Vanesa tiene 36 años y es natural de Fabero (León). Comenzó a salir con Iván, su amigo de toda la vida, a principios de 2015. Él se instaló en su casa el 1 de julio y el 19 de ese mismo mes empezaron las agresiones. Ella rompió la relación en octubre, harta de malos tratos. Iván no se conformó y la siguió hostigando. Golpes, lesiones, vejaciones e insultos se convirtieron en la rutina diaria. Sus amenazas ya no se dirigían sólo a ella, sino también a su hijo de 11 años, fruto de su anterior relación. Vanesa denunció a Iván hasta en 7 ocasiones. Al agresor le impusieron medidas de alejamiento infructuosas. Él ingresó varias veces en prisión, pero se saltaba la orden judicial cada vez que salía en libertad y volvía a agredirla. Ella ha estado aguantando esta situación durante un año. El pasado viernes, Iván volvía a salir a la calle. El lunes por la noche, Vanesa fue secuestrada. A continuación, transcribimos su relato en primera persona.
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«Serían las once y media de la noche cuando salí al rellano de mi piso. Dentro de casa estaba mi hijo de 11 años y mi perro, que nunca ladra. Yo salí al pasillo a dejar unas zapatillas. En ese momento noté una mano que me agarraba el cuello. Cuando pude reaccionar vi que pertenecía a un hombre, no muy alto, con la cara cubierta. Me apretó fuerte del cuello y me ordenó: “Nos vamos. Y calladita o entro a por el niño”.
Yo estaba paralizada por el miedo. Me pasa desde siempre. Recuerdo que cuando mi hijo era pequeño y sufría algún golpe o alguna caída, yo me quedaba inmóvil del susto. Por eso no grité cuando me di cuenta de que me estaban secuestrando. Por eso y por temor a que le hicieran algo al niño. Él, ajeno a todo, se quedaba solo en casa mientras a mí me llevaban a saber a dónde y a saber a qué.
Antes de sacarme de casa, el enmascarado me colocó un turbante para que no viese nada. No contaba con que me dejó una pequeña franja de visión en la parte inferior. Yo sólo podía ver los zapatos. No reconocí su voz cuando me metió en el coche. Él se sentó detrás conmigo y me inmovilizó agarrándome de los hombros. El conductor arrancó y no abrió la boca en toda la noche. Sospecho que es porque se trata de algún conocido mío y si hubiese hablado, yo le hubiera reconocido.
"SI TE MUEVES, VOY A POR TU HIJO"
El coche se puso en marcha. Yo no sabía dónde me llevaban ni lo que me iban a hacer y en ese momento tuve un ataque de pánico. Intenté forcejear con mi secuestrador. Cuando vio que oponía resistencia, se acercó a mi oido y me susurró. “Si sigues moviéndote abro la puerta, te dejo aquí tirada y voy a por tu hijo”. El miedo volvió a paralizarme y dejé de resistirme.
No sé por dónde me llevaron ni cuánto tiempo estuvimos circulando. Sí que sé que salimos de mi pueblo, Fabero. En un momento dado, noté cómo el coche abandonó el asfalto y entramos en un camino de piedras y gravilla. Tenía pinta de ser un camino rural o algo parecido. Al poco rato, el coche se detuvo y mi secuestrador me bajó. Al parecer, habíamos llegado.
Yo estaba atemorizada y sólo les decía que me soltasen y que no le hicieran nada a mi hijo. Ellos no me hicieron ni caso y siguieron agarrándome con tanta fuerza que me hicieron daño en varias partes del cuerpo. Entre los dos me introdujeron en un edificio y me hicieron bajar unas escaleras hasta un sótano.
ASÍ RECONOCÍ A MI AGRESOR
Ya en el sótano, me di cuenta de que se acercaba una tercera persona. Solo pude ver sus zapatillas: unas Adidas oscuras con una especie de ribetes rojos. Cuando estuvo a mi altura se puso a hablar y me paralicé por el miedo: era la voz de Iván, mi exnovio. Me había estado maltratando desde mediados del año pasado. Tenía cambios de humor y la tomaba conmigo. Me pegaba codazos disimuladamente, me ponía la zancadilla en plena calle… y siempre me culpaba a mí.
Dejé la relación en octubre, harta de esa vida, y él empezó a acosarme. Me amenazaba a mí, a mi familia y hasta a mi abogada. Me esperaba cerca de casa y me asaltaba. Me decía que si no era para él, no iba a ser para nadie, y que si le denunciaba me iba a matar. Finalmente le acabé denunciando. Hasta en siete ocasiones he acudido a la policía. Le impusieron una orden de alejamiento que se saltaba cada vez que lo dejaban en libertad. Le pusieron la pulsera con gps para que ni siquiera pudiese entrar en mi pueblo, pero él violaba siempre la orden de alejamiento. Esta vez fue más listo y, al parecer, envió a alguien para que me secuestrase y me llevase a su casa.
Cuando habló y le identifiqué, supe dónde estaba. Me había bajado a la bodega de su casa. Reconocí el suelo. He estado mil veces ahí. Cuando estábamos juntos y yo iba a su casa, tenía que bajar ahí a fumar. No se había movido de su domicilio para tener una buena coartada.
"¿VES CÓMO UN GPS NO TE IBA A SALVAR?"
Lo primero que hizo fue atarme las manos. Y luego me advirtió: “¿Ves como una pulsera y un gps no te iban a salvar?”. Acto seguido me descalzó y me bajó el pantalón y las bragas. En ese momento pasé tanto miedo que me oriné encima. Yo tenía un ataque de pánico y no hacía otra cosa que llorar, mientras él me amenazaba. No recuerdo bien qué pasó durante el rato que me tuvo allí secuestrada. Sé que hubo forcejeos, insultos, golpes y zarandeos, pero recuerdo poco más. Tampoco quiero recordarlo, la verdad. Cada vez que me viene a la memoria tengo padezco un ataque de ansiedad. No me violó. Ni él ni sus compañeros. Pero me sometió a una humillación terrible. Además, me dolía todo por el trato que me habían dispensado durante toda la noche.
De repente noté que me lanzaba un líquido caliente a la parte inferior de mi cuerpo, desnuda en ese momento. Yo llegué a pensar que era semen. En sus amenazas siempre había un componente sexual. Que me iba a violar con sus compañeros de la cárcel, que me iba a meter una pipa de fumar por el culo… y enseguida relacioné ese líquido desconocido con todo aquello. Pero enseguida me di cuenta de que era otra cosa. Aquello me quemaba. Tenía que ser otra cosa. Me alcanzó el muslo derecho y la vagina. A día de hoy, los médicos siguen analizando el líquido que no se me ha llegado a despegar del cuerpo en su totalidad. Dicen que era una especie de pegamento. ¡Me puso pegamento en la vagina! Además de eso, los médicos que me atendieron después me indicaron que tengo una especie de rozadura en la vagina que no saben cómo me causaron, pero que no tiene nada que ver con el líquido que Iván me lanzó.
Cuando acabó de divertirse a mi costa, le dio una orden a sus compañeros: “Ahora la lleváis a las vías del tren”. Volví a tener otro ataque de pánico. Me iban a matar. Me querían llevar al tren. Ahora ya sé que es capaz de todo y cuando ordenó mi traslado, yo pensaba que había llegado el fin. Los dos hombres que me habían llevado a ese sitio me volvieron a poner sus manos encima y me introdujeron de nuevo en el coche. Yo iba vomitando de los mismos nervios. Descalza, medio desnuda, golpeada, orinada y con los ojos tapados, me metí en el coche sin dejar de llorar y de pensar en mi hijo. ¿Le habrían hecho algo a él?
Avanzamos por un camino de gravilla y nos adentramos en otra en peor estado aún. El secuestrador que me había esperado en mi casa se quejó. “Ahora encima nos vamos a cargar el coche al meternos por este camino. Tendría que haber venido él”, protestaba. Yo sabía que él (Iván) no iba a venir porque el gps de la pulsera de la orden de alejamiento le hubiese delatado. Es muy listo y también sabía que si me secuestraban en la puerta de casa, probablemente yo no llevase encima el gps de la orden de alejamiento que diese la voz de alarma.
ME ABANDONARON DESNUDA EN UN BOSQUE
No sé cuánto rato circulamos. Sólo sé que, de golpe, llegamos al sitio que ellos consideraban adecuado, detuvieron el coche, abrieron la puerta, me lanzaron fuerza y se marcharon a toda velocidad. Allí estaba yo, asustada, sola y desubicada. Era de madrugada y me habían soltado en mitad de un bosque, medio desnuda, atada, con la cara tapada y dolorida por los golpes.
Aún tenía las manos atadas, pero conseguí quitarme esa especie de turbante con el que me habían tapado la cara. Por fin podía ver dónde estaba, aunque no concía el sitio y la oscuridad me impedía orientarme. Así que empecé a dar vueltas para intentar llegar a algún sitio habitado y pedir ayuda.
Empecé a caminar y a dar vueltas sin sentido, intentando encontrar auxilio. A veces en círculo, otras volviendo al punto de origen. Iba adelante y atrás, tropezaba y me caía en charcos, en el barro, me dolía todo y tenía frío. Muchísimo frío. Estaba descalza y medio desnuda, de madrugada, en algún bosque de León. Y lo peor era que no había forma de salir de aquella pesadilla. Caminaba y caminaba, pero yo no llegaba ningún pueblo.
Yo calculo que serían tres horas las que estuve dando vueltas por el bosque. Finalmente vi unas luces. Por fin había llegado a una calle. Me adentré en la zona y vi varios domicilios. Toqué al timbre de todos, como una desesperada, pero eran cerca de las cuatro de la mañana y la gente estaba durmiendo. Allí no salía nadie. Era como circular por una calle fantasma.
LA FARMACIA SALVADORA
Ante la falta de ayuda, seguí caminando y llorando, hasta que me topé con una farmacia de guardia. Pedí auxilio y la farmacéutica empezó a atenderme. Ella declaró posteriormente que yo repetía compulsivamente “Él, ha sido él”, pero yo creo que se equivoca. Es verdad que hay cosas de la noche de las que no me acuerdo muy bien, pero si mal no recuerdo, yo preguntaba todo el rato por mi hijo.
En ese momento apareció un chico joven con su madre. Al parecer estaban durmiendo en su casa cuando les desperté con el timbre. Bajaron a ver quién había tocado a esas horas. Cuando me vieron en mi estado también se pusieron a socorrerme. Llamaron a la Guardia Civil y al Samur, que me trasladó al hospital en el que me trataron.
Ahora me pongo a calcular y creo que el coche me dejó en Viloria, que es un enclave próximo a Bembibre, el pueblo en el que vive Iván y donde está la bodega en la que me retuvieron. No sé cuánto caminé, pero sé que fue mucho rato. Además de las lesiones que me provocó, tengo un esguince en la pierna.
Ahora está detenido, pero yo no estoy tranquila. Sé que me va a asesinar porque me lo prometió. Me dijo que si le dejaba o lo denunciaba estaba muerta. Yo hice las dos cosas y ahí firmé mi sentencia de muerte. Me ha puesto pegamento en la vagina, no ha tenido escrúpulos para hacerlo y sé que cuando lo suelten volverá a por mí y me matará».