Poncio Pilato no es el único que se lava las manos en Torreblanca. “Nadie nos ayuda”, advierte María Luisa Gutiérrez, una vecina de esta barriada obrera del extrarradio de Sevilla. Son las tres de la tarde y se encuentra a las puertas de la parroquia de San Antonio de Padua, esperando a que salgan sus dos hijos del comedor social.
“Al menos aquí les dan pescado, algo que en casa no nos podemos permitir”, dice la vecina, que vuelve a casa deprisa: “Tengo que preparar la túnica para la procesión”.
Es Sábado de Pasión y María Luisa acompaña por las calles del barrio a la Hermandad de los Dolores de Torreblanca. La misma que pagó el arreglo de su casa, que evitó el desahucio de su vecina o que entrega a diario alimentos a muchas familias.
“Fundamos la hermandad porque vimos que en este barrio hacía muchísima falta”, recuerda Manuel Santizo, el primer hermano mayor que tuvo la corporación. “Aquí no hay gente rica pero gracias a Dios salimos adelante”.
Sale el paso
“¡Poco a poco! El pasito corto y al frente”, ordena el capataz. Así va sacando a la calle la cuadrilla de costaleros sus dos pasos: Nuestro Padre Jesús Cautivo ante Pilato y María Santísima de los Dolores.
En torno a la parroquia de San Antonio de Padua, se reúnen zapatos de tacón y zapatillas de andar por casa. Unos minutos después, unos 700 nazarenos alcanzan la plaza del Platanero, epicentro de la marginalidad.
Los querubines policromados, la talla neobarroca y los guardabrisas dorados del primer paso contrastan con la pobreza evidente de las viviendas y la apariencia misma de los vecinos. La liturgia deja entrever una estampa que mantiene los rasgos que atrajeron aquí a muchos fotógrafos europeos en el siglo XIX.
“Hace años que dejó de molestarme que la gente hiciese fotos en ese instante del recorrido procesional”, desvela el actual hermano mayor, José Manuel Romana. “Comprendí que nuestra hermandad también era eso. Esto no es Triana ni Los Remedios ni el centro de Sevilla. Estamos en un barrio muy marginal a siete kilómetros del casco histórico. Muchos vecinos han perdido su puesto de trabajo en los últimos años y por eso nos volcamos con ellos todavía más”.
El cuarto barrio más pobre
Según el informe Urban Audit del Instituto Nacional de Estadística, Torreblanca es el cuarto barrio más pobre de España. Dos de los tres primeros también están en Sevilla: Los Pajaritos y Las Tres Mil.
En Torreblanca la renta neta media por hogar es de 14.841 euros anuales. Una cifra que está por debajo del umbral de la pobreza de una familia de dos hijos.
La crisis ha azotado de manera especial a este barrio, cuyos habitantes dependen de la caridad para sobrevivir. “El comedor social es mis pies y mis manos”, dice Rosa María, que tiene seis niños y no cobra ninguna prestación. “Yo me avío como puedo. Pero al menos mis hijos comen y muy bien, mejor que en casa”.
“Mi marido está preso y yo estoy sola con mis hijos”, dice esta vecina de la calle Nogal, cuyo día es un ir y venir en busca de alimentos: “Voy a las monjitas, a Cáritas, a la asistencia social. Vaya donde vaya, todo está abarrotado”.
Rosa María nunca no tiene el graduado escolar y nunca ha trabajado con contrato en ninguna empresa. Hoy por hoy conseguir un empleo se antoja una quimera y echa mano de las ayudas y de la pensión de su abuela para subsistir.
El 10% de la cuota anual que paga cada hermano de la hermandad de Torreblanca se destina a comprar alimentos para los vecinos más pobres del barrio. Este año se les ocurrió recoger alimentos de una forma distinta: los ensayos solidarios. Los vecinos dejaban comida sobre el paso mientras recorría las calles del barrio. Más peso sobre el costal de la cuadrilla pero también más alimentos que repartir.
“Así hemos recogido 1.300 kilos de comida que se han destinado a las Hermanas de la Cruz, que realizan una importante labor en el barrio”, detalla Santiago Ruiz Romero, responsable de caridad de la hermandad.
Pagar recibos de la luz
Las familias llegan a la hermandad pidiendo comida pero también con recibos sin pagar. “Son muchos e intentamos ayudarles”, dice Santiago. “A veces los hermanos les ayudan a resolver algún problema. Es un barrio de clase trabajadora. La hermandad está muy integrada en el barrio y el barrio en la hermandad”.
Los hermanos de Torreblanca no son un caso único. Algunas hermandades regentan economatos donde se venden alimentos a buen precio o programas específicos como el centro de estimulación precoz de la Hermandad del Buen Fin, donde ayudan a menores nacidos con discapacidades.
“Sevilla tendría un problema social importante si las hermandades no ayudáramos a paliar la situación por la que atraviesan muchas familias”, dice el hermano mayor de Torreblanca.
Es un trabajo que las hermandades hacen en silencio para evitar el ‘efecto llamada’. Según explica José Manuel Romana, actúan en casos puntuales y muy dolorosos: “Hay familias que han pasado por situaciones difíciles y que gracias a nuestra intervención hoy tienen una vida normal. Que tu mano derecha no vea lo que hace la izquierda”.
Arreglar el techo
María Luisa y sus hijos son un buen ejemplo de esa solidaridad. “A mí me arreglaron el techo de mi casa”, explica esta mujer que vive en los pisos ‘Coloraos’ de Torreblanca. “Tuve una gotera y me salían humedades que generaban problemas respiratorios en mi hijo y en mi marido, que son asmáticos”.
El desperfecto no lo cubría la comunidad de vecinos, pero lo habló con la hermandad y en menos de un mes le dieron unos 800 euros para solucionar el problema.
Los hijos de María Luisa comen cada día en el comedor social Loyola Torreblanca, que está abierto desde 1985. Una de sus cocineras es Susana, que prepara este martes sus célebres lentejas, el plato preferido de los más de 70 niños que comen día a día en el comedor.
Susana también comió aquí de niña antes de ser voluntaria y cocinera de la comunidad. “Damos platos contundentes para que se harten”, explica. “Desde luego no se van con hambre. Hay niños que repiten dos y hasta tres veces porque sólo comen lo que les damos aquí”.
Los platos vuelven limpios a la cocina de Susana, cuyo sueldo es el único que entra en casa después de que su marido maquinista se fuera al paro hace ocho años. Ella está contratada por la ONG Comedor Social Loyola Torreblanca, un ente independiente de la parroquia de San Antonio de Padua que se encarga de la gestión del comedor.
“No se trata sólo de alimentar sino de educar a través de la alimentación”, insiste el padre Leonardo Molina, jesuita y párroco. Quince voluntarios enseñan cada día a los niños a lavarse las manos al llegar. Antes de comer todos rezan un padrenuestro y hacen la señal de la cruz.
A las familias se les exige que sus niños vayan al colegio y que tengan al día la cartilla del paro, según explica el padre Molina, que elogia la labor de la hermandad: “Su trabajo dignifica al barrio, lo une y genera colaboración. Ahora pasamos por una etapa dulce gracias a la colaboración entre la parroquia y la hermandad”.
“Antes daba pena venir a misa porque había muy pocos fieles”, recuerda Santizo, el primer hermano mayor de la hermandad, que es el encargado de mantener encendida la candelería de los pasos.
Alguna vez se planteó la posibilidad de que el cortejo evitara la plaza del Platanero, que se encuentra en el centro del sector más marginal de Torreblanca. “Siempre hemos defendido que en esa zona de Torreblanca hay muchos hermanos que quieren muchísimo a la hermandad”, dice Santizo. “Habrá gente buena y menos buena como en todos lados. Pero hay muchos fieles viven ahí y que necesitan la fe”.