Manuel Campo Vidal (Camporrells, Huesca, 1951) es el hombre de los debates, como Mariano Medina será siempre el hombre del tiempo o Jordi Hurtado el de los concursos. Y sin embargo es muchas cosas más.
Bajo el aire de enterrador con el que arbitra los cara a cara hay un hombre inquieto, polifacético, que igual biografía a Adolfo Suárez que enseña a los políticos a hablar ante una cámara o se inventa una Sociedad Civil por el Debate para acercar a la gente a los asuntos públicos, y viceversa.
Presentador de telediarios, así en la cadena pública como en la privada, director en la Ser de 'Hora 25', preside la Academia de la Televisión que ha obrado el milagro de reunir a los candidatos para debatir, en un país en el que los políticos prefieren leer a polemizar.
Como hombre de radio, televisión, también de prensa escrita, ¿cómo diría que está la salud del periodismo en España?
Estoy preocupado. Estamos en un momento nada bueno. La crisis económica ha llevado a un debilitamiento de las empresas, a una concentración excesiva, especialmente en el sector audiovisual, y a un atrincheramiento de empresas y de periodistas.
¿Detecta una partidización de los medios?
Detecto un alineamiento que está en contra de la credibilidad. El capital de un periodista y de un medio es su credibilidad. Luego ves esas tertulias en las que antes de que hable uno ya se sabes lo que va a defender... Yo creo que sirven para poco. No digo que no tengan audiencia, pero no tienen credibilidad.
Acaban de salir las grabaciones comprometedoras de un ministro del Interior, antes hemos visto los SMS del presidente a Bárcenas... y no dimite nadie. ¿Hay también una pérdida de influencia de la prensa?
Cuando dimitió Benedico XIII, en el cónclave, circulaba un chiste que decía: seguro que sale un español, porque así garantizaremos que no dimite. Eso es lo que está pasando. Aquí no dimite nadie.
Es importante que haya televisión privada, pero también pública no amenazada de extinción o de irrelevancia
Vivimos un contraste tremendo en los medios. La prensa tradicional está en una situación agónica, la radio capea el temporal como puede y la televisión, en cambio, gracias al duopolio de Atresmedia y Mediaset, nada en la abundancia.
Es muy importante que en España haya televisión privada, pero también televisión pública que no esté amenazada de extinción o de irrelevancia. Europa es un modelo de convivencia entre pública y privada, y nosotros deberíamos de mantenerlo aquí.
Pero ¿no es una amenaza para la pluralidad? Dos televisiones copan el mercado.
Hay otras opciones; públicas, algunas muy debilitadas por mala gestión, y otras pequeñas, pero hay multiplicidad de canales, es cierto que de pago, pero los ciudadanos tienen donde elegir. No hay por qué ceñirse a dos. A mí, en ese sentido, me preocupa mucho más el debilitamiento de la industria audiovisual asociada a la producción, que se ha resentido mucho.
Una televisión que manipula no tiene ninguna credibilidad y al final se acaba demostrando
Ha mencionado las televisiones públicas, pero ya hemos visto cómo funcionan en España, tanto la nacional como las autonómicas. ¿Es imposible una BBC en nuestro país?
No, no es imposible, la clave es que sean televisiones públicas del Estado, y no del gobierno, y las autonomías también son Estado. La televisión pública necesita dos cosas: demostrar que se puede gestionar, y hay casos en los que sucede, como en Aragón o en Extremadura; y demostrar que puede ser independiente. Una televisión que manipula no tiene ninguna credibilidad y al final se acaba demostrando. Aunque tarde en llegar, todo abuso de un medio público tiene el castigo de la pérdida de influencia.
¿Qué conforma hoy más la opinión pública en España, la televisión, la prensa o las redes sociales?
Yo creo que todas son importantes. Desde luego, infravalorar las redes sociales es un error. Pero el fenómeno Pablo Iglesias, por ejemplo, sin televisión no hubiera sido lo mismo.
¿Hasta qué punto Podemos y su líder son más un producto de la televisión que de las plazas del 15-M?
Yo creo que son un producto de todo. Yo le pregunté a Iglesias por qué surgió él del 15-M y no otros que también estuvieron allí, y él estuvo de acuerdo en que la televisión fue fundamental, pero su aparato de redes sociales es espectacular.
Se hace más política eficaz en una serie o en un programa de entretenimiento que en un informativo
El cóctel de políticos y televisión entraña un riesgo, el de la espectacularización de la política, su frivolización.
Seguramente se hace más política eficaz en una serie de televisión o en un programa de entretenimiento que en un informativo, porque existe un interés de los ciudadanos por ver a los políticos conviviendo en la vida real y no en el escenario litúrgico de un telediario. Eso me parece saludable, porque si no, nos quedamos todos en el encastillamiento, en la rigidez.
Pero hemos llegado al punto de que los políticos prefieren ir al programa de Bertín Osborne o a 'El Hormiguero' antes que participar en un debate. Lo último que hemos visto esta campaña han sido las entrevistas a los candidatos hechas por niños.
Esos programas tienen el problema de que la línea entre la simpatía y lo ridículo a veces se cruza con enorme facilidad; depende de la personalidad del político. En el caso de los niños, a mí me resultó interesante, sinceramente. Me parece bien que haya este tipo de programas, pero que no deje de haber debates, porque si no estaríamos haciendo mal las cosas.
¿Por qué son tan escasos los debates en España?
He estudiado esto toda mi vida y creo que hay un miedo a la televisión que han heredado los políticos de una generación a otra. Es un fenómeno que no se da en otros países, probablemente porque la televisión en España nació en dictadura, a diferencia de Francia, de Inglaterra o de Alemania.
Los abusos de la televisión del franquismo fueron de tal naturaleza que asesinaron al presidente del Gobierno a las nueve y veintiocho de la mañana y Televisión Española no dio la noticia hasta las cuatro de la tarde, después de graduarla. Ha habido un miedo a la televisión y sobre todo a los debates y a la confrontación. Hasta que conseguimos el primer cara a cara en 1993 entre González y Aznar se hicieron muchos intentos antes. Y luego hubo quince años de parón hasta que conseguimos rescatarlos desde la Academia.
Quienes negocian los debates de los candidatos vienen con la presión de que se juegan su futuro
¿Qué es lo más difícil a la hora de convencer a los políticos para que vayan a un cara a cara?
Generarles confianza en quien lo organiza, en el moderador, en el realizador... Hay que ser muy cuidadosos porque todos los detalles son importantes, incluso los planos de escucha. Lo fue aquel en el que mientras Clinton hablaba se vio a Bush padre haciendo el gesto de mirar el reloj, y eso lo mató, porque se interpretó que no quería debatir, que se quería marchar.
Los procesos de negociación siempre son complejos. Los candidatos se juegan mucho, pero sus asesores también. Si gana el suyo van a ser ministros y si pierde van a tener que llevar una furgoneta para pegar carteles durante cuatro años. Por eso los que vienen a negociar por parte de los candidatos llegan también con esa presión de que se juegan su futuro para los próximos años.
Usted sostiene en uno de sus libros que los españoles comunicamos mal, ¿y los políticos?
Están en la media española.
¿A qué lo atribuye?
Está en relación muy directa con el sistema educativo. Nosotros, de niños, apenas salíamos a la pizarra, y cuando tocaba salir era el peor día de la semana. Tampoco hay tradición de exámenes orales. Es un mal generalizado en el mundo latino, porque los anglosajones llevan generaciones saliendo todo el día a la pizarra. Pero creo que esto está cambiando. Nos hemos dado cuenta de que comunicar bien es una ventaja competitiva, a todos los niveles.
Por ejemplo, al hilo de la internacionalización de la economía, se ha dado el caso de que hemos perdido contratos porque había otras empresas que lo habían contado mejor que las nuestras, habían generado más confianza y les habían comprado a ellos, aunque la oferta no fuera mejor. Somos lo que comunicamos.
El populismo lo tiene más fácil para comunicar porque da repuesta sencillas a problemas complejos
Eso sirve para explicar el auge del populismo.
Es cierto que el populismo lo tiene mucho más fácil para comunicar que el resto, porque da repuestas sencillas, no quiero decir que acertadas, a problemas muy complejos. Y si a ello se añade la demagogia... Lo acabamos de ver con el brexit. Han ganado los que no tienen una alternativa a la situación que han creado, y eso sí, estimulados y ayudados por un montón de medios de comunicación absolutamente irresponsables.
¿Pesa ya más en la comunicación la forma que el contenido?
Tiene que haber un equilibrio. Hay quienes después de leer el primer libro de [Albert] Mehrabian se convencieron de que todo era la comunicación no verbal y la voz. No es cierto. Lo que te genera la cofianza, básicamente, son las propuestas.
Rajoy es buen parlamentario, Sánchez se tomó en serio la comunicación, Rivera es bueno en el debate e Iglesias también, pero sobreactúa
Desde un punto de vista profesional, ¿cuál de los principales candidatos comunica mejor?
Cada uno tiene su estilo y cada uno tiene algún punto fuerte. Mariano Rajoy es un buen parlamentario. Pedro Sánchez se tomó en serio la comunicación, y sobre todo su portavoz Antonio Hernando, y le han dedicado tiempo. Albert Rivera es muy bueno en el debate y todavía puede mejorar en la precisión de los mensajes; tiene recorrido al alza. Y Pablo Iglesias, que es bueno, suele envolver sus actuaciones de una preparación teatral que quizás le acaba perjudicando; se nota sobreactuado, o por lo menos esa percepción da.
¿Y haciendo un repaso histórico? ¿Quién ha sido el que mejor ha comunicado?
Yo creo que todo el mundo estará de acuerdo en que los que mejor han comunicado en la política han sido Felipe González y Adolfo Suárez. Hay una inteligencia natural también en comunicación y creo que los dos estaban especialmente dotados. Pero todos tienen cosas. Rubalcaba era el mejor definiendo un titular y clavándolo, y a lo mejor no estuvo tan bien en el debate con Rajoy.
En el debate entre González y Aznar tuve que decidir yo quién cerraba. El de Rajoy y Sánchez fue muy complicado
Hizo el único cara a cara del siglo XX, entre González y Aznar, y también el que dicen que puede ser el último del bipartidismo, entre Rajoy y Sánchez. Y en medio los de Zapatero y Rajoy, y el de Rajoy y Rubalcaba. ¿Cuál fue el más complicado?
El principal problema del de González y Aznar, aparte de que era el primero, fue que no se había acordado quién lo cerraba, y lo tuve que decidir yo. Opté por dar la última intervención a González porque era el presidente del Gobierno. Fue un debate muy tenso y creo que se vio la realidad: que allí había dos personajes que no se han entendido nunca. Las grandes críticas me vinieron del PSOE. Pasa siempre: cuando no gana tu equipo se le echa la culpa al árbitro.
El de Rajoy y Sánchez fue muy complicado. También me llovieron las críticas. Pero el tono en el que habla un candidato es una elección política, y el moderador no es nadie para decirle si es o no el adecuado.
El puñetazo inmisericorde de un chaval a Rajoy le dio 0,8 puntos porque la televisión victimiza
¿Se refiere a la agresividad de Sánchez? ¿Diría que se equivocó?
Yo le he preguntado al consultor Iván Redondo que mide estas cosas, y los datos le dicen que ese debate favoreció a Rajoy. Sánchez sumó 0,2 puntos en intención de voto y Rajoy 0,5. Y el puñetazo inmisericorde que recibió de un chaval unos días después le dio 0,8 puntos. Lo que confirma esto es que la televisión victimiza, y yo creo que en el equipo de Sánchez eso no lo midieron.
¿Por qué la mayoría se declara de centro en las encuestas y los sondeos, en cambio, muestran una tendencia a la polarización del voto?
Creo que declararse de centro es un pronunciamiento amable, y luego, a la hora de votar, las cosas van de otro modo. Pero estamos viendo un intento de Albert Rivera por reconstruir el centro político que creo que tiene sentido. Cuarenta diputados no me parece poco en un país que viene de una situación tan polarizada. Creo que el esquema de cuatro grandes partidos, más una quinta alternativa que es el nacionalismo, es el que vamos a tener en las próximas décadas.
Adolfo Suárez estaría hoy muy preocupado porque muchas de las cosas que se construyeron corren riesgo
Usted ha estudiado bien la figura de Adolfo Suárez y ha escrito una biografía suya. ¿A quién votaría hoy si viviera?
No sé lo que votaría, pero sé que estaría profundamente preocupado, porque muchas de las cosas que se construyeron en su tiempo corren el riesgo de ir para atrás.
¿Qué diferencias encuentra entre los políticos de la Transición y los de ahora?
Se lo digo muy claramente y se van a enfadar todos: yo en los políticos de la Transición apreciaba más sentido de Estado.
¿Diría que hay también una crisis de liderazgo en distintos ámbitos y no sólo en España?
Bueno, lo acabamos de ver con David Cameron. Hay una crisis de liderazgo generalizada y eso vale para España y vale para Europa. François Hollande, Angela Merkel... nada tienen que ver con Miterrand o con Helmut Kohl. Y eso por no remontarnos a Schuman o Adenauer. Los estadistas nacen, pero también se hacen en los momentos difíciles y de responsabilidad, donde son necesarios mucho arrojo y mucha generosidad, y la Transición fue una gran demostración de todo eso.
Quien diga que la Transición fue una imposición del franquismo o no vivió entonces o está equivocado
En cambio, hay quien cuestiona esa etapa y en ámbitos de la izquierda crece la opinión de que fue el resultado de una imposición del franquismo, de ahí que se reivindique la Segunda República como modelo de democracia y de garantía de libertades.
Quien diga que la Transición fue una imposición del franquismo o no vivió entonces o está absolutamente equivocado. El franquismo no quería esto. No quería partidos políticos, no quería autonomías, no quería unas libertades proclamadas en la Constitución. Otra cosa es que la Constitución, cuarenta años después, deba rehabilitarse, como ocurre con los edificios.
El reformismo es un clamor popular. Yo defiendo una segunda Transición de baja intensidad, y digo de baja intensidad porque no es equiparable esta situación a pasar de una dictadura a una democracia. El inmovilismo, el estancamiento en el que estamos puede ser muy peligroso.
Votamos en unas segundas elecciones tras el fracaso del 20-D. ¿Podríamos ir a unas terceras?
No es descartable, la Constitución lo permite. Y yo lo que aprecio es un hartazgo y que crece la sensación de que tiene que haber un gobierno de tecnócratas a lo Mario Monti. He impulsado la creación de una asociación, Sociedad Civil por el Debate, con la intención de contribuir a aproximar la calle a los políticos, y nos pidieron que hiciéramos un manifiesto de apoyo para reclamar un presidente de consenso. Dije que no porque creo que ahora es el tiempo de los políticos. Si fracasan, como ya ocurrió la otra vez, entonces será el momento de hacer propuestas. Las que sean.
Yo no descarto que de estas elecciones salga un presidente inesperado
¿Se abre el escenario a un presidente "inesperado", término que utilizó en el título de su libro sobre Suárez?
Sí, pero puede ser de un partido o puede ser de fuera. Con Suárez no contaba nadie. Se hablaba de Manuel Fraga, de José María de Areílza... Y al final surgió él, en el último momento. Pero a Suárez casi se puede decir que lo nombró el rey al encargarle la formación de un gobierno, y hoy afortunadamente estamos en una monarquía parlamentaria.
Según la serie Borgen el presidente podría ser Rivera, que sale de un partido pequeño cuando los demás no se ponen de acuerdo. Yo no descarto que de estas elecciones salga un presidente inseperado.