El preso Teodoro Leandres -flacucho, mirada triste, pantalón caído- se quedó absorto durante unos segundos, casi paralizado, cuando el funcionario de la prisión de Huelva le soltó aquello de “prepara el petate, que te marchas ya”.

Fue a eso de las doce del mediodía del miércoles 11 de mayo. Hace semana y media. Desde entonces, de nuevo es un hombre libre. Pero en aquel momento el reo número 2013/0554539 no se lo podía creer.

- Sí, sí, que te marchas hoy mismo- insistió el funcionario.

- ¿Hoy mismo..?- alcanzó a responder el hombre, de 50 años.

Tras dos juicios, y después de pasar tres años y dos meses en una celda del módulo 1 de la penitenciaría onubense –la mayoría del tiempo en prisión preventiva-, el reo quedaba absuelto del delito de abuso sexual sobre su hijo de 8 años.

En un primer juicio fue condenado a 14 años de prisión. Sin embargo, el Tribunal Supremo (TS), tras un recurso presentado por su abogada, pidió que se repitiera al entender que la sala que lo condenó estaba contaminada debido a que sus tres integrantes conocieron parte del sumario durante la instrucción del caso.

Absuelto abuso

“Es una decisión casi única aquí”, afirma Juan José Domínguez, decano del Colegio de Abogados de Huelva. A sus 84 años, 63 de ellos de profesión, admite que no recuerda otro caso en la ciudad en la que el Supremo “haya pedido que se cambie los componentes de una sala al completo”.

En aquel segundo proceso judicial, los magistrados constataron la falta de pruebas en la denuncia que interpuso contra él su exmujer al poco de romper la relación que mantenían juntos desde antes de que naciera su único hijo, al que llamaron como su padre, Teo.

En su declaración, primero ante la Policía Nacional y después en sede judicial, la antigua pareja de Teodoro lo dibujó como un depravado sexual con desviaciones zoofílicas. Ningún informe psicológico avaló esa postura. Tampoco su hijo presentó nunca evidencias de violación. Ni una sola prueba contundente.

“Expídase de inmediato mandamiento de libertad”, reza en la segunda sentencia. Cuatro horas más tarde del aviso del funcionario, y después de comerse el rancho de mediodía, el reo dejaba atrás las paredes de aquella prisión. Sonreía y sus ojos lagrimeaban mientras sus hermanos le besaban.

EL RELATO DE UN “DRAMA”

Hoy es jueves y Teodoro recibe a EL ESPAÑOL en el despacho de su abogada, Ana de Silva. Son las cinco de la tarde y una temperatura más propia del verano que de la primavera aprieta sobre Huelva.

Teodoro ha quedado absuelto de los cargos de abusos sexuales que se le imputaban. Fernando Ruso

El hombre, antiguo albañil pero de familia pudiente, viste camisa azul cielo y unos pantalones vaqueros varias tallas por encima de la suya actual. “Son de cuando estaba rellenito. Voy a tener que comprarme ropa”, dice sonriente. “En prisión he perdido la tira de kilos”. Y suelta una sonora carcajada.

En una mesa ovalada, frente a la jurista que le defiende ahora, comienza el relato de lo que él tilda de “drama”.

Para entender lo que le ha sucedido, dice Teodoro en tono calmo mientras enciende un cigarro tras otro, hay que remontarse al 1 de agosto de 2012. Ese día, rota ya la relación con Francisca, su pareja durante 12 años, ambos discutieron en mitad de la calle. Hubo insultos. Ella denunció. Él, aconsejado por su abogada de oficio de aquel entonces, admitió la acusación de injurias graves. Un juez le impuso una orden de alejamiento durante los siguientes seis meses.

En todo ese tiempo, Teodoro no se acercó a su ex pero sí siguió haciéndose cargo de su hijo, que por ese tiempo tenía ocho años. Cada dos fines de semana se lo llevaba a su casa en Gibraleón (Huelva). Sin embargo, sólo un día antes de que terminara el período sin poder acercarse a Francisca, ésta presentó una nueva denuncia. Fue el 30 de enero de 2013.

En un primer momento Francisca acudió a la Policía Nacional para explicar que su hijo, después de haber visto en el móvil de su madre dos vídeos de contenido pornográfico, le confesó que su padre le había enseñado a realizar ese tipo de descargas, que necesitaban de tarjeta de crédito. Pese a todo, ella borró las imágenes de su terminal telefónico.

Un mes más tarde, el 5 de marzo de 2013, la mujer amplía la denuncia y añade que el niño le había contado también que su padre, durante el tiempo que pasaban juntos, le practicaba tocamientos y felaciones, o penetraciones anales cada día -por la mañana y por la noche-. Incluso, que practicaba sexo con su perro o que de vez en cuando lo encerraba en un cuarto con pestillo.

Hasta ese momento, el niño era un chaval ejemplar en el colegio. Sacaba buenas notas y no entraba en conflictos con los compañeros. Tras la denuncia presentada por su madre, su rendimiento escolar empezó a decaer. Nunca antes.

SIN EVIDENCIAS DE PENETRACIÓN

Al pequeño Teo se le practicaron exploraciones médicas. El forense dictaminó, según muestra Ana de Silva en la segunda sentencia, que el niño sufría una “breve dilatación del conducto anal al separar los glúteos”, pero que no era “síntoma específico de penetración (...) ni de introducción de objetos. No desde luego con la frecuencia o intensidad que las declaraciones de la madre venían a sugerir”.

Pese a todo, una vez abierta la causa penal, el juez envía a Teodoro a la cárcel, donde acabaría pasando dos años en prisión preventiva, que se prolonga uno más. Durante este tiempo, en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Huelva se sigue el procedimiento abierto en su contra.

Teodoro Leandres, sonríente, junto a su abogada, Ana de Silva. Fernando Ruso

Basándose en el testimonio acusatorio de la madre y con el informe psicológico de un grupo de expertos que mantienen tres entrevistas con el niño -en las que Teo a duras penas corrobora la versión de su madre- la sala, compuesta por tres magistrados, condena al acusado a 14 años de prisión, a estar dos décadas sin poder acercarse a su hijo, a no poder comunicarse con él de por vida y al pago de 40.000 euros como indemnización.

Teodoro, que ahora apura un cigarrillo y al instante apaga la colilla en un cenicero que hay en la mesa, hace un breve inciso acerca de cómo vivió el juicio estando preso. “Aunque nunca perdí la esperanza [de que la Justicia le diera la razón] yo sólo pensaba que pronto me llegaría la sentencia definitiva, la que ya no permitía recurso alguno”.

EL TS DA UN GIRO TOTAL AL CASO

Durante el proceso, Ana de Silva presentó una quincena de recursos. Uno de los últimos, el que envió al TS, supuso un giro copernicano al caso de Teodoro. Atendiendo a su petición, el alto tribunal pidió que se repitiera el juicio al entender que la sala al completo estaba “contaminada”, explica la abogada onubense. “Sus tres miembros tuvieron acceso a información durante la instrucción, algo que no es posible porque llegan con ideas preconcebidas al juicio”, explica.

Tras la decisión del TS, una nueva sala de la Audiencia Provincial de Huelva, presidida por el juez Antonio Germán Pontón, se hizo cargo del caso. En su sentencia, emitida el 11 de mayo de 2016, se desmonta la versión mantenida por la madre del menor.

De ella destaca que “no puede ofrecer una versión sólida sobre el motivo por el que, al observar dos vídeos descargados en su móvil, pensó que era su hijo menor (..) y no su otro hijo, de 25 años -de una relación anterior-, que convivía con ella y con su nuera en la misma vivienda”. También subraya que los forenses concluyeron que no existe “prueba objetiva de la existencia de penetraciones”.

Además, en la sentencia se señala que no se puede “presumir que el reo se deshiciera de material comprometido” antes del registro policial de su vivienda y que el testimonio acusatorio del niño en las entrevistas mantenidas con los psicólogos fue “arrancado”.

En concreto, se dice que la psicóloga puso “empeño en arrancar del menor lo que ya dijera (...), con respuestas que no pueden calificarse de relato, con contestaciones mecánicas y poco naturales”.

Se llega a aseverar también que el acusado “carece de patología alguna, ni psicológica o psiquiátrica (...)”, por lo que los magistrados entienden que es “poco probable que incurra en acciones aberrantes”.

Incluso, la sala recoge un informe médico en el que subraya que el niño tiene antecedentes de dolencias relacionadas con el aparato intestinal y las deposiciones, que podrían ser la causa de la irritación anal presentada en alguna de las exploraciones a la que fue sometido.

Extracto del sumario del caso de Teodoro Leandres. Fernando Ruso

“TRES AÑOS, DOS MESES, CUATRO DÍAS…”

Tras el argumentario recogido en la sentencia favorable a Teodoro, el tribunal decide que se ponga en la calle de forma inmediata al hombre libre que el periodista tiene ahora frente así. Teodoro Leandres Romero, nacido en Gibraleón en 1966, recuerda cada uno de los días que pasó recluido en la penitenciaría de Huelva. “Tres años, dos meses, cuatro días...” repite como en una letanía. “Desde el 7 de marzo de 2013. Nunca olvidaré esa fecha”.

Como tampoco borrará de su memoria el nombre de cada uno de los amigos que hizo en prisión: Manuel Picón, los marroquíes Hichan y Hassan, Diego, Paco, Pedro… Con ellos jugaba al tute, al parchís, al mus… Y les prometía que él “jamás” había abusado de su hijo. “Es todo un embuste de mi mujer”, les aseguraba, igual que ahora repite una y otra vez delante de su abogada y de una de sus hermanas, Irene.

Precisamente, El Español contactó este viernes tanto con la expareja de Teodoro, como con la abogada que la defiende, Macarena Pereira Mediavilla. Ninguna quiso hablar de la sentencia que les quita la razón. Tan sólo Francisca, que habla nerviosa al teléfono, explica que piensa recurrirla.

Mientras llega la sentencia definitiva, Teodoro sólo piensa en “disfrutar de la vida”. Con holgura económica gracias a herencias recibidas, el condenado que ha quedado en libertad, dice que ansía ver a su hijo, con el que no está desde el 30 de enero de 2013. “De noche siempre pensaba en él. Tengo muchísimas ganas de abrazarlo, pero no sé cómo va a reaccionar”, dice del niño, que ahora tiene 12 años.

Antes de despedirse, Teodoro, el hombre al que le han quitado tres años de su vida, lanza un último deseo: “Sólo espero que cuando mi hijo sea adulto no me vea como un monstruo”.  

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