Pepe Barahona Fernando Ruso

Todos los nombres revelados en este reportaje son falsos. El miedo a las represalias obliga a quienes intervienen a refugiarse en el anonimato. Estas son sus historias.

“Mi padre, guardia civil, cuando salí de la academia me dijo: ‘Enhorabuena, pero a partir de ahora serás una desgraciada’. Y no se equivocó”. Paula nació para ser guardia civil. Antes de ella lo fue su padre, también su abuelo, su bisabuelo, su hermano, sus tíos, primos, suegro, cuñados… Pese a la larga tradición familiar, ella es la primera mujer en vestir el verde de la benemérita institución desoyendo el consejo de sus allegados. “El Cuerpo no está preparado para las mujeres”, le decían. Y, muy a su pesar, la vida acabó dándoles la razón.

El ‘error’ de Paula fue ser madre. Circunstancia que le ha dado dos hijos, gran parte de la felicidad de su día a día, pero que le granjeó la enemistad de sus superiores, todos hombres, que no supieron entender que la conciliación familiar y profesional también tiene cabida en la Guardia Civil. En España, según la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC), las trabas que los mandos ponen para el cuidado de los hijos eleva la tasa de absentismo de las mujeres del Cuerpo al 11,58 por ciento, muy por encima del 6,83 por ciento en el caso de los agentes masculinos.

Y eso que la mujer lleva en el Cuerpo, de forma oficiosa, desde el año 1948. Paradójicamente, a las primeras las llamaron ‘matronas’, bien por ser huérfanas de guardias civiles o viudas de los mismos, y vestían el uniforme sin divisas ni armamento. Su papel fue básico en la postguerra para practicar los registros a otras mujeres.

Oficialmente, y con los mismos derechos que sus compañeros varones, las primeras mujeres acceden al Cuerpo en 1988. De las 2.817 aspirantes solo adquieren el puesto 197 agentes. Pero esa integración se ha quedado, según denuncia la AUGC, en una “mera exhibición” a tenor de la “paupérrima e insignificante” política de igualdad realizada estos años por la Dirección General.

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Y es en el caso de la conciliación familiar, cuando llegan los hijos, el momento en el que más se nota la debilidad de estas agentes femeninas. “Dependes de los favores del superior, de una decisión a veces aleatoria, para poder atender a tus hijos sin tener que renunciar a tu profesión”, concreta Paula.

Ella, guardia civil desde el año 2000, conoció a su marido, también agente, haciendo patrulla. Surgió el amor y tres años después se casaron. Apenas unos meses después llegó su primer hijo y ambos se vieron obligados a comunicar la situación a su jefe para que éste le facilitara un horario adecuado a las necesidades del matrimonio. La buena fe de su superior hizo que todo fuese como la seda, al menos en lo laboral.

“No veía a mi hija, que estaba siempre con los abuelos; de hecho, papi y mami eran ellos y no nosotros”, recuerda amargamente. “Con nosotros sólo eran lloros porque cada vez que nos veía era para ir al pediatra, vacunas…”, añade. Hasta que decidieron poner fin a esa situación pidiendo una reducción de jornada, un recurso que permite la Administración. También solicita concreción horaria que le permita llevar y recoger a su hija al colegio.

El jefe acepta las condiciones y destina a Paula a hacer trabajos de oficina, a registrar las denuncias. Pero todo cambia con la llegada de un nuevo superior. “El brigada no admitía que un guardia civil tuviese un horario, eso de que no me pudiese manejar a su antojo es algo incomprensible para él”, sostiene la agente.

En sus nuevos planes, el brigada, un hombre de unos 55 años y “de la vieja escuela”, manda a la agente a hacer patrullas unipersonales, algo inusual en la Guardia Civil. También le da un consejo: “O metes a una mujer en tu casa para que cuide de tus hijos o pides otro destino, pero aquí no hay reducción de jornada que valga”.

“Me decía ‘la funcionaria’ y estuve tres meses limpiando coches”

Y a partir de ahí empieza un catálogo de vejaciones. “Me decía ‘la funcionaria’ y llegó el punto en el que me retiró de todos los servicios y me puso a limpiar los coches. Estuve tres meses limpiando coches. Limpiaba sobre limpio”, recuerda Paula. “Aunque pudiera hacer algo más útil. Pero ya se sabe, donde la lógica termina, empieza la Guardia Civil”.

—¿Eso no roza el acoso laboral?

—Llegó el momento en el que yo me sentía una guardia de segunda, una mala profesional, que era menos que los demás. Me habían comido la moral. Eso es acoso laboral, pero no puedes demostrarlo. Hay mucho miedo y ningún compañero va a declarar por ti en un juicio porque temen las represalias. Pueden alegar pérdida de confianza y te ves en la calle, con un nuevo destino a kilómetros de tu casa.

—¿Y no se planteó grabarlo?

—No, por favor. Nuestro régimen disciplinario dice que grabar a un superior es una falta muy grave, que puede conllevar la expulsión del cuerpo. Nos tienen muy atados.

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Todo se complica con un nuevo embarazo, además, de riesgo. Después de dar a luz pide nuevamente la reducción de jornada y se la vuelven a denegar. A pesar de todo, se echa la situación a la espalda. “Lo hice por evitar que dijeran que no podía por ser mujer”, recuerda. Pero el esfuerzo acabó pasándole factura: crisis de ansiedad. Lleva más de un año de baja. Y su reducción de jornada está en manos del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) después de interponer un recurso ante el Contencioso Administrativo.

—¿Es compatible ser madre con ser guardia civil?

—Podría ser, pero no. He estado cuatro años haciéndolo, pero los jefes no quieren que sea.

Las madres vencen en los Tribunales

En el caso de Paula se enfrentan el derecho a conciliar la vida laboral y familiar, reconocido en varias sentencias del TSJA y demás jurisprudencia, y el derecho de la Administración a autoorganizarse, explica el abogado y ex guardia civil José Luis Ganfornina, que lleva el caso de Paula y de dos mujeres más en Sevilla. Según detalla, el TSJA establece que la autoorganización de la Administración no debe hacerse a la ligera y tampoco de forma genérica, sólo en casos puntuales, y siempre entendiendo la necesidad del servicio. Algo que beneficia a sus defendidas.

“El TSJA lo tiene clarísimo y ya ha manifestado su criterio, pero la Guardia Civil no quiere que exista jurisprudencia y deniega por sistema las peticiones porque teme que se abra la puerta a muchas más”, argumenta el abogado. “Concede las reducciones laborales pero sólo de forma oficiosa, no oficial”, añade Ganfornina.

A su juicio, esta negación sistemática de las peticiones responde a una falta de personal en la Guardia Civil. Y sobre todo de mujeres dentro del cuerpo, añade el portavoz de la AUGC, que también pide permanecer en el anonimato por miedo a las represalias. La Benemérita Institución, al regirse por un reglamento militar, carece de sindicatos y la Asociación Unificada —la de mayor representación dentro del cuerpo con más de 31.000 asociados— ejerce un papel similar a favor de los derechos de los trabajadores.

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Solo el cinco por ciento de la plantilla, unas 82.000 agentes, son mujeres y en periodos estivales, con las vacaciones, se incrementan las comisiones de servicios “indiscriminadas sin tener en cuenta la situación familiar o personal de éstas”, denuncia la AUGC.

“El colectivo femenino de la Guardia Civil no debe ser responsable ni victima de las deficiencias de organización y planificación de la Institución”, reclama el portavoz de la AUGC, que recuerda el “altísimo índice de retiradas” de las mujeres de la primera promoción. Muchas de estas situaciones desembocan “en bajas laborales depresivas que degeneran en situaciones de retiro”, sobre todo en familias monoparentales o derivadas de separaciones o divorcios.

Madre, guardia civil y soltera, el eslabón más débil

Pilar no quiere ni hablar. Rehúsa a verse con el periodista de EL ESPAÑOL, ni siquiera habla por teléfono. Su historia se reduce a una retahíla de mensajes por WhatsApp por miedo a que la identifiquen y su ya difícil situación empeore. Es madre soltera y agente del Servicio de Información de la Zona de Andalucía. “Los que detienen a los yihadistas y cosas parecidas, un trabajo duro, de calle, de esos que pasan desapercibidos”, relata un agente.

Está de baja psicológica después de que su petición, flexibilidad horaria para no ser comisionada fuera de la ciudad en la que reside, fuese desoída por los distintos escalones de la cadena de mando: el Teniente Jefe del Grupo, el Teniente Coronel Jefe Servicio Información y, por último, el General Jefe de Zona de Andalucía. Todos ellos con capacidad para decidir.

“Su caso clama al cielo”, aclara su abogado. “Ella fue con total buena fe a sus superiores pidiendo cuidar a su hija, de dos años, que está sola y que depende de su madre. Y le dijeron que no”.

El Contencioso Administrativo de la ciudad donde presentó el recurso le ha dado la razón, anulando las resoluciones de la cadena de mando y reconociéndole el derecho a la concreción horaria solicitada. Pero ella sigue sin querer hablar. “Todavía no, están a cuchillo conmigo y me gusta hacer las cosas con pies de plomo después de lo que llevo pasado”, argumenta.

MADRES GUARDIAS CIVILES Fernando Ruso

Las mujeres son las grandes perjudicadas ante la falta de regulación en la materia. Como sucede en otras parcelas de la sociedad, las mujeres de la Guardia Civil son quienes asumen la conciliación, y un alto índice de peticiones procede de ellas. Ese rechazo generalizado “convierte la negativa de la Institución en un trato discriminatorio por razón de género”, denuncia a AUGC.

“Un calvario”, según valoran, que empeora en las zonas rurales, el ámbito de actuación eminente de la Guardia Civil, donde los recursos —guarderías, comedores escolares…— para la atención de los menores son más escasos. Y la situación se repite con frecuencia por todo el territorio nacional, pero son pocas las que deciden llevar el caso a los Tribunales.

En su toma de posesión, el nuevo Director General de la Guardia Civil, José Manuel Holgado, recién nombrado por el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, anticipó que por delante tenía el completo desarrollo de la Ley de Régimen de Personal de la Guardia Civil. En el mismo acto, el responsable de la Institución se comprometió a realizar las gestiones precisas y necesarias ante los Ministerios de Defensa e Interior para mejorar las condiciones sociolaborales "de todos los que integran este Cuerpo”. Porque, sigue, “benemérito es ser digno de galardón y recompensa por los servicios prestados”. Y en la práctica no siempre es así.

“La Guardia Civil no es un lugar para madres”

“La Guardia Civil no es un lugar para madres”, denuncia María. “Es incompatible”, asegura. “Y sabíamos dónde nos metíamos —continúa—, pero si pedimos ayuda es porque realmente la necesitábamos”. Y se echa a llorar.

María es guardia civil, está de baja y a la espera de la respuesta del TSJA. Ya ganó el recurso en el Contencioso Administrativo, pero la Abogacía del Estado, a instancia de la Dirección General, recurrió. “Qué más le da a ellos, no les va a costar el dinero”, sostiene.

Tiene dos hijos de nueve y cinco años, que nunca fueron fáciles. “Alergias y demás, cosas de niños”, puntualiza. Su marido también es guardia civil. La endogamia es habitual en el Cuerpo. Y pidió una reducción de dos horas a su subteniente para poder conciliar. La respuesta fue no. “Me llegó a decir que no estaba cualificada para estar en Investigación por ser madre, por tener una familia y que por eso no iba a atender bien el trabajo”, recuerda amargamente María.

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Ahora los tribunales civiles le han dado la razón. Si el recurso de la Dirección General de la Guardia Civil no prospera, le darán la reducción y el horario solicitado al entender el Contencioso que la Administración no ha acreditado suficientemente el motivo por el que le deniega la petición.

Pero ella, de baja y en tratamiento psicológico, ya ha perdido la fe en la Guardia Civil. “Para mí es una empresa más, no es una institución. Una institución se preocupa por los que trabajan para ella”, critica María, que pensó en su día llevarse los niños al cuartel para protestar por la situación.

“Es una institución anacrónica porque nadie quiere legislar para que esto cambie”, sostiene. “Sólo pido una cosa, que mis hijos no quieran ser guardias civiles, sobre todo mi hija, que no pasen por lo que hemos pasado nosotras”.

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