Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) es una de las pocas personas que hoy en día ayudan a desmentir que la expresión “escritor español” sea un oxímoron. Lo que escribe y escribe y escribe este hombre... Sólo con su Salón de pasos perdidos, diecinueve volúmenes –por ahora- de hercúlea Novela en Marcha, ya se habría ganado el cielo de la literatura (ya que no, de momento, otros premios más terrenales y tangibles). Ciertamente el Premio Nadal 2003 sabe a poco si a lo antedicho sumamos el gallardo esfuerzo de torear de frente y por derecho el guerracivilismo de nuestras letras y de volcar el Quijote al castellano actual. Fue candidato al Senado por UPyD y no se arrepiente lo más mínimo. Sigue apoyando al que quiso ser el partido de los primeros de clase y ahora se ha quedado en sombra de una sombra. El sutil, reposado Trapiello ve la política como sobaco de cucaracha, si no le he interpretado mal. Y del 26-J espera no lo peor sino lo siguiente.
¿Me pregunta usted que qué hace un escritor “armado de tantas letras” como un servidor en las ferias del libro? ¿Y en las de las vanidades? Pues mire usted: verlas venir. A veces ver venir historias inesperadas y del todo impagables para un novelista. En vez del espejo a lo largo del camino, es el camino el que pasa delante de nosotros. Y todo ello a la sombra de los árboles centenarios del Retiro y, si aún se le puede permitir a uno expresarse así, a la sombra de las muchachas en flor... O del Quijote. Es verdad que del Quijote hablan todos, pero pocos lo leen y menos lo ejercen. Pero, aun sin saberlo tal vez, casi todo el mundo que vale la pena es quijotesco en algún momento de su vida. Y, desde luego, vistos por alguien como Cervantes, todos seríamos cervantinos, esa mirada que nos enseña a vivir la vida sin resentimientos ni rencores, y que en efecto hace de cada uno de nosotros alguien un poco mejor de lo que es.
Un debate en el Congreso de Savater con Rajoy, Sánchez o Iglesias sería tan emocionante como las carreras de caballos, y mucho más instructivo
Pero sin exagerar y sin perder la cabeza. Yo le agradezco mucho, señorita, el cumplido de calificar mi Salón de los Pasos Perdidos, mi Novela en Marcha, de “machada proustiana”. Se lo agradezco de verdad porque Proust me gusta mucho. De todos modos a los elogios hay que quitarles el papel de celofán, como a los caramelos, y ver luego a qué saben; la mayoría, la verdad, saben a muchas cosas y a ninguna concreta; te endulzan la vida, desde luego, pero no alimentan mucho y te echan a perder los dientes. Los grandes autores hacen que nos parezcamos un poco a ellos. Nos prefiguran.
¿Quién podría decir que no es proustiano cuando descubre en una puesta de sol, por ejemplo, las cualidades del ópalo, o en el afecto que siente su protagonista por Francisca, algo que hemos experimentado muchas veces cada uno de nosotros? Llevo dos meses releyendo À la recherche... y puede uno confirmar lo que otras veces: que las obras grandes como esa son suma de perfección e imperfección. Completo, decía Juan Ramón Jiménez: perfecto e imperfecto. Y es que es una novela tan vasta como un continente, en el que hay un poco de todo.
También el caso de Proust demuestra que no es fácil mantenerse en el alambre de la literatura apostando por la gravedad y por la sobriedad, oponiendo orfebrería a malditismo, esfuerzo a vedettismo o a relumbrón. Me pregunta usted sin ir más lejos si yo me siento bien leído y bien agradecido. Pues mire, vamos a partir de la base de que escribe uno más o menos para nadie. Para todos y para ninguno. De modo que cada lector es un regalo, un poco de compañía que nos hacen y por la que hay que estar agradecidos, sí. Lo de serio o grave, no sé yo.
Yo no he sentido que se discutiera mucho mi traducción al castellano actual del Quijote; los había furiosos con la idea misma de que se tradujera, no con mi traducción en concreto
Lo que a uno le gustaría alcanzar es la naturalidad, ser natural en lo que dice y hace, sin pose, sin retórica, sin adornos. Pero eso es difícil, tendemos sin darnos cuenta, cuando nos miramos en un espejo, a salir más guapos de lo que somos, y cada página que escribimos es un espejo. Así que lo mejor termina siendo escribir con los ojos cerrados, mirándote por dentro. Y sí, cada uno lee lo mejor que puede. Están, claro, los que antes de leer nada tuyo ya están diciendo: eso que me vas a decir es mentira... Pero con esos no hay que contar. Debiéramos ser como en el romance del conde Arnaldos: yo no digo mi canción sino a quien conmigo va. Y de los demás, despreocuparnos.
Me dijo usted en el programa de televisión Libros con Uasabi, y me lo reitera ahora, que mi decisión de traducir el Quijote al castellano actual le parecía de alto riesgo porque me ofrecía en potencial bandeja como un ecce homo a la crítica más despiadada y más fácil. Que ningún traductor del Quijote pongamos al ruso o al japonés arriesgó nunca tanto. Puede ser. Pero, por otro lado, no he sentido que mi traducción se haya cuestionado. Ha habido algunos, es cierto, que apenas supieron que se había hecho algo así, salieron diciendo que era una barbaridad, es decir, estaban en contra de la idea de que se tradujera el Quijote, no descontentos de mi traducción. Furiosos con la idea misma.
Pero es una discusión muy tonta y no vale la pena volver a ella. El que niegue que un español o hispanohablante pueda leer el Quijote en castellano actual, debería prohibírselo también a cualquiera que la esté leyendo en francés, inglés o chino. Y a saber qué estarán leyendo los chinos bajo el título del Quijote... o, sin ir más lejos, lo que están leyendo algunos franceses o ingleses en traducciones muy reputadas de ahora, según he visto yo. Pero incluso en una mala traducción el Quijote es bueno, como da fe el amor que le tienen a ese libro. Los grandes libros son precisamente aquellos que son siempre mejor que cualquier traducción, por buena que sea. Los malos, en cambio, no sé cómo, ganan en las traducciones, igual que los buenos cuadros pierden en fotografía, y los malos, ganan.
Se nota a la legua que nuestros políticos no han leído el Quijote, basta mirar la política que hacen
Supongo que es inevitable que justo en estas fechas tan señaladas, y con la que está cayendo, usted me recuerde que yo he sido candidato al Senado por UPyD, y que además alegué en su día que el mismísimo Alonso Quijano me susurraba al oído para dar semejante paso. Bueno, hace poco ha quedado dolorosamente patente que no todas las señorías con escaño en el Congreso estaban familiarizadas con este nombre, no todas sabían o saben quién es Alonso Quijano. Es verdad que en eso los señores diputados son igual que la mayoría de los españoles. Sólo que a lo mejor ellos tenían la obligación de dar ejemplo leyéndolo. Por lo demás, aunque intentaran ocultarlo, se nota a la legua que no han leído el Quijote, mirando la política que hacen.
No he vuelto a presentarme a las elecciones por UPyD por ser eso incompatible en este momento con el Comisionado de la Memoria Histórica, en el que estoy. Pero los apoyaré con sumo gusto: es un partido sin corruptos, el primero con propuestas tan inteligentes que se las han copiado todos (eso sí, sin molestarse en aplicarlas), y con personas como Gorka Maneiro, Maite Pagaza y Savater. Un debate en el congreso de Savater con, pongamos por caso, Rajoy, Sánchez o Iglesias sería algo tan emocionante como las carreras de caballos que le gustan tanto a Savater, y además mucho más instructivo.
¿Que si yo desprecio al político español medio? Es usted rápida. No, no les desprecio. Ahora, apreciarlos poco a muchos de ellos, eso sí. Ahora que volvemos a tener las elecciones encima, y usted me pregunta, y yo qué espero, pues yo le digo: me gustan mucho las gentes, pero espero poco de ellas, decía Gaya. Pues eso. Lo que venga me temo que no será más de lo mismo, ojalá... sino peor.
No repito como candidato de UPyD pero les apoyo con sumo gusto: es un partido sin corruptos y con propuestas tan inteligentes que todos se las han copiado, sin molestarse en aplicarlas, eso sí
Veo que Ciudadanos ha exigido un pacto por la educación para facilitar cualquier gobierno después del 26-J. ¿Es tal pacto posible? Debería serlo, debería ser posible reinstaurar el modelo de la Institución Libre de Enseñanza. Pero de ese modelo las derechas y desde luego la Iglesia desconfían, y la izquierda leninista lo aborrece al grito de ¿libertad para qué? Lo vemos con la Memoria Histórica: ¿dónde se van a comparar nuestros recuerdos? Así que cada cual recuerda lo que le conviene.
Acabemos por el final, que como siempre vuelve a ser el principio, por el Quijote: me pregunta usted por qué no hay que obligar a leerlo en las escuelas, por qué no hacer leer a los clásicos por bemoles, por lo mismo que hacemos memorizar por bemoles las tablas de multiplicar y la tabla periódica, sin miedo a desincentivar las matemáticas o la química. Pues no sé qué decirle. Los niños comprueban muy pronto la utilidad de saber que dos y dos son cuatro. Ahora, la utilidad del Quijote es cosa difícil de determinar. Y desde luego, no en una lengua que les suena a chino. A los niños, yo se lo enseñaría en la escuela primero, también en los dibujos animados de TVE (excelentes por cierto), luego les daría a leer alguna edición reducida (y traducida), más adelante otra completa (y traducida), y así algún día abordarán la maravillosa e imborrable experiencia de leerlo en el original, que debería ser tan gozosa como para querer repetirla una y otra vez...
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