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“Llevo tres años aquí y los tres me disfracé. Nunca me dijeron nada hasta este carnaval. Y eso que los otros disfraces eran bastante más escandalosos. Y nunca pasó nada”.
Cuando a don Juan Carlos (Martínez) le paran por la calle los feligreses de la parroquia de Santa María dos Baños de Cuntis (Pontevedra), es para lanzarle totalmente de broma – o sea, en serio- una sonora exclamación: “¡Ese -refiriéndose a él- está excomulgado!¡Ese está excomulgado!”. Él calla, observa y sonríe con sus ojos azules mientras se fuma el cigarrillo de la tarde en frente de la iglesia en la que lleva tan solo tres años, pero que ya es casi suya. Quienes le rodean son los parroquianos, que se han convertido en la familia que le arropa y que le quiere. Por eso, cuando hace dos meses apareció con albornoz y rodeado de dos peludas ‘muchachas’ en el pasado carnaval, al más puro estilo Hugh Hefner, a nadie le importó demasiado. El pueblo estaba encantado. Es más: el jaleo vino de fuera.
Sucedió en los últimos carnavales. En esas fiestas, este sacerdote de 40 años se transfiguró para la ocasión con el disfraz del dueño de Playboy y se hizo rodear de dos curiosas ‘conejitas’: el panadero del pueblo y un banquero de la zona, amigo suyo desde hace años. Don Juan Carlos se puso una bata roja, una gorra de almirante y unas gafas de sol. Nada más. Ni nada menos. Ni corto ni perezoso, se metió en el desfile con esas pintas. Con él, sus compañeros se subieron a un tractor con forma de carroza y participaron como uno cualquiera en la celebración.
Pero entonces se armó el lío. La imagen del cura de Cuntis sobre una cama vestido de tal guisa -y en tales actitudes- no pareció agradarle demasiado al arzobispo de Santiago, quien le dejó “un recadito” en cuanto las fotos trascendieron a los medios de comunicación. Todo el mundo quería hablar con él. “Hasta vinieron de ese de Inglaterra, del Daily Mirror”, asegura el propio cura a EL ESPAÑOL.
-¿Qué le dijo el vicario?
-Hombre… Felicitarme, lo que es felicitarme, no me felicitó. No le gustó nada (ríe). Yo creo que no se le debería dar más importancia. Porque yo llevo disfrazándome desde que tengo uso de razón.
-¿Todos los años?
-Todos los años me disfrazo.
La historia de Juan Carlos es la de un cura distinto, moderno, que gusta de la risa y de la chanza. Es, además, un tipo sencillo. No le gustan las apariencias. No tiene sotana, tan solo una camisa azul, un chaleco de Pepe Jeans y unos sencillos pantalones vaqueros. Eso le basta. “No tengo sotana porque nunca me sentí cómodo en ella. A mí me gusta más así, esta cercanía con la gente. Al final, solo soy un vecino más. La sotana es como una barrera con los vecinos”. Durante un día, EL ESPAÑOL acompaña al ‘cura de las conejitas’ a lo largo de un día en sus dominios agrestes del rural gallego.
Al cura de Cuntis todos le ven como una persona cercana y alegre. Un cura que se lo pasa bien, sí, pero que lleva él solo -junto con algunas voluntarias- una casa de Cáritas a la que van casi 20 familias de la zona que necesitan comida, bebida o algo de ropa. Que se ríe de sí mismo sin problema, que inventó una página web para su parroquia con el fin de que los feligreses consulten el horario de misa sin levantarse el salón de casa. Un cura que se considera de izquierdas en ciertos planteamientos, pero que no duda en criticar a Pablo Iglesias. Un cura que tocaba el bajo en una orquesta de playback y que no dudaba en prestarle dinero o lo que fuera a quien lo necesitara.
Apoyo de los vecinos
Fueron los vecinos, frente al correctivo que le mandó el máximo responsable de la diócesis, quienes le apoyaron en los últimos meses. Y los que, cada vez más, abarrotan su iglesia en señal de reconocimiento, respaldo y cariño hacia este curioso párroco. Ahora, a su lado acuden a visitarle a su iglesia hasta los feligreses de su anterior parroquia, y así tiene siempre las misas a rebosar. Con su estilo abierto y cercano, en unos pocos meses Juan Carlos logró conquistar el corazón de todos los fieles, que abarrotan las iglesias en la que él predica sus homilías.
Cerca de las cuatro de la tarde, don Juan Carlos se pasea por los alrededores de la iglesia de Cuntis. Con ella, son seis las parroquias que él solo debe atender, y no le dejan mucho tiempo libre. Sin embargo, esa tarde la tiene para hablar y pasear. Por eso, cerca de la plaza de la localidad, cuatro vecinos se le acercan por las escaleras de piedra y ya al poco comienza la chanza. Son los cuatro taxistas del pueblo, dos hombres y dos mujeres, que en cuanto lo ven con la prensa comienzan a mofarse; eso sí, desde el cariño y el respeto. Una improvisada mesa redonda con don Juan Carlos les hace recordar esos momentos.
-¿Les pareció mal lo del Playboy?
-¡Al contrario! Yo no me puedo meter en las normas que tengan ellos. Ahora, a nivel de pueblo a nadie le pareció mal. Además, sin querer se hizo famoso …
-Ya era – contesta el propio don Juan Carlos, entre risas-.
-¿Ya se disfrazó otros años, no?
-Sí, y fue muy divertido. La gente le decía: “Guapo, guapo, vas muuuuuy guapo” - responde risueña una de las señoras-.
-Ahora bueno, la próxima vez, igual lo tiene que pensar – ríe otra de las vecinas-.
-Hay que adaptarse a los tiempos. Es algo que aquí vimos muy bien que lo hiciera. Él aquí es buenísimo con la gente.
Mientras el corrillo de vecinos se agranda en torno al sacerdote, y se van acercando más habitantes del pueblo, otros aparecen por detrás observando la escena. Uno de ellos, sin detenerse, saluda, y lanza una advertencia:“¡No me toquéis al cura!”. Al momento se ríe, suelta una carcajada, coge el coche y se marcha. Son todos ellos los que desde hace meses llenan las iglesias hasta la bandera en señal de apoyo al sacerdote. Cada vez el aforo es mayor y eso a don Juan Carlos le sienta muy bien. Tiene el apoyo de los fieles.
Es el ejemplo de la renovación en la iglesia gallega. En Galicia, al menos el 70 % de los sacerdotes fueron investidos como tales durante el franquismo, antes de la llegada de la democracia. Hay mucha gente muy mayor y, aunque eso no tiene por qué ser necesariamente un problema - “yo conozco curas jóvenes más cerrados de mente y conservadores que muchos de los mayores”, explica nuestro protagonista- Juan Carlos cree que ese estilo ha cambiado. El cura de toda la vida, elevado a sí mismo en un púlpito en el que hacerse intocable y alejarse de la gente, ya no existe. Se trata de un modelo agotado. “Si tienes un carácter más abierto, la gente se siente más cómoda”, reconoce.
Ese ejemplo se ha quedado prácticamente obsoleto con el tiempo. Por eso, la idea del carnaval era hacer algo más distendido, introducir algo de diversión para hacer ver que los curas también son tipos sencillos. Por eso, cuando se le pregunta si él posee un estilo diferente al de otros compañeros suyos, él lo niega.. “Mi única pretensión era disfrutar el carnaval, pasarlo bien, reírse de uno mismo y nada más. No es un estilo diferente. Lo ven algunos como un estilo diferente. Hay quien va más protocolario y quien va más campechano. Antes, en las parroquias, el que llegaba de cura era el puto amo. Mandaba en los alcaldes, en la Guardia Civil… Pero eso cambió con los años. Eso es algo que hay que agradecerle a los curas mayores, el proceso por el que tuvieron que pasar. Y a mí eso desde luego me parece bien. Creo que tenemos de estar un poco más con los tiempos que corren”, detalla.
Una vida entre la iglesia, las orquestas y los rallies
La vida de este sacerdote siempre ha estado rodeada de chanza y de buen rollo. Diez años atrás, cuando comenzó a atender sus primeras parroquias, se convirtió en bajista de la orquesta que él mismo creó. Pero no era una orquesta cualquiera: era una orquesta de playback. La París de Oza trataba de imitar, para bien y para mal todo cuanto hacía la orquesta Panorama. Daban giras. Tocaban por las ferias y las fiestas. Los ancianos bailaban en el atrio de la iglesia.
Todo era una locura. Un jolgorio que conseguían con el playback y cuyo dinero luego donaban para acciones benéficas. Aunque pareciera sencillo, don Juan Carlos asegura, con cierta ironía, que hacer el playback no es como coser y cantar. “No es tan fácil, eh. Para hacerlo, hay que saber. El que sabe, sabe; el que no, nada” ironiza el cura. Así, ellos eran los encargados de montarla, de formar la fiesta y la jarana en este y otro lugar. Ese fue el espíritu que se llevó consigo a su nueva parroquia.
En medio de la comida, una señora, de traje azul y chaqueta del mismo color, se aproxima a la mesa y le da la mano al sacerdote. Quiere felicitarle por la celebración de la Semana Santa.
-Ay, don Juan Carlos, ¡qué bonito estuvo todo! Las procesiones, los cantos los pasos… Tiene que ser muy difícil organizar todo eso… Se lo agradezco, se lo agradezco.
El nuevo papa ha sido todo un referente para él, un tipo poco ortodoxo que ha cambiado el hacer dentro de la iglesia, tal y como él hace en las parroquias por las que va. “Yo creo que el papa Francisco es un aire renovador en el seno de la iglesia. Que hacía falta. Los tiempos también cambian y la sociedad también cambia. La iglesia también tiene que ir adaptándose”.
Después de enseñar su casa, la iglesia y el entorno de un pueblo conocido en la zona por las termas de las que se puede disfrutar en el centro de sus calles, se acerca a la casa de Cáritas que fundó él mismo. Allí 17 familias en situación precaria reciben alimentos, calzado y ropa si lo necesitan. Se trata de una casa grande, de dos plantas, de azulejo azul por fuera. “Desde una institución así puedes canalizar la atención social de la parroquia. Esa labor social se hace mejor con un grupo de voluntarios y analizando. Es mejor eso, más organizado, que ir en plan Don Quijote”.
Allí, aparece Yahmed, un joven marroquí que acude todas las semanas a recoger una bolsa de comida. No tiene trabajo. Vive como puede y de vez en cuando regresa a su país para ver a su mujer y a sus hijos. Entretanto, pasa el tiempo en Galicia, cerca del padre Juan Carlos, el ya mundialmente conocido como “cura verbenero”. Cuando se le pregunta por él, se le iluminan los ojos en medio de su tez morena. “Es un hombre muy bueno”, alcanza a decir.
Le preguntan si se volverá a disfrazar al año siguiente, en un alarde de esa libertad que le caracteriza. De momento, y aunque dejará que las aguas vuelvan a su cauce, no cree que vuelva a hacerlo. Eso es algo que le apena. Sin embargo, al final deja un pequeño aviso, medio en broma medio en serio, a la vez que guiña un ojo: “Y si me disfrazo de nuevo, me voy a disfrazar tanto que no se me va a reconocer”.