Estaban en lo más profundo de la Foz de Lumbier, un paraje navarro por el que discurre el río Irati a lo largo de un desfiladero. Habían asesinado al guardia civil José Luis Hervás y se creían acorralados por los agentes. Juan María Lizarralde, Susana Arregui y Germán Rubenach empuñaron sus pistolas y tomaron la decisión: antes muertos que detenidos. Los dos primeros perdieron la vida al dispararse; el tercero, malherido, fue detenido al cabo de varias horas. Ese episodio de 1990 representa uno de los agujeros más oscuros en la historia de ETA -sobre el que se han escrito ríos de tinta con versiones que contradicen a la oficial-, organización que hoy se dice “desarmada” y que entregará las armas para favorecer un “clima de paz”.
Hablamos con Olvido Mañas. A sus 81 años le salen del tirón unas palabras -“fíjate que son difíciles de pronunciar”- que tiene grabadas a fuego: “Fue a las doce y media de la mañana del 25 de junio de 1990 en la Foz de Lumbier”. No había oído hablar de ese lugar hasta que los etarras mataron allí a su hijo, el sargento José Luis Hervás.
- ¿Qué ocurrió esa mañana?
- Yo no sabía qué hacer, si darme golpes en la pared o qué hacer.
El sargento Hervás había nacido y crecido en Castellón, donde aún reside Olvido. Según recoge el libro Relatos de Plomo: Historia del terrorismo en Navarra, había solicitado destino en la Comunidad foral porque compaginaba su labor en el Cuerpo con sus estudios de abogacía. Si quería ascender tenía que marcharse fuera: dos años en cualquier ciudad o uno –el peligro de ETA reducía los plazos- en la Comunidad foral. Optó por lo segundo.
Los atestados de la Guardia Civil reconstruyen lo sucedido aquella mañana de lunes. El sargento José Luis Hervás y su compañero Domingo Ortega patrullaban por la Foz, un desfiladero próximo a la localidad navarra de Lumbier. A una altura superior se encuentra un camino, antiguas vías del ferrocarril, frecuentado por turistas y visitantes. Hay un punto de entrada y otro de salida al cañón: imposible acceder o salir de él si no es por alguno de sus túneles.
Los agentes eran conscientes de que en las últimas semanas se había registrado un repunte de robos y hurtos en la zona por parte de delincuentes comunes. Esa fue la circunstancia que empujó a Hervás y a Ortega a patrullar por la Foz. Y algo debieron de sospechar cuando vieron a dos hombres y a una mujer a las orillas del río, con camisetas y trajes de baño. El sargento Hervás salvó el desnivel entre el camino y la rivera del río, donde se encontraban los individuos.
El agente no lo sabía, pero eran Juan María Lizarralde, alias Heavy, uno de los terroristas más buscados en esos tiempos, y sus compañeros Germán Rubenach y Susana Arregui. Constituían el comando Germán, al que también se conoció con el nombre de Nafarroa, que en los últimos años hostigaba con dureza la Comunidad foral.
El tiroteo
Al agente Domingo Ortega permaneció junto al vehículo del Instituto Armado. Desde allí vio llegar otro coche patrulla en el que viajaban sus compañeros Benito Rivero y José Domínguez Píriz. A éste último no le resulta fácil recordar lo que ocurrió esa mañana: “Es difícil no emocionarse, ¿sabe?”, admite.
- ¿Qué ocurrió ese día?
- Yo era el jefe de la línea que incluía el puesto de Lumbier y el de Yesa. José Luis Hervás me llamó para decirme que prefería hacer el servicio de la mañana para dedicarse a estudiar por la tarde. Cuando llegamos a donde estaba el cabo Domingo Ortega, en la Foz, sonaron los primeros disparos.
Los terroristas, junto al río, se vieron acorralados. Vieron aproximarse a Hervás, quien les dio los buenos días y les pidió que le enseñaran el contenido de las bolsas que llevaban consigo. Dentro, agua y algo de comida. Y las armas. Arriba, los otros tres agentes. Lizarralde no lo dudó: sacó su pistola Browning y abrió fuego contra el sargento. Cayó fulminado. Cogieron el arma del agente, salieron corriendo y dispararon contra los tres agentes, desatándose un tiroteo. El guardia Domínguez Píriz fue alcanzado en la cadera; el terrorista Rubenach, en la rodilla.
Dos holandeses
Los tres etarras afrontaban su situación más crítica desde que habían desembarcado en Navarra. Habían asesinado al expolicía Francisco Almagro y casi lo habían conseguido con el guardia civil José Aguilar, quien desde entonces arrastra las consecuencias de su atentado. También habían secuestrado al empresario Adolfo Villoslada durante 84 días. Y ahora planeaban atentar contra alguno de los vehículos del Instituto Armado que circulase por la Foz de Lumbier. En sus anotaciones manuscritas –llevaban varios días durmiendo en una tienda de campaña en la zona para obtener la información- tenían una relación de horarios frecuentes de los agentes.
Con Rubenach herido, subieron por primera vez desde el río hasta el camino. Lo frondoso de la vegetación y los obstáculos de la orografía ocultaban su posición. Vieron que todavía estaban los coches de la Guardia Civil y bajaron a la orilla. Volvieron a intentar su fuga minutos más tarde y se encontraron con dos fotógrafos, Rob Van Der Knapp y Margaretha Antonia Maria Husken. Les pidieron el coche. No lograron entenderse puesto que éstos eran holandeses. Y volvieron junto al río. Todos estos pasos los reconstruyó Germán Rubenach en su primera declaración judicial.
Fue entonces cuando los tres terroristas tomaron la decisión: acabar con su vida antes que entregarse a las autoridades. Uno de los agentes que participó en el operativo explicaría al diario El Mundo su interpretación de los hechos: “Heavy pensó equivocadamente que los teníamos rodeados y que en el túnel serían un blanco perfecto. Lo más probable es que Rubenach, que tiene 24 años, pensara que había llegado el momento de entregarse e ir al talego. La única posibilidad es que Heavy, que era un tipo cuadriculado, un zumbado tremendo, dijera que allí no se entregaba nadie y que embarcara a los otros dos para el otro barrio”.
La primera versión que ofreció Rubenach fue muy similar a la de este agente. Susana Arregui no tuvo valor para dispararse y pidió a sus compañeros que lo hicieran por ella. Fue el propio Rubenach el que apretó el gatillo. Cayó muerta. Lizarralde, alias Heavy, se puso el arma en la sien y disparó. Muerto al instante. Rubenach se colocó la pistola bajo la mandíbula y abrió fuego. La bala atravesó todo el cráneo y salió por la parte superior de la cabeza, atravesando huesos, lengua, globo ocular y parte del cerebro. Su cuerpo quedó tendido junto al de sus compañeros.
Una jornada trepidante
Pocos acontecimientos en la lucha contra ETA han inspirado atestados de la Guardia Civil tan densos y complejos como el de la Foz de Lumbier. Los hechos se precipitaron en la que fue una de las jornadas más trepidantes que recuerda la comandancia de Navarra.
Los dos holandeses, asustados al ver a los tres terroristas, huyeron del lugar sin tener muy claro qué había sucedido. Se marcharon a Madrid, donde proseguirían su viaje por España. Tampoco tardaría en abandonar el lugar -sin enterarse de lo ocurrido- un grupo de colegiales que estaba en la Foz como parte de una excursión escolar. Los cuerpos de los tres terroristas quedaron tendidos en un lugar de difícil acceso, junto al río Irati. También el del sargento Hervás.
Por su parte, las dos dotaciones de la Guardia Civil envueltas en el tiroteo abandonaron el lugar. El agente Domínguez Píriz perdía mucha sangre y requería atenciones médicas urgentes. Fue reconocido en el centro de salud de la localidad navarra de Sangüesa y desde allí se le trasladó a la Clínica Universitaria de Pamplona. “Mi compañero, mi compañero”, repetía una y otra vez en referencia a Hervás.
La familia del agente fallecido recibió la noticia en Castellón. “El viaje a Navarra fue muy duro. En cuanto llegas allí y ves que es cierto no puedes más que llorar y llorar y llorar”, recuerda su madre, Olvido. Y añade: “Algo así es imposible de olvidar”. En Pamplona se encontró con María del Valle, la mujer de su hijo, y con sus nietos, Mari Carmen y José Luis, de 12 y 10 años.
La Foz de Lumbier poco a poco se convirtió en un foco de ebullición sin precedentes. El Instituto Armado tomó el desfiladero. Un helicóptero del Cuerpo se trasladó desde la capital navarra –estaba prestando servicio en la visita de la infanta Elena con motivo de la inauguración de un centro hospitalario con su nombre- hasta el escenario de los hechos. Varias dotaciones cercaron las dos posibles salidas del cañón. Y un aluvión de periodistas a los que no se les permitió el acceso a la zona.
No encontraron el cuerpo del sargento Hervás hasta que Domingo Ortega, uno de los agentes que se encontraba en la Foz cuando se produjo el tiroteo, regresó hasta el lugar de los hechos y señaló el lugar en el que se encontraba. Los médicos no pudieron hacer otra cosa que certificar su defunción.
Aparte de la muerte de uno de sus compañeros, los agentes tenían pocas certezas. Supieron que los agresores eran terroristas al encontrar sus pertenencias, pero no estaban seguros de si se encontraban allí –armados o no- o si ya se habrían escapado.
Los perros del Instituto Armado olieron las pertenencias de los tres etarras y reprodujeron con precisión los primeros pasos que éstos habían dado: desde el río subieron al camino –siguiendo la primera intentona de los terroristas de escapar, frustrada por la presencia de los agentes-, volvieron a bajar, subieron por otro terraplén –cuando hablaron con los holandeses- y regresaron de nuevo hasta el río. Los guardias, ante la complejidad del recorrido, pensaron que la pista era difusa.
Pasaron las horas. Los sucesos de la Foz de Lumbier acapararon la atención política y social; más aún en Navarra. Terroristas, sí; pero quiénes. Esa es la pregunta que todos se hacían. Todo hacía pensar en ese comando Nafarroa que tantos quebraderos de cabeza había desatado en dependencias de la Guardia Civil.
Aparece Rubenach
Germán Rubenach amaneció en un estado lamentable horas después. El rostro estaba desfigurado por el disparo que no había acabado con su vida. Malherido también en la pierna, era incapaz de caminar. La sangre había coagulado y a su alrededor, ocultos por los matorrales y la orografía del lugar, estaban los cuerpos de Lizarralde y Arregui. Se arrastró como pudo por el suelo. Siempre ha defendido que no recuerda nada de ese momento. Llegó hasta el camino. Eran las ocho y media de la tarde.
Una dotación de la Guardia Civil pasó a su lado, casi sin verlo. Uno de los agentes dio la señal de alarma. El coche se detuvo y corrieron hacia donde estaba el terrorista. Según los atestados, el etarra todavía tuvo fuerzas para llevarse la mano hacia la pistolera en busca de su arma. Se la arrebataron sin esfuerzo. “Rubenach”, acertó a decir éste.
A los pocos minutos llegó una ambulancia de la Cruz Roja. Los agentes de la guardia civil, temerosos de que los compañeros del etarra malherido tendiesen alguna emboscada, dispararon al aire. El ruido se escuchó con claridad desde las localidades próximas. Hay quienes recuerdan estos disparos al defender otra versión de los hechos, la de que los terroristas habían sido ejecutados por agentes del Cuerpo. La ambulancia se llevó a Rubenach al Hospital de Navarra, donde fue atendido de urgencia.
A los agentes de la Guardia Civil no les fue fácil tomar la decisión de suspender la búsqueda. La llegada de la noche y la posibilidad de que sus objetivos estuviesen armados podían suponer una combinación fatal.
La batida se reanudó a las siete de la mañana, con especial intensidad en el lugar en el que había aparecido Rubenach. A las 8.45 se encontraron los otros dos cuerpos. Rápidamente identificaron a Lizarralde, no así a Arregui, medio sumergida en aguas del Irati. Incluso llegaron a pensar que el cadáver era el de Soledad Iparaguirre, alias Anboto, quien años después ocuparía puestos clave en el organigrama de ETA.
Hubo un detalle clave para su identificación. Adolfo Villoslada, secuestrado por el comando durante 84 días, había apuntado al Instituto Armado que Arregui llevaba zapatos de ante durante el cautiverio. Y el cadáver encontrado en la Foz también los llevaba.
Posturas encontradas
Los sucesos desataron una reacción política inmediata, dibujándose dos posturas encontradas. José Luis Corcuera, entonces ministro del Interior, ofreció las explicaciones que había recibido por parte de la Guardia Civil. Habló de “suicidio”: “Quienes no lo vean así se descalifican solos”.
Miguel Gorostiza, abogado de Gestoras pro Amnistía, fue de los primeros en descalificar la versión oficial. También el lehendakari José Antonio Ardanza, de PNV -“las instrucciones que tienen los miembros liberados de ETA ante una encerrona policial nunca es la de suicidarse”- y el obispo de San Sebastián, José María Setién –“mi más sentida condolencia a todos los familiares ante las extrañas y lamentables muertes”-.
Del mismo modo, el libro Foz de Lumbier: antecedentes y crónica de unas ejecuciones trata de desmontar la versión ofrecida por la Benemérita. Según sostiene su autor, Ricardo Zabalza, los terroristas escaparon a bordo de un coche rojo, capturados posteriormente, acribillados a balazos por los agentes y trasladados de nuevo a la Foz para simular la tesis del suicidio colectivo.
Hay varios testimonios que hacen tambalear esta versión. Por un lado, los propios atestados de la Guardia Civil, que recogen la comunicación interna del Cuerpo y detallan los pasos de sus agentes. Por otro, el de los dos holandeses: una vez en Madrid vieron por televisión lo que había ocurrido y, conscientes de la importancia de su relato, prestaron declaración en una comisaría de Policía. Y finalmente la del propio Germán Rubenach.
El terrorista abrió los ojos en el hospital tras superar varias intervenciones a vida o muerte. El 30 de junio, cinco días después de lo sucedido, dio su testimonio ante varios agentes de la Guardia Civil, del fiscal de la Audiencia Nacional Ignacio Gordillo y del abogado de oficio Miguel Ángel Cuesta. No podía hablar por las heridas, pero accedió a testificar por escrito. Las hojas, con un membrete del Gobierno de Navarra, apenas recogían datos reseñables, si bien hubo un gesto significativo: “¿Alguien le ha disparado?”, le preguntaron. Rubenach respondió negativamente con la cabeza.
Días más tarde, el 3 de julio, volvió a explicar lo sucedido, esta vez ante la juez de la Audiencia Nacional Beatriz Goded. La versión fue muy similar a la anterior, aunque aún parca en detalles.
Finalmente, el 5 de julio se realizó el tercer interrogatorio, respondiendo a las preguntas de la juez de la localidad navarra de Aoiz -localidad próxima a Lumbier-; al terrorista le asistían dos históricos abogados próximos a Herri Batasuna: Adolfo Araiz y José Miguel Gorostiza. Rubenach dijo que no vio a Lizarralde dispararse a sí mismo, o que al menos no lo recordaba. Lo que sí reconoció fue que él mismo abrió fuego contra su compañera Arregui. El escrito de la juez reza: “Tenían que empezar a pegarse tiros entre ellos. No había nadie más con ellos, estaban sólo los tres”.
Los grupos de apoyo
La sala de la UCI del Hospital de Navarra fue el escenario de dos acontecimientos estrambóticos, ambos relacionados con los intentos de la Guardia Civil por obtener más datos sobre los comandos que prestaban apoyo al Nafarroa de Lizarralde, Arregui y Rubenach: además del hallazgo de los dos cadáveres -fueron enterrados con el anagrama de ETA sobre el ataúd y con gritos a favor de la banda armada- y de la detención del terrorista herido, los agentes no lograron capturar a ninguno de los colaboradores que les brindaba infraestructura.
Las dependencias hospitalarias en las que se encontraba Rubenach tenían un trasiego mayor del que les gustaba a los dos agentes que custodiaban la habitación: amigos y familiares se presentaron para visitar al herido. Aprovechando ese movimiento, un miembro del Instituto Armado se escondió en el baño de la habitación para tratar de obtener algo de información añadida que pudiera facilitar el terrorista; lo expulsaron del lugar tras ser descubierto.
Días más tarde se presentaron en la habitación otros dos agentes vestidos de paisano. Tras discutir con los compañeros que custodiaban la sala lograron convencerlos para quedarse a solas con el terrorista. Se presentaron ante él como amigos y le propusieron un plan de fuga. Pero, para poder culminarlo, necesitaban contactar con los grupos de apoyo con los que contaba el comando Nafarroa. Rubenach no se creyó el plan, terminó por contárselo a su familia y ésta interpuso una denuncia por lo sucedido.
Sus protagonistas, hoy
La Audiencia Nacional condenó a Germán Rubenach a 57 años de prisión por el asesinato de José Luis Hervás. En total sumó penas de 200 años de cárcel por otros delitos derivados de su actividad en ETA -entre otros, el asesinato del guardia civil Julio Gangoso en Pamplona, en 1988-. Pasó en prisión 24 años, siendo el centro penitenciario de Cádiz su último destino.
Rubenach fue uno de los protagonistas de la campaña iniciada desde sectores radicales de la izquierda abertzale contra la doctrina Parot. Abandonó la cárcel en 2014 después de que Estrasburgo derogase este precepto. No vive demasiado lejos de Pamplona ni de Adolfo Villoslada, el empresario al que retuvo durante 84 días.
José Domínguez Píriz, el guardia civil herido, siguió viviendo en Pamplona con su mujer y su hija. Un año más tarde de los sucesos de Lumbier ETA le envió un paquete bomba, aunque los terroristas escribieron la dirección postal de su casa familiar en Argamasilla de Calatrava, en Ciudad Real; su padre, también agente retirado, abrió el envoltorio y sufrió quemaduras de segundo grado. José vive ahora en Argamasilla. Ha vuelto varias veces a la Foz para depositar flores en el lugar en el que fue asesinado José Luis Hervás.
- No será fácil recordar aquello años después.
- No, pero es importante que se sepa bien lo que ocurrió. Estos [en referencia a ETA] cuentan las cosas como les viene mejor. Seguro que este sábado [por la escenificación del desarme] hacen lo mismo.
Olvido Mañas, madre del sargento que resultó muerto, sigue vistiendo de luto; el asesinato de su hijo fue el punto de partida de otras desgracias familiares. “Es imposible recuperarse de algo así”, y habla de las muchas veces que reza por su hijo: “No puedes vivir para el dolor, pero sí vivir con él”.