Guillermo Toledo (Madrid, 1970) habla incluso por la espalda. Su americana deja al descubierto un tatuaje en el cuello con la palabra "amor" en chino. Su nuca parlotea, su necesidad de emitir mensajes es tan imperiosa que incluso su cuerpo se convierte en una pancarta, en un muro de Facebook, en un mitin. Se lo hizo una noche que ya ni recuerda. Impulsivo en lo político y en lo personal. Camina por la madrileña calle Zurita, son las cinco de la tarde y aún no ha comido. "Soy de acostarme muy tarde y levantarme muy tarde", dice. Willy, como le llaman desde que un verano fue a Inglaterra con su familia y los críos no sabían pronunciar su nombre en español, se sienta en la terraza de un restaurante asturiano y pide pote. Una mujer se acerca para corroborar que es él: "Hace mucho tiempo que no te veo actuar y soy una gran admiradora tuya, que lo sepas". Se llama Isabel y dice no juzgar a nadie por sus ideas políticas. Por su discurso, se intuye que no está de acuerdo —al menos en todo— con el catálogo ideológico que Willy Toledo exhibe en sus redes sociales. "Si es buen actor, lo es y punto".
Toledo se repite en los medios de comunicación como una comida indigesta. Una frasecita de su Facebook, una imagen en su foto de perfil, algún arranque chavista en un acto político. Todo es susceptible de ser sometido al escrutinio público, actividad favorita en los tiempos de Twitter. Su última aparición ha sido tras arremeter contra Manuela Carmena por el grupo de Comisión de Memoria Histórica que ha creado. "Tú te cagas en mis muertos, yo me cago en los tuyos", escribió. Toledo considera que el conjunto elegido por la alcaldesa es un despropósito que "no reparará los daños de las víctimas del franquismo".
—¿No se arrepiente nunca de lo que suelta por la boca?
—No, nunca. Ni siquiera de las mayores cagadas, porque si no las hubiera hecho no habría aprendido.
—¿Tampoco en este caso?
—No, aunque reconozco que ha sido una cagada. Es muy probable, espero, que gracias a esto no vuelva a ser tan cazurro como para hacer una personalización tan injusta. Ni con Carmena ni con Jiménez Losantos. Esto me ayuda a levantarme y decir: "No seas gilipollas".
—¿Por qué es injusto?
—Porque en vez de haber dicho: "Vosotros os cagáis en nuestros muertos, yo me cago en los vuestros", lo personalicé en Carmena cuando es un asunto de muchos. Y le pido disculpas por ello, es un error grave. Le pido disculpas directa y personalmente.
Al reflexionar sobre el asunto de Carmena, se lleva un dedo a la boca. Dice que se muerde las uñas desde que era muy pequeño. Son minúsculas e irregulares como la orilla de una ola. "Es por la ansiedad. Afortunadamente, o no, con las uñas voy descargando un poco. Nunca me verás ansioso ni nervioso, pero lo soy aunque parezco bastante pachorrón. Es algo que llevo por dentro", explica.
Aunque lamenta su ataque a Carmena, la idea que tiene sobre la alcaldesa no ha variado desde el primer momento en el que supo de ella. "Mi madre es de su generación y ya la conocía, pero yo no. Mi madre pensaba que era de otra manera pero también está abriendo los ojos. Yo en cuanto oí hablar de ella, me informé y en seguida pensé: 'Esta señora es un topo del Partido Socialista'".
—¿Y esa afirmación se basa en...?
—Igual estoy equivocado, muy probablemente lo esté, pero tengo la sensación de que esta señora sale de aquella reunión secreta que la prensa desveló entre Errejón, Iglesias, Bono y Zapatero. Es una cábala mía, eh.
—¿Y si cree que posiblemente está equivocado por qué lo dice?
—¿Por qué no lo voy a decir? ¿Sólo podemos hablar cuando estamos 100% seguros de que estamos en lo cierto?
—Sería lo ideal.
—Yo tengo una hipótesis y la digo, no pretendo nada.
"Nunca me he llevado un puto duro"
Willy Toledo es proclive a la provocación incluso en los pequeños detalles. En su estado de WhatsApp luce un "En el gym", pero aborrece los gimnasios. "Me pongo eso para vacilar un poquito. Pisé uno una vez y nunca más. Me parece uno de los lugares más parecidos al infierno". Hay quienes consideran que su afición a la gresca forma parte de un mecanismo para hacerse notar ahora que ha desaparecido de televisiones y cines. "Lo que ha hecho que no tenga trabajo en ese mundo es precisamente hablar de lo que hablo", asegura. Dice que uno de los factores que influyó para vetar su aparición en películas y series fue su libro Razones para la rebeldía (2011, Península). "En él denunciaba a muchos de los que ahora están siendo perseguidos por la justicia o directamente imputados. Por ejemplo, el señor Imanol Arias, que lleva desde que empezó Cuéntame llevándoselo crudo del dinero público de TVE con infinidad de empresas. No lo podíamos denunciar porque no teníamos pruebas, pero si estabas en ese mundo lo sabías".
—¿Tiene amigos que hayan defraudado?
—A muchos compañeros les han hecho una inspección de Hacienda, han tenido que pagar mucho dinero porque estaban llevando a cabo prácticas ilegales y, en mi opinión, ilegítimas. Aunque nuestros impuestos no vayan donde deberían ir, nuestra obligación es pagarlos, sobre todo los que ganamos tanto cuando trabajamos en cine o televisión.
—¿Y lo dice o calla?
—Claro, a muchos compañeros les han cazado y les he dicho: "Tíos, os jodéis, no haber robado. Pagad lo que tenéis que pagar, señores". Que ganamos una fortuna cuando trabajamos.
—¿Cuánto ha llegado a ganar? Si no le importa que le pregunte.
—Claro que no. Los que dicen que hablar de dinero es de mala educación son los que tienen mucho. Los que tienen poco hablan todos los días de dinero. Pues por un capítulo de una serie, por la última que protagonicé [Cuestión de sexo, de 2007 a 2009], más o menos me llevaba 20.000 euros. Si cuando tú ganas eso tienes que pagar el 47% de IRPF, tienes que pagarlo, no hay más. Así que claro que se lo digo a la cara cuando he sabido que alguien lo hacía. Eso es de mangantes.
—¿Lo considera corrupción?
—Sí, si eres capaz de hacerlo por 100 euros, eres capaz de hacerlo por 50 mil millones. Es el hecho de defraudar.
De su padre, cirujano, y su madre, psicóloga, dice haber heredado la honestidad. "No me he llevado nunca un puto duro que no fuera mío". Para ilustrarlo, cuenta una anécdota: "Una vez iba por la calle y me encontré un billete de 500 pesetas. Subí a casa y dije: '¡Mira, papá, un billete de 500 pesetas!'. Muy emocionado. Él se puso muy serio y me dijo: '¿Dónde las has encontrado?'. Y le dije: 'Ahí abajo, en la calle'. Sin decir nada se puso el abrigo y me dijo: 'Ven conmigo'. Salimos y me preguntó en qué lugar exacto las había encontrado. 'Aquí'. 'Déjalas ahí'. 'Pero si están en el suelo'. '¿Pero son tuyas?'. 'No. Pero si no me las llevo yo se las llevará otro'. 'Pues que se las lleve otro, pero tú no te vas a llevar un dinero que no es tuyo'. Y ahí las dejé. Era algo simbólico, una lección que me estaba dando mi padre. Como era pequeño, me quedé durante meses dándole vueltas. Hasta que al final lo entendí. Si otro se apropia de ello, vale, pero yo no lo voy a hacer porque no es mío".
Sin ser un personaje de la esfera política al que hubiese que exigirle que rinda cuentas, Hay quienes se preguntan de qué vive Willy Toledo. "Eso es lo que ellos no saben. Muchos tienen la intención de arruinarme la vida, que tenga que ponerme a trabajar de camarero, que sería muy loable. En Latinoamérica me respetan y valoran mi trabajo como actor, así que llevo unos años trabajando allí, además de las obras en Teatro del Barrio [Madrid]. Además, el tiempo que trabajé en tele y cine me sirvió para ahorrar. Soy un tío muy austero, nada gastón. Por suerte nunca he tenido que pedir dinero. Así que mensaje directo a esa gente: os jodéis".
Ahora está en escena con El Rey, de Alberto San Juan, en la compañía Teatro del Barrio, fundada por San Juan y Toledo. "Por una función fuera de Madrid ganamos unos 500 euros. Pero es un trabajo muy inestable. Si no saliesen bolos, siempre podríamos actuar en Teatro del Barrio de martes a domingo y aun así seguiríamos cobrando más que muchos asalariados".
Diez minutos antes de comenzar la función de El Rey —una obra que cuestiona la legitimidad de Juan Carlos I y de la Transición—, un matrimonio llega a la sala. Compraron las entradas unos días antes sin fijarse en el elenco que lo protagonizaba. Al mirar el cartel y leer "Guillermo Toledo", el marido resopla. "Uf, éste, qué pereza". "¿Por qué?", le pregunto. "Siempre está soltando alguna de las suyas. Un día es estalinista, al otro es otra cosa... Como persona no me gusta mucho, pero es un gran actor, eso sin duda", reconoce. No es el caso de José María, un banquero jubilado que admira a Toledo y al resto de actores de la obra —Alberto San Juan y Luis Bermejo—. Al terminar, se acerca a ellos y les pide una foto. Otra. Es la cuarta vez que acude a ver esta función y en todas las ocasiones les ha pedido una instantánea. "Me encanta el tema que tratan en esta obra, y son grandes actores. Me gustan muchísimo los tres, aunque yo en política no me meto. Que digan y piensen lo que quieran".
Al actor le molesta especialmente ese mantra de la corrección política según el cual "todas las opiniones son respetables". "No respeto a los racistas, ni a los machistas, ni a los homófobos, ni a los fascistas. Bueno, no respeto sus opiniones, a ellos sí".
—¿Tiene algún amigo de derechas?
—Claro que sí. Ningún amigo facha, pero muchos de derechas.
—¿Cuál es para usted la diferencia?
—Mi abuelo, por ejemplo, era de derechas. Era un tipo conservador que de alguna manera creía que las clases altas y privilegiadas tenían derecho a serlo. Era republicano pero votaba a la derecha. También era muy humanista, era un gran hombre. Pero él no me fusilaría por pensar como pienso, esa es la diferencia con un facha.
—Tiene unas ideas muy propias sobre la izquierda y la derecha. Para usted no existe el centro, supongo.
—Ciudadanos, por ejemplo, no es mucho más de derechas que el PSOE. Su diferencia con el PP es que no arrastra ese pasado franquista. Y Podemos es la socialdemocracia de toda la vida, que para mí no es izquierda.
Willy Toledo se desvinculó del partido de Pablo Iglesias al que en un principio había apoyado. No le perdonó que se transformara en una formación tradicional y que su líder buscara "el aplauso fácil". "Los círculos de Podemos se dedican a reunirse, a debatir, a hablar de lo humano y lo divino, pero no tienen ninguna capacidad de decisión". Nada es suficiente para el utópico Willy Toledo: "Saldría del euro y de la Unión Europea".
—Es curioso, eso también lo piensa la extrema derecha.
—Pero por otros motivos.
—No hay ningún partido de izquierda que comparta esa idea. ¿Suele votar?
—He votado tres veces en mi vida. La primera fue en 1989 porque me hacía ilusión, era la primera vez que podía hacerlo. Todavía no tenía la conciencia política que tengo ahora. La segunda fue en 2004 porque me convenció mi "hermano" Alberto [San Juan]. Y en las últimas generales también.
—¿A quién?
—A Izquierda Unida.
—¿Qué le parece el acuerdo Podemos-IU?
—Son libres de ir en coalición con Podemos, me da un poco igual. No entro mucho en el juego parlamentario.
—¿Votará en las próximas?
—Sí, aunque sin ninguna convicción ni ilusión.
—Si vota, alguna convicción tendrá.
—En realidad sí, dos. Conseguir echar al Partido Popular y hundir al Partido Socialista. Mi favorita es la segunda. Considero más peligrosa su socialdemocracia. El PP va de frente y no se oculta. Me alegraría que hubiera una victoria de la confluencia, pero el champán lo abriría si conseguimos que el PSOE tenga 20 o 30 diputados.
Una infancia marcada por la política
Si bien no le agradan demasiado las etiquetas políticas, no tiene problema en definirse como “ciclotímico”. Hace dos años vivió una asfixia emocional debida a un cúmulo de circunstancias personales y laborales. “Tuve una relación amorosa muy tóxica justo antes del bajón grande. Además, no tenía trabajo. Se me juntó todo eso con cosas que no identifico pero sé que están ahí. Siempre he tenido temporadas de tristeza, de sentirme solo, pero ahí lo que tenía era depresión. Me di cuenta de que estaba solo, como todo el mundo. Hay momentos en los que eres consciente de que estás mal y nadie te puede ayudar, eso lo tengo muy claro”. Bebe cerveza y concluye: “Pero ahora estoy fresco como una lechuga. Iceberg no, una lechuga buena de la huerta murciana”.
A veces parece que Willy Toledo escala la montaña de la moral hasta alcanzar la atalaya desde la que proclama qué es correcto y qué no. Sin embargo, reconoce que es impulsivo, que se equivoca y que tiene las contradicciones propias del ser humano. “Sé que mi madre no está de acuerdo con todo, sé que lo pasa mal y que sufre cuando digo ciertas cosas y salen en los medios. Con la penúltima, cuando me cagué en la Virgen del Pilar, me dijo: ‘Pero hijo, ¿era necesario?’”. A ella la recuerda llorando mientras le explicaba, cuando todavía era un crío, cómo había muerto Salvador Allende. “Siempre he debatido mucho de política con mis padres, en mi casa la mitad del tiempo se hablaba de eso. Los primeros discos que yo escuché cuando era muy pequeño eran de Víctor Jara, Mercedes Sosa, Paco Ibáñez… Los típicos del rojerío de aquella época”.
De su madre ha aprendido a ser un hombre feminista: “Somos cuatro hermanos, la mayor, Marta, es la única chica. Desde pequeños se nos ha educado en la igualdad. Teníamos que compartir todas las tareas, y nunca tenía que ser mi madre o mi hermana la que limpiase o nos cuidase si estábamos malos. Gracias a mi madre tengo mucho terreno ganado en el feminismo, aunque tengo que aprender mucho por el hecho de ser hombre. Los más concienciados dentro de la izquierda contra el machismo somos inevitablemente machistas aunque no queramos. Luego está el típico que dice: ‘¿Ahora tengo que pedir perdón por ser hombre?’. Pues no, gañán, pero tienes que cuidar a tu prójimo, y eso incluye a las mujeres. Como leí el otro día: ‘Los hombres no necesitan que las mujeres les demos un espacio en la lucha feminista, sino que todos esos espacios que ya ocupan los conviertan en feministas’”.
Hace años que a Willy Toledo ha dejado de importarle lo que la gente piense de él. Quizá por todos los años que lleva yendo a terapia, quizá porque el paladar se acostumbra tanto al picante como al juicio ajeno. “De pequeño era disléxico e iba al terapeuta por eso. Desde adolescente voy por voluntad propia, porque quiero conocerme. Diría que el 80% del tiempo que he pasado con un psicólogo ha sido sin necesidad de curarme una enfermedad psiquiátrica o una depresión, sino porque me apetecía. Cuando tenía pareja, iba a contar cosas de mi relación con ella. Me ayuda mucho que una persona desde fuera vea mi vida. Siempre tendrá más objetividad y claridad que yo”.
—¿Cuándo empezó a ser inmune a las opiniones de los otros?
—Antes tenía bastante presente lo que podían pensar de mí. Hice muchas cosas para no salirme del renglón. Siempre pongo un ejemplo que es muy significativo: yo era muy heavy, y lo sigo siendo. Cuando era chaval iba de uniforme: pelos largos, chupa vaquera, parches… Y un día me di cuenta de que no me gustaba vestir así. Estuve ocho años vistiendo como yo no quería por lo que pudiese pensar de mí la gente de mi grupo.