000 sirios esperando para poder entrar en Melilla. Pero la mayoría están arruinados después de meses en hoteles a la espera de ser introducidos por los facilitadores pagando adelantos y gastando el resto de ahorros en comida y ropa para los críos. "Los despluman", cuenta una trabajadora social. "No tienen dinero para acceder a Melilla y es difícil saber qué va a ser de ellos".
Los facilitadores han exprimido hasta tal punto a los sirios que están en Argelia y Marruecos que las entradas en Melilla se han convertido en un lujo inaccesible. "Están empezando a rebajar un poco las tarifas porque los sirios no pueden pagar", explica un trabajador del CETI de Melilla. “Les piden unos 300 o 400 euros a los adultos, pero lo que están haciendo es pedir muchísimo por los bebés. Saben que a ellos no los van a dejar atrás”.
Los facilitadores no tienen escrúpulos: en los últimos meses exigen hasta 1.700 euros por meter a un bebé en Melilla. Para los demás miembros de la familia la tarifa es mucho menor. Algunos sirios han llegado a enviar a los bebés solos porque no tienen dinero para los demás.
Por qué pagan
Mohamed hace cola para acceder a la comisaría de Melilla y regular su situación como refugiado. Está con su mujer, con sus dos hijos y con su hermano. Entre los cinco pagaron 4.000 euros por entrar. Mohamed no tenía ese dinero, de modo que cuando ya estaba a las puertas de la ciudad, tuvo que regresar a Turquía y trabajar unos meses para lograrlo.
La pregunta es: ¿cómo puede ser que los sirios tengan que pagar para entrar en Melilla si España dispone de una oficina de asilo en la frontera? Porque esa oficina está en suelo español y los policías marroquíes no dejan pasar a los sirios a no ser que reciban la correspondiente mordida. Cuanto menos dinero les queda a los refugiados estafados por los facilitadores, menos entradas se registran.
En cuanto a los saltos, la reducción se debe a la inclusión de un anexo en la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza. Esta reforma legaliza algo que se llevaba haciendo desde hace años en Melilla: no se considera que un inmigrante está en suelo español hasta que atraviesa el cordón policial. Es decir, aunque un subsahariano logre saltar la valla, si no supera la barrera de agentes puede ser expulsado sin otro trámite. Es lo que se conoce como devoluciones en caliente.
Los jóvenes llegados desde Mali, Nigeria, Gambia o Burkina Faso prefieren intentar colarse escondidos en coches o camiones. La valla de Melilla se ha hecho inexpugnable para ellos.
Un guardia civil que pide no revelar su nombre explica a pie de valla su punto de vista. "Es lógico que no se considere que están en España mientras no nos rebasen a nosotros. Si no fuera así, ¿para qué estamos nosotros aquí?". La valla, con sensores de movimiento, cámaras de vigilancia y nueve metros de altura, se yergue sobre el agente, que continúa: "A los guardias civiles nos han hecho quedar como los malos pero hacemos nuestro trabajo. ¿Que hay ovejas negras y agentes que se han pasado? Pues sí pero como en todas partes".
Después reflexiona y baja la voz: "Ha habido días en que he estado con chavales que llevaban horas subidos a la valla intentando entrar. Tienen las manos ensangrentadas y al otro lado está la policía marroquí, que les da de lo lindo. Te dicen: 'Por favor, jefe, déjeme pasar, déjeme entrar, por favor'. ¿Cómo te crees que regreso a casa esos días? Pues destrozado, pero no puedo dejarles pasar”.
"Sólo se habla de lo negativo"
Al descenso de entradas en Melilla se ha unido el elevado número de salidas. Por primera vez la ciudad ve cómo la gestión de la llegada de refugiados funciona. "Es curioso cómo se habla de Melilla y los refugiados cuando las cosas van mal, cuando el CETI estaba desbordado. Ahora que se está haciendo un buen trabajo, nadie dice nada". Quien se queja es una trabajadora social que lleva meses en Melilla: "Lo que está ocurriendo en el CETI es histórico. Parece otro. Todo está limpio, la gente está relajada y podemos reunir a familias que antes tenían que estar separadas".
Cuentan en el CETI que no veían algo así desde que se inauguró el centro. "Hay niños jugando en los espacios comunes y lugares para el ocio. El otro día hasta estuve leyendo un poco al sol sin que nadie me asaltara con preguntas ni temores", añade la trabajadora. "Pero sigue habiendo visiones interesadas y politizadas que critican con algo de manipulación".
Durante 2015 se produjeron 9.500 salidas desde Melilla a la Península. Un barco semanal cargado de unos 200 sirios rumbo a Málaga. Ahora la ruta se va a reducir a unos 100 sirios cada 15 días.
Teresa Vázquez, abogada de CEAR, cree que se está haciendo una buena labor. "Yo entiendo que la gente se preste más a la crítica pero considero que se ha hecho un buen trabajo. Los asilos se están gestionando en unos 20 días, que es el tiempo que transcurre entre que llegan a Melilla y salen a la Península. Mientras tanto, el Gobierno español les cubre todos los gastos (sólo el billete de barco entre Melilla y Málaga cuesta 37 euros) y les otorga derechos: los sirios son inexpulsables de España".
Teresa pone como ejemplo de la visión negativa que aún pervive una noticia que salió hace unos días en diversos medios. Los titulares afirmaban que un grupo de sirios se habían puesto en huelga de hambre porque no les permitían salir de Melilla. "La realidad es que era un grupo de 40 sirios que se negaban a pedir asilo". Hace sólo un año casi ningún sirio quería pedir asilo en Melilla porque consideraban que si lo hacían, debían quedarse en España. “Ellos quieren irse a Alemania”, explica Teresa.
"Hemos dedicado muchos esfuerzos a explicarles a todos los que van llegando que pueden irse a Alemania aunque pidan asilo aquí", dice Teresa. "Casi todos lo hacen pero estos 40 no quieren y tendrán que esperar seis meses para que se gestione su estatus de migrantes económicos. No quieren esperar este tiempo”.
Es un asunto políticamente incorrecto pero los trabajadores sociales que comparten el día a día con los refugiados distinguen dos tipos: los que llevan dos o tres años fuera de Siria y los que acaban de escapar del conflicto. "Los primeros son muy exigentes y protestan constantemente si se retrasa algún plazo", cuenta un trabajador social. "Tienen todo el derecho. Pero los comparas con los recién llegados y es otro mundo. A los que acaban de llegar de zonas controladas por Daesh o vienen de zonas de batalla, todo les parece bien y jamás se quejan".
Los sirios que están en Melilla están convencidos de que los 40 que no quieren pedir asilo son espías de Assad. "Van a volver a Siria y por eso no piden asilo", dice convencido un hombre que se hace llamar Abdul y que viene de Kobane. No hay nada que demuestre esa suposición. Pero lo que sí confirma la Policía a puerta cerrada es que el CNI tiene retenidos a una docena de sirios que habían pedido asilo en Melilla porque sospechan que son yihadistas.
El amor
Lamya es marroquí. Aleh es un sirio de origen kurdo que residía en Kobane. Se conocieron por la aplicación móvil Tinder. Aleh estaba en el CETI y ella en su casa de Nador. Quedaron a tomar un café y en la segunda cita decidieron casarse. “A mi madre le parece bien”, cuenta Lamya. “A mi padre le costó un poco más, pero ahora ya está de acuerdo”.
Acompañados por la familia de Saleh, ambos preparan una paella a las afueras del CETI. En cuanto concedan el asilo al joven sirio, tienen previsto trasladarse a Alemania porque Lamya tiene visado español.
La suya no es la única historia de amor entre sirios y marroquíes que ha surgido en los últimos años en Melilla. "Hay algunas parejas que hasta tienen hijos", cuenta Teresa, de CEAR. "El problema es que muchos vienen a pedir asilo para toda la familia y hasta ahora no se lo hemos podido conceder: al ser también marroquíes, no pueden legalmente entrar con el estatus de refugiados".
Mediante matrimonios, solicitudes de asilo, huelgas de hambre o protestas, el objetivo común de todos los refugiados es no volver atrás bajo ningún concepto. La ruta de Melilla concede ahora un respiro pero en cualquier momento puede volver a repuntar. Cientos de miles de sirios esperan aún su oportunidad de alcanzar Europa. Volver ha dejado de ser una opción.
Hassan Zalam, el peluquero cuya historia conté al principio del texto, lo resumen así: “Está todo destruido y no hay nada en Siria. No hay Siria. Aunque mañana acabase la guerra, no podríamos volver. ¿Volver a qué?”.