'La Tigresa' vuelve a casa: los miedos de una asesina múltiple al salir de la cárcel
Idoia López Riaño se encumbró en los altares de los terroristas más sanguinarios de ETA tras su implicación en el atentado de la madrileña plaza de República Dominicana en 1986. Este martes asume con vértigo su puesta en libertad en la cárcel de Nanclares de la Oca (Vitoria).
13 junio, 2017 02:48Noticias relacionadas
- El héroe desconocido de Hipercor habla 30 años después: "Saqué cuatro cadáveres y a una embarazada"
- Savater: "Desde que murió mi mujer, si un terrorista me mata me hará un favor"
- El vídeo de la cal viva con el que el entorno proetarra quiere echar a la Guardia Civil
- Absuelto por prescripción el sanguinario etarra Txapote por un atentado de 1995
- La Tigresa de ETA sale en libertad
Iba para bombero y se quedó en etarra. Decía que aspiraba a salvar personas de entre las llamas y que prefirió “liberar un pueblo”, el de Euskal Herria. El nombre de Idoia López Riaño todavía provoca escalofríos entre las familias de las 23 víctimas mortales que asesinó durante una década de militancia en la banda (1984-1994). Bombazo y fuego en la madrileña plaza de la República Dominicana, en la masacre del 14 de julio de 1986 que se llevó la vida de 12 guardias civiles. Su extenso largo historial dentro de ETA la eleva a los altares de los terroristas más sanguinarios. De ella cuentan que soñaba con “pegar un tiro en la boca” a los txakurras con los que se acostaba. Por eso se le conoce como La Tigresa. Este martes, tras pasar 23 años en prisión -uno por cada asesinato perpetrado-, saldará definitivamente sus cuentas con la Justicia. Quedará en libertad para afrontar un futuro incierto que despierta sus más profundos temores.
Su padre, Melchor López, es salmantino, y su madre, María Riaño, extremeña. Ambos emigraron al País Vasco al poco de casarse. Se asentaron en Rentería, donde crecieron sus dos hijas. De Idoia cuentan que era una “idealista” que se dejó embaucar por los ambientes más radicales y próximos a ETA. Pasaba los veranos junto a su familia en la localidad salmantina de Puerto Seguro, que apenas cuenta con 100 habitantes. “Era una chica guapísima”, recordaron sus amigas en un reportaje publicado por El Norte de Castilla. Dejaron de verla cuando cumplió 16 años, exactamente cuando conoció a José Ángel Agirre Agirre, su primer novio. Él la integró en el comando Oker de ETA en 1982.
La Tigresa explicó en 2015 en una carta al juez Fernando Grande-Marlaska, presidente de Sala Penal de la Audiencia Nacional, cómo fue su entrada en la organización terrorista:
“Me metí en ETA muy joven, llena de ideas románticas e idealistas y los que me captaron supieron enseguida cómo hacerme elegir: 'Prefieres salvar a unas pocas personas como bombero o a todo un pueblo; necesitamos chavales entregados como tú'”.
Ella optó por lo segundo.
En el altar de los sanguinarios
Las primeras labores que la organización le encomendó se centraban en cuestiones de propaganda, en la difusión del ideario etarra a través de sus pasquines y carteles. Pero ella era una mujer de acción. Y para dar cuenta de esa actitud -quería impresionar a sus compañeros de comando y a sus superiores- protagonizó varios episodios de kale borroka, tanto en Rentería como en otras localidades próximas.
Por entonces ETA era un monstruo muy difícil de alimentar. Eran mediados de los 80, la década de plomo de la banda. Sus atentados exigían un sistema financiero fuerte y estable. Hacía falta más dinero del que obtenían con sus secuestros y extorsión a empresarios, y por eso potenciaron el viejo recurso del atraco. Idoia López Riaño y su novio José Ángel Agirre se destacaron como excelentes atracadores.
Era el momento de darles órdenes de matar.
El 16 de noviembre de 1984, José Ángel Agirre, Idoia López y Ramón Zapirain, tercer integrante del comando, robaron un coche a punta de pistola en Rentería -localidad natal de La Tigresa- y obligaron a su propietario a meterse en el maletero. Emprendieron el camino a Irún y vieron en un restaurante a su objetivo, el empresario francés Joseph Couchot, a quien acusaban de formar parte de los GAL. Fueron rápidos. Varios disparos y un tiro más de gracia en la cabeza. Los tres etarras escaparon sin dejar rastro.
El nacimiento de una leyenda
A Idoia López le pusieron el sobrenombre de Margarita. Bajo esa identidad se granjeó fama de mujer fuerte dentro de ETA. “¿Quién es esa chica que no teme a nada y que está tan entregada a nuestra causa?”, debieron de preguntarse los dirigentes de la organización. Quedaron sorprendidos por la sangre fría de la joven. También por su belleza: ojos azules profundos y una melena rizada que tan de moda estaba a mediados de los ochenta. Además era capaz de infiltrarse en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado sin levantar mayores sospechas. Así lo recuerda el periodista Matías Antolín en su libro Las mujeres de ETA:
“Una de sus obsesiones era seducir a los txakurra (policías y guardias civiles destinados en Euskadi). Se dice que cuando les tenía debajo, haciendo el amor, su mayor deseo era «pegar un tiro en la boca a esos cabrones»”.
Embaucados por sus cualidades, siempre al servicio del terror, los líderes de ETA decidieron integrarla en el comando Madrid, punta de lanza de la organización llamada a perpetrar algunos de los golpes más fuertes de la organización.
Cuenta el periodista Florencio Domínguez en su libro Dentro de ETA. La vida diario de los terroristas el tremendo terremoto que supuso el desembarco de Idoia López en el talde ubicado en la capital madrileña. El punto fuerte de Belén González Peñalba, Juan Manuel Soares Gamboa, Iñaki de Juana Chaos e Ignacio Arakama Mendia, alias Makario, era el sigilo con el que se movían, todavía mayor que el de ningún otro grupo de terroristas. Eran tiempos en los que la actividad de un grupo de vascos en Madrid podía ser motivo de sospecha.
López Riaño, por el contrario, se hizo notar. Lucía vestidos ajustados y maquillaje llamativo. Sus movimientos tampoco encajaban con las directrices de la banda, que exigía la máxima discreción a sus integrantes. Sus compañeros de comando le reprochaban una y otra vez su falta de disimulo. Desesperaban con Idoia López, discutían y estallaban en broncas monumentales.
Si la dirección de la banda sostenía aquel comando era por su capacidad de matar.
La demostraron en numerosas ocasiones. Los atentados de la plaza de la República Dominicana y de la calle Juan Bravo -asesinaron a 12 y 5 guardias civiles respectivamente- sembraron el terror en la capital. A la masacre habría que unir la escenografía con la que envolvieron ambos ataques, con bombas a las que añadieron elementos químicos para aumentar los efectos de la deflagración, humo y fuego.
Entre los medios de comunicación había nacido una leyenda del horror. A Idoia López comenzaron a llamarla La Tigresa.
En el seno de ETA, por el contrario, comenzaron a verla como un cáncer que debían extirpar: no podían arriesgarse a mantener a una terrorista que no acataba las órdenes más estrictas de la organización. Decidieron enviarla fuera de España: “Me costó siete años de mi vida en Argelia y que se me condenara a una pena terrible”, escribiría años después.
Una vida en la cárcel
A Idoia López la detuvieron en 1994 cuando viajaba en coche por la localidad francesa de Aix-en-Provence, al sur del país. Llevaba una pistola Browning y documentación falsa. La extraditaron a España en mayo de 2001.
La Audiencia Nacional la juzgó por varios delitos que le valieron una pena que sumó más de 2.000 años de prisión. Entonces comenzó una peregrinación por diferentes centros penitenciarios que le llevó a Puerto II (Cádiz), Badajoz, Albolote (Granada), A Lama (Pontevedra) y Nanclares de la Oca. A lo largo de ese recorrido conoció a sus dos maridos, Juan Ramón Rojo (contrajo matrimonio con él en 2004) y Joseba Arizmendi (se conocieron en 2006 y hoy siguen casados).
En esa trayectoria también rompió con ETA y dijo arrepentirse de sus atentados. También se integró en diferentes cursos y actividades que le permitieron reducir su condena, desde el aprendizaje de idiomas hasta el cuidado de perros y el tratamiento de presos terminales. La banda terrorista nunca ha permitido que ninguno de sus miembros en prisión reduzcan sus penas con estas colaboraciones.
La Tigresa escribió al juez Grande-Marlaska una carta en la que hablaba de su arrepentimiento por su actividad dentro de ETA:
“Me dejé llevar y así de dolorosamente sigo sintiéndolo en cada poro de mi piel y en cada latido de mi corazón. El inmenso, terrible y doloroso error que cometí por falta de madurez, por creer de verdad que se me necesitaba más como miembro de ETA. Eso es algo que no me dejará nunca, esa inmensa decepción conmigo misma, ese irreparable error lo siento cada vez que respiro”.
“Me duelen todos, absolutamente todos los muertos”, añadió. Las víctimas de la terrorista sostienen, no obstante, que su pesadumbre está más relacionada con los años que ha tenido que pasar en prisión que por el dolor que ha causado con sus asesinatos.
En cualquier caso, Idoia López Riaño abandonará este martes la cárcel de Nanclares de la Oca (Vitoria) con un futuro incierto. Aspira a volver a Rentería, donde se encuentran sus padres y su marido, Joseba Arizmendi. Pero, según ha podido saber EL ESPAÑOL, a la terrorista la carcomen dos temores: el de una posible persecución mediática -apenas hay imágenes recientes de ella, salvo por el permiso penitenciario que obtuvo en mayo de 2015 para sacarse el carné de conducir- y el del recibimiento que le brindarán los sectores sociales más próximos a ETA. Basta con recordar otros nombres como el de Dolores González Catarain, alias Yoyes, asesinada el 10 de septiembre de 1986 por sus antiguos compañeros etarras tras renunciar abiertamente a la banda.
La Tigresa no cree que su destino esté revestido con la misma fatalidad que el de Yoyes, pero su inminente libertad la embriaga con un vértigo que le cuesta asumir. Son los miedos de una asesina múltiple al salir de la cárcel, que se encumbró como una de las etarras más duras en los años de plomo de ETA.