Suena el teléfono. Marisa, de 63 años, se encuentra sola en su casa de Majadahonda, una localidad del noroeste de Madrid, así que lo coge y lo descuelga:
- “¿Hola?”.
Al otro lado le contesta la voz de un niño:
- “Me han robado, ayúdame, me han robado todo, por favor..."
Por la forma de hablar, entrecortada y con problemas de dicción, Marisa asocia inmediatamente la voz con la de su sobrino Ricardo, que tiene autismo.
- “No te preocupes, ¿dónde está tu madre?”.
La voz que le responde ya no es la de un niño, sino la de un hombre con acento latino:
- “Tenemos al niño. Tienes que hacer todo lo que te digamos o le matamos y vendemos sus órganos en México. Somos una banda y si haces lo que te digamos no le pasará nada. Pero si llamas a la policía o hablas con alguien, le matamos y le vendemos”.
En ese momento comienzan los 30 minutos que Marisa recuerda como "una auténtica pesadilla", la misma que cada vez más gente en esa zona residencial de Madrid sufre cuando es víctima de los secuestros virtuales. En España se registran más un centenar de denuncias al mes por esta práctica. Se trata de una cifra que varía mucho, según distintas fuentes policiales. Hay mucha confusión respecto a ellas y no refleja el total de estas llamadas, pues muchas de ellas no acaban en denuncia o ésta se hace de manera incorrecta.
Mientras le hablan, Marisa comprueba que el impostor está llamando desde un número privado. El hombre al otro lado de la línea dice que se llama Carlos y fuerza a la mujer a que le dé su número de móvil para llamar y que no pueda utilizarlo como otra vía de comunicación, a lo que ella accede. Carlos le llama también al otro teléfono. Habla constantemente, sin dejar pensar a Marisa, que no sabe cómo reaccionar.
"La plata te la metes por el culo"
Se trata de "una banda suramericana", según le dicen a Marisa. Carlos le asegura que "su jefe tiene VIH y necesita dejar dinero a su familia antes de morir".
El martes es el único día entre semana que no hay nadie más en casa. Cualquier otro, Marisa habría podido contar con ayuda. Eran las 13:25 cuando sonó el teléfono. Una hora en la que estos delincuentes esperan encontrar a mujeres solas en casa. "Me amenazó con matar a Ricardo si colgaba el teléfono y me preguntó cuánto dinero tenía en casa. Le dije que poco, 40 o 50 euros. Entonces me preguntó si tenía joyas", cuenta Marisa, que le contestó que sólo tenía cosas de plata.
-"La plata te la metes por el culo", le respondió. "Tienes que tener cosas de oro o relojes".
Le contó que sólo tenía varios relojes baratos, Swatch y similares, y una sortija de oro. El secuestrador le dijo que tenía que coger el DNI e ir al banco a sacar el dinero que tuviera y le preguntó de cuánto se trataba. "Le dije que tenía 200 o 300 euros y me respondió que eso no era nada, que les tenía que dar 1.000 euros o mataban al niño, que necesitaban dinero". Se trata de la cifra mínima que piden en este tipo de casos, que puede llegar a 10.000. Ella contestó que podía pedir un adelanto de la pensión.
-"Mete en una bolsa los relojes, el dinero y la sortija y vete al banco. Tienes que sacar del cajero mil euros si no quieres que le matemos. No puedes colgar el teléfono ni hablar con nadie. Por la calle tienes que disimular, como si fueras de paseo", le amenazó Carlos. Le preguntó cuál era su banco. "El Sabadell", dijo ella. Él indicó varias sucursales en la zona, pero ella no recordaba el nombre de la calle al que podía ir. Sólo le supo decir que estaba cerca.
Marisa le dijo que estaba en bata y que debía vestirse "para ganar tiempo y pensar". El delincuente al otro lado del teléfono metía prisa para vestirse. "No paraba de hablar, preguntar y amenazar y en esa situación no podía pensar", cuenta ella. En ese momento aprovechó para escribir, en un sobre que tenía a mano, que la estaban amenazando y que llamase a la policía. Pretendía entregárselo a alguien por la calle que pudiera ayudarla.
- “Vamos, tienes que ir ya al cajero. Mi jefe está mirando esperando a que llegue el dinero y se empieza a impacientar. Tiene muchas ganas de matarle”. Las amenazas como la de Carlos sobre vender los órganos de la persona virtualmente secuestrada son lo común en estas llamadas.
Tras llenar una bolsa con los relojes y la sortija, salió a la calle y "con los nervios" se dejó las llaves", relata ella. “Me encontré con el conserje de mi urbanización. Le dí la nota que había escrito, gesticulando con el dedo en los labios que no dijera nada. Ella seguía hablando por el móvil y ellos podían oír lo que decían. Por la calle, desde mi casa hasta el banco, continuaba hablándome".
En el corto trayecto hasta la sucursal, Marisa continuó utilizando el móvil mientras se protegía de la lluvia con un paraguas. Vio pasar por allí un coche de policía y pensó que era por el aviso del conserje. Horas más tarde se enteró de que había hecho caso omiso del papel y no alertó a nadie.
El secuestrador le preguntó por qué calle iba y si había gente allí y le dijo que disimulara. Ella contestó que de acuerdo, pero que no hicieran daño a Ricardo. A gritos le prohibieron decir nada de eso, forzándola a que actuara de manera normal.
“Llegué a la puerta del banco y le avisé. Me ordenó sacar dinero del cajero, pero le dije que no tenía la tarjeta. Le eché la bronca porque sólo me había dicho que trajese el DNI”, cuenta Marisa. Carlos le dijo que tenía que entrar al banco y sacar el dinero y que llevase el teléfono en la bolsa con los relojes y la sortija para que pudiese oir lo que pasaba.
El director del banco alertó a un familiar y a la policía
Al entrar al banco había gente en la caja esperando. Uno de ellos parecía sudamericano y Marisa pensó que podía ser uno de la banda. “Ya sospechas de todo”, asegura. Majadahonda es, junto a su vecina Pozuelo, la zona con mayor renta de España, según los datos del INE de marzo. En la zona cercana al ayuntamiento hay una gran presencia de habitantes sudamericanos.
“Se me ocurrió dejar la bolsa con el móvil en la mesa de la caja mientras iba a hablar con el director del banco, que me conoce. Así el secuestrador escucharía voces de la gente en la cola mientras yo pedía ayuda”, explica Marisa. “Estaba con clientes. Le hice una señal de silencio como al conserje y le escribí en un papel: 'Han raptado a mi sobrino y me están amenazando. Llama a mi hermano y a la policía'. La cara del director era todo un poema, ahora que lo pienso”, recuerda Marisa, que escribió también el número al que llamar.
El director del banco llamó al hermano de Marisa, Daniel. El padre de Rodrigo cogió el teléfono en su comercio. Su primer instinto cuando le dijeron que le llamaban de un banco fue colgar, diciendo que no le interesaba publicidad. El director del banco intentó explicarle que allí estaba su hermana “pasándole notas” para que le llamase porque su hijo estaba secuestrado. Daniel no se lo creyó y colgó.
Una vez más, el director volvió a llamar a Daniel, y en esta ocasión Marisa habló un poco para que escuchase su voz y se lo creyese. “Mientras, entraba y salía desde el despacho del director hasta la caja, preocupada por el móvil y por la gente que estaba alrededor”, cuenta Marisa.
“Por fin, mi hermano pudo averiguar que el niño estaba bien en el colegio. Daniel había llamado a su mujer y ella al colegio. Tardaron un poco porque en ese momento estaba con el psicólogo. Ese rato lo pasé fatal”, dice Marisa. “Le pedí al director que llamara a la policía. Cuando llegó mi turno en la caja saqué mil euros de mi cuenta, porque aún no sabía si los delincuentes estarían por allí y podían cogerles de alguna manera”.
Llegaron dos guardias civiles que hicieron unas llamadas. Mientras, Marisa hablaba con Carlos, que le indicó un locutorio cercano para mandar el dinero. Los guardias civiles le aconsejaron colgar el teléfono. Ella hizo caso: “Según ellos, era una banda que estaba fuera de España y yo no corría peligro. Me tranquilizaron después de todo lo que pasó. Colgué el teléfono y al segundo recibí otra llamada”.
- “Eres un hijo de puta y ojalá que tú y toda tu familia paséis por un trance como el que me habéis hecho pasar a mí”. Marisa volvió a colgar.
Llamaron cuatro veces más al móvil y otras dos al teléfono fijo. Y así acabó todo. "No van a llamar más porque ya no ven negocio" dijo uno de los guardias civiles.
“Cuando fui a denunciar me dijeron que estaban ocurriendo muchos casos como este. Es difícil encontrarles, las penas que reciben si les cogen son mínimas y suelen estar en países tercermundistas donde no hay extradición”. Lo que relata Marisa es la situación real que cada vez sufre más gente, sin que las fuerzas de seguridad encuentren fácil solución. Ellos no pueden rastrear el teléfono aunque dicen que algunas de las llamadas provienen incluso de cárceles.
Este tipo de operaciones provienen sobre todo de países como Chile y México. Ya en febrero del año pasado comenzó una oleada. Tras llevar a cabo durante años estas prácticas allí, la gente ya está sobre aviso. Han buscado un nuevo mercado que hable el mismo idioma y que sea más inocente. En España los secuestros son algo muy poco habitual. Normalmente tienen una lista de teléfonos y van uno a uno como teleoperadores. Según fuentes de la Guardia Civil se trata de una "amenaza condicionante y no una extorsión en sí".
En noviembre del 2015 el jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, Santiago Caballero, señaló que este tipo de delitos estaba volviendo a ocurrir en la comunidad. Dijo que “en algunos se ha consumado la estafa y han pagado entre 5.000 y 10.000 euros". La Guardia Civil cuenta que en algunos casos, a posteriori, "se ha podido abortar la transferencia".
Al contar la historia, Marisa no es capaz de acordarse de si quien le llamaba sabía el nombre de su sobrino, Ricardo, o si fue ella a quien se le escapó mientras imploraba que no le matasen. Cuenta que "al principio creía que ellos dijeron que tenían a Ricardo, pero ya no estoy segura de que no les dijese yo el nombre". Lo que sí recuerda es que el supuesto secuestrador dijo que era su hijo, a lo que ella le corrigió diciendo que era su sobrino. Podría haber sido el caso, ya que los secuestradores investigan a las víctimas a través de las redes sociales.
Esa confusión es parte del estrés que esa noche no le dejó dormir. “Al principio no pensaba que fuese un timo, luego ya sí, pero necesitas asegurarte”. Como en la mayoría de casos de este tipo, los delincuentes no lograron dinero, pero Marisa sí que sufrió la angustia. “Sólo espero que si esos sinvergüenzas amenazan a alguien más, que me temo que lo harán, pillen a esa persona prevenida”, asegura. “Al final han gastado una tarjeta prepago”, sentencia entre una risa mediohistérica.
Cinco consejos para víctimas de los secuestros virtuales:
Desde la Policía ofrecen una serie de pautas a seguir en caso de ser víctima de un secuestro virtual.
1. Tranquilidad
Es lo más complicado en este tipo de situaciones pero es importante mantener la calma. A ello ayuda el hecho de estar informado sobre estas prácticas. Incluso conociéndolas puede existir la duda de si se trata de un secuestro real, por lo que si se sigue hablando con el secuestrador hay que mantenerse tranquilo.
2. Intentar ganar tiempo
Una de las técnicas utilizadas por los delincuentes es la de presionar constantemente a la víctima. Por ello es necesario tomarse tiempo para pensar, buscando alguna excusa que permita además intentar ponerse en contacto con alguien que pueda ayudar o la persona presuntamente secuestrada.
3. Usar otro medio para contactar
La intención de los secuestradores es bloquear todos los teléfonos pero siempre hay medios alternativos para comunicarse. Con el propio teléfono móvil, aunque se esté hablando a través de él, se pueden seguir usando otras aplicaciones como WhatsApp, SMS o emails. También se puede utilizar una tablet o un ordenador para escribir algún correo electrónico.
4. No ofrecer datos personales
Cuanto más sepan los secuestradores más pueden utilizar en tu contra. Y cuanto menos información tengan, más factible será descubrir la falsedad del secuestro. Hay que recordar no dar ningún nombre ni por supuesto ningún tipo de dato bancario.
5. Contactar con la Policía
Se descubra o no que el secuestro es una farsa es conveniente presentar una denuncia para proporcionarles información y que puedan. Ellos podrán asesorar mejor que nadie, ya sea durante o después de la llamada del secuestrador.