“Fueron tres minutos. Apenas tres minutos. Acababa de salir de aquí, y al poco entró una señora gritando, diciendo que necesitaba un abanico, que había un hombre que se acababa de desmayar y que estaba tirado en el suelo de la calle”. Se lo dice a EL ESPAÑOL el dependiente de una céntrica farmacia de Torrejón de Ardoz, a pocos metros del lugar en el que ocurrió todo, en el número 18 de la Avenida de los Fresnos, una de las zonas residenciales de la localidad, veinte minutos a pie de la estación de Cercanías.
Lo que el empleado de la farmacia no podía imaginar era que, al salir por la puerta, se iba a encontrar el cuerpo inerte del hombre que hacía pocos instantes acababa de saludarle como cada mañana en el mostrador de su negocio. Era Ramón Lorenzo, el viejo señor Ramón. Alguien lo acababa de matar de un puñetazo y se había esfumado del lugar sin dejar rastro y sin preocuparse por él.
El farmacéutico, junto con otros vecinos, como el dueño de una frutería de la glorieta a la que Ramón acudía con regularidad, salieron de sus negocios ante el griterío que se generó en la calle. Corrieron prestos a socorrer al buen señor. Con el tiempo le habían cogido mucho cariño. Le veían a diario; él les contaba su vida y milagros y por eso le tenían mucho aprecio. Ellos, junto con los clientes del bar frente a cuya terraza ocurrieron los hechos, fueron los primeros en atenderle, en acudir en su ayuda. “Le tomé el pulso nada más llegar, pero debía estar tan nervioso que no le noté nada. Parecía que estaba muerto”, explica el farmacéutico.
En su apacible día a día, el hombre, un tipo tranquilo y entrañable según sus vecinos, se encontró de frente con el peligro prácticamente sin buscarlo. Salió a su encuentro en un paso de cebra y acabó con él. Un hecho trágico que ha conmocionado a los habitantes del barrio en el que residía.
Puñetazo y fuga
Como cada mañana, don Ramón bajó a eso de las doce del mediodía a la farmacia situada en la glorieta de la avenida de los Fresnos. Iba a comprar medicamentos. Vestía camisa de cuadros y pantalón de pana. Hacía calor y nada de viento en el entorno de su vivienda, a la que se había mudado muchos años atrás desde la Avenida de la Estación, también en la localidad de Torrejón de Ardoz. Iba como siempre, con el bastón que le ayudaba a caminar y con su ejemplar del ABC debajo del brazo. Regresaba a casa tras su paseo matutino para seguir cuidando de su mujer, Amalia, que padece Alzheimer.
Salió en dirección al lado izquierdo de la glorieta, pasando al lado del restaurante asador Poli´s SL. El local cuenta con una terraza cubierta por un toldo plastificado, bajo la cual hay cuatro mesas cada una de ellas con cuatro sillas. Esta, por su situación, resta visibilidad a los conductores puesto que oculta el primer metro y medio del paso de cebra.
A 12 y cuarto de la mañana y Ramón se dispone a cruzar la calle para proseguir el camino de vuelta a casa. Entonces, un Citröen C3 de color azul claro se le echa encima. El coche lleva la L, distintivo que identifica a los conductores noveles que se acaban de sacar el carné. El joven que maneja el vehículo frena en seco, de golpe, y Ramón, cuyo cuerpo se queda a pocos centímetros del automóvil, eleva el bastón en señal de protesta. Le dice que no vaya tan rápido, que conduzca con precaución. Por poco no se lo lleva por delante.
Dentro del automóvil van dos personas: el conductor y una chica que lo observa todo desde el asiento de copiloto. En ese momento, tras el frenazo, y la posterior reprimenda de Ramón, el joven, moreno, alto, fuerte, de brazos fornidos, con perilla, 19 años de edad, se baja del coche y se encara con el anciano. Lleva un polo azul de lunares y un pantalón vaquero. Tras un breve intercambio de palabras, ocurre la desgracia. De un fuerte puñetazo en la cara, el chaval, de etnia gitana, derriba a Ramón. El hombre cae, se golpea con la nuca en el suelo y ya no se mueve más.
Al punto, comienza el griterío. Algunos de los que están sentados en la cafetería se levantan, indignados, increpando al agresor y socorriendo al instante a Ramón, que yace inerte en el suelo. Otros hacen fotos al joven que le acaba de agredir y a la matrícula de su coche. Sin inmutarse, se sube de nuevo al vehículo y se esfuma junto con su acompañante. Antes de marcharse todavía le da tiempo a espetarles a quienes le increpan una frase que algunos, horas después de lo sucedido, todavía recuerdan: “Me marcho. Tengo prisa que se acaba de morir mi madre”. Al punto, arranca y desaparece de allí.
Los servicios de emergencias del 112 y del Summa acudieron rápido al lugar de los hechos, trataron de reanimarle por todos los medios. El hombre entró en parada cardiorrespiratoria. Le practicaron un masaje cardíaco todavía en el paso de cebra sobre el que yacía desde hacía unos cuantos minutos. Ramón falleció poco después.
Según fuentes de la Jefatura Superior de Policía de Madrid, la policía identificó al presunto culpable y acudió a su casa, también en el municipio de Torrejón. Allí estaba el agresor, junto a su padre, quien acompañó a su hijo a comisaría. Allí, pocas horas después de lo ocurrido, reconoció los hechos y se entregó. Lo ocurrido podría costarle 15 años de cárcel.
Un hombre muy querido en el barrio
Ramón Lorenzo tenía 81 años y vivía en el número 8 de la calle Ceres con su mujer Amalia. Tras una vida trabajando en la fábrica de coches Pegasus, había encontrado su retiro en la zona residencial de su Torrejón de Ardoz natal. Estaba ya jubilado y tenía tres hijos.
Ahora centraba todo su tiempo en Amalia. Un año atrás, a su mujer le detectaron alzheimer y desde entonces estaba empeorando. La mujer casi ya no salía de casa y cuando lo hacía debía hacerlo sirviéndose de un andador. Eso sí, siempre acompañada de alguien.
Él la cuidaba como siempre, aunque tampoco se encontraba ya en su mejor momento. Estaba algo desmejorado desde que sufrió un ictus que le dejó paralizada la parte izquierda del cuerpo. También había tenido varios percances domésticos. “Hace un año él tuvo un accidente; se cayó por las escaleras y desde entonces andaba ya más debilucho. Estuvo mucho tiempo ingresado y vimos que se iba apagando, apagando, apagando… Por eso habían contratado a alguien que le ayudara a cuidar a Amalia”, explica a EL ESPAÑOL el dueño de la óptica Optistar, en la que Ramón iba a menudo a graduarse la vista.
Ramón comentaba a menudo las novedades en el cuidado de su mujer. Y estas no siempre eran esperanzadoras. “Muchas veces nos comentaba que ella ya no le reconocía. Ahora debe estar ya muy mal”, explican algunos de los vecinos.
Esa visita a la óptica formaba parte de su recorrido habitual cada mañana. Su primera parada era la farmacia, en la que iba constantemente a hacerse las pruebas de azúcar, puesto que era diabético. Allí, en la tarde del martes, los clientes habituales todavía no se lo creen. Mientras aguardan a ser atendidos, todos hablan de lo ocurrido unas horas antes.
-A mí me han dicho esta mañana que habían matado a un señor mayor, que iba con el bastón por la calle – dice una de las señoras que espera su turno en la cola-.
-Sí, pues era Ramón. Yo salí a socorrerle – asegura el empledo de la farmacia-.
- ¿En serio? ¿Pero Ramón, Ramón?
-Sí, sí, Ramón. Acababa de estar aquí. Tres minutos antes vino aquí como todas las mañanas. Y mira tú.
Después de su parada en la farmacia, Ramón pasaba por la frutería de la rotonda. Como ya no tenía mucha fuerza, bajaba en sucesivos paseos a lo largo del día para llevarse alguna que otra cosilla a casa. “Venía por la mañana y cogía una barra de pan, venía por la tarde y se llevaba una pieza de fruta… Iba así, a poquitos porque ya él solo no podía”, explica la dependienta. Su marido estaba esta mañana en el mostrador cuando mataron a Ramón. Raudo, abandonó su puesto, dejó la tienda sola y acudió a salvar a uno de sus clientes más entrañables. No pudo hacer ya nada por él; era demasiado tarde. "Esta tarde estaba tan afectado que ni ha venido a trabajar. Un hecho horrible".
“A Ramón le conozco desde hace 12 años. Él venía aquí, te contaba su vida y bueno, tu ejerces un poco de psicólogo. Llegaba siempre y yo le preguntaba: Ramón, qué, ¿qué tal estás?. Y él: ‘Mal muy mal, mírame, cada día a peor’. Entonces nosotros siempre tratamos de animarle”, explica uno de los empleados de la óptica que el hombre frecuentaba. Ramón era un hombre de los de antes, con su bastón, su pelo blanco, su conversación agradable y su bigote pequeño. Era querido y conocido en el negocio. De ahí la dificultad de los momentos de duelo que están viviendo los vecinos.
Recorrido inverso
La mala suerte quiso que, esta vez, Ramón realizara el recorrido a la inversa, acabando en la farmacia y no en la óptica antes de irse para casa. De ese modo, en lugar de ser su primera parada, la farmacia fue la última y entró al paso de cebra por el lado en el que la visibilidad es menor. No es la primera vez que alguien se queja al respecto de la situación de la terraza del establecimiento. “Está ahí muy mal situada. Ya ha habido quejas de los vecinos al respecto. Porque tu entras con el coche y apenas se ve nada, y eso fue lo que sucedió”, explica uno de los vecinos del barrio. Pero Ramón, que anda a paso lento y ayudándose de su garrote a modo de bastón, no le dio más importancia y cruzó como otro día cualquiera. Luego llegó el frenazo, el puñetazo y la muerte.
Ramón se llama como su padre. Este miércoles hablaba en los micrófonos de la cadena Cope acerca de lo ocurrido. “Se tenía que morir de viejo, pero así no”, explicaba. “Conocía a todo el mundo, iba a por el pan y el periódico. Sobre el joven que le pegó un puñetazo y le causó la muerte, destacó que viendo eso, “qué será capaz de hacer. “Se lo puede hacer a cualquiera”. Su madre, Amalia, pregunta a veces por su padre, en sus momentos de lucidez. En esos instantes, como ayer, “no sabemos qué hacer ni qué decir”.
A lo largo de todo el día, después de lo ocurrido, en la glorieta los vecinos y curiosos se detienen para comentar lo sucedido. Señalan el paso de cebra, se acercan a hablar con los medios de comunicación y lamentan la muerte de uno de los habitantes más queridos de la zona.
Incluso por la tarde se habla de don Ramón, el anciano que cuidaba de su mujer y llevaba una vida apacible en el barrio. Tres jóvenes miran, curiosos, hacia el interior del bar porque justo están transmitiendo en directo en los informativos desde la propia rotonda, al lado del sentados en la terraza de la cafetería Poli´s SL. A su lado, dos mujeres y un hombre, delante del paso de cebra en el que mataron a Ramón esta mañana, discuten todavía de lo ocurrido. Aunque la mayoría le conocían de vista, el hecho ha dejado consternado al vecindario.
-Lo están sacando ya por las noticias.
-Pobre hombre, es que seguro que le conozco. Tengo que conocerlo aunque sea de vista.
-Yo le tengo que conocer porque es que es del barrio.
-Tú es que cuando llegas a un paso de peatones, es que tienes que ir despacio.
-Y luego el golpe. Es que ese golpe… El chaval este pesará como cien kilos.
-Totalmente. Es que estamos perdiendo el norte.