Los nazis han vuelto a tomar la casa de Otto Engelhardt. Primero lo hicieron los oficiales alemanes de la Legión Cóndor en el año 1936, justo después de que los falangistas lo asesinaran por orden de Franco debido a su crítica al nacional-socialismo. Ahora lo han hecho unos gamberros que han pintado una esvástica en las ruinas de Villa Chaboya, la residencia de Engelhardt, que trabajó como ingeniero y ejerció como cónsul alemán en la ciudad.
La familia Engelhardt no deja de luchar. Antes contra el nazismo y ahora contra la desmemoria. Muy pocos saben que Otto Engelhardt (Brunswick, 1866) tuvo un papel destacado en la modernización de la Sevilla de finales del siglo XIX. Menos aún saben que aquel alemán moreno de pelo rizado, orondo, judío y entusiasta fumador en pipa fue uno de los artífices de la neutralidad de España en la I Guerra Mundial.
“Mi abuelo era antifascista y pacifista al máximo”, explica su nieto Conrado Engelhardt (Sevilla, 1932) mientras ojea su biblioteca, que guarda algunos tomos del abuelo Otto. Autores clásicos alemanes como Goethe o Schiller comparten estantería con escritores españoles y un ejemplar de El capital de Marx que se salvó de la quema de libros que llevaron a cabo los falangistas. “Tenía la cubierta de color azul y por eso se salvó. Si su cubierta hubiera sido roja, habría acabado destrozado”, recuerda entre risas el nieto. “No entendían lo que ponían los libros”.
Otto Engelhardt llegó a Sevilla en 1894 para trabajar como ingeniero eléctrico. Ese año se había constituido la Compañía Sevillana de Electricidad cuyo capital provenía de dos empresas alemanas: AEG y Deutsche Bank.
Engelhardt fue designado como primer director general de la compañía y a su llegada a Sevilla se topó con una ciudad a las puertas de una gran modernización.
Al iniciar su andadura, la empresa tenía 28 empleados y un capital de 2,8 millones de pesetas. Las cifras se habían disparado hasta 465 empleados y un capital de 10 millones en 1910. Bajo el mandato de Engelhardt, la red eléctrica pasó de 48.000 a 180.000 metros de cableado.
Más allá de las cifras, “Sevilla debe a Otto Engelhardt el tranvía a motor y el alumbrao de la Feria de Abril”, detalla su biznieta Ruth, una documentalista que ha dedicado los últimos años a investigar sobre la figura de su bisabuelo.
El ingeniero alemán alternó su responsabilidad en Sevillana de Electricidad con el cargo de director de la Compañía de Tranvías. Allí consiguió que los coches dejaran de estar tirados por mulas. “Al principio mi abuelo se montaba en el tranvía para convencer a los sevillanos de que no corrían peligro”, dice Conrado. “Trataba de imponer un cambio de mentalidad”, explica Ruth.
Otto estableció nuevos trazados en el tranvía, electrificó hasta 26 kilómetros de vía y logró que los convoyes circularan por las calles menos accesibles gracias la planificación de las líneas y a sus conocimientos de ingeniería.
Su buen talante y su amplio conocimiento de la sociedad sevillana propiciaron que el príncipe Max de Ratibor, entonces embajador alemán en Madrid, nombrara en 1903 a Otto el de los tranvías cónsul honorario de Alemania en la ciudad.
El cónsul de la neutralidad
Otto Engelhardt ejerció el cargo en los difíciles años de la I Guerra Mundial. “Él siempre tuvo claro que un cónsul tenía que estar implicado en misiones de paz”, confirma su nieto Conrado. Su firme posición frente a las presiones germanas evitó que España se viese involucrada en la Gran Guerra.
“En pleno conflicto”, cuenta Conrado, “llegó a Sevilla un submarino a través del Guadalquivir. Allí se bajó el capitán a hablar con el cónsul. Venía con cargas explosivas y la orden de colocarlas en barcos aliados que estaban allí atracados para que pareciera un sabotaje español. De producirse esas explosiones, España entraría en la contienda y dejaría de lado su neutralidad. ¡Eso era una barbaridad! Y el abuelo convenció al capitán de que dejase escondida la carga en otro lugar, en la margen del río a su paso por Gelves. La abuela dijo que lo convenció y prueba de ello es el amonio que el militar traía en el submarino”.
El militar le regaló al abuelo ese amonio, que estaba en el salón de Villa Chaboya. “Yo lo he tocado”, dice Conrado, que trabajó durante décadas como psiquiatra antes de su jubilación.
A los ingleses no les gustó que un alemán ejerciese el cargo de director general en la Compañía Sevillana de Electricidad y Otto Engelhardt se vio obligado a renunciar a su puesto para conservar el cargo de cónsul honorario.
“Él era un patriota, tenía un firme sentido del deber y no podía dejar su labor en el consulado cuando su propio hijo, mi padre, estaba combatiendo en el frente ruso”, dice Conrado. “De hecho, aquel joven recibió un balazo en el pulmón y sus padres llegaron a creer que había muerto en combate. Pero por fortuna el fallecido fue un primo con el que compartía nombre y apellido”.
Este equívoco causó problemas en la salud mental de la mujer de Otto, Anna Holtz. Ella, “una mujer muy avanzada para la época y muy decidida”, se volvió a Alemania para buscar y cuidar de su hijo, dejando a su esposo en Sevilla. Unos años después, se divorciaron y ella murió ingresada en un psiquiátrico fruto del deterioro que le causó la guerra y las condiciones que tuvo que soportar hasta encontrar a su vástago.
El cónsul Engelhardt se casó en segundas nupcias con una sevillana, Mercedes Granados, a la que todos en casa llamaban “la tía Mercedes”. “Gracias a ella conocemos mejor al abuelo”, dice Conrado. Estaba enamoradísima y hablaba mucho de él”.
Estos cambios no fueron los únicos en la vida de Otto, que se mudó a Villa Chaboya, una nueva casa en San Juan de Aznalfarache levantada en 1914. La villa era un ejemplo de la arquitectura regionalista dominante en la época, que tuvo su máximo apogeo en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. La familia cree que su arquitecto fue Aníbal González, diseñador de la Plaza de España. Pero no tiene ningún documento que lo confirme.
A escasos metros de Villa Chaboya, Otto fundó Sanavida, un laboratorio farmacéutico que comercializó medicamentos como Nervidin, Neocrom, o Epivomin, que se utilizó como tratamiento de la epilepsia, el insomnio, los vómitos y los trastornos nerviosos en general. O Ceregumil, un complemento energético que todavía hoy se dispensa en las farmacias españolas.
“Otto era ingeniero pero tenía un espíritu emprendedor”, destaca Ruth. “Al dejar la Compañía Sevillana, la de Tranvías y su cargo de cónsul honorario, tenía que empezar de cero y con la ayuda de algunos amigos montó el laboratorio farmacéutico”, dice. “Él era como un hombre del Renacimiento: sabía de muchas cosas y tenía interés por todo”.
La vida tranquila en su casa del Aljarafe sevillano le brindó a Otto Engelhardt la posibilidad de desarrollar una actividad complementaria: la de inventor. Entre los años 1918 y 1926, Engelhardt registró cuatro patentes: un brasero cerrado de combustión continua, un procedimiento para la fabricación de madera artificial, unos sistemas de instalaciones eléctricas protectoras contra el robo y el incendio y una aguja perpetua de alambre para “máquinas parlantes”. Es decir, para gramófonos.
Durante esos años, siguió siendo cónsul honorario hasta su cese el 23 de diciembre de 1919. Durante sus 16 años en el cargo, logró el reconocimiento de la sociedad sevillana y la distinción de Alfonso XIII, que lo condecoró en 1911 con la medalla de Isabel la Católica y le dio un título honorífico por recaudar fondos para los heridos de la Guerra de Marruecos.
‘Adiós Deutschland’
La medalla de Isabel la Católica es la única que se mantiene en poder de los Engelhardt. “En cuanto Hitler ocupó el poder, mi abuelo renunció a la nacionalidad alemana y se nacionalizó español”, explica Conrado. En 1932 devolvió las condecoraciones alemanas y escribió su libro autobiográfico Adiós Deutschland. Con sus barones y fascistas (Tipografía de M. Carmona, 1934), que se encuentra en el Archivo Histórico de Andalucía y del que quieren hacer una edición facsímil con una introducción histórica.
La renuncia de Otto desencadenó la persecución nazi. Con Hitler ya en el poder, el alemán empezó a colaborar para el periódico El Liberal, dirigido por su amigo José Laguillo. El nuevo cónsul Gustav Draeger llamó al diario para que cesaran las críticas al führer. Pero Laguillo siguió publicando los artículos de su colaborador alemán.
“Había una campaña en contra del ex cónsul en Sevilla porque no era adepto al régimen”, dice Conrado. “Hay documentación que demuestra que la Gestapo espiaba las rutinas del abuelo y sus publicaciones en El Liberal. Según la información que circulaba hace unos años en el consulado, el abuelo ayudó a judíos a escapar del nazismo”, añade Ruth. Esa información también se detalla en el libro.
El propio Otto Engelhardt alertaba en un artículo publicado en 1933 sobre la persecución que se cernía sobre él. “Me he enterado de que un representante del hitlerismo en Sevilla me había denunciado como hombre peligroso al gobernador Labella [gobernador civil en Sevilla en 1933 que luego sería asesinado por el franquismo] y éste había puesto mi nombre en una lista de 'hombres de cuidado' que él entregó a la Guardia Civil para que ésta me vigile. Lo más interesante para mí es saber oficialmente quién es el villano que me ha denunciado. Lo necesito saber por mi seguridad y mi defensa. Quién soy y cómo me he portado en la vida pública puede decirlo toda Sevilla, no hacen falta indagaciones policiacas”.
El 18 de julio de 1936, el general Gonzalo Queipo de Llano se hizo con el control del Ejército en Andalucía. Había estallado la Guerra Civil y los sublevados de la capital andaluza sólo encontraron una leve oposición en los barrios de Triana, la Macarena, San Bernardo, San Marcos o San Julián. Cuatro días después, los golpistas ya controlaban Sevilla y asesinaban a todo aquél que presentara resistencia. En los meses siguientes prosiguieron los fusilamientos.
El 19 de agosto de 1936, los militares sacaron a Otto Engelhardt de Villa Chaboya. Tenía 70 años y estaba enfermo de flebitis. Primero lo llevaron al Hospital de las Cinco Llagas, actual sede del Parlamento andaluz. Allí pasó por delante de una placa conmemorativa en la que se le agradecía haber costeado una de las muchas mejoras que hizo en Sevilla y estuvo ingresado hasta el 12 de septiembre, cuando le dieron el alta forzosa.
Ese mismo día se lo llevaron a la Delegación de Orden Público, situada en la calle Jesús del Gran Poder, donde estuvo detenido hasta su ejecución el 14 de septiembre de 1936.
Nadie sabe el lugar en el que fue asesinado. La familia sospecha que como muchos otros reos fue conducido hasta el cementerio de San Fernando de Sevilla y fusilado allí mismo. En una tapia.
Tampoco saben el paradero del cadáver de Otto. Intuyen que estará en una de las muchas fosas comunes del camposanto sevillano. La única certeza es el certificado de defunción, fechado un año después de la muerte, en el que se especifica que Otto Engelhardt murió “a consecuencia de la aplicación de un bando de guerra”. Así está escrito en el registro de San Juan de Aznalfarache.
Las pocas indagaciones que realizó su hijo Conrado acabaron con una amenaza. “Vete de aquí y no preguntes más o correrás la misma suerte que tu padre”, le dijeron.
“A mi abuelo lo mata Franco por sus críticas a Hitler”, afirma rotundo Conrado. “Su sustituto en el consulado, Gustav Draeger, no sabemos por orden de quién dijo a Queipo de Llano que había que eliminar al antiguo cónsul”.
La familia sufre
Con la muerte de Otto Engelhardt, la Legión Cóndor alemana tomó Villa Chaboya y usó las dependencias como centro de operaciones. “Allí vivía la tía Mercedes y mi padre iba todos los días a apoyar a la mujer de mi abuelo”, dice Conrado.
“La tía Mercedes tenía reservada una botella de champán para cuando muriese Franco. Pero por desgracia el dictador murió después”, recuerda. “Cuando cayó Hitler, la familia lo vivió con alegría porque era la muerte de un malvado. Pensamos: ‘Ahora irán a por Franco’. Pero no fue así”.
Los Engelhardt siguieron sufriendo registros diarios de madrugada. “No sé en busca de qué”, se pregunta Conrado. “Venían de la Falange o de la Gestapo y entraban a en casa a culatazos”, recuerda. “Lo revolvían todo y nos decían: ‘Preparaos que os vamos a dar un paseíllo’. Nos lo decían a mis padres y a mí, que tenía cuatro años”.
Conrado recuerda que fueron casi todas las noches, día tras día. Hasta que un vecino carlista se presentó en la casa vestido de uniforme con su espadón y dijo: “Esto se va a acabar aquí de una puta vez”.
“Los mandó a todos fuera”, dice Conrado. “Si no, habrían seguido”.
El estigma de Otto Engelhardt acompañó durante años a la familia. Conrado tuvo que hacer la primera comunión a las seis de la mañana por ser el nieto de un fusilado. Al graduarse como psiquiatra, tuvo que demostrar que ni él ni sus familiares tenían antecedentes políticos. “Yo cambié algunas letras en el apellido y no encontraron nada”, narra entre risas.
Villa Chaboya en ruinas
El ardid permitió a Conrado ejercer de psiquiatra en Sevilla y vivir en la casa que había levantado su abuelo. “Recuerdo el olor a tabaco”, apunta. Allí seguía el piano de la abuela Anna y el violín y las pipas de fumar de Otto, que hacía gala de “una bonita voz de bajo”. Y allí se criaron sus biznietos: Conrado, Joaquín, Otto, Ana y Ruth.
Poco a poco la casa, de casi 350 metros cuadrados y unos jardines de otros 8.000, se convirtió en una carga difícil de mantener. “Decidimos venderla y la compró un matrimonio. Él era químico y la mujer decoradora, tenían dinero y le echaron muchas horas”, recuerda Ruth.
Con el fallecimiento del nuevo propietario hubo un cambio en la propiedad del inmueble. “Desde entonces el deterioro ha sido evidente”, dice la biznieta del cónsul.
La casa todavía conserva detalles de los azulejos primitivos, los pilares de fundición, los exteriores de ladrillo visto y los remates de inspiración mudéjar. Se mantiene en pie el torreón y también el amplio jardín desde el que se divisan Sevilla y la Giralda. Poco más. El interior de la vivienda está devastado fruto del abandono y el vandalismo.
Un par de esvásticas escoltan el hueco en el que un siglo antes estaba el piano. No queda ni rastro de los arcos polilobulados con inscripciones árabes similares a las de la Alhambra de Granada. En su lugar, los restos de una fogata y unas paredes manchadas de hollín. Por no quedar no quedan ni las rejas y a cada paso acompaña una ligera sensación de inseguridad.
“Los dueños están obligados a mantener la casa en buen estado”, reclama Ruth. Pero ni siquiera el Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache sabe quién es el actual propietario del inmueble. “Ni por activa ni por pasiva nos lo dicen”, explica el alcalde del municipio, Fernando Zamora, que asegura que el consistorio está dispuesto a conseguir la titularidad pública de la vivienda para convertirla en la sede del museo de la memoria histórica de Andalucía.
“Ése podría ser el sitio perfecto”, dice el regidor, que sugiere que podrían llegar a expropiar la propiedad.
El Ayuntamiento de San Juan ya ha iniciado los trámites para lograr este objetivo y en el último pleno ha aprobado una moción por la que insta a la Junta de Andalucía a declarar Villa Chaboya como Lugar de Memoria Histórica de Andalucía. “Ésa podría ser la justificación”, subraya el alcalde, que advierte que la recuperación del inmueble requiere de una gran inversión y sólo sería posible con dinero de la Junta de Andalucía o del Gobierno central.
En paralelo, la sociedad civil presiona a las autoridades para restaurar el esplendor de Villa Chaboya. “Pedimos que las autoridades hagan lo que tengan que hacer porque la casa está de pena. Se han llevado todo lo posible para venderlo”, dice Raúl Sánchez Caro, miembro de la Plataforma por la Memoria Histórica de San Juan de Aznalfarache.
“Villa Chaboya es un símbolo de una historia que no debemos olvidar”, acierta a decir Ruth. “Mi bisabuelo Otto era un ejemplo, una persona muy valiente y muy coherente con sus ideas. Pocas personas defienden sus ideas hasta la muerte. Ese espíritu de cumplir con tu deber es algo que ha permanecido en la familia, junto con la casa. Es algo que ha calado en nuestra forma de ser”.