Prada o nada. Nadie se atreve a negarlo. Nadie tampoco lo oculta. Es una verdad a gritos. Ni siquiera la dependencia publicitaria de las revistas (femeninas y masculinas) hace a la prensa disimular. Está Prada y luego el resto. Es así.
No existe un momento más excitante durante la semana de la moda milanesa (hombre o mujer) como la desfilata de Prada. Y digo más. No hay momento que más aplausos genere que cuando la diseñadora Miuccia Bianchi Prada, doctorada en políticas, (67) se asoma a saludar. La prensa aplaude con ganas. Y un aplauso con ganas es muy diferente que un aplauso de compromiso.
El pasado jueves todos aplaudimos con las ganas de siempre. Y Miuccia, la nieta más joven del fundador de la marca Mario Prada, salió a la pasarela a saludar durante casi 20 segundos. Y se desató la locura, porque nunca lo hace. La prensa rugió. Tan solo nos faltó patear el estrado ¿Por qué lo hizo?
Esta es la crónica de lo que sucedió antes, durante y después del desfile de Prada, minuto a minuto, escrita por un servidor, editor y director de revista femenina (L´Officiel España), varón, 51, con barba de dos días, sentado en el asiento Bb10 (segunda fila), el pasado jueves 22 de septiembre.
12.30 h. Despego rumbo a Malpensa, a 35 kilómetros del centro de la ciudad, a 95 euros de taxi. Vuelo para ver el desfile de Prada. Me lo pago yo. No solo para eso, asistiré a otros, pero hoy es el Día P y eso figura en el calendario en negrita. Asistir al desfile de Prada es una cita única para los que vigilamos las tendencias. Por supuesto que lo puedes ver por streaming, pero no es igual. Si estás allí te sientes un privilegiado. Lo he comprobado en la semanas de mujer y hombre en una veintena de ocasiones y siempre te marchas convencido de que Miuccia vaticina lo que es moderno y lo que no, lo que viene y lo que no vendrá. Te marchas deseando ir a fundirte los ahorros en su tienda de Vía Montenapoleone porque allí venden prendas que nunca llegan a Madrid.
16.30 h. ¡Ay señor, señor que no he recibido mi invitación! Ya sé que sin invita también entro, que mi nombre figura en los iPad de la puerta. Ya sé ya. Pero quiero mi invitación. ¿Por qué? Porque las invitaciones son la primera señal de que Miuccia quiere que lo veas. Porque las invitaciones de Prada no se tiran, se instagramean. Algunas, las que caben, las guardo en mis libros. Sudores fríos. La directora de moda de la revista ya la tiene y yo no.
16.45 h. Hago el check in en el Excelsior Hotel Gallia y el portero me da una montaña de invitaciones. Antes de encender la luz de mi habitación respiro aliviado al identificar el sobre más grande, el más extraño, el más grueso. Aquí está. Lo abro con delicadeza y aparece un tríptico de cartón duro con las siglas SS17 (spring/summer) y una extraña goma negra mate con forma de H que lo sujeta todo por dos de las cuatro esquinas.
La segunda cartulina ya anuncia la instalación multipantalla del director neoyorquino David O Russell (The Fighter). Abracadabra. Esta es una de las cosas que más nos gustan de Miuccia: su compromiso con la cultura de vanguardia.
La tercera cartulina lo explica mejor. Russell ha producido para el desfile una serie de películas, sin hilo argumental, bautizadas Past Forward, con “escenario, personajes, vestidos, géneros y finales, repeticiones y formas, rehusando la lógica de la narrativa convencional”. Para qué queremos más. ¡Por la peluca de Andy Warhol! qué moderno me siento. La pieza completa se podrá ver en la web de la marca en octubre de este año.
17.10 h. Llegar tarde es un delito. El desfile es a las 18. Ya sé que siempre empieza media hora tarde, pero yo estaré a tiempo. Monto mi campamento en la esquina de Via Cadore y Via Simone Dorsenigo en Zumos Nabi (Natura Biológica). No estoy solo. Muchos de los invitados del desfile, sobre todo mujeres, disfrutan de los jugos naturales propuesta de la casa. En la puerta se van tropezando las limusinas y las furgonetas negras (Volkswagen Transporter o Mercedes Vito). Me apuesto lo que ustedes quieran a que los dos desfiles anuales de Prada son los días de más facturación del local durante el año.
17.50 h. La austeridad de Prada vive su mayor contradicción con el Fashion Circus que se concentra en el número 36 de Via Fogazzaro. Cuatro mujeres con la cara tapada por una careta de Batman se pasean entre los cazadores de fotografías con unos espectaculares galgos afganos. No se sabe quienes son, ni lo que venden. Luchan por su minuto de fama en el patíbulo de Instagram. En ese momento más de 500 personas se agolpan en menos de 50 metros cuadrados. No sé cómo no hay carteristas.
Una nueva revista inglesa, DRY, intenta promocionarse regalando botellas de zumo. Nadie las coge. La ignoran. No tiene pedigrí. Se escenifica la jerarquía. Todos se juzgan unos a otros: por el tipo de coche en el que llegan, por lo delgados que están, por la revista que les ha pagado el viaje, por los grandes almacenes que representan, o por la pieza de Prada que llevan puesta y si es o no de la última colección. Si te fotografían molas, si los fotobloggers te ignoran, eres vulgar. A mí nadie me hace una foto.
18.03 h. Todo va con retraso. En la puerta me ponen un escáner anti bomba en el ombligo. No sé si ha habido amenazas, pero está claro que el desfile de Prada y la semana de la moda son un escaparate mundial para cualquier pirado. El escáner pita suave y mi ombligo se relaja.
Todo el mundo lleva algo de Prada puesto. ¿Para qué? Para sentirse parte de la comunidad. Como cuando vas a ver a AC/DC al Calderón y te compras unos cuernos luminosos para escuchar You shook me all night long, solo que aquí la audiencia huele bien.
18.15 h. Se confirma que los chinos nos sacarán del mapa cuando quieran. Me han quitado mi asiento habitual en first row (primera fila). Bueno ellos no, me lo ha quitado Prada para dárselo a los orientales porque los chinos están comprando más que los españoles.
No solo a mí. Nos han mandado a segunda fila a la directora de Woman y a la directora de moda de In Style y a la directora de Yo Donna la han mandado a tercera. También nos han separado de la directora de Vogue que debe tener primera fila, y así al separarnos evitan que la gente se pique.
18.18 h. La relaciones públicas que cuidan de tu país vienen a saludarte. Son un ejército. Si, eso he escrito. Un ejército que tiene como munición una sonrisa, como uniforme el negro de Prada y como arma un iPad donde estás tú y figura si has apoyado mucho o poco a la marca recientemente.
18.20 h. Me fijo en el gallinero. Lo llaman standing, que suena más molón. La escenografía del desfile, en este caso planchas de metal frías, cambia cada temporada. La rejilla te destroza las posaderas, te engancha el pantalón y te vas con una agujerín, pero mola mucho. Dentro hay 19 grados, hace un frío que pela.
El gallinero sirve para atender compromisos de las licencias (perfumes y otros), situar a empleados de la casa y para hacer que los que en este desfile no tienen primera fila se sientan privilegiados porque siempre podrían estar de pie.
18.29 h. El calvo de seguridad, que siempre es el mismo, se pega el último paseo para despegar escaleras de emergencia y chinas despistadas que no encuentran su asiento o se han sentado en primera fila con todo el morrazo.
18.40 h. Arranca la desfilata. Se encienden las pantallas y las cámaras. El desfile es un gran show realizado para la televisión. Nosotros somos el público. Suena McCarthur Park de Donna Summer, pero la dejan apenas 20 segundos y la música se hace entonces irreconocible incluso para Shazam.
18.43 h. Puedes ver el desfile en la red. Comienza el carrusel final con las 50 modelos caminando ahora agrupadas.
18.45 h. Fin. Miuccia saluda 20 segundos de reloj. La audiencia se vuelve loca porque su costumbre es saludar 3 segundos.
18.46 h. Empujones para salir mientras la hermana de Carla Sozanni, hermanísima de Franca, y dueña de Corso Como, y Jonathan Newhouse (sobrino del propietario de Conde Nast) se meten rápido al backstage a darle la enhorabuena a la diseñadora y anunciante. Los demás nos vamos.
18.50 h. Apretujones. No puedo mirar más que al suelo para no tropezar con nadie. El pasado junio, durante el desfile de hombre, de cada diez asistentes nueve llevaban unas Adidas Stan Smith. Hoy no. Tan solo veo unas, ya se han pasado de moda.... Pues las mías aún están nuevas, a ver que hago ahora con ellas.
18.55 h. Los fotobloggers esperan con el dedo en el disparador a la “élite” de la prensa mundial que sale con esa cara de paz interior de cuando sales de misa de 7. Prada o nada. Prada o el nihilismo.