Por los pasillos del instituto Profesor Julio Pérez de Rivas Vaciamadrid se podía ver hace unos años a una niña vestida siempre con el mismo chándal. Apenas se le distinguían los ojos entre el flequillo arremolinado en la frente, unas gafas que le regalaron sus amigas y el pelo recogido en dos coletas que terminaban de enmarcarle la cara. Hoy esa niña ya no existe. Ahora el negro del rímel y el color de la sombra le resaltan sus grandes ojos marrones y se peina y se viste como le apetece. Sueña con ser modelo, aunque lo ve “complicado”, y no tiene apuro para posar en ropa interior delante de la cámara.
Karisma Moorjani es la hermana mayor de Prakash, el joven que ha sido rescatado de casa de su padre después de vivir dos años retenido contra su voluntad entre decenas de kilos de basura. Fue una pieza clave en su liberación: le proporcionó la dirección de correo electrónico a la que envió el mensaje que permitió actuar a la policía. Sabía cómo hacerlo. La joven ya consiguió escapar de aquella cárcel repleta de bolsas de desperdicios hace años, tiempo en el que ha conseguido “liberarse” no sólo de las cadenas de obligaciones y humillaciones que la retenían y le impedían ser ella misma.
EL ESPAÑOL localiza a Karisma días después de que su hermano haya sido liberado y tres años después de que ella lo hiciese. “Si un compañero del instituto me ve ahora por las calles de Rivas no me reconoce. Me ven por Facebook y me preguntan si soy la misma. Ya no soy aquella niña a la que pegaban chicles en el pelo por ir siempre vestida igual y oler mal”.
La chica de 22 años sufrió la brutalidad de su padre. Le pegaba puñetazos, patadas y golpes en todo el cuerpo con palos, siempre según su relato. Al menos una vez cada día. Sólo podía salir de casa para ir al colegio y no era siempre, ya que el absentismo escolar era algo común en el 17 de la calle Mirador de este municipio del este de Madrid -”faltaba mucho, sólo nos llevaba a clase cuando le daba la gana”-. Además, siempre se repetía la misma fotografía fija: ella, con el mismo chándal azul, las mismas gafas y el mismo peinado “discreto”.
“ME INSULTABAN EN CLASE”
“Me encantaba estudiar, pero sufría acoso escolar en el instituto. Me pegaban chicles en el pelo, me insultaban porque decían que era fea y me gritaban que les daba asco porque olía mal”, recuerda Karisma. Compañeros que se organizaban en pandillas en las que ella no entraba y humillaciones constantes hicieron que “la pesadilla fuese doble: en el colegio y en casa”.
Después del bullying toca volver a casa. Allí, el padre cerraba la vivienda a cal y canto. Le prohibía encerrarse en el baño durante más de cuatro minutos. Cuando tenía doce años, se dio cuenta de que no era algo normal. Lo dijo en el instituto, pero sus profesores no encontraron marcas en su cuerpo ni indicios claros de que se tratara de un caso de violencia doméstica. “Como era pequeña y me quería escapar de casa, tampoco me hicieron mucho caso”, afirma.
En su instituto cuentan que su padre la reprimía mucho, tanto a ella como a su hermana, varios años más pequeña. No quería que asistieran a las fiestas que se organizaban en la escuela, les hacía llevar siempre la misma ropa y se negaba a que utilizaran aparatos digitales durante las horas lectivas. Pero con Prakash, el chico que salió de su liberación pesando tan sólo 43 kilos pese a medir 1,80 metros, era algo más permisivo por el mero hecho de ser un hombre. Lo utilizaba para que vigilara a sus hermanas en el colegio. Era su satélite.
“Era un hombre muy religioso, un hinduista radical, y consideraba que la sociedad occidental era la madre de todos los pecados que existían”, dice un miembro de la dirección del centro. Su hija, en cambio, no cree que sea ningún fundamentalista: “Somos muy religiosos, pero eso no tiene nada que ver con tener a una persona retenida en casa”. También descuidaba la atención escolar de sus hijos: “Alguna vez hubo que hacer colectas para pagar algunas tasas de esos chicos”. En uno de sus cumpleaños, sus amigas le regalaron unas gafas a Karisma porque no veía bien. Su padre se negaba a hacerlo.
Tan desatendida tenía la vida de sus hijos en la escuela, que ni siquiera acudía al instituto siempre que lo llamaban. “Venía cuando le parecía, no siempre que lo llamábamos. Pero era bastante severo con los chicos, sobre todo con los aparatos electrónicos. Nos repetía muchas veces que no entraran en páginas eróticas, aunque aquí en el centro todos los ordenadores tienen un filtro educativo”, cuenta este miembro del equipo directivo, que también afirma que las chicas eran muy queridas. “Prakash menos, quizá por esa relación que tenía con el padre. Tenía un carácter más difícil”.
Sí que se presentó en el despacho del director cuando sus hijas y su mujer se fueron de casa. El instituto hizo de intermediario entre la policía y las mujeres, y él fue a pedir explicaciones. “Vino aquí bastante alterado preguntando que dónde las teníamos”.
"MI MADRE SIEMPRE ESTUVO DE SU PARTE"
Unos años más tarde, cuando cumplió los dieciséis y después de haber intentado huir de la vivienda en alguna ocasión sin éxito, una compañera de clase avisó a Karisma de que podía denunciar. Asuntos sociales la llevó a un centro de menores en Hortaleza, pero su madre la presionó para que volviera a casa. “Me decía que a lo mejor mi padre no era tan malo, pero cuando volví me tuvo un año encerrada”. Ya no la dejaba salir ni al instituto. Nada. Y las palizas se volvieron cada vez más brutales. “Me pegaba el triple por haberme ido”.
Y crack. Se rompieron las cadenas.
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Un día, su carcelero tuvo un descuido: olvidó echar la llave de la puerta de la casa. “Le dije a mi madre: ‘Vuela a denunciar’, y vinieron a por nosotras”. “Se acabó, me di cuentas de que estábamos tan encerrados que sólo víviamos de los sueños”. Y fue entonces cuando decidió comenzar a cumplir los suyos.
A pesar de que las tres mujeres de la casa huyeron juntas, Karisma ya no tiene relación tampoco con su madre, que sigue viviendo con su hermana pequeña. Cuando llegaron al hogar social, empezaron otra vez los problemas: su madre le pegaba. Un día tuvieron una pelea tan fuerte que tuvieron que realojarlas en habitaciones diferentes. “En el fondo no es tan diferente de mi padre. Siempre ha estado de su parte”, cuenta.
“MI PADRE NO ME RECONOCERÍA”
Ahora vive en una casa de monjas de Ciudad Lineal y está probando suerte en el mundo de la moda. Sus fotos son atrevidas y provocadoras: desnuda envuelta en la bandera de los Estados Unidos o posando en sujetador con un rifle de asalto M4 en los brazos. También hace sus pinitos como actriz y ya ha participado en algunos spots publicitarios y videoclips.
- ¿Liberarte de tu padre te ha empujado a dar este cambio tan radical?
-No creo que haya influido tanto. En realidad yo siempre he querido ser así, lo que pasa es que no podía. Tengo otra mentalidad. Siempre quise ponerme una minifalda, maquillarme, pero no me dejaban. Ahora estoy empezando a ser realmente yo.
-¿Crees que tu padre te reconocería si te viera hoy?
-Yo también me lo pregunto a veces… Probablemente no.
Ni su padre ni sus compañeros de clase. Una estudiante del “Profesor Julio Pérez” relata cómo se quedó “muy sorprendida” cuando llegó “por casualidad, a través de una amiga” a su perfil de Facebook. “No me podía creer que era ella, no tiene nada que ver. Siempre iba vestida igual y ahora se nota que hace lo que quiere”.
Subsiste gracias a la ayuda de los servicios sociales que le proporcionan una habitación y manutención y su sueldo como camarera en un restaurante de comida india del centro de Madrid. “Mi sueño no es ser camarera, esto es una transición para seguir luchando por ser modelo, aunque está complicado”. Pese a esas aspiraciones, Karisma deja claro desde el primer momento de la entrevista con este diario que no quiere utilizar “el drama” que ha vivido su hermano y ella “para dar el salto a la fama”: “A mí esto me vendría de puta madre para salir en la tele, pero lo que no quiero son shows, quiero seguir trabajando”.
“SÓLO YO SÉ DÓNDE ESTÁ MI HERMANO”
La chica no está muy satisfecha con el trato que le dieron a su hermano la Guardia Civil y la Policía Nacional después de la liberación de Prakash, un joven informático que ofrecía servicios de alojamiento y servidores web como autónomo desde casa, pero que tenía restringido el acceso a la red. Su padre, también un experto en ordenadores educado en Londres, monitorizaba todo lo que hacía en Internet. Sin embargo, logró esquivar su supervisión para ponerse en contacto con su hermana. Primero, a través de su cuenta de e-mail; después, por medio de un perfil falso. Karisma afirma que lo dejaron en la calle.
“A mi hermano le dijeron: ‘Búscate un piso en tres días’. ¿Cómo le puedes decir eso a un chico que en 19 años no ha salido a la calle para relacionarse con nadie? Está solo”. Ahora dice que sólo ella sabe dónde está: vive en la casa del dueño del restaurante indio en el que ella trabaja. “Ha sido todo una campaña de propaganda de la Policía”, apostilla.
Los hermanos pasaron la primera noche tras el rescate en la misma habitación de un hotel. Él quería contar su cautiverio. Ella, que callara. “No quería volver a revivirlo, todo lo que me contaba yo lo sufrí en mis carnes. Nada nuevo”, relata. Por eso afirma que no le dejó desahogarse, porque no le gustan “los dramas”. “Ahora le toca vivir, ya somos los dos libres”. Aunque, según avanza, lo harán con una distancia relativa. Ella ya avisa que “tiene su vida, que prefiere vivirla sola, y que mejor la relación a través del teléfono móvil”.