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Un hombre aprieta una virgen de Fátima en su mano. Apenas tiene fuerza para hablar pero exprime el puño mientras el médico le asiste. La fe es como una mancha de nacimiento: se tiene o no se tiene. Le quedan pocas horas de vida, dicen los sanitarios. Él mira a sus hijos, dice que quiere la extremaunción. Es casi medianoche y las parroquias han cerrado como los supermercados.
Al sur de Madrid, otro hombre reza sin apartarse del móvil. Ya ha cenado —tortilla de patatas, ensalada y un trozo de empanada—. A estas horas normalmente ya estaría durmiendo. De repente, el teléfono suena: "Mi padre se está muriendo, me han dicho que este es un servicio de urgencias católicas, ¿puede venir y darle la extremaunción?", se oye al otro lado. Ya está vestido para la ocasión: un alzacuellos, camisa azul cielo en una noche oscura y el libro de sacramentos. "Dese prisa, por favor, padre, que se nos va ya".
David López Casares tiene 42 años y es sacerdote desde hace once. Lleva una década en la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán (Aluche, al sur de Madrid) pero esta es su primera guardia como "cura de urgencias". El servicio, conocido como de Asistencia Religiosa Católica Urgente (SARCU), procede de Buenos Aires; en España solo se ha puesto en marcha en Madrid y apenas lleva desde el lunes 15 de mayo en funcionamiento. La del padre David es la tercera guardia —miércoles 17—, quizá por eso no esperaba una llamada para una extremaunción urgente.
Pone cara de sorpresa y me pregunta: "¿Me estás llamando tú?". Al descolgar, su gesto cambia. "Es una unción", dice serio.
Tras la llamada, David se ajusta la camisa al cuello y se dirige al parking. Entra en el coche y activa su GPS en el móvil para dirigirse a la zona de Moncloa, donde un hombre moribundo le espera para higienizar su alma, expiar sus pecados antes de morir, como cambiarse de muda cuando uno va al médico. "Reconozco que estoy un poco nervioso", dice. Antes de arrancar el coche, hace una llamada: "Santita, ha tocado. ¿Me paso a por ti?".
Santita —en realidad, Santas— es una feligresa de 70 años que acompañará al padre David cada vez que él esté de guardia y haya una urgencia que implique desplazarse: "El protocolo dice que debemos ir siempre con alguien. No es otro sacerdote voluntario, sino un laico que se ofrece a ello. En mi caso es una mujer, se llama Santas y suele cuidar a enfermos. Es por una cuestión de que no vayamos solos, de que haya alguien más para ayudar espiritualmente a la persona que ha llamado".
El sacerdote recoge a Santas a las 00:12. En la puerta espera una señora menuda, con los ojos tan abiertos como los de un animal salvaje en mitad de la noche. Dice que no tiene sueño, ni siquiera se había acostado aún "por si acaso". Santas es de un pueblecito de Burgos pero llegó hace más de 40 años a Madrid. Antes vivió en Bilbao, donde vivía con su marido, cocinero, y donde tuvo a sus hijos. Me pregunta si he hecho la comunión, le digo que ni siquiera estoy bautizada. "Niña, ¿pero crees o no crees?", apuntala.
Durante el camino, el hijo del hombre moribundo llama dos veces al párroco: una para saber si ha salido ya, la otra para advertirle de que el timbre no funciona bien y que tiene que insistir, por si no lo oyen. "Llego en un minuto. Un minuto", murmura al teléfono. A veces apura en los semáforos cuando están en ámbar, y en el trayecto nos cruzamos con varias ambulancias. Uno no puede dejar de paladear cierto regusto almodovariano en la situación: una emergencia ¡del alma!, un moribundo que reza a la virgen de Fátima, un sacerdote nacido y criado en Carabanchel que aprieta el acelerador en su Renault azul oscuro, y una señora que podría ser Chus Lampreave: no es "testiga de Jehová" pero a ella su religión también le prohíbe mentir. Casi, incluso, podría ser un guion de José Luis Cuerda, un spin off de Amanece que no es poco, un trocito de la pintoresca España católica más cercana a los años cincuenta que a la modernidad. Un vestigio de tradición.
Ya en la calle donde vive la familia que le espera, ve un hueco en la acera de enfrente; gira en medio de la carretera cuando no viene ningún coche y aparca. La vida a veces es una eterna sala de espera, pero la muerte es inminente. Las "pirulas" y los "parar en doble fila" aquí se perdonan gracias al reglamento del SARCU, que con un número de licencia otorga calidad de vehículo de servicio de urgencia.
¿En qué consiste el SARCU?
La Archidiócesis de Madrid llevaba unos meses pensando en cómo poner en funcionamiento el SARCU. El servicio nació en Buenos Aires y en él participó como voluntario el actual papa Francisco. Aquí, de momento, se han presentado voluntarios hasta 54 sacerdotes: "Esperamos que el número se amplíe en cuanto el servicio se vaya conociendo", explica el diácono Bienvenido Nieto, coordinador del SARCU.
De momento solo funciona en la capital. "Si alguien llama de alguna otra ciudad de la Comunidad no dude que asistiremos si no hay ninguna otra solución. Primero se intentaría contactar con un párroco del lugar, pero si no es posible y realmente es una urgencia, se hará lo posible por ir", apunta Nieto.
El funcionamiento es el siguiente: la Archidiócesis ha hecho un calendario de turnos repartidos entre los 54 curas. Cada día estará de guardia un sacerdote, entre las diez de la noche y las siete de la mañana, y su teléfono móvil se conectará al número de la centralita habilitado para este servicio: 91 371 77 17. La mayoría de los voluntarios tienen coche propio, lo cual facilita el desplazamiento inmediato. Sin embargo, como cada sacerdote debe ir acompañado de otro voluntario ajeno a la institución católica, puede ser este el que conduzca: "Hay algunos curas que ni siquiera tienen carné de conducir, pero les acompañará una persona que sí tiene carné y coche", explica Bienvenido Nieto.
La intención no es que este número se convierta en una suerte de Teléfono de la Esperanza, pero su coordinador sabe que es una línea roja que se diluye con facilidad: "Si, imagínate, llama una mujer diciendo que su marido la maltrata o llama alguien que se quiere suicidar, lo primero es escuchar a la persona y después contactar con servicios específicos para estas situaciones, como la Policía. No podemos ejercer de médicos o de psicólogos, lo nuestro es un servicio sobre todo sacramental y también espiritual".
"Urgencias para un dolor existencial"
El padre David dice que el SARCU es una forma de acercar la Iglesia a la gente: "En los pueblos y sitios pequeños es habitual que los creyentes tengan el teléfono del párroco y que si hay una urgencia, le llamen. Pero en las grandes ciudades eso no pasa. Un dolor existencial se puede tener en cualquier momento. Igual que si te encuentras mal o tienes un accidente llamas a Emergencias para que venga el SAMUR, aquí puedes llamar también si algo te aflige". "Por ejemplo, imagino a las personas a las que se les murió alguien en el 11-M. Cuando hay un trauma en la sociedad tan fuerte como ese es muy posible que necesites llamar para que te acompañen en tu dolor, para que te escuchen. Hay gente que necesita sentir a Dios cerca y nosotros, los sacerdotes, es lo que intentamos. Mucha gente viene a la parroquia a contarme problemas de su matrimonio o a decirme que el banco le va a quitar la casa. Tú sabes que no tienes la solución, pero la persona se desahoga". Es una especie de confesión: es más fácil purgar un dolor verbalizándolo que dejando que se enquiste.
El deber del "cura de urgencias" es, primero, comprobar la veracidad de la llamada: "Para ello, el sacerdote debe pedir nombre y teléfono de la persona, lo anota y entonces se devuelve la llamada. Ahí ya te explican la situación, y el sacerdote debe valorar si se desplaza o si se puede hacer por teléfono. Sabemos que habrá gente que quiera gastar bromas, no podemos evitarlo, pero es un riesgo que merece la pena correr si a cambio estamos cuidando a gente que lo necesita", afirma Bienvenido Nieto.
Desde que comenzó el servicio, aún no han recibido ninguna broma, y el único desplazamiento ha sido el del padre David para dar una extremaunción. El "novato", como él mismo se llama", fue el sacerdote Ignacio María. "Me tocó a mí ser el primero en hacer guardia. Fueron dos llamadas que solventé por teléfono. Si el dolor de los hombres no duerme, la Iglesia debe velar", explica.
Tras perdonar los pecados del hombre moribundo rezando unas oraciones junto a su lecho de muerte, el padre David sale del domicilio a la una de la madrugada. Santas va cabizbaja y dice: "La familia estaba serena. Dios nos ayuda en estos momentos". Después suben al coche en dirección a la parroquia de Aluche. La guardia sigue y el teléfono puede volver a sonar: "Me tomaré un café para aguantar despierto. Si en un rato no hay más llamadas, dormiré un poco. Mañana no hay descanso. A las siete, en pie".