Diego tiene algo que contarle a sus compañeros de clase. Entra en el salón de actos del IES Manuel de Falla de Móstoles (Madrid) y se coloca mirando al resto de adolescentes de 2º de ESO de este instituto público del sur de la capital. “Es muy importante lo que os tengo que decir”, empieza. Algunas risas de sus compañeros de 13 y 14 años interrumpen su discurso. Vuelve a coger carrerilla y lo suelta: “Soy heterosexual. Me gustan las chicas”.
Silencio. Más risas. Y muchas preguntas: “¿Hace cuánto tiempo te diste cuenta?”, “¿por qué lo has escondido durante tanto tiempo?”, “¿se lo has contado a tus padres?”, “¿cómo se lo han tomado?”, ¿por dónde vas a salir de fiesta ahora?”, “¿quién te gusta de esta clase?” “¿Eso se pega”?
[...]
Una retahíla de interrogantes que parece no tener fin y a las que el chaval responde entre “nervios”, “agobio” e “incomodidad”, según reconoce él mismo.
Aplauso para Diego. “Enhorabuena, lo has hecho muy bien”: fin del juego.
Con este ejercicio en el que la minoría (LGTBI) se convierte en mayoría -sólo durante unos minutos- termina la clase de diversidad afectivo sexual que la asociación de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales Arcópoli ha dado a estudiantes de secundaria con el fin de erradicar la homofobia. Una dinámica en la que se han cambiado los roles: lo normativo es unos instantes ser homosexual y lo extraordinario es ser heterosexual. “Con este ejercicio se ponen en la piel de cualquier joven que decide salir del armario”, explica Delia Merchán, vocal de Educación de Arcópoli a EL ESPAÑOL minutos antes de comenzar la charla.
En los pasillos del Manuel de Falla suena esta semana entre los cambios de clases canciones de Queen. En los altavoces se puede escuchar el Somebody to love o el I want to break free, mientras la casi treintena de chavales entra en el aula magna ante la mirada de los activistas. Delante de la pizarra cinco voluntarios -no cobran por las charlas que imparten y en los mejores de los casos reciben una compensación por el desplazamiento y las dietas-, salen del armario ante los atónitos ojos de los adolescentes.
-Me llamo Delia, tengo 31 años, soy diplomada en Magisterio y lesbiana.
-Me llamo María Alejandra, soy arquitecta y transexual.
-Me llamo Dani, tengo 32 años, estudiante, trabajo en Zara y soy gay.
Más risas en el auditorio. Hasta que una de las chicas manda callar a sus compañeros de filas: “Joder, tíos, qué infantiles. Vaya tela, parece que tenéis cuatro años”. Se adelanta a los profesores, quienes piden “respeto” antes de comenzar con el primer ejercicio de esta particular clase, que pretende “educar en la diversidad”, tal y como se recoge ley contra la LGTBfobia aprobada por el Gobierno de Cristina Cifuentes (PP). Una norma que ha seguido la estela de varios parlamentos autonómicos y que pronto llegará al Congreso de los Diputados.
Una ley -que tuvo la luz verde de todos los partidos políticos en la Asamblea de Madrid- altamente contestada por los sectores más conservadores, como los ultracatólicos de HazteOir.org, plataforma que mandó panfletos a colegios e institutos públicos llamando a la desobediencia y que este lunes emprendió una campaña contra los niños transexuales en un autobús por la capital española.
homofobia, pluma, salir del armario, outing...
“Venimos a clase a enseñar a los alumnos que la sociedad no es puramente heterosexual y con una identidad de género específica, sino que hay toda una diversidad que compone la sociedad y que se puede encontrar tanto en las aulas como en la calle”, cuenta Daniel Jiménez, otro de los voluntarios que se convierte en profe cuando sus estudios en la Complutense y su trabajo como dependiente se lo permiten.
La clase -que no dura más de una hora- empieza dividiendo a los alumnos en distintos grupos a los que se les reparten unos papeles con términos relacionados con el mundo LGTBI: orientación sexual, sexo y género, homofobia, pluma, salir del armario, outing y transexuales.
¿Homofobia? “Cuando a una persona le gusta una persona de su mismo sexo y a otra le da asco”, contesta la misma alumna que mandó callar a sus compañeros e insiste al periodista en que sus compañeros “son demasiado infantiles”: “No se lo tengas en cuenta”. ¿Salir del armario? “Acto valiente de una persona de afrontar sus miedos”, dice otro de los chavales con el papel en la boca para intentar ocultar la sonrisa con la que lee el término. Unas palabras que -con mayor o menor atino- consiguen resolver los chicos, hasta que llegue la madeja “trans”: transexual, travesti, transformista o transgénero. Comienza la explicación ante el absoluto desconocimiento del aula.
-Transgénero: persona que siente una disonancia entre el sexo que se le asignó al nacer y su identidad de género.
-Transexual: persona que ya ha concluido su transición hacia el género deseado.
-Travesti: persona que se pone ropa -o accesorios- asignados por norma general al género opuesto al que pertenece.
Y la pregunta: “¿Entonces Falete qué es?”. Quien habla no es ninguno de los alumnos de 13 y 14 años, sino la profesora, que trata de poner calma ante las risas de los alumnos a su duda. Luego, al término de la clase, se justificará ante los voluntarios “por el lío” de términos. El mismo que se hacen los jóvenes a la hora de atinar con el significado de pluma. “Son los gestos de una persona al hablar y al expresarse”, dice uno.
“Una persona puede tener pluma y estar casado con una mujer. Como Mario Vaquerizo, quien ha dicho 20.000 veces que es heterosexual. Simplemente, su forma de hablar es así”, explica la vocal de Educación de Arcópoli. Más dudas en el aula: “Entonces Cristiano Ronaldo tiene pluma, ¿no? Porque en Instragram se pinta las uñas”. Esta vez quien se apresura a responder es su compañero de pupitre: “Pero si es portugués, ¿tú qué sabes si tiene pluma o no?”.
Estas confusiones, Delia Merchán las achaca en parte a la falta de contenidos sobre diversidad sexual en los currículos educativos actuales. Pese a que la ley madrileña contra la homofobia pretende cambiar -a través de su apartado en materia de Educación- este asunto, la norma apenas ha sido implantada este curso. Muchos de los libros de texto que se siguen utilizando en la Comunidad -tanto en colegios como institutos- no tienen páginas reservadas a estos asuntos. “No se enseña en diversidad sexual, si no no estaríamos aquí. El tema educacional es algo que cuesta todavía muchísimo, hay reticencias porque piensan que venimos aquí a adoctrinar”, explica.
"No se enseña a ser LGTB"
“No venimos con un látigo para decir que tienes que ser homosexual porque es maravilloso: es una orientación más igual que lo es ser heterosexual”, analiza la activista, quien admite que su principal objetivo es que las siguientes generaciones conozcan la diversidad de la sociedad: “No queremos cambiar la opinión de nadie, simplemente que nos respeten”.
El voluntario Daniel Jiménez, gay que no tiene miedo en levantar la mano cuando uno de sus compañeros pregunta a los chavales quién ha llamado alguna vez “maricón” a otro en clase, deja claro en la conversación con EL ESPAÑOL que en sus sesiones “no se enseña a ser LGTB, sino a respetar a las personas LGTB”.
Así, pone como ejemplo una de las mañanas en las que su conversación con los alumnos se convirtió en el bote de salvación para uno de ellos: “Un chico se acercó al terminar y nos dijo que era bisexual, pero que estaba perdidísimo, que no sabía cómo ni cuándo se lo tenía que contar a su familia”. “Le ayudamos”, dice orgulloso.
Merchán, sin embargo, se queda con otra de las frases que escuchó al término de una de sus clases:
-Seguid haciendo este trabajo porque nuestra generación va a ser más tolerante el día de mañana