Es domingo por la mañana y subo a la tercera planta del Hotel Melià Avenida América. En uno de sus salones se celebra Surrofair, una feria de gestación subrogada. O lo que es lo mismo, un lugar donde se pueden alquilar vientres. La gestación subrogada es una práctica prohibida en España, aunque entre 800 y 1.000 familias españolas recurren a ella cada año. Se desplazan a otros países como Rusia, Estados Unidos o Grecia, donde sí está permitido. Nada me hace pensar que voy a salir de ese mercadillo con una factura proforma de un bebé y la propuesta de comprar gemelos que tengan mi genética y la de mi hermana.
Surrofair no es un lugar pensado para los periodistas. En la entrada ya advierten de la prohibición de tomar fotos o grabar vídeos, así que opto por hacerme pasar por un cliente potencial; alguien interesado en alquilar un vientre. Un amigo que conoce el sector me avisa: “A esos sitios hay que ir en pareja. Se entiende que, cuando vas a informarte sobre cómo contratar un vientre para gestar a tu hijo, acuden los dos miembros de la pareja. De hecho, verás que cada entrada que se emite es válida para dos personas”.
Intento convencer a alguna amiga para que me acompañe, porque una pareja heterosexual tiene un catálogo de elección más amplio que una homosexual. Como ninguna mujer puede acompañarme, opto por convencer a otro amigo periodista y nos hacemos pasar por una pareja gay que quiere tener un hijo biológico en lugar de adoptado. Ya estamos dentro.
"Se están vendiendo niños"
El evento ha estado envuelto en polémica desde antes de empezar. El Partido Feminista lo ha denunciado argumentando que se fomenta el tráfico de personas: “Se comercia con seres humanos. Se están vendiendo niños”, cuentan desde el partido. En la feria, sin embargo, no tienen constancia de que exista esa denuncia. “Nos hemos enterado por la prensa, pero a nosotros no nos ha llegado nada”, cuenta una portavoz de Babygest, la revista organizadora.
Al entrar nos atiende una azafata que nos orienta: “Las parejas homosexuales sólo pueden alquilar vientres en Estados Unidos y Canadá. Las legislaciones de Rusia, Ucrania y Grecia, que son los otros países con los que trabajamos, no aceptan a gays”. Así, descartamos la mitad de la veintena de stands que hay dispuestos y nos centramos en los que nos interesan.
La feria es una especie de mercadillo de pequeñas carpas con comerciales que revolotean y nos abordan como si nos quisiesen vender un coche o un piso. A nosotros y a la media docena de parejas homosexuales que visitan la feria en ese momento. Los comerciales norteamericanos saben que los gays son un target exclusivo para ellos y que los rusos (la otra gran potencia del sector) no pueden competir en esa liga porque su ley no se lo permite.
Bebé a medida por 150.000 euros
En el stand de la empresa Creating families nos invitan a sentarnos. Nos atiende una comercial peruana de apellido polaco y un abogado californiano de ojos azules y un intenso bronceado cultivado en la playa de Malibú. Ambos tratan de convencernos de que son la mejor opción para gestar a nuestro futuro retoño. Ella nos explica el proceso a seguir y el precio. El coste total de la operación asciende a 150.000 euros. “Somos los más caros pero nadie ofrece tanta seguridad y calidad”, se apresura a aclarar. Y es que EEUU es algo así como “la meca” de la subrogación. Por cuestiones jurídicas y por el nivel de clínicas y médicos.
Lo primero que hace la comercial es resumirnos el proceso: debemos proveernos de 150.000 euros. El plan contempla tres o cuatro viajes a Estados Unidos, cuyo coste no está incluido en ese precio. El primero es para donar el esperma. El segundo para conocer a la madre de alquiler. El tercero y definitivo, para recoger al bebé.
La comercial alaba de la fiabilidad de su empresa: “Tenemos 36 años de experiencia y trabajamos con la mejor genética”. Para convencernos, nos refiere una web con un catálogo de mujeres donantes de óvulos. Es algo así como el eBay del ADN. Fotos de 369 chicas jóvenes de entre 20 y 35 años, candidatas a aportar la genética de nuestro futuro bebé. Un muestrario a la carta de mujeres caucásicas, negras, indias o asiáticas, con sus datos personales, la nacionalidad de sus padres, su historial médico, sus aficiones y hasta el número de veces que han logrado fecundar con éxito sus óvulos. El cliente puede elegir el color de ojos de la donante, su etnia e incluso su grupo sanguíneo. Resulta impactante observar un catálogo de personas.
Comprar gemelos
“Si no os convence ninguna, podéis aportar vuestro propio óvulo”, nos sorprende la comercial. Mi compañero y yo nos estudiamos el uno al otro unos segundos, intentando averiguar de qué modo vamos a poder aportar un óvulo. La comercial nos saca de dudas: “¿Tenéis hermanas?”. Los dos asentimos. “Pues en lugar de un niño podéis pedir gemelos. Cada uno aporta el esperma para un embrión, que se combinará con el óvulo de la hermana del otro. Uno niño tendrá tu genética y la de tu cuñada. El otro, el ADN de tu pareja y el de tu hermana. Será vuestra genética al 100%” me aclara, provocando sendos rictus de perplejidad. “Aquí podemos hacerlo todo”, concluye con tono mesiánico.
“Lo de los óvulos está muy bien, pero a mí me interesa saber qué persona va a parir a nuestro bebé. ¿También hay catálogo?”, le pregunto. La comercial lamenta no disponer de esa información “por cuestiones de confidencialidad. Pero ya la conoceréis en uno de los viajes”. Ahí protestamos porque, de ese modo, “corremos el riesgo de establecer un vínculo emocional con esa mujer que igual no nos apetece tener. ¿Y si no queremos conocerla?”, le cuestionamos casi al unísono. “Ya veréis cómo os hacéis amigos. Al final tendréis una relación muy buena, os comunicaréis por redes sociales, será una parte más de vuestra familia”. Insistimos y le decimos que “quizás sea eso lo que no nos interesa. ¿Y si no queremos conocerla?”. La comercial endurece el semblante. “Es obligatorio. No hay otra opción”, sentencia.
Preguntamos cuánto dinero se llevará la madre gestante. De los 150.000 que nos piden, ella sólo cobrará entre 36.000 y 50.000. El resto se invierte en pagar a la empresa intermediaria, costear seguros, pruebas médicas y psicólogos. “Es caro, pero hay que pensar que todo el proceso se realizará en clínicas privadas y que esto os garantiza el mejor servicio”, resume, señalando que “lo barato sale caro y en el caso de tener un hijo, es importante tener las mejores garantías”. Entonces cuenta por qué ya nadie puede optar por países como India para alquilar un vientre. “En países menos desarrollados se han dado casos de explotación. Hombres que obligaban a sus esposas a gestar niños para otras personas porque necesitaban el dinero. Mujeres que acaban pariendo diez o doce veces en condiciones sanitarias ínfimas, recluidas en casetas y sin atención médica. Eso nunca va a suceder en Estados Unidos”, promete.
Pasaporte estadounidense
Paralelamente, el abogado bronceado nos asesora jurídicamente. Nos cuenta que trabajan principalmente en los estados de California, Maryland y Oregon. Sus leyes no dejan fisuras ante un hipotético caso en el que la madre de alquiler se arrepienta y quiera quedarse con el bebé. El que paga lleva todas las de ganar. “Esa mujer no tendrá derecho alguno sobre el niño. De hecho, el certificado de paternidad se emite un mes antes de que nazca el bebé”, tranquiliza. “Además, el niño tendrá pasaporte norteamericano, que siempre es una ventaja para su futuro”, proclama con orgullo patrio.
Para concluir la visita, la comercial nos entrega una detallada factura proforma con el precio de nuestro hijo. Nos levantamos, no hemos dado ni cinco pasos y nos aborda otra comercial que nos hace una oferta en voz baja. “Tssss, tssss… ¿Sois homosexuales y queréis subrogar? ¿Os habéis planteado Canadá? Es tan fiable como Estados Unidos y mucho más barato, porque la madre de alquiler tiene que hacerlo gratis”. Mi compañero y yo nos quedamos estupefactos y le pedimos que nos aclare ese punto. Ella nos informa: “La legislación canadiense prohíbe alquilar el vientre por dinero. La madre no puede cobrar ni un dólar. Ni siquiera regalos. Debe ser un gesto altruista y su única motivación debe ser ayudar. Esta práctica está muy bien vista entre la sociedad canadiense. Esto, evidentemente, supone un retraso en los plazos porque no hay tantas mujeres dispuestas a poner su útero gratis. Pero al final siempre sale alguna candidata dispuesta. Si no tenéis prisa, es la mejor relación calidad/precio”, nos sugiere ante nuestro asombro.
Competencia brutal
Mientras esta comercial nos enumera las bondades de los vientres canadienses, detrás de nosotros escuchamos a una comercial de una empresa rusa contándole a una pareja heterosexual las ventajas de acudir a Rusia y no a Ucrania: “La situación política del país es mucho más estable. Cuando se trata de tener un niño, cualquier precaución es poca”. La competencia es brutal y los comerciales queman todos sus cartuchos para conseguir cerrar la venta (o alquiler) de sus vientres. Incluso el del precio más competitivo. Al salir de la feria, coincidimos con esa pareja en el ascensor, que parecen convencidos de elegir Moscú “porque es mucho más barato que Estados Unidos. Por poco más de 40.000 euros tenemos todo el pack”.
A pesar del shock inicial y de la sensación fría de mercantilización del cuerpo humano que puede dejar una feria de este tipo entre los profanos en la materia, desde la organización intentan dar una visión más amable de la industria: “Muchas de las personas que acuden a la subrogación son mujeres que han sufrido un cáncer de ovarios y están incapacitadas para procrear. Es el sueño de su vida y nadie sale perdiendo”, cuentan desde el departamento de comunicación de la revista Babygest. Condenan enérgicamente las prácticas abusivas que se producen en otros países: “No invitamos a la feria a empresas que trabajen en países como India, Tailandia o Nepal, porque no ofrecen las garantías de seguridad y transparencia que exigimos”. La organización pide “que se regule por fin esta práctica en España” y utilizan como argumento “la cantidad de personas que acuden a la subrogación. Más de 1.600 personas han pasado por la feria en estos dos días”.
El pasado año, más de 800 españoles recurrieron al alquiler de un vientre en el extranjero para poder concebir a su hijo. Uno de ellos fue el cantaor de flamenco Miguel Poveda. El artista catalán reconoce que, por su orientación sexual, “el método natural estaba descartado”. A sus 40 años, la opción de adoptar tampoco parecía factible. “Por eso opté por la gestación subrogada en Estados unidos. Espero que esa técnica llegue alguna vez a España porque sería lo ideal. Pero imagino que tardará en llegar por la mentalidad retrógada de la sociedad en algunos aspectos y la falta de interés por parte de los políticos”, confiesa en una entrevista concedida a Babygest.
La legislación en España
En efecto, la legislación española no permite llevar a cabo esta práctica dentro del Estado. Los vientres de alquiler son ilegales porque la ley considera los contratos que supongan la renuncia por parte de una mujer a la filiación materna. Ciudadanos ha sido el primer partido en proponer un cambio para permitir la subrogación en España. Fue uno de los puntos que presentó al PSOE en su propuesta de pacto de Gobierno, aunque finalmente no hubo acuerdo. La formación naranja también llevó una Proposición No de Ley en la misma línea a la Asamblea de Madrid, para pedirle al Gobierno español que regulara el alquiler de vientres. La presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, sumó al Partido Popular a su propuesta, aunque la decisión provocó un cisma dentro de su partido. Los miembros más conservadores votaron en contra y, finalmente, el PP se quedó fuera.
Así, en España no existe consenso sobre la maternidad subrogada ni siquiera en el seno de los propios partidos. Las formaciones más conservadoras condenan esta práctica, en línea con las asociaciones provida. Mientras, los nuevos partidos como Ciudadanos o Podemos apuestan por la regulación y el refuerzo de los derechos de la gestante. Pero el consenso sigue sin llegar. Tal y como lamentaba una de las asistentes a la feria de la subrogación, “no se ponen de acuerdo ni siquiera dentro de los propios partidos, ¿cómo van a hacerlo para crear nuevas leyes? Y al final, como con todo, los perjudicados somos los ciudadanos”.