El embarazo de Rosa cambió su vida. “Mi marido se fue de casa cuando me quedé embarazada”, explica entre lágrimas. La situación de pareja empeoró a cuenta de los problemas económicos, empezaron las tensiones y él se fue. “Yo me quedé sola”. No fue el único que la abandonó. “Cuando le conté a mi jefe que estaba encinta me hizo firmar una baja voluntaria. Yo, por miedo, acepté”. Sin trabajo, sin desempleo y sin ayudas sociales.
“Había días que no tenía ni para comprar una barra de pan”, recuerda. La situación fue tan desesperante que el suicidio pasó por su cabeza. “No lo hice por mi hijo, no quería dejarlo solo”.
Un día, llevada por la desesperación, tecleó en Google estas palabras: “embarazo”, “aborto”, “imprevisto”, “apoyo”. La búsqueda la llevó hasta Redmadre.
En el Polígono San Pablo, un barrio situado al norte de Sevilla, no se oye el eco de la Feria de Abril pero de la sede de la asociación salen mujeres con el trajes de flamenca en las manos. “Los hay muy bonitos”, precisa Eliana, una italiana de Erasmus en Sevilla.
“Llegué aquí porque una amiga italiana me dijo que encontró aquí su traje y que son mucho más baratos. Además, al llegar, he descubierto que con lo que pague se ayudará a mujeres que están pasando por un embarazo complicado, lo que me parece algo genial, porque así puedo ayudar a las futuras madres”, añade la joven estudiante de Derecho.
El precio de los trajes va de diez a sesenta euros cuando en las tiendas pueden superar los 500 euros. Por poco dinero se puede salir perfectamente ataviada para desfilar por el Real. Con la ayuda de algunas voluntarias, las extranjeras combinan el traje de flamenca con el mantoncillo, las flores y los pendientes y collares a juego.
Más de 500 trajes, donados por vecinas de Sevilla o por empresas, esperan una nueva dueña. Los hay de segunda mano, pero también nuevos. En muchos casos, llegan hasta la asociación para liberar espacio en los armarios de sus antiguas propietarias; en otros, facilitados por grandes marcas de la moda flamenca.
De la venta depende, en buen número, el mantenimiento de la acción que desarrolla esta asociación, privada y autofinanciada, que pertenece a la fundación Redmadre. Esta organización nacional tiene 35 sedes repartidas por toda España. “Sin ellos no sé lo que habría sido de mí”, dice Rosa. “Me han dado la fuerza que necesitaba para salir de la situación. Me han dado apoyo económico, anímico… y a mi hijo no le falta nada”.
“El mercadillo supone un aporte económico importante gracias al que logramos asumir los gastos”, explica la presidenta de la asociación Redmadre Sevilla, Teresa Galán. “Además es un derroche de generosidad por parte de la gente que nos dona, porque somos consciente de lo que supone desprenderse de un traje de flamenca y eso entraña mucho valor”, añade.
Solas y sin apoyos
En 2014, la asociación sevillana atendió a 211 mujeres. La cifra sube hasta las 10.050 en toda España. El perfil de las madres que piden apoyo psicológico, médico, legal y material es de ciudadanas españolas (52,07%) de entre 20 y 30 años (47%) sin apoyo de la pareja (65%), ya bien sean madres solteras o mujeres que la pareja abandona al quedarse esta embarazada, y sin empleo (83%), según datos de la fundación, que subraya que nueve de cada diez mujeres que piden ayuda a Redmadre siguen adelante con la gestación.
Las mujeres llegan a Redmadre “con la necesidad de ser acogidas, escuchadas, apoyadas”, explica la presidenta de la asociación sevillana. “Muchas veces no necesitan que le des un carro, una cuna o unos pañales, reclaman que haya alguien que se preocupe de la situación por la que atraviesan”, añade Galán, madre de cinco hijos.
En Sevilla, Redmadre desarrolla su labor desde el año 2008. Desde entonces ofrecen apoyo psicológico con una unidad sanitaria reconocida en psicología formada por cinco profesionales adscritos, apoyo jurídico u orientación laboral.
La noticia del embarazo es el momento más crítico para las futuras madres. “En muchos casos son imprevistos y les cuesta asimilar el nuevo escenario al que se enfrentan”, explica una de las psicólogas voluntarias, Inés Guajardo-Fajardo. “Y muchas están solas, lo que hace todo más difícil”, añade. El 51% de las atendidas a nivel nacional no tienen entorno familiar.
Gabriela sí tiene a su marido, sus dos hijos y familia, aunque lejos, en Bolivia. Con 16 años conoció a su actual pareja, a los cuatro meses se quedó embarazada y al poco de dar a luz emigró a España. En su país natal dejó a su primera hija y a los pocos meses de aterrizar encontró trabajo de interna en una casa. Allí estuvo siete años, allí vivía junto a su esposo y allí tuvo a su segundo hijo. Hasta que se volvió a quedar embarazada y la despidieron. No denunció.
Culpables por quedarse embarazadas
De repente se vio encinta, sin trabajo y sin casa. Su marido trabaja de camarero a media jornada, apenas cobra 630 euros y, aunque a duras penas puede pagar el alquiler de un piso, nadie le arrienda. “No tenemos aval, no se fían”, confiesa Gabriela, de 27 años.
“Mi primer pensamiento fue abortar”, asegura. “¿Cómo lo iba a tener? Era mucha carga”, argumenta. “Pero una amiga trató de convencerme para que no lo hiciera. Me habló de asociaciones y puse en Google: ‘No quiero abortar, necesito ayuda’. Y ahí conocí a Redmadre. Vi un vídeo de una chica y me sentí identificada. No tenía saldo en el móvil y les envié un email con mi historia. A los dos días me llamaron y me dijeron que ellos me ayudarían”, recuerda.
Gabriela y su marido peregrinaron por un sinfín de organismos, públicos y privados, en busca de ayuda. “En Servicios Sociales me dijeron que con 630 euros se podía vivir”, relata. “¿Embarazada, con dos niños, sin trabajo?”, se pregunta. “Me hacían sentirme culpable por estar embarazada”, recuerda.
“Cuando te quedas embarazada, se te cae el mundo. Y no debería ser así. Pero tienes miedo, no por ser madre, sino por lo que se te viene encima”, dice. “Salvo la ayuda de esta asociación, no tengo nada. Ahora tengo su apoyo y cubiertas las necesidades de ropa, comida. Estoy liberada aunque apretada con un tercer niño. Pero sé que esto es un momento. El niño nacerá, buscaré trabajo… la cosa irá. Trato de disfrutar de este embarazo porque sé que será el último”, revela.
Ella no lo sabe pero varias voluntarias le están preparando un traje de flamenca para su hija, de 11 años, que aunque vive con los abuelos en Bolivia está de visita en España. “Tengo ganas de ir a la feria pero no puedo”, afirma antes de que se desvele la sorpresa. “Sé que mis hijos van a querer comer algo, montarse en los cacharros (atracciones) y este mes estoy a cero. Estoy fatal”, argumenta. “Me hubiese gustado regalarle un traje porque a mi hija le hacía ilusión vestirse como las otras chicas, pero no puedo, la verdad es que no puedo”, insiste entre lágrimas.
Las voluntarias suelen escribir un final diferente a estas historias y un carrito sale de la asociación repleto de comida, ropa y con un traje de flamenca. “Es gratificante verlas sonreír”, desvela la presidenta.
Trajes con historias propias
Cada traje esconde una historia y casi todas las conoce Mamen Íñiguez, vicepresidenta de la asociación y la persona encargada de conseguir los vestidos. “Hay algunos que han desfilado por la pasarela de SIMOF (Salón internacional de la moda flamenca)”, confiesa.
En el mercadillo se pueden comprar diseños de Asunción Peña, Nuevo Montecarlo, Pol Nuñez o Rocío Fernández Cota. No son trajes de temporada pero su precio es considerablemente menor que en las tiendas. De más de 500 a 80 euros. Ese es uno de los atractivos del mercadillo, que se organiza a primeros de marzo.
La búsqueda de trajes empieza casi en Navidad. Además de la colaboración de los diseñadores, la asociación cuenta con la ayuda de hermandades y colegios de Sevilla. “Nos llaman con la noticia de que tenemos 80 trajes esperando”, explica con la vicepresidenta desde su caseta, donde se reúne con varias voluntarias de Redmadre. De fondo suenan sevillanas y hace falta elevar el tono para hacerse escuchar.
Las donaciones vienen de empresas, organizaciones pero también de particulares. “Recibimos la visita de una chica con un traje muy bonito negro y beige, tenía la etiqueta puesta y le preguntamos por qué lo donaba. Ella nos explicó que se trataba de un regalo de su ex novio y que ella no lo quería, no lo quería regalar a ninguna amiga y tampoco lo quería tirar”, confiesa Galán.
“Lo bueno de la moda flamenca es que ya no está tan encorsetada como antes y los trajes antiguos vuelven a ponerse de moda”, explica Íñiguez. “Hay algunos que con algunos arreglos se ponen de nuevo de actualidad”, añade.
Ese es otro de los motivos que hacen que este año se hayan vendido más de 300 trajes. “Pero a medida que íbamos vendiendo, las mujeres nos iban llevando más; ¡es como si se reprodujeran por las noches!”.