El St John's of God Hospital Mabbeseneh está en la ciudad de Lunsah, en Sierra Leona. Al entrar en el recinto, lo primero que encontraba hasta ahora el visitante era una estatua de San Juan de Dios, fundador de la orden que lo gestiona. Desde hace unos meses, el monumento que ocupa el lugar de privilegio en el patio es el busto de un señor de un pueblo de León. Todos le llaman “héroe” y lo equiparan a un santo porque “murió por los demás”.
Es el homenaje póstumo que le han brindado sus compañeros a Manuel García Viejo, el misionero español que falleció de ébola y que pudo contagiar a Teresa Romero, la primera persona que sufrió la enfermedad fuera de África. En Sierra Leona Manuel García Viejo es el emblema del altruismo y la solidaridad. Un monumento, con su foto de fondo (y las de las otras diez víctimas mortales que dejó el ébola en el hospital) presiden la entrada del centro de salud, que poco a poco recupera el pulso después de la epidemia.
“Brother Manuel” murió y, con él, parte del hospital en el que pasó los diez últimos años de su vida. Al poco tiempo fue clausurado. “Tuvimos que cerrar cuando llegamos a 11 víctimas mortales en el equipo médico. Había más muertos que vivos. La situación era insostenible”, explica el padre Néstor Banboye, el sacerdote congoleño que compartió los últimos días de García Viejo.
YA NO HAY ÉBOLA: SÓLO MIEDO
Lunsah es una ciudad remota, a un par de horas de coche de la capital del país. Sólo hay cabañas de madera, paja y amianto. Los habitantes vagan por las calles, tratando de evitar las picaduras de los mosquitos que habitan en charcas y bolsas de agua sucia estancada. El asfalto es casi testimonial y los caminos rebosan polvo. El único edificio de obra es el hospital. Cerró en 2015 y reabrió cuando acabó la epidemia del ébola. Poco a poco va recuperando su actividad. El rudimentario y obsoleto instrumental médico, donado en su mayoría por hospitales europeos, se acumula a la entrada del edificio. Mientras, cualquier visitante debe lavarse las manos y desinfectarlas con alcohol antes de entrar al centro de salud. “Ya no hay ébola pero sigue habiendo miedo”, justifica la vigilante de seguridad de la entrada.
Ya en el interior, el hospital de Mabbeseneh se ha convertido en una especie de pequeño mausoleo del misionero español. Además del busto de la entrada, numerosos carteles con su fotografía recuerdan sus diez años de servicio a la comunidad.
“Brother Manuel”, “Heroe” o “Love” son los textos que acompañan a cada uno de sus retratos, que decoran vestíbulos que huelen a alcohol y consultas rudimentarias donde se hacinan viejísimos catres. Quienes fueron sus compañeros aún no han asumido del todo su pérdida.
NO QUEMARON SUS ENSERES
“El ébola se llevó a mucha gente, pero Manuel es una de esas personas que deja huella en los demás”, cuenta el padre Nestor Bamboye. Recuerda el misionero congoleño que cuando Manuel falleció les ordenaron quemar todas sus cosas como manda el protocolo. “No lo cumplimos como puedes observar", dice mientras muestra los efectos personales del español.
"Toca, que ya no hay peligro. Está desinfectado”, invita mostrando el ordenador personal de García Viejo, que saca de una bolsa de plástico amarilla sin sellar en la que también se encuentra su cámara de fotos, los álbumes o el pasaporte del leonés. También muestra una libreta de notas manuscritas, repleta de expresiones en español.
“Esto es lo que utilizaba para enseñarnos su idioma”, rememora Mohamed, uno de los chicos a los que cuidaba en el hospital. Palabras de primera necesidad como “cuchillo” o “tenedor”. Otras que se repiten como “cantante”. Y en una esquina de la hoja, un taco. “Aquí pone 'hijo puta'. No recuerdo qué significa pero sí que era algo divertido”, confiesa Mohamed con una media sonrisa.
A pesar de proceder de una familia musulmana, Mohamed se prepara para ser sacerdote: "Los católicos me salvaron la vida”. No puede evitar llorar cuando habla del misionero fallecido. “Yo vengo de una aldea que está a más de 200 millas de aquí. Sólo podía ir a ver a los míos cuando Manuel me daba algo de dinero”, reconoce.
TAN TERRIBLE COMO UNA GUERRA
La epidemia se ha dado por erradicada en Sierra Leona, pero durante la visita llegan noticias desalentadoras desde la vecina Guinea. “Han detectado cinco nuevos casos de ébola en Conakry”, dice un celador.
Los médicos asienten con preocupación. “Dicen que hay gente cruzando nuestra frontera norte”, añade. Caras de preocupación en el staff médico. “Rumores”, concluye uno de ellos zanjando la conversación.
“Aún hay miedo. Poco, pero hay. Es difícil encontrar por aquí a alguna familia que no haya perdido a algún miembro, vecino o amigo. Fue algo casi tan terrible como la guerra civil”, cuenta Bamboye, que asegura que él no tuvo miedo de morir. “Cuando supe que Manuel estaba infectado, seguí haciendo vida normal con él. Nos tocábamos, utilizaba sus cosas, me sentaba en su despacho… y no me infecté. Gracias a Dios”.
Bamboye asegura que no fue un gesto de valentía ni de temeridad: "Lo que hice fue seguir su ejemplo porque él nunca tuvo miedo. Porque lo que se llevó a Brother Manuel fue el amor que sentía por sus semejantes".
Cuando la epidemia entró en su fase más crítica, se prohibieron las operaciones en los hospitales. Sin embargo, según sospechan, una enfermera del hospital le pidió que le practicase una intervención rutinaria. Ella estaba infectada de ébola y no se lo comunicó. A pesar de que el misionero tomó las precauciones habituales, la propagación del virus es impredecible y García Viejo se contagió.
CONDENADO POR EL CIERRE DE FRONTERAS
A Manuel le quedaban sólo unos meses para volver a España. En un principio tenía que haber regresado el 25 de agosto. El problema con el que se encontró fue el cierre de las fronteras que decretó el Gobierno de Sierra Leona de forma preventiva. Tomaron la decisión pensando en que sería la mejor forma de evitar la propagación del virus, pero la medida acabó convirtiendo al país en una celda de la que el misionero leonés no pudo salir.
Manuel se dio cuenta de que estaba contagiado después de tratar a un paciente. Sintió un intenso mareo y tuvo que sentarse. “Achacaba su malestar a la malaria. Los síntomas iniciales son muy parecidos y él había contraído muchas veces la enfermedad. Aquí es habitual que piquen los mosquitos”, cuenta Michael Koroma, director del centro. Ese primer autodiagnóstico tuvo una vigencia de sólo unas horas. Los síntomas del ébola se manifestaron pronto y su estado se agravó.
“Todos nos sentimos muy tristes cuando nos enteramos. Aparte de la fantástica labor que hacía como médico, su calidad humana era infinita”, explica Bamboye mientras muestra la habitación de Manuel. El armario con sus libros está tapado con una vieja manta. Sobre él una foto de Manuel recibiendo un premio. “La habitación ahora pertenece al Padre Patrick, pero las cosas de Manuel siguen aquí, como si no se hubiese marchado”.
MANUEL NO QUERÍA VOLVER A ESPAÑA
Cuando Manuel se enteró de que se había contagiado, siguió trabajando como de costumbre. Michael Koroma asegura que “Manuel no se quería ir de aquí. De hecho, hasta que no estuvo muy débil y sin capacidad para pronunciarse, no se lo llevaron a Europa”, reconoce. “Fue un momento muy duro, pero no nos pilló por sorpresa. Manuel era muy valiente y quería ayudar a todo el mundo, pero el ébola se contagia rápido. Es casi incontrolable. Son cosas que pueden pasar”, acaba con resignación.
Al explicar que el misionero leonés se hizo tristemente célebre en España porque una de las enfermeras que lo cuidó se contagió en Madrid, Banboye reconoce que lo sabe, arquea las cejas y cambia el enfoque de la historia con una pregunta. “¿Sólo una? Aquí se contagiaron más de 14.000.
El recuerdo del espíritu altruista y solidario de Manuel traspasa los muros del hospital. En Makeni, a una hora de camino, los católicos acaban de nombrar a un nuevo obispo. Se trata del misionero italiano Natale Paganelli, que tenía una buena relación con Manuel García Viejo. “Hablábamos en español porque yo pasé 20 años destinado en Centroamérica”, cuenta con un marcado acento mexicano.
El obispo javeriano recuerda: “Un día se me empezó a inflamar una pierna. En los hospitales de Sierra Leona no sabían qué me pasaba y yo estaba muy preocupado porque la hinchazón no dejaba de crecer. Tanto que decidí marcharme a Italia para tratármela, aunque no tenía ni idea de si iban a tener que amputar al aterrizar. Antes de partir, coincidí un día con Manuel fuera de sus horas de trabajo. Echó un vistazo a la pierna, me diagnosticó un tipo de infección concreta y me dio unas pastillas que me deshincharon la pierna. Cuando llegué a Italia, los médicos me confirmaron el diagnóstico de Manuel, me administraron el mismo medicamento por vía intravenosa y me recuperé. Aquellas pastillas y la ayuda de Manuel me salvaron la pierna”.
EL ÉBOLA VUELVE A LIBERIA
Acaba la visita al hospital y me obligan de nuevo a limpiarme y desinfectarme las manos con un preparado de alcohol y jabón. No me toman la temperatura porque ahora no disponen de termómetros láser. “En teoría ya no hace falta porque no hay epidemia”, aclaran en el hospital, “pero lo hacemos por precaución. Te vas a encontrar a gente que te controle la temperatura en todos los rincones del país. En el aeropuerto, antes de subir a un barco… Hay que seguir teniendo cuidado”, cuenta Banboye. Mientras, llegan más malas noticias desde la frontera este: “Han identificado otro caso de contagio de ébola en Liberia”, dice otro celador. Ese paciente falleció pocos días después de la visita.
“Seguimos teniendo un poco de miedo”, confiesa Koroma, que recompone la cara cuando se gira hacia el monumento de Manuel y concluye. “Pero seguimos confiando en Brother Manuel. El padre Néstor y yo decidimos levantar este monumento justo un año después de la muerte de Manuel. Creemos que nos protege”. Por el momento funciona. Liberia y Guinea han vuelto a detectar casos de ébola. Sierra Leona sigue libre del virus. Por ahora.