Yasser al Jassem (Alepo, 1980) no sabe nadar. Acaba de apuntarse al gimnasio para aprender por su cuenta. Por ahora no puede pagarse las clases de natación. “No sé cómo mantenerme a flote. Tengo que estar con los flotadores y hago así”, dice mientras mueve los brazos y estira el cuello como si intentase mantener la cabeza fuera del agua.
“Vengo una vez por semana y estoy una hora en la piscina”, dice. “No sé si avanzo, la verdad. Aprender yo solo es difícil. Hay un monitor, pero sólo vigila por si me pasa algo. De momento me quedo en la parte de la piscina que no cubre, en la que hago pie. Alguna vez había ido a la playa, pero sólo a pasar el día con la familia. Nos quedaba a 300 kilómetros y nunca pensé que fuera importante aprender a nadar. Tampoco tenía a nadie que me enseñase”.
Yasser al Jassem no sabe nadar, pero se lanzó al mar Egeo en una barca de plástico. Lo hizo en abril de 2015, después de que lo detuvieran unos soldados turcos mientras intentaba cruzar la frontera con Siria.
Escapaba de la destrucción de las bombas de Damasco, que él describe como “abejas que zumbaban en el cielo”. Salió del país con la ayuda de las mafias. Llegó primero a Esmirna, en la costa oeste de Turquía. De allí se fue al cabo Mícala, subió en un bote hinchable con otras 45 personas y recorrió de noche los dos kilómetros que separan la costa turca de la isla griega de Samos.
La travesía fue breve pero la recuerda con especial horror. “Cuando subí a la lancha hinchable, sentía que iba a morir en cada momento. Era una lancha muy pequeña, éramos muchas personas y yo no sabía nadar. Era muy peligroso. Pensaba que iba a morir si caíamos al agua”.
Al llegar a Samos, Yasser cogió un ferry a Atenas, cruzó el país y de nuevo fue detenido en la frontera macedonia. “La policía destruyó mi teléfono móvil. Nos enviaron otra vez a los traficantes. Pagamos y nos llevaron de Grecia a Macedonia y luego a Serbia. No sé los países. Sólo nos decían: ‘Quédate aquí y nosotros comprobamos los puntos de paso. Andamos durante días, algunos sin comer. A veces nos quedábamos en sitios que no conocíamos, en casas viejas donde no vivía nadie o durmiendo en la calle. No les importa nadie. Sólo les importa el dinero”.
Un mes después de salir de Siria, Yasser llegó a Calais (Francia). Su objetivo era el Reino Unido. “Cuando decides hacer este horrible viaje, no es sólo para encontrar un lugar seguro. Es también para buscar un trabajo y yo sabía un poco de inglés”.
El último ‘billete’ le costó 500 euros: “Muy barato”, dice irónicamente. Esa suma era el precio de cruzar el Eurotúnel escondido entre la mercancía de un camión lleno de juguetes. Diecisiete horas después, el conductor lo dejó en un bosque a dos horas de Dover (Inglaterra). “Busqué una gasolinera y llamé a la policía. Vinieron a buscarme y pasé la noche en Dover”. Luego le enviaron a Londres, después a Liverpool y al final a Manchester. Había recorrido 4.500 kilómetros en 37 días. La huida le costó 5.200 euros, incluidos los 50 del chaleco salvavidas.
Perseguido por todos
Yasser llegó a Manchester en mayo de 2015. Como a cualquier solicitante de asilo, el Gobierno del Reino Unido le entregó cinco libras al día para desayunar, comer y cenar. También le dieron una habitación en un piso con cinco personas más. La Curry Mile, al sur de la ciudad, fue su primer hogar. Cada día acudía a un supermercado donde compraba, sobre todo, arroz y naan, pan típico de Siria y de otros países.
“No fumo, no bebo, no salgo de fiesta”, dice. “Puedo sobrevivir con cinco libras al día. Lo que me preocupa es la gente que se ha quedado en Siria que no puede comer, que puede morir en un bombardeo, que puede ser asesinada. ¡Hay mujeres y niños en las cárceles! Conozco la historia de un bebé de cuatro meses al que mataron para hacer hablar a la madre”.
La posibilidad de morir en Siria se convirtió en una constante. “Ha muerto tu hermano, ha muerto tu hijo, ha muerto tu madre”. Todos los sirios escuchaban una frase similar a esta cada día. Amenazado tanto por el ISIS como por el régimen de Bachar Al Asad, no le quedó otro remedio que escapar de su país.
“Tenía que hacer el servicio militar y pospuse durante años para poder estudiar”, dice. “En 2010 ya no pude posponerlo más. Tenía 30 años. Poco después empezó la revolución y dejé el Ejército, era increíble lo que estábamos viviendo y quería formar parte de ello pero por eso el régimen de Al Asad me perseguía”.
Unos años después, Yasser empezó a trabajar con organizaciones humanitarias cuando el ISIS empezó a organizarse en pequeños grupos. Iba con su hermano por pueblos y aldeas para advertir a la gente de que aquel grupo era peligroso y de que no representaba al islam.
“Una noche dispararon a mi hermano”, dice Yasser. “En el hospital dijeron que había sido el ISIS. Mi tío fue a recoger el cadáver. Ahí me di cuenta de que tenía que huir. Para el ISIS, trabajar con organizaciones humanitarias significa tener algún tipo de relación con Occidente, así que podían matarme a mí también”.
El estrépito de las bombas cayendo en Alepo o las historias de torturas que Yasser ha escuchado componen su particular memoria del horror. “Hay gente a la que han torturado tanto en la cárcel que ha deseado morir. Les torturaban con descargas eléctricas. Les hacían cosas que no podrías ni imaginar”.
Yasser dice que el problema de Siria es Bachar al Asad: “Empezamos a protestar porque no había democracia. No podemos elegir a quien nos gobierna. No tenemos ‘sí o no’. Sólo tenemos ‘sí o muy sí’. Es como una broma. Entonces, ¿quién ha causado la guerra en mi país? Cientos de niños están muriendo ahogados en el mar. Si tienes cáncer y el cáncer lo ha causado el tabaco, lo primero que debes hacer es dejar de fumar. Asad es la causa de nuestro cáncer y nadie lo ha detenido”.
Un nuevo país
Hoy Yasser se encuentra en un país desconocido sin sus padres, su mujer y su hija. “Mis padres no quisieron venir. Ellos pensaron: '¿A dónde vamos ahora? No conocemos ningún otro idioma, no conocemos a nadie en otros países. Nos quedamos en nuestra casa'. Mi mujer y mi hija han conseguido llegar a Estambul, donde están esperando para poder venir a Inglaterra”. Su mujer llegó a Turquía después de caminar durante nueve horas con un bebé de 16 meses en brazos en la oscuridad.
Ahora que le han concedido asilo, Yasser ya puede pedir la reagrupación familiar y empezar a buscar empleo. Mientras lo conseguía, el Gobierno le dio una prestación y un mes para encontrar un lugar donde vivir.
Con un inglés todavía oxidado, nada de ahorros y un desconocimiento absoluto de la ciudad, a Yasser le resultaba casi imposible encontrar piso. Por eso le pidió ayuda a Helen Pidd, una periodista del Guardian que vive en Manchester.
“En 2008 conocí a una periodista alemana en Siria. Ella es amiga de Helen y cuando supo que yo estaba en Manchester sin nada ni nadie, me dio su contacto”, cuenta. Primero comieron juntos para conocerse y la periodista trató de ayudarle en todo lo posible.
Sobre todo hablaba con él. Yasser no tenía amigos y apenas podía contactar con su familia.
La prestación que recibía (280 libras al mes para costear un piso y 10 al día para manutención) apenas alcanzaba para alquilar una habitación. Helen le ofreció quedarse un tiempo en su casa y así lo hizo.
“Cuando lo recogí, todo lo que tenía era un edredón, una almohada en una bolsa de plástico y una mochila pequeña. Al desempaquetar sus cosas, vi lo poco que poseía: un jersey, una camiseta, un par de vaqueros, dos chalecos, dos pares de calzoncillos. Era lo que había usado mientras se escondía en el camión, además de lo que le habían dado tras su llegada”, escribe Helen Pidd en un artículo en el Guardian en el que relata su experiencia.
Choque cultural
Yasser se mueve por la ciudad en bicicleta. Aprender a montar en una le parece muy fácil en comparación con aprender a nadar. “No sé si algún día sabré nadar, pero montar en bici es muy importante. Si no, ¿cómo voy de un lado a otro?”.
La que tiene ahora es regalo de un médico sirio que conoció poco después de llegar. “Me dijo que su hijo de 15 años no la usaba. Decía que no podía ir en bici porque en Manchester siempre está lloviendo, así que me la dio”.
Para olvidarse de que no es del todo feliz se ha creado una agenda bien ocupada. Se levanta temprano, recibe unas clases de inglés que paga el ayuntamiento, va al gimnasio a ponerse en forma y a aprender a nadar, y acude cada día a la sede de Rethink Rebuild Society, una ONG siria de Manchester.
Amaf Yousef, coordinador del departamento de ayuda al refugiado de la ONG, explica que el centro se financia con las aportaciones de la comunidad siria en el Reino Unido.
“Lo que más me chocó fue cuando Helen me presentó a una pareja de chicas”, dice Yasser. “Estaban juntas y tenían un niño. Eso en mi país no se ve”.
La convivencia con la periodista le ha servido para asimilar una cultura que le resultaba totalmente ajena. “Vivir con una mujer que no es tu pariente es impensable en mi país. Pero lo importante es que gracias a ella tengo un sitio donde dormir. No me cobra nada por estar aquí. Ni siquiera los gastos. Si intento pagarle algo, me dice que no, que le envíe ese dinero a mi familia”.
Con Helen ha llegado a disfrazarse en Halloween de David Cameron (y ella del líder laborista Jeremy Corbyn), ha ido a casa de sus padres en Lancashire a comer pavo en Navidad y ha visto realities como Don’t Tell The Bride.
“Yasser dijo que no podía creer que la novia estuviese tan embarazada cuando iba camino del altar”, escribe Pidd en su artículo. “Aparentemente, nadie practica sexo antes del matrimonio en Siria. No le digo nada cuando tengo una cita”.
El futuro de Siria
“Cuando el primer problema está resuelto [la dictadura], el segundo será más fácil [acabar con Al Qaeda y el ISIS]”. Yasser y Yousef repiten una y otra vez que la raíz del problema es el puño de hierro de Bachar al Asad. El régimen se remonta al padre del dictador, Hafez Al Asad, que reinó durante tres décadas con el apoyo de la minoría alauita. Su hijo tomó el testigo después de su muerte en el año 2000. Ninguno es demasiado optimista sobre el fin de la guerra.
“La situación es muy complicada pero la gente no va a volver a lo de antes. Cuando termine la guerra, en uno, dos o tres años, estaremos bien”, imagina Yasser. “Empezaremos a crear partidos y una democracia. Elegiremos a un presidente. Me da igual que sea musulmán mientras luche por su país y no sea un dictador”.
Yousef tiene 25 años y salpica su discurso con revoluciones europeas modernas y contemporáneas: “Cuando nos rebelamos contra el régimen, las obras de John Locke, Jacques Rousseau u otros filósofos estaban prohibidos. Solíamos descargar sus libros en PDF y esconderlos entre otros archivos cambiando el nombre, o incluso entre descargas de vídeos porno. Si un soldado revisaba tu portátil y abría esa carpeta iba a decir: ‘Aquí no hay nada’ y no iba a comprobar el resto. Cuando hablábamos de política, les quitábamos la batería a los móviles y nos asegurábamos de que no hubiera nadie cerca”.
Durante cuatro años, Yousef vio cómo el régimen “mataba por sistema” a los ciudadanos que exigían libertad y partidos políticos “de verdad”.
“Al principio le dijimos a la gente: ‘No matéis a los soldados heridos. Tened piedad y podremos reconstruir nuestro país, estaremos juntos otra vez chiíes, suníes, alauitas, judíos, y cristianos’”, dice Yasser. “Ahora nadie nos creería. A lo mejor no creen en Dios pero te dicen: ‘Quiero ser terrorista para luchar contra al Asad, contra América, contra quien sea’. Alguien que tiene 20 años y lo pierde todo llega el ISIS y le dice: ‘Nosotros peleamos. Mirad a Europa: queríais democracia, ellos la tienen y son poderosos y no os ayudan porque sois musulmanes. Así que venid con nosotros y ayudadnos a construir un estado islámico’”.
A Yousef le molesta que les traten a veces como si vivieran en tiendas, tuvieran camellos y vinieran de un país del Tercer Mundo. “Estamos haciendo lo mismo que hizo Francia con su Rey [en la Revolución francesa]. El problema es que el nuestro es un dictador con muchos aliados. Cuando miras a Europa, vemos la idea de democracia. Cuando nos miran a nosotros, ven el Tercer Mundo”.
Amaf Yousef lanza un último aviso: “La guerra en Siria es una advertencia para la gente de toda la región. Cuando otros árabes ven lo que pasa en Siria, no se alzan contra sus dictaduras. Por eso algunos dictadores están avivando esta guerra”.
A Yasser no le gusta ser un refugiado. Ha perdido su identidad como quien pierde pelo con la vejez. En Europa no es profesor ni padre ni un revolucionario que se enfrentó al ISIS y al régimen de Al Asad.
“A veces me planteo volver”, dice. “Echo mucho de menos Damasco, a mis amigos y a mi familia. No sé si abandonar tu tierra cuando estas cosas ocurren es la mejor decisión. Nuestro país nos necesita ahora y nosotros lo estamos abandonando. Cuando la guerra empezó, decidí quedarme. Comeré donde la gente coma, iré donde la gente vaya, ayudaré en todo lo que pueda, me dije. Huí para que no me asesinaran. Mis padres me lo pidieron: ‘Vete, por favor, no queremos verte muerto como a tu hermano’. Espero que la guerra acabe pronto para volver y que podamos reconstruir nuestro país”.