Ibrahim es el portero de su equipo de fútbol y llega al entrenamiento a los mandos de su moto. Nada fuera de lo normal si no fuese por un pequeño detalle: Ibrahim no tiene manos. Se las amputaron a machetazos cuando tenía 12 años.
Sucedió durante la guerra civil de su país, Sierra Leona. Los rebeldes entraron en su casa e Ibrahim se escondió debajo de la cama. Desde allí vio cómo los paramilitares torturaron a su padre hasta la muerte. Ibrahim rompió a llorar y su llanto alertó a los guerrilleros. Lo descubrieron, lo sacaron a rastras de su escondite y le cortaron las manos.
Ahora es el portero titular del Flying Stars Amputee FC, el principal equipo de fútbol de amputados de Sierra Leona. Se fundó después de la guerra para evitar que las víctimas de las mutilaciones acabaran mendigando por las calles. Durante más de 10 años, se ha convertido en el ejemplo de cómo el deporte es capaz de romper cualquier barrera.
Los Flying Stars arrasaban en competiciones internacionales. Asociaciones de todo el mundo les invitaban a jugar en todos los rincones del planeta. Pero en 2014 la epidemia del ébola acabó con todo. El Gobierno prohibió todas las competiciones deportivas y durante dos años permanecieron en el dique seco. No les permitían jugar ni entrenar. Los viajes se acabaron y las entidades internacionales que les financiaban cortaron todas las ayudas. Ahora, con el ébola superado, los amputados vuelven a hacer rodar el balón.
Fútbol para superar el trauma
Los Flying Stars nacieron en 2003 en la bahía de Freetown. Para formar parte del club, los requisitos son innegociables: al jugador de campo debe faltarle al menos un pie. Al portero, un brazo o las dos manos.
Como la guerra había dejado amputados en todo el país, los Flying Stars fueron creciendo. También se crearon equipos de mutilados en las principales ciudades del país, aunque los clubes de Bo o Kenema también dependen de los Flying Stars. No sólo organizan torneos. También ponen en marcha talleres de confección para mujeres amputadas y buscan financiación a través de varias ONG.
“Peleamos para enseñarle al mundo que somos tan válidos como cualquier persona. Cuando ven que estás mutilado, nadie te da trabajo. Haciendo algo tan difícil como jugar al fútbol demostramos que somos capaces de cualquier otra cosa”, dice Mohamed Lappiah, presidente del Flying Stars, mientras se enfunda la ropa de entrenamiento a 40 grados, bajo una palmera de la playa de Freetown.
A Lappiah los rebeldes le cortaron la pierna derecha cuando tenía 10 años. En 1997 estaba jugando en la calle cuando lo capturaron, pusieron su pierna en un bordillo y se la cercenaron con un machete. Empezó a jugar con el equipo cuando aún era menor. A medida que los fundadores se fueron retirando, Lappiah fue asumiendo más responsabilidades hasta que acabó presidiendo la entidad.
Cantera de la selección
Uno de cada cinco amputados en el mundo vive en Sierra Leona. Hay decenas de miles. Unos por los machetes de los rebeldes. Otros por las minas antipersona que mutilaron a cientos de personas después.
Esta circunstancia, combinada con la enorme afición por el fútbol que hay en el país, acabó convirtiendo a la selección nacional de amputados en una potencia mundial en esta modalidad. Tal vez sea la única en la que los conjuntos africanos mandan. En África, las amputaciones han sido habituales en países en conflicto, por lo que naciones como Angola, Ruanda o Liberia siempre lideran estos campeonatos.
La selección de Sierra Leona se consagró en Nairobi (Kenia) durante la Copa África de fútbol para amputados. Llegaron a la final y la perdieron contra sus vecinos Liberia.
“¡Aquello sí que fue un robo, amigo! Íbamos 0-0 y nos ganaron con un gol en el tiempo de descuento ya cumplido”, rememora Lappiah aún con rabia. Pero aquel campeonato les llevó a colocarse en la elite del fútbol para mutilados.
Llegan los patrocinios
Con el proceso de paz sellado y el éxito en la African Cup, el mundo entero se empezó a interesar por los futbolistas amputados de Sierra Leona. “Nos invitaban a jugar en Brasil, en Rusia, en Inglaterra. En todos los países había asociaciones que nos reclamaban para que fuésemos a hacer exhibiciones en sus campos”.
Las ONG costeaban sus viajes y les daban ayudas. Aquello era lo más parecido a un sueldo: casi ninguno tiene trabajo.
Los medios de todo el planeta llegaban a Freetown a interesarse por sus historias. Incluso directores de cine rodaban documentales sobre los jugadores.
“El dinero recibido lo invertíamos en costear el campamento de amputados en el que tenemos los talleres de confección. Porque ese alquiler hay que pagarlo, pero el Gobierno de Sierra Leona no nos da ni un céntimo”, cuenta Lappiah.
El ébola acaba con todo
El goleador del equipo es Mohamed B. Sissey, más conocido como “Balotelli” por su impresionante parecido con el ariete italiano. Como él, juega de delantero centro y atesora una potentísima arrancada.
A Sissey le amputaron la pierna cuando sólo tenía cinco años. “Los rebeldes habían capturado a toda mi familia”, dice. “Yo me puse a buscarlos por el pueblo, salieron varios niños soldado de detrás de unos arbustos y me cortaron la pierna por encima de la rodilla”.
La llegada del ébola en 2014 sorprendió a los Flying Stars disputando un campeonato en Kenia en el que Balotelli fue máximo goleador. Los jugadores permanecían ajenos al desastre que estaba aconteciendo en su país.
“Fue un campeonato duro y teníamos muchas ganas de volver a casa para celebrarlo con nuestras familias”, cuenta Balotelli, que ensombrece la cara cuando explica lo que se encontró al volver a Sierra Leona: “Un país colapsado. No entendíamos nada. No había gente en la calle. Nadie se abrazaba, nadie trabajaba, nadie jugaba a fútbol. Pensábamos que nos estaban gastando una broma y que en cualquier momento iban a salir nuestros amigos y familiares a recibirnos. Pero no: aquello no era una broma”.
Prohibido jugar a fútbol
La epidemia de ébola mató a más de 10.000 personas en África Occidental. Sierra Leona fue el país con mayor número de contagiados (14.124). El Gobierno aprobó una ley en la que condenaba a dos años de prisión a quienes se hubieran contagiado sin declararlo.
“Todo el mundo sospechaba de todo el mundo”, recuerda el capitán del equipo. “En un país en el que nos saludamos dándonos un abrazo, la gente no quería que le tocaran ni sus propios familiares”.
El Gobierno también prohibió todos los actos multitudinarios. Entre ellos las competiciones deportivas. Se acabó el fútbol para los amputados.
El mundo corta el grifo
Con el ébola, el equipo dejó de interesar a periodistas, documentalistas y ONG de todo el mundo.
“Por una parte, el Gobierno nos prohibió entrenar y jugar al fútbol. Por otra, dejaron de invitarnos a otros países. Ya no interesábamos. Nadie quería saber nada de nosotros. Nos trataban como a infectados”, explica Bornor Kargbo, uno de los hombres más carismáticos del equipo.
Durante la guerra, Kargbo luchó contra los rebeldes y una bomba amputó su pierna izquierda. Le apodan The last man porque es el líbero del equipo. Es el capitán de la selección de Sierra Leona. Mientras ajusta a su cabeza su característico pañuelo de color verde militar, Kargbo explica así su situación: “Con el ébola dejó de llegar ese dinero que invertíamos en comer y pagarle el colegio a nuestros hijos. No llegaban periodistas y dependíamos de la gente que quisiera darnos limosna”.
Morir de ébola... o de hambre
Mohamed Jalo es el extremo izquierdo y el vicepresidente del equipo. “Perdí la pierna en 1998”, explica mientras hace malabarismos con el balón con un solo pie, apoyado en sus muletas. “Estábamos en plena guerra, yo tenía 13 años y en mi casa no teníamos nada para comer. Mi padre estaba muy enfermo y me pidió que saliese a buscar alimento. Iba caminando por el bosque, pisé una mina antipersona y me explotó la pierna”.
Jalo leva 10 años jugando con los Flying Stars y es uno de los pocos jugadores que tiene trabajo fijo como administrativo en una empresa. También es uno de los que más se ha movido para obtener financiación extranjera.
Recuerda la crisis del ébola como una etapa casi tan terrible como la guerra: “El 90% de los amputados de este país sobreviven mendigando en las calles. Cuando llegó la epidemia, todo se acabó. Hasta las limosnas. La gente se quedaba en sus casas. Los amputados morían de ébola… o de hambre”.
Ahora, con la epidemia superada, el fútbol ha vuelto a las calles de Freetown. Los Flying Stars entrenan cada domingo en la playa, donde han vuelto a convertirse en la atracción de los escasos turistas que se atreven a entrar en el país.
El vestuario es un coche abandonado
El mes de marzo es el más caluroso de la estación seca en Freetown. El verano en el Trópico deja más 40 grados, pero los Flying Stars entrenan en la playa a las tres de la tarde, bajo un sol que abrasa. Como los medios económicos son más escasos que nunca, el vestuario del equipo es el capó de un viejo Jaguar abandonado en la arena, bajo una palmera que les protege del sol de justicia. Allí se dividen por equipos y se ponen sus uniformes: unos lucen unas camisetas amarillas. Los otros, una equipación falsa de la Juventus.
Antes de cada entrenamiento, gritan, se abrazan y entonan cánticos de ánimo. Pero cuando el entrenador (un fisioterapeuta de Freetown) toca el silbato y empieza el partidillo, la amistad se queda en el capó del coche.
La intensidad del partido es de alta competición, aunque algunos lances del juego son interrumpidos por cabras que se cuelan en el improvisado terreno de juego. Los futbolistas levantan una nube de polvo en cada arrancada. El esfuerzo por avanzar con las muletas es brutal, pero la velocidad que alcanzan en un sprint es altísima. Los regates y las triangulaciones no tienen mucho que envidiar a los de cualquier equipo amateur. Los porteros salen tapando hueco por debajo como los arqueros argentinos y se lanzan al suelo como si hubiese césped. Al terminar los partidos, tienen los muñones desollados.
Los piques son constantes y las entradas, brutales. Los jugadores se caen y acaban con los miembros despellejados y ensangrentados por la arena, pero se levantan de inmediato. No necesitan dejarse caer para engañar al árbitro, sino mantenerse en pie para demostrar que son futbolistas en toda la extensión de la palabra.
Piden ayuda internacional
Acaba el partido y gana el equipo amarillo por cinco goles a tres. Regresan al maletero del Jaguar, donde se recriminan entre ellos.
–Tú me has pegado una patada sin balón– protesta Mohamed Lappiah.
–Es que tú siempre te estás quejando– responde The Last man”.
Balotelli, por su parte, recibe una reprimenda de un compañero por ser “muy chupón”. La forma en la que discuten da la impresión de que están enfadados pero ellos confiesan que están exultantes.
“Es que le ponemos mucha pasión a las discusiones”, dice Jalo. “En realidad nos sentimos muy felices. Por fin nos dejan volver a jugar. Se nos ha hecho muy largo”.
Han recuperado el fútbol pero aún les queda por recobrar la otra parte del proyecto: la atención internacional. "Necesitamos volver a jugar partidos y recibir ayudas económicas. Sin ellas, no podremos pagar el alquiler del campamento de amputados y todos acabaremos pidiendo en las calles. De las ayudas que ha recibido el país por el ébola no hemos visto dinero", sentencia el presidente.
Retan a Cristiano Ronaldo
Conocen la Liga española a la perfección y casi todos simpatizan con el Real Madrid. Su jugador favorito es Cristiano Ronaldo “porque es el más fuerte del mundo”, según cuenta Balotelli, que lleva un peinado muy parecido al del astro portugués.
Los amputados valoran más la fuerza física del luso que la técnica de Messi. Esa misma fuerza física que utilizan para apoyarse en las muletas cada vez que caen al suelo.
“¿Que si sueño con conocer a Cristiano? No, yo en realidad sueño con jugar contra él”, sentencia Bornor Kargbo, el líbero de la selección, que se viene arriba: “¡Eh, Cristiano! ¿Serías capaz de regatearme? Es muy difícil superar a The last man. ¡Te reto a un partido!”.