Somos ninguno representa la muerte invisible de los inmigrantes que fallecen sin nombre, sin número y sin visibilidad. Esos cadáveres que jamás serán repatriados a sus familias. Un largo camino desde África a Europa que un inmigrante camerunés ha querido mostrar en una exposición de dibujos en blanco y negro.
Moussa ha vivido todas las etapas del drama de la migración: la partida, el viaje, la muerte, la espera, la supervivencia, ese largo camino en busca de El Dorado; y así lo plasma en sus dibujos a lápiz, donde refleja la migración, las etapas de tránsito y la desesperación en la frontera.
Este joven de 27 años comenzó a dibujar a partir de sobrevivir a la muerte en la playa El Tarajal (Ceuta) en 2014, donde perdieron la vida un amigo y su primo, que también está inmortalizado en uno de sus dibujos. "Una forma de evasión. Pinto con el corazón, no con la experiencia", dice Moussa a EL ESPAÑOL en la azotea de su casa en el centro de la medina de Tánger, mientras repasa el camino desde Camerún hasta Marruecos a través de sus pinturas.
Moussa consiguió huir de las redes de Boko Haram. Su tío le introdujo en el grupo terrorista. Y como venganza asesinaron a su hermana. Se echó a la ruta clandestina hacía Níger, cruzó Malí, por la región de Gao, donde la comunidad Tuareg le trasladó hasta Argelia. Y de ahí, después de trabajar seis meses y de sobrevivir al desierto en Libia, llegó a Marruecos.
En sus casi seis años en este país, acampó en los bosques cercanos a Ceuta y Melilla, pasó por los barrios más poblados de migración de Tánger, Boukhalef y Mesnara; se refugió en la catedral durante las redadas, y sobrevive en la medina.
Al principio solo retrataba a los amigos, pero poco a poco comenzó a pintar lo que había visto. "Las pequeñas imágenes de esa travesía que han quedado en mi memoria, y que de vez en cuando aparecen. Intento sacar una a una para reconstruir una pequeña historia". Para Moussa es una manera de expresar lo que vive desde hace seis años que salió de Camerún, porque "hay otras personas que puedan hablar fácilmente de ello, pero para mí es a través del blanco y negro que cuento lo que vi".
El dibujo es una terapia para encontrar sentido al día a día porque no ha conseguido trabajo en Marruecos. "Cuando no trabajas, y necesitas comer, porque si no te mueres, sales a la calle a pedir. Un día te paras y te preguntas ¿Qué estás haciendo? No es bueno pedir, pero nosotros no tenemos la posibilidad de decir que queremos hacer", lamenta.
Sus dibujos a lápiz son un salvavidas, le permiten sacar lo que tiene dentro, expresarse y seguir adelante. Desde una trilogía sobre la codicia, a la travesía por los distintos países o los sueños a pie de valla con la mirada en España. Todo eso se podrá ver en el Colegio de Español de Larache a partir del 10 de abril y posteriormente la exposición viajará por otras ciudades de Marruecos, como Tánger o Rabat.
Sentado en la azotea del edificio en el que vive, en el corazón de la medina de Tánger, pasa revista a sus dibujos, a su vida. Los rostros que aparecen en los retratos de Moussa son reales, tienen nombre y apellido, nacionalidad y familia. "Cada dibujo explica cada cosa que he visto en Castillejos, mi primo que murió, mis amigos que también perdieron la vida, lo que viví durante mi viaje hasta Marruecos, lo que me pasó en Argelia. Es lo que pienso de África, de los africanos, de cómo nos tratan a las personas de este continente", enumera.
El origen, la familia, la huida
Moussa nace en el seno de un familia camerunesa con una madre cristiana y un padre musulmán. Su infancia fue "un poco traumática", fruto de un matrimonio en el que la madre decía "el niño va a la iglesia" y el padre "no, hoy va a la mezquita". Y él sentía que se tenía que dividir. La familia materna "tiraba" de los chicos para un lado y la paterna los "empujaba en otro sentido".
Más difícil resultó acatar la decisión de su tío de "meterle" en asuntos que en su adolescencia "no entendía", relacionados con la organización fundamentalista Boko Haram. Se resistió y logró estudiar Derecho, pero finalmente emprendió la huida cuando su familiar le quería obligar a cometer dos atentados. Su negativa le salió cara, asesinaron a su hermana "por venganza".
Huyó de su país y del terrorismo, y se encontró con la muerte en el camino.
El viaje
"Cuando salí de mi país no pensaba cruzar la frontera", asegura. "Sin embargo, las personas con las que viajaba querían cambiar mi manera de pensar para que lo intentara y ver lo que podía hacer en Europa".
El peor momento fue cuando los soldados le detienen en Argelia y lo expulsan a Libia, junto al grupo con el que viajaba. Les dejan en medio del desierto y se ven "sin agua ni comida", solos. "Dos semanas en el desierto, todo el mundo muerto", recuerda. Cuando logró salir de allí solamente había doce personas. "Vi a una niña de 8 años y otra de cinco años, cuatro mujeres con hijos", balbucea casi cinco años después de "esta pesadilla".
En Argelia trabajó seis meses para recuperarse física y económicamente, y seguir su camino. Por allí donde pasas, pagas. Trabajó en la construcción, en el aluminio y en la agricultura.
Sobrevivir a El Tarajal
En Marruecos volvió a salvar su vida, al salir del agua ileso en lo que ya se conoce como la tragedia de la Playa del Tarajal, donde perdieron la vida 14 inmigrantes ahogados tras la intervención de los antidisturbios de la Guardia Civil para impedir su entrada en España en 2014.
Allí vivió uno de los capítulos "más terribles" de su vida. Recuerda que un "policía marroquí me cogió del brazo y tiró de mí. Me salvó la vida". Su primo Larios no tuvo tanta suerte. Moussa acudió a identificar su cuerpo en la morgue del Hospital Hassan II de Fnideq (Castillejos) y al levantar la sábana descubrió en la camilla el cadáver de Ibrahim, un amigo a quien no esperaba.
Marruecos
Cuando llegó hace más de cinco años a Marruecos vivió en los campamentos de inmigrantes cercanos a Ceuta y Melilla, donde se organizan para entrar en España. Para Moussa "es más difícil que cuando estás solo. Es como un campo militar". Divididos en grupos por nacionalidades, con un jefe que coordina, todos acatan las decisiones del día y la hora de embarcarse en una patera o de intentar saltar la valla.
Desde El Tarajal sobrevive en Tánger, en el barrio de Boukhalef primero, y después en Mesnara. Estas dos regiones son las más pobladas de inmigrantes. Actualmente ocupa una habitación compartida en el centro de la ciudad.
Como la mayoría de los extranjeros sin regularizar, se ve obligado a "hacer la salam", como llaman los inmigrantes en Marruecos a la mendicidad: acercarse a los marroquíes con un "as salam u alaikum" (que la paz sea contigo) para pedir dinero. Y de vez en cuando le sale algún trabajo esporádico. Mientras tanto, el dibujo le da un sentido a su día a día.
Esperanza y futuro
En el pasado, cada cierto tiempo decidía volver a su país donde tiene una niña pequeña, pero cree que su vida allí no está a salvo. Al rato, planeaba pasar a Europa. Ahora empieza a darse cuenta de que la vida no es tan fácil para un inmigrante negro. Intentó entrar a España y fue devuelto cuatro veces.
Ha pasado de la esperanza a la frustración hasta que decidió establecerse en Marruecos. Va a dejar de viajar. Por eso se ha inscrito en la segunda campaña de regularización e identificación que el Gobierno marroquí puso en marcha a mediados de diciembre, ya que ACNUR le ha rechazado el estatus de refugiado.
"Para mí cualquier sitio donde estés puedes hacer tu vida, cambiar tu vida, y hacer algo si tú quieres". Y este mensaje es el que diariamente intenta transmitir a su hermana pequeña, de 17 años, que le ha llamado recientemente para comunicarle que quiere seguir sus pasos y "venir aquí".
Moussa es un superviviente por partida triple. Escapó del terrorismo de Boko Haram, sobrevivió a un naufragio en donde perdieron la vida seres queridos, y ahora lucha por salir adelante en la clandestinidad en Marruecos, país que ha descubierto a un dibujante "sin papeles" en busca de la regularización.