El héroe español del 'Black Hawk, derribado': "Así salvé a mis compañeros de los talibanes"
El militar relata a EL ESPAÑOL las maniobras imposibles para rescatar a siete soldados españoles y a un helicóptero Super Puma de un valle de Bala Murghab, en un enclave perdido al norte de Afganistán. Los efectivos repelieron hasta tres ataques de insurgentes.
27 febrero, 2017 01:45Noticias relacionadas
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Afganistán, 3 de agosto de 2012. Un helicóptero caído, un puñado de soldados españoles aislados y un enjambre furioso de insurgentes talibanes. Y polvo, mucho polvo. Cinco años después, dos helicópteros Chinook flanquean al comandante Francisco Antonio Barbancho Leal, de 50 años, en la base militar Coronel Maté, en Colmenar Viejo (Madrid); los mismos aparatos que empleó en aquella misión que tiene grabada a fuego en su memoria. Muchos la comparan con la película Black Hawk, derribado, de Ridley Scott, y ahora inspira Zona hostil, que se estrenará próximamente en la gran pantalla. Arriesgó su vida para salvar la de sus compañeros. Y también para recuperar una aeronave Super Puma que podía caer en manos enemigas. El militar narra pormenorizadamente para EL ESPAÑOL cómo fue y qué sintió: “Fue el peor momento de mi carrera profesional. Y mira que he estado en casi todos los sitios en los que España ha estado de misión”. Respira y prosigue su relato de disparos, angustias y maniobras imposibles.
La explosión de un artefacto marcó el comienzo del operativo. Ocurrió en Bala Murghab, prácticamente en la frontera con Turkmenistán, al norte de Afganistán. La deflagración alcanzó a un convoy estadounidense e hirió a dos de sus efectivos. Su evacuación era urgente: se encontraban expuestos en un valle controlado por los insurgentes. El mando de la operación -coordinada por la OTAN- encargó el rescate a un destacamento del Ejército del Aire español (Helisaf). Los militares se trasladaron desde la base de Qala i Naw, a unos 40 kilómetros de distancia, a bordo de dos helicópteros Super Puma. Un polvo impenetrable los envolvió cuando se disponían a tomar tierra. El suelo quebró bajo el peso de una de las aeronaves, que volcó. La otra orbitó unos minutos en el aire con el combustible justo y, tras comprobar que sus nueve compañeros se encontraban bien y no habían resultado heridos, regresó a la base. El paraje quedó en silencio. Todo se volvió aún más hostil.
El comandante Barbancho se encontraba entonces en la base de Herat. Eran las 22.30 de la noche: “Le habían mandado un jamón al jefe del Helisaf y me dijo que lo abriésemos juntos”, recuerda con una sonrisa. Es la única que se le dibuja al contar su historia: “Fue entonces cuando nos dijeron que un helicóptero Super Puma del Ejército del Aire había caído”. Él forma parte del Ejército de Tierra, del Batallón de Helicópteros de Transporte V (Bheltra-V), pero sintió aquel incidente de sus compañeros del Ejército del Aire en su propia piel. Habla de ellos como su “familia”: “Compartíamos las mismas instalaciones, nos conocíamos mucho. Y estar en una misión en el exterior une mucho”.
Despertó a sus hombres: “Pergeñamos un plan de rescate y se lo planteamos al mando regional oeste -el jefe al mando-. No nos lo aprobó porque era de noche. Nos dijo que ya habían perdido un helicóptero y no querían perder otro”.
- ¿Era muy arriesgado cumplir esa misión de noche?
- El vuelo con gafas de visión nocturna es el más demandante [exigente, en el argot militar], pero yo lo hubiera preferido: por la noche los malos no me ven, la noche me protege.
Objetivo: rescatar el Super Puma
Les dolía el paso de las horas. Sus compañeros estaban en una zona hostil. Los informes no reflejaban la presencia del enemigo, pero sabían que podía llegar en cualquier momento. “El talibán no es un insurgente a tiempo completo. Porque también son pastores, van entre la gente y pasan inadvertidos. Esa es una región de trashumancia y era cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que allí había un helicóptero caído. Si se hacían con él montarían un buen revuelo mediático. Sería una gran victoria para ellos y una derrota para nosotros”.
Fue entonces cuando pensaron que quizá podrían sacar la aeronave caída: “Era importante sacar el hierro. Podríamos recuperarlo y utilizarlo en otras misiones”. De acuerdo a sus cálculos, un helicóptero Chinook podía tirar del Super Puma -de unas seis toneladas- sin problema. Pero en Afganistán se blindan los vehículos con unas placas que rondan los 1.700 kilos: “La única posibilidad era aligerar el aparato accidentado -describe el comandante Barbancho-. El diseño de la operación lo hicimos en dos fases. Primero sacaríamos al personal con un Chinook y lo llevaríamos a la base más cercana. Un equipo se quedaría en el lugar del accidente para quitarle al helicóptero todo lo posible para aligerar la carga. Y después tendríamos que sacar el Super Puma”.
Recibieron el visto bueno y arrancaron los motores.
Rescate de la tripulación siniestrada
El equipo se desplazó a bordo de dos Chinook hasta la base militar de Qala i Naw. Todavía era de noche. “Queríamos rescatar a los soldados accidentados con la primera luz del alba, no dejar a la insurgencia organizar un ataque”, detalla el militar. Porque sus compañeros estaban “en una zona muy expuesta”: “Era el tiro al plato”.
Amanece en Bala Murghab. Eran las 5.55 de la madrugada de aquel 3 de agosto de 2012. La aproximación de los dos helicópteros Chinook levantó una nube de polvo que envolvió el valle. La tripulación siniestrada se montó a bordo de la aeronave y un relevo compuesto por siete personas se quedó junto al Super Puma accidentado. Con ellos estaban algunos soldados estadounidenses del convoy que había sufrido la explosión de la mina. “Tenéis una hora para desmontar las piezas y aligerar la carga. Será entonces cuando volvamos a por vosotros. Si no lo habéis conseguido, volamos el Super Puma. Lo más importante es que salgamos todos de aquí”, inquirió el comandante Barbancho antes de abandonar la zona. Los siete soldados ya habían empezado a desmontar el helicóptero.
El militar trasladó a los suyos hasta una base próxima en Bala Murghab, más pequeña y con pocos recursos pero protegida ante los envites enemigos. Tuvo el tiempo justo para coordinar la segunda fase del rescate en la que participarían los dos Chinook, dos helicópteros Mangusta italianos que ofrecerían protección y dos vehículos aéreos no tripulados (UAV) estadounidenses para tener más visibilidad.
Cuando estaban a punto de despegar supieron que los talibanes estaban atacando el valle. El comandante Barbancho se sumió en la angustia: “Creo que ese es el peor momento de mi carrera profesional. Tienes a tu gente bajo fuego enemigo, a 20 minutos de vuelo. Lo que te pide el cuerpo es ir a por ellos. Pero si voy y me derriban… La dicotomía entre lo que quieres hacer y lo que debes hacer es terrible. Quieres salir ya, pero la sensatez te dice: '¡No puedes ir, no puedes ir!'”.
Fueron 42 minutos eternos. Era un ataque “de reconocimiento”, poco coordinado. Pero era más difícil que los soldados españoles estuviesen más expuestos. El fuego llegaba desde las montañas que envuelven el valle. Es imposible contactar con los efectivos. Finalmente, mediante un teléfono satélite, comunican el cese de las hostilidades.
El comandante Barbancho había aprovechado ese tiempo para perfeccionar el plan de rescate. En vez de utilizar una prolonga para rescatar el Super Puma, unirían varias. La inestabilidad sería mayor, pero así podrían sobrevolar a una mayor altura y minimizar los problemas derivados de la nube de polvo.
Los insurgentes se coordinan para atacar
“Volvimos a despegar los helicópteros. Ya en vuelo nos comunicaron que hay un segundo ataque, más coordinado y desde tres puntos. Los insurgentes empleaban armamento ligero y RPG (lanzagranadas). Tuvimos que dar la vuelta”. Y surgieron nuevas dificultades: “Ya no teníamos combustible suficiente y en vez de ir a la base de Bala Murghab fuimos a Qala i Naw para repostar y dejar a la tripulación derribada”. También pidieron a sus compañeros de Herat que enviasen más prolongas para cumplir con el plan: “Necesitábamos más de 100 metros de eslinga [prolongas], pero los españoles no teníamos más helicópteros que nos las trajeran”, detalla Barbancho. Salvaron el escollo metiendo el material en una aeronave italiana que estaba a punto de partir rumbo a Qala i Naw.
Entonces se produjo el tercer ataque. “Fue menos coordinado pero mucho más agresivo”, explica el militar. Los siete soldados españoles repelieron la agresión a duras penas. Todo hacía imaginar que el próximo asalto sería el definitivo.
El equipo de rescate volvió a encender los motores y llegó hasta el valle en el que estaban sus compañeros: “Nos encontramos con que había más ataques. El Mangusta italiano hizo una ráfaga, se cargó algo allí abajo y los insurgentes huyeron. Me dio seguridad y entré”.
Una operación contrarreloj
Iban con la carga justa de combustible, cada kilo de sobrepeso podía ser fatal. Habían calculado que tendrían cinco minutos para enganchar el Super Puma, al que se le habían quitado las capas de blindaje y todo el material prescindible. De nuevo, la nube de polvo. No se veía el suelo. Los estadounidenses habían dispuesto dos vehículos a varios metros de distancia para que sirviesen de referencia al comandante Barbancho, al mando de uno de los Chinook. Las maniobras requerían todas sus capacidades.
Soltaron la eslinga, pero los siete soldados españoles que estaban en el suelo no la veían. Se escucharon gritos. “La fortuna quiso que la eslinga golpease en la espalda de uno de ellos -relata Barbancho-. El tío se lanzó a por ella, la agarró y tanteando llegaron hasta el enganche que habían preparado”. El militar acompaña su relato con gestos muy descriptivos. Simula el movimiento de su compañero para coger la eslinga.
“A todo esto empezamos a recibir fuego”. Los insurgentes se habían reorganizado y lanzaban una nueva ofensiva. El comandante los veía disparando contra su posición: “Tenía miedo de que apareciesen con un RPG. No podía hacer grandes movimientos porque ya había empezado a izar el Super Puma. Sacamos el helicóptero casi al límite: todas las luces sonando, toda la gente gritando…”.
El Chinook con la carga externa tenía que coger impulso para salir de la zona. Su única posibilidad era emprender la marcha a través del valle para coger la altura necesaria. Los ocupantes de la aeronave veían a los insurgentes en las montañas. Se movían con motos y furgonetas pick-up. También observaban los fogonazos de los disparos. Cogieron la velocidad necesaria para abandonar la zona. El otro helicóptero Chinook recogió a los siete españoles que todavía quedaban en el suelo.
Abandonaron el infierno. El convoy aéreo, flanqueado por los dos Mangusta italianos, se dirigió hasta Qala i Naw. Desde ahí regresaron a la base militar de Herat. Eran las dos de la tarde.
“Estaban todos en la pista”, cuenta el militar. Recibieron un aluvión de felicitaciones. Estaban al límite de sus fuerzas. “Llevábamos 48 horas sin dormir. Dejamos el hierro y nos fuimos a comer”. Ya no quedaba nada del jamón que habían abierto: “¡No nos habían dejado!”, comenta con sorna. Sus compañeros del Ejército del Aire les regalaron uno tiempo más tarde.
El comandante se ríe y confiesa un secreto que nunca había contado: “Ahora, siempre que recibimos uno cuando estamos de misión, esperamos a que vuelvan todos los helicópteros para abrirlo”.