Las mañanas en Sa Llavoreta (La Semillita, en catalán) empiezan con una canción. Sin prisas, lejos del ruido del mundo de los adultos, los cuatro niños que cuida Paco Bertos, padre de día en este verde rincón de la Mallorca rural, entonan una lenta y dulce melodía, mientras se dan la mano y agradecen al sol el nuevo día que comienza.
Paco, junto a Joaquín, Eduardo y José, es uno de los poquísimos “padres de día” que existen hoy en día en España (no más de una decena tras la investigación de esta periodista). Todos ellos pioneros, valientes, hombres que reclaman el valor y la importancia de su papel no solo como padres en la familia sino también como modelos y cuidadores de niños en la sociedad, una sociedad que tradicionalmente ha vetado el papel de los varones en el cuidado de niños de cero a tres años.
Hombres todos ellos que en última instancia desmontan el machista y extendido argumento de que los cuidados de la primera infancia corresponden única y exclusivamente a las mujeres. Un trabajo rompedor, extremadamente flexible, tanto como las necesidades del pequeño, que se cobra a un precio de entre 300 y 500 euros por niño, dependiendo de las horas y días de cuidado. Cifra no obstante que se sitúa sensiblemente por encima del precio de la crianza institucional, si bien la atención, el espacio y el cuidado distan mucho de la frialdad que en ocasiones corren riesgo de desprender las guarderías convencionales.
Pero, los “padres de día” no solo rompen moldes por su género en un sector altamente femenino, sino también por cuidar a los niños con nuevas formas. Y es que los padres de día no siguen la educación tradicional, institucionalizada, sino que se mueven en el abanico que abarca desde las emociones hasta la libertad de movimiento, fundamentales en la etapa donde se construyen los cimientos del futuro adulto. Existen muchas metodologías alternativas aplicadas a este tipo de crianza con apego (Waldorf, Pikke, Montessori, Emmi Pikler, Arno Stern...), pero todas se basan en el respeto y el acompañamiento del menor a lo largo de su desarrollo como humano (lejos de la imposición y adiestramiento de la pedagogía más tradicional). Sin verticalidad; el maestro se convierte en un compañero, en un confidente. Un rasgo que convierte a los “padres de día” en seres doblemente revolucionarios.
La crianza con apego, ejercida por los padres y las madres de día (siendo éstas la inmensa mayoría), se basa en el cuidado personalizado y no dirigido del menor, respetando y escuchando las emociones del niño, que siempre serán únicas e incomparables. Cada niño tiene una necesidades especiales únicas dependiendo de su carácter, de su sensibilidad y sus circunstancias, y es ahí donde la crianza con apego, basada en la escucha de las emociones y el respeto, germina. “Se trata de estar atento, de ver cómo crece la flor, y acompañarle; sin dirigirla, sin manipular, sin imponer un movimiento que no sea el suyo propio”, explica Paco, rodeado de las flores silvestres y los nísperos que crecen en su huerto a los pies de la Serra de Tramuntana mallorquina.
"Nos lo tenemos que currar más"
Paco Bertos, de 36 años, se estableció como “padre de día” hace unos meses tras decidir cuidar él mismo a su hijo Raúl, de casi dos años. Tras formarse en educación infantil, en tan solo unos días llenó el cupo de niños recomendado (no más de cuatro niños en un misma casa nido), algo que él interpreta como la elevada demanda social que pide otras vías en la crianza de los pequeños. Pero, a pesar del éxito de Sa Llavoreta, Paco cree que los hombres tienen todavía mucho terreno por recorrer. “Nosotros nos lo tenemos que currar más, si cabe, porque con una mujer se da por hecho que es capaz, algo que no sucede con los hombres”, lamenta este informático de profesión que admite que al convertirse en padre biológico hizo un reset a su vida, forzado en parte al ver que la sociedad no le ofrecía el tipo de cuidado que él ansiaba para sus dos hijos.
Las casas nido se caracterizan por ser hogares muy acogedores, adaptados a las necesidades de los pequeños, sin peligros, sin riesgos, repletos de elementos de la tierra, juguetes sencillos y fibras naturales (arena, lana, algodón, madera...); son ambientes poco cargados, con mucha luz natural, con colores apacibles, tranquilos, lejos de la excentricidad y del ruido que acompaña todo el mundo del entretenimiento de los pequeños en la sociedad actual. Una auténtica revolución de paso lento en este mundo donde parece que el que más corre llega antes.
Contacto con la naturaleza
La presencia de la naturaleza y el contacto con la tierra es otro de los pilares de las nuevas formas de crianza. Para los padres y madres de día es importante conectar a los niños con la tierra desde pequeños, por eso en este tipo de crianza se exige que a diario los niños pasen tiempo al aire libre y tengan contacto con el exterior, precisamente todo lo contrario a algunas guarderías, donde aparecen menores con el síndrome del niño institucionalizado, a causa de las extensas jornadas que pasan en guarderías, sin salir al exterior, con normas y rutinas excesivamente estrictas, no adaptadas a las necesidades personales.
Fresia Robledo es madre de tres hijos y además profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, formada en pedagogías humanistas que trabajan el enfoque de las emociones. Ezan, su pequeño de 11 meses, acude cada mañana a Sa Llavoreta, donde a diario se realizan rutinas domésticas como dar de comer a las gallinas, regar las plantas y cuidar el huerto, siempre con el juego libre como punto de partida. “Nunca me planteé acudir a la educación convencional”, explica esta experta en pedagogías que insiste en la importancia de los cuidados en la etapa de cero a tres años. “La necesidad de atención de un niño es crítica en ese período, es cuando se crea la base de su salud mental, su desarrollo neurológico y emocional”, sostiene Robledo, que lamenta el elevado ratio de niños en la educación tradicional (un máximo de ocho menores de un año por cada adulto), lo cual impide que no se preste atención al interior de los menores.
Poca remuneración
Si en España, a diferencia de los vecinos europeos, la figura de “madre de día” sigue siendo una opción minoritaria, más lo es incluso la de “padre de día”. Navarra y Madrid son las dos únicas comunidades en las que ambas figuras están regularizadas aunque en palabras de Eduardo Rodríguez, que junto a su mujer María Coca cuida a cuatro niños en su casa de La Latina, Madrid, (La huella de Alba), la normativa todavía les mira como escuelas de primera infancia. “Todavía no han entendido que esto va de otra cosa; la manera de funcionar es distinta”.
Eduardo lleva dos años ejerciendo de padre de día y justifica la escasa presencia de hombres en el sector educativo de niños menores de tres años, debido a la “poca remuneración” de la actividad. “Estoy seguro de que si estuviera mejor pagado habría más hombres interesados en el trabajo”, una escasa remuneración que se explica en parte a una ratio de niños muy pequeña. La Comunidad de Madrid ha establecido en cuatro el número de máximo de niños que pueden encontrarse en una casa de un padre/madre de día. Si entre esos niños hay un menor de doce meses, entonces el máximo de niños se queda en tres.
En el barrio de Ventas, en Madrid, Joaquín García acaba de abrir las puertas de su casa nido [El Globo Rojo] para poner en marcha “lo que en Europa lleva más de 50 años normalizado”. Padre de una niña de 4 años, este pedagogo con 12 años de experiencia en el sector educativo celebra la regularización de la Comunidad de Madrid, que en octubre de 2015 situó en el mapa legal las casas nido, una opción que ya lleva en vigor desde 2006 en Navarra. “Sin duda la regularización nos sitúa en el mapa y nos aporta un reconocimiento social”. Joaquín lamenta que todavía aún hoy el trabajo doméstico esté demasiado devaluado, aunque valora positivamente que actualmente haya corrientes favorables a la educación alternativa y a favorecer la presencia del padre en la educación.
A las afueras de Las Palmas de Gran Canaria, José Guzmán abrió en junio de 2015 su hogar al cuidado de menores, siempre con una filosofía respetuosa con el niño y haciendo mucho hincapié en su contacto con el exterior y el aire libre. En esta etapa, hasta los tres años, “se trata básicamente de estar con ellos; es un acompañamiento emocional”, antes de los dos años los niños no tienen necesidad de interactuar con otros niños. José, padre de Guillermo de tres años, aboga por fomentar que las etiquetas de “hombre que trabaja” y “mujer que cuida niños” vayan desapareciendo, mientras afirma que está convencido de que el cuidado de niños no atiende al género, sino a la sensibilidad de cada uno.