Siete caballeros practicando un deporte de bestias
Los jugadores ganan poco más de mil euros al mes y han conseguido el hito de clasificarse para participar en Río. Esta es la historia de un milagro.
23 julio, 2016 01:59Noticias relacionadas
Los gritos, que suenan como los rugidos de los guerreros durante la batalla, invaden cada rincón del campo central de la Universidad Complutense de Madrid. Se oyen también golpes secos y se aprecian sombras ovaladas que atraviesan el cielo. Sobre esta hierba suda y practica la selección de Rugby a Siete que representará en Río de Janeiro a España por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos.
¿Se imagina el lector a Sergio Ramos a punto de hacer el MIR o estudiando Administración y Dirección de Empresas en inglés? ¿O a Gerard Piqué sobreviviendo con algo más de mil euros a través de una beca del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes en vez de cobrar los casi seis millones de euros que le paga el Barça? Esta es la realidad de este deporte: una selección llena de jugadores con estudios superiores a los que les queda poco dinero en los bolsillos después de cubrir sus necesidades básicas.
Su federación tiene un presupuesto de tres millones de euros, unas cincuenta veces menos que la de fútbol. Los de la portería en forma de hache viajarán a Brasil mientras los futbolistas verán los Juegos desde casa.
Aunque en los últimos años está viviendo un pequeño repunte, el rugby sigue siendo un deporte muy minoritario en España. En 2015 contaba con poco menos de treinta mil licencias frente a las casi novecientas mil del fútbol. Además, el Rugby a Siete es el hermano pequeño del tradicional. Sería algo parecido al fútbol sala. Una modalidad que es imposible practicar en España a nivel de clubes. Que los hombres de José Ignacio Tiki Inchausti estén en los Juegos Olímpicos es un auténtico milagro.
Lograron su plaza hace un mes después de derrotar a Samoa en la final del torneo de repesca. Cuando conversan con EL ESPAÑOL vienen de lograr un meritorio tercer puesto en Exeter (Reino Unido) en la segunda etapa del Campeonato de Europa. A Río irán a por todas. Lo demuestran con fiereza en el campo de entrenamiento.
Pero cuando cesan las voces, los restallidos y el balón deja de girar, los leones se transforman. Ya no son tan fieros. Ahora sonríen y se relajan recostados en las sillas verdosas de la cafetería de la residencia Joaquín Blume, el hogar de esta familia. Cumplen a la perfección el célebre dicho británico: son caballeros practicando un deporte de bestias.
Matías Tudela, que ahora comanda al equipo, hizo un movimiento arriesgado en los comienzos de su carrera: dejó de estudiar Fisioterapia para correr en el césped. Ahora, con su trayectoria a punto de finalizar, se arrepiente un poco de aquella decisión y ha retomado los estudios: “Tengo 31 años y no la he terminado aún”. Ahora en Brasil le tocará poner el temple a una selección que mezcla el talento juvenil con la experiencia de su núcleo duro. Una combinación que esperan que sea exitosa.
EL HÉROE DE MÓNACO
Si existe un jugador que sobresale en esta selección, ese es Ignacio Martín. A sus 32 años, el alero donostiarra, además, está tocado por la fortuna: fue el autor del decisivo ensayo que dio a España la clasificación para los Juegos Olímpicos.
Pero su destino pudo ser bien distinto. En 2014, aceptó la propuesta de Estados Unidos para unirse a su selección. Dejaría de ser un león para ser un eagle. Tenía la doble nacionalidad gracias a su padre. Sin embargo, a falta de un trámite, todo se torció. Iggy era estadounidense a efectos jurídicos, no deportivos. Para ello, necesitaba que o él, o sus padres, o sus abuelos hubieran nacido en suelo norteamericano; o bien haber vivido allí 36 meses; o haber jugado durante tres años en su liga: no cumplía ninguno. Así que dejó aparcado el sueño americano y por ese giro de la vida el rugby español será olímpico.
El aspecto físico de Iggy es imponente, con el torso cincelado y las espaldas anchas. Lo rematan su frondosa barba negra y esa mirada seria y firme. También tiene un carácter especial. Decidió dejar la élite del rugby tradicional en 2010 porque se aburría. “Estaba harto de pasar frío en la banda, sin tocar un balón en todo el partido. Estaba todo más prefijado”, cuenta. Reinició su carrera en el rugby a siete porque era “una gozada, más dinámico y también podía competir a más nivel”. Lo dejó todo para irse a Fiyi a perfeccionar sus habilidades. Cambió una importante oferta para ser arquitecto en Nueva York por un trabajo de camarero en el mismo hotel en el que se hospedaba. Y se convirtió en el referente de la selección.
Para él, los Juegos de Río serán también un acontecimiento especial por otro motivo. Los compartirá con su pareja, la saltadora de longitud Juliet Itoya, de origen nigeriano, que representará a España en la gran cita. “Va a ser una experiencia muy bonita para los dos”, comenta la única vez que sonríe y justo antes de marcharse con el fisioterapeuta. Ha sido una sesión dura y tiene que recuperar pronto sus poderosos músculos para afrontar los retos que asoman en este mes y medio.
Otro que compartirá experiencia olímpica con un familiar es Pol Pla, de 23 años y uno de los jóvenes talentos más importantes del panorama nacional. Su hermana mayor, Bárbara, defenderá la camiseta roja en la categoría femenina de rugby a siete. “Para cualquier deportista unos Juegos Olímpicos son algo especial, pues si encima lo puedes compartir con alguien de la familia, más aún”, dice.
Fue su hermana la que le descubrió este deporte. Ella estudiaba INEF y jugaba al fútbol sala, pero sus compañeros le insistieron en que lo probara. Se enganchó, y acabó arrastrando de este futbolero empedernido y forofo del Barça. Cuando el balón ovalado se lo permite estudia Administración y Dirección de Empresa en la Universidad de Barcelona porque quiere construirse un futuro más allá de su pasión.
UN GRUPO CON MUCHO FUTURO
Pol conforma junto a Rafael de Santiago, Ángel López, Joan Losada, y Jordi Jorba el bloque más joven de la plantilla. Son los que seguirán manteniendo el nivel cuando, después de Río, algunos de sus compañeros dejen el rugby.
Cuando uno lo ve por primera vez, le cuesta creer que Ángel López forme parte de esta selección. Su físico es impecable, y no caben muchas dudas de que practica algún deporte al más alto nivel, pero ni es tan alto, ni impone tanto como sus compañeros. Sería más fácil pensar que pasea su melena rubia por un campo de fútbol o una pista de tenis.
Cuando está en el campo con el resto del equipo, su garra y su pundonor despejan todas las dudas. “Viví el año de 2º de la ESO en Inglaterra, con trece años, y empecé a jugar. Me enganché, y cuando volví seguí jugando con mis amigos en el instituto”, relata con el gesto serio mientras clava sus ojos claros sobre los de su entrevistador.
A Ángel le espera un futuro brillante cuando suelte por última vez el balón. Con 24 años se ha graduado en Medicina hace sólo unas semanas. Le queda por hacer el MIR, pero tendrá que esperar a que pasen los Juegos Olímpicos. Lo va a empezar en febrero y lo estará preparando desde septiembre. Será su otra concentración. Cuando esté listo, se quiere especializar en oftalmología.
UN GIGANTE CON UN ONDAS
También parece que a Joan Losada, a sus 24 años, le costará poco ganarse la vida lejos de la línea de ensayo. Este gigantón barcelonés del barrio de La Sagrada Familia terminó sus estudios de Comunicación Audiovisual hace un año en la universidad Pompeu Fabra. Y ya puede presumir de haber ganado un premio Ondas. Lo consiguió gracias a la webserie El mort viu, el proyecto de fin de grado que creó junto a otros cuatro compañeros de clase.
El proyecto fue financiado por crowdfunding a través de la plataforma Verkami. Entre 97 mecenas aportaron 2.785 euros, 185 más del que era su objetivo inicial. Ese impulso fue el que permitió a esta particular caricatura social con altas dosis de humor negro alzarse con el galardón al Mejor programa o serie de ficción emitido en Internet en 2015. Ahora están buscando más dinero para desarrollar el proyecto a largo plazo.
Rafa de Santiago, como Pol Pla, también estudia ADE, pero con una dificultad añadida: lo hace en inglés. Este imponente zaguero, de 21 años, casi metro noventa y más de ochenta kilos, tuvo desde siempre el rugby en casa. Su padre, que jugó en la universidad y en categorías regionales, le inoculó el cariño por este deporte. Con diez años colgó la camiseta arlequinada del Aravaca y cambió los goles por los ensayos.
Una tradición familiar que también siguió Jordi Jorba, el benjamín del grupo. Sus tíos Sasha y Xavier jugaron en regionales, como su primo Oriol; su padre y su hermano, que se llaman los dos Raimon, llegaron a ser internacionales. Ahora, el joven Jordi quiere enfundarse la camiseta con el león en el pecho en una cita olímpica a los 19 años. Luego, tendrá que volver a su instituto de Perpiñán, una ciudad del sur de Francia que hace frontera con La Jonquera. Repitió curso por el idioma, pero espera terminar el bachillerato en el curso que entra.
Fuera de su hábitat son reservados a la hora de dar un pronóstico para Río. No se quieren meter demasiada presión porque saben que estar allí ya es una auténtica proeza. Coinciden en que tienen que disfrutar cada instante. Todos, excepto Iggy. Quizá porque la veteranía le permite esa licencia o quizá porque siente la responsabilidad de tirar del grupo. O sólo por su particular carácter. “Yo voy a ganar todos los partidos, nada menos. Quiero la medalla de oro”. Quiere seguir estirando el increíble milagro de los leones del rugby a siete español.