Tengo algunas de sus fotos delante. En una lleva sus mallas de gimnasia rítmica; en otra, el dobok de taekwondo. Las entradas que consiguieron sus padres en la Zona Ñ de EL ESPAÑOL para ir a ver el partido de baloncesto del pasado miércoles, tras haberse suscrito recientemente, esconden sus preciosos ojos de color miel, su nariz chata. Pero ahí quedan sus rizos de oro, su expresión vivaracha y su sonrisa de ratita presumida.
Solo tiene seis años pero la admiro más que a la gran mayoría de los adultos. La conocí cuando tenía la mitad, tan solo tres meses después de que su padre asesinara a su madre y la arrancara de su entorno con el cruel propósito de crear una vida nueva para ellos dos.
Cuando se produjo la detención de su padre, fui con la familia materna a recogerla al colegio. La custodia les había sido atribuida a sus tíos -el hermano y la cuñada de la asesinada- y acudí junto a ellos y a sus abuelos maternos al centro de enseñanza.
Marta (no es su nombre real, pero sí su favorito) estaba confundida y atemorizada y se debatía entre las ganas de abrazar a su familia y el miedo a las consecuencias de no hacer lo correcto. No dejaba de ser un cachorro indefenso a quien las circunstancias obligaban a hacer un análisis maduro del riesgo.
El caso de Marta saltó a los medios porque se acordó que su padre saliera de prisión –con cargo al bolsillo de todos los españoles- para tener un régimen de visitas en un Punto de Encuentro, como si en vez de matar a su esposa se hubiese separado de ella. La Fiscalía, al frente de la cual estaba la desaparecida y añorada Soledad Cazorla, al ser conocedora de la imprudencia, tomó cartas en el asunto y consiguió parar ese disparate.
Marta estaba en la casa cuando su madre falleció como consecuencia de un disparo en la sien. Aunque no quedó acreditado, si me preguntan mi opinión, yo creo que la vio muerta, e incluso que pudo presenciar cómo su padre apretaba el gatillo de la pistola. Pero eso, como digo, es solo una opinión. Oí, oímos, sus desgarradores gritos en una grabación. Marta tuvo que pasar por la tragedia que otro desencadenó sin contar con ella. Y vivió momentos horribles.
La familia materna, que durante todo el proceso tuvo que soportar la hipótesis del suicidio alegada por la defensa del asesino, construyó simultáneamente a este sufrimiento, un entorno amable para Marta, normal, como el de cualquiera de sus compañeros de colegio. Su nueva “mami” (la otra siempre será una estrella del cielo a la que la pequeña le habla sabiendo que la cuida) y su “papi” han pasado noches sin dormir por sus terrores nocturnos y sus pesadillas, pero Marta ha hecho de su amor propio el arma de su resiliencia.
El primer verano le daba miedo hasta el agua de la piscina. Ahora esquía y es una pequeña figura del taekwondo. Destaca entre sus compañeros de clase, se enfada con ella misma cuando no consigue los mejores resultados y es muy buena amiga de sus amigos.
El año pasado, cuando todo casi había terminado, la verdad había quedado probada y una resolución judicial había alejado a Marta del asesino de su madre hasta su vida adulta, despojándole de la patria potestad, ella decidió reclamar sus propios derechos.
Pidió a sus “papis” (sus tíos maternos) que la llevaran a mi despacho porque quería ver a “su” abogada. Ella tiene perfectamente interiorizado que cuando aparezco en su vida es porque hay cosas que solucionar y, como una adulta y con solo cinco años, se sentó frente a mí y me dijo: “Quiero tener el apellido de mi mami, que es la que me cuida. ¿Por qué no puedo ser como los demás niños del cole?”.
Ya la admiraba, pero ahí comenzó mi devoción. No solamente había sabido superar una situación horrible y lograr ser una niña feliz, sino que con solo cinco años sabía lo que quería, sabía pedirlo y a quién hacerlo. La necesidad y el sufrimiento son forjadores de personas sólidas en los recipientes más frágiles.
Le pedí tiempo para conseguir lo que demandaba. Y entre tanto le expliqué que hay personas con la vida más complicada que el resto y que la solución está en buscar trucos para ser feliz. Marta es ya una experta en “truquis”, como decimos las dos desde aquel día y no solo ha conseguido ser dicharachera, divertida, cursi, coqueta, luchadora y perseverante, sino que ha logrado que su familia materna lo sea también, minorando el sentimiento que supuso la desgarradora pérdida de una mujer de treinta y un años.
Marta es una fuente de inspiración para mí. Hace poco me regaló una fotografía de las dos. La tengo en mi despacho. Es un orgullo conocerla porque sus logros no figuran en los libros pero son más destacables que los de muchos dirigentes.
¡Qué importantes lecciones nos dan los niños que sufren! La edad engendra estereotipos que a su vez generan prejuicios. Y en el caso de la infancia, en muchos casos, ese prejuicio condescendiente diluye los méritos del esfuerzo por superar las consecuencias de las conductas perversas de los adultos que delinquen.
Estos días nos asaltan las noticias sobre pornografía infantil, tráfico y abusos de menores en Álava o en Murcia; y sobre bullying, sexting, grooming, todas las variantes del acoso escolar en Mallorca, en Sevilla o Alicante. Son bengalas de alarma que nos advierten sobre la necesidad de reforzar la protección a la infancia, adaptando las legislaciones y mecanismos de los Estados para detectar, prevenir y castigar severamente este tipo de actuaciones.
En España, la Ley 26/2015, de 28 de julio, de modificación del sistema de protección a la infancia y a la adolescencia plasma la voluntad de atajar transversalmente cuantas situaciones de vulnerabilidad puedan presentarse para nuestros menores, completando así la legislación existente con anterioridad, aunque su contenido haya sido cuestionado desde diferentes sectores.
Sin embargo, el gran problema de la vulneración de los derechos de la infancia está en que la parte punitiva del derecho no soluciona el daño causado, sino que la prevención y la educación se conforman como las claves fundamentales. En estos términos, sociedad, Estado y cada ciudadano individualmente tienen su propia responsabilidad, una responsabilidad "solidaria". A estas necesidades se suma la complejidad en la aplicación del dictado de las leyes y la fragilidad del bien jurídico protegido que, en muchas ocasiones, dificulta la prueba.
Estos días, además de poner el acento en la reflexión social, son días para admirar a los menores resilientes, a aquellos que de su sufrimiento han conseguido hacer un arma para luchar por construir una vida feliz para ellos y quienes les rodean. Para felicitar a todos aquellos héroes y heroínas que están escribiendo su propio cuento con final feliz, esos pequeños que, en los más recónditos lugares de la Tierra, me han sonreído sin haber comido. A esos pequeños que se ponían locos de contentos cuando conseguían una bicicleta para poder pedalear y no tener que caminar varios kilómetros para ir a clase a diario. Recuerdo la sonrisa de un niño guatemalteco –de la zona Ixil- que silbaba contento con una hoz que a duras penas podía cargar.
También son días para decirles a aquellos que tienen miedo en su clase, en su barrio, en su casa, donde sea, que busquen ayuda. Son los héroes en potencia que necesitan nuestro apoyo para convertirse en los protagonistas de sus propias historias de superación.
Decía Graham Greene que "siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro". Eso es lo que hace cada día Marta. Gracias a todas las Martas por blanquear el mundo oscuro al que les abocó el destino.
***Cruz Sánchez de Lara Sorzano es presidenta de Tribune for Human Rights y miembro del Consejo de Administración de EL ESPAÑOL.