Pepe Barahona Fernando Ruso

Amanece temprano en la casa de Antonia 'Plaza Toro'. Sus vecinos le pusieron ese mote porque hace años había un pequeño tentadero junto a su vivienda, fresca en su interior por la profusión de macetas y plantas que adornan su coqueto jardín. Dentro, en la cocina, hierve la leche. Unos treinta litros que terminarán siendo chocolate para el desayuno de todo el vecindario. Son las seis y media de la mañana y huele a cacao en la calle Rosario. El de hoy no es un día cualquiera en El Gastor, uno de los pueblos blancos de la sierra de Cádiz. Se distingue por el dulce anuncio de los fogones y por el verdor que envuelve las encaladas fachadas de casi todo el municipio. Es domingo de Corpus, la fecha señalada en el calendario de los gastoreños para hacer del asfalto una selva que apenas durará algunas horas.

Antonia, Anita, Eulalia y María se mueven frenéticas por la calle Rosario. Rondan los setenta pero hoy los años no pesan en sus alpargatas de esparto. Entran y salen de las casapuertas, en un caótico movimiento de telas, macetas y demás atavíos que servirán para engalanar el altar que preparan para venerar al Santísimo.

Todo a su alrededor está verde. Así lo dejaron listo antes de irse a la cama. Hoy apenas han dormido.

“El Corpus me gusta muchísimo, pero más me gustan las vísperas”, confirma María Fuentes a EL ESPAÑOL, testigo de la mutación del pueblo en los días previos a la fiesta. Ya en la mañana del viernes, en las calles se empezaba a fraguar la mimetización con el monte que rodea a este municipio de la abrupta serranía gaditana. Los incipientes mosaicos de sal y pétalos iban tomando forma y las intrincadas callejuelas empezaban a techarse con tupidas y codiciadas juncias.

Una gastoreña riega sus macetas el día antes del Corpus Christi Fernando Ruso

Son cada vez más los pueblos aledaños que se suman a decorar sus calles para la festividad del Corpus Christi y las fútiles juncias, el subproducto de la limpia de las fincas, cotizan al alza. “Este año hemos adelantado un día la siega para que no nos las quiten los vecinos de Zahara de la Sierra o de Algodonales”, explica una de los cinco concejales en el gobierno del municipio, Raquel Torreños, que concatena llamadas en su teléfono móvil.

Antaño, los gastoreños se echaban a la sierra con burros para segar las juncias. Este año el Ayuntamiento traerá cinco camiones para facilitar la labor de sus conciudadanos. “Guardamos en secreto la ubicación de varias fincas, así nos aseguramos de que tendremos juncias para el Corpus”, comenta entre risas la concejala, que narra la inverosímil llamada que recibieron hace escasos días por parte de sus homólogos del vecino municipio de Ronda: “¡Querían que les vendiésemos juncias! Esto es increíble”.

Un hombre recoge juncias para adornar las calles del pueblo. Fernando Ruso

Esta primavera ha llovido poco y hacen falta muchas juncias, eneas, ramas de chopos, eucaliptos o palmas para teñir de verde las inmaculadas fachadas de este pueblo de muchas cuestas y voluntariosos habitantes.

DOS DÍAS DE VÍSPERAS, LA FIESTA ANTES DE LA FIESTA

“La gente no se imagina el trabajo que esto tiene”, asegura María, la vecina de la calle Rosario. Es viernes por la tarde y una decena de mujeres, también algún que otro hombre, de todas las edades se afanan en rellenar un mural con caracoles, arroz, lentejas y palmitos. Las calles siguen blancas.

Las calles blancas de El Gastor. Fernando Ruso

Anita, una anciana menuda con un frenético trajín, llega con el café. María pone la bolsa de roscos blancos, una masa similar a la de los éclair franceses —quizá más recia— cubierta de merengue seco, típicos de El Gastor.

“Una saca el vino dulce, otra las tapitas y entre unas y otras vamos colaborando en ir adornando la calle”, explica la docta Antonia, una de las veteranas. “El sábado me gusta más si cabe que el domingo, porque se ven los vecinos ayudándose, los jóvenes pendientes de los mayores, es un ejemplo de convivencia y algo muy bonito de vivirlo cada año”, puntualiza María.

Todavía faltan días para el domingo, pero ya tiene preparado en su armario el vestido de espigadora, el traje de faena que se usaba para las labores campestres, recuperado ahora como traje regional para los eventos culturales y festivos. Falda negra y holgada, camisa blanca y un mandil de cuadrados negros y blancos. Además del sombrero y unas zapatillas de esparto. “El mío es de hace cuarenta años, y ante se usaba para llevarle la comida y el agua a los hombres al campo”, apunta María.

María posa con el traje de espigadora. Fernando Ruso

Agricultura y festividad religiosa se unen de forma singular en el Corpus Christi de El Gastor, fiesta declarada de interés turístico nacional por el esmero que sus vecinos ponen en el exorno de las calles de su pueblo. La segunda piel de chopos, eucaliptos, juncias y eneas las vuelve frescas, a pesar de las altísimas temperaturas que trae el viento de levante. El verde del suelo, de los techos y fachadas solo se quiebra con las coloridas colchas de hilo fino que cuelgan de los balcones.

La decoración es genuinamente gastoreña. Solo hay referencias similares, aunque menos prodigada en el número de calles, en la vecina localidad de Zahara de la Sierra. De hecho, hay cierta pugna, un pique sano, sobre el origen de este tipo de exorno por la festividad del Corpus Christi.

EL ORIGEN DEL CORPUS EN EL GASTOR

La creencia popular data esta fiesta incluso antes de la celebración del Corpus, como una celebración de origen pagano que coincidía con el desbroce del monte y la limpia de fincas para la nueva siembra. Tesis que la historiadora de cabecera del municipio, María Antonia Salas Organvídez, se afana en desmontar.

Según esta doctora en Historia, ya jubilada de su labor docente, no hay constancia documental del origen de la fiesta, pero “por deducción, hasta que no se cristianiza la zona no se puede celebrar la festividad religiosa”.

La experta explica que El Gastor tuvo su primera iglesia sobre 1720. Antes sólo había una ermita que se derrumbó pocos años más tarde y los gastoreños limitaban su vida religiosa a los oficios más comunes, como son los bautizos, matrimonios y entierros, que se celebraban en las vecinas localidades de Zahara de la Sierra y Algodonales.

El pueblo blanco que se hace verde una vez al año

Con la llegada de la primera iglesia llega la procesión del Corpus. “Y como El Gastor siempre ha sido un pueblo muy humilde, muy pobre —explica Salas Organvídez—, ¿qué manera tenían sus habitantes que mostrar el fervor religioso cuando pasara el Santísimo? No había imágenes, no poseían nada de valor y el pueblo acudió a la naturaleza para dotar a sus calles de la exuberancia que imponía el barroquismo imperante en la época”.

“El olor a hierba cortada, ver el pueblo convertido en naturaleza viva… es muy bonito. El que llega por primera vez se va con la idea de que ha visto algo especial. Algo que no se ve todos los días”, zanja la historiadora.

UN PUEBLO TOMADO POR LA NATURALEZA

Y sí. Es domingo, son apenas las siete de la mañana. Y la impresión que generan las calles forradas de vegetación es la de estar viendo algo único.

Una tupida alfombra de juncias, secas por las altas temperaturas, recibe al visitante cuando todavía no levanta el sol y las inmaculadas fachadas permanecen en sombra. En la plaza del pueblo, varios niños vestidos de primera comunión aprovechan para fotografiarse en los distintos altares que los vecinos van repartiendo por todo el pueblo.

Una pareja posa sobre una alfombra de juncias. Fernando Ruso

“Ahora se cambiarán, porque el cura, a pesar de ser joven, no quiere vestidos de comunión en la procesión y tenemos que ponerles unas túnicas”, explica una de las madres a EL ESPAÑOL. Los curiosos merodean por las calles, cuidándose de resbalar entre tanta juncia. Algunos participan de la invitación de los vecinos, que sacan las primeras viandas al exterior. Bizcocho de canela y chocolate en la calle Rosario.

El distorsionado hilo musical, tomado por las canciones ecuménicas, solo se interrumpe para comunicar el fallecimiento de una de sus vecinas.

A las afueras, Jesús 'El Ministro' prepara a Josefa, una burra de 24 años. La carga con unos cerones de paja. Los zagales aprovechan para hacerse fotografías con el rocín, que va buscando la iglesia del pueblo con una cadencia parsimoniosa, afianzando cada paso para no resbalarse con la seca juncia. El asno es, sin pretenderlo, uno de los atractivos del cortejo, que sale por las puertas del templo pasadas las once de la mañana, justo después de la misa.

Una niña cabalga a lomos de la burra Josefa. Fernando Ruso

El Santísimo, bajo palio, procesiona en una custodia que porta el cura en sus manos. Y así avanza el cortejo, abriéndose paso por la jungla verde de El Gastor, con las espigadoras y los segadores con sus trajes típicos, y nueve niños que este año han tomado su primera comunión este año. Todos con sus fulgurantes túnicas blancas con bordados dorados en el pecho y las mangas. “Alabado sea Jesús Sacramentado”, grita el cura. “Sea por siempre bendito y alabado”, responde la beatería, que anda desorganizada tras la Sagrada Forma, cerrando el cortejo.

LA GAITA GASTOREÑA, UN INSTRUMENTO ÚNICO

A su paso por cada altar, después de cumplimentar el rezo del padrenuestro, los locales le tocan al Santísimo unas composiciones para la gaita gastareña, un instrumento único y autóctono del pueblo, parecido a la chirimía árabe o a la alboka del País Vasco. “Es un asta de toro o de vaca, que a modo de caja de resonancia, amplifica el sonido que da la pita, una especie de lengüeta simple hecha de caña”, explica Paco García, que junto a su hermano Rafael son de los pocos artesanos que la fabrican.

Tiene tres agujeros en la parte superior de la caja de madera de adelfa, nogal o higuera y uno en la inferior, lo que entraña una enorme dificultad para sacarle una melodía al impar instrumento. Tampoco era ese su objeto, ya que los antiguos gastoreños lo usaban para comunicarse en la sierra. Y a punto estuvo de desaparecer hace medio siglo de no ser por la labor de varios vecinos.

El origen de esta costumbre en El Gastor sigue siendo un misterio. Fernando Ruso

Hoy es Corpus y suena la gaita gastoreña en agudas melodías que rozan el minuto, más o menos, lo que dé la capacidad pulmonar del gaitero. Y la procesión prosigue al final del toque. También bailan los abanicos. Hace muchísimo calor en la Sierra de Cádiz.

Quienes discurren por las calles al mediodía apuran la escasa sombra. También aquellos que participan en la procesión, pegados a las fachadas donde el inmisericorde sol no alcanza. Josefa, la burra de 'El Ministro', descansa en mitad de uno de los escasos llanos del centro del pueblo.

Su dueño la mira complacientemente mientras repican las campanas de la iglesia. Suena el himno de España y el Santísimo regresa a su templo. Fuera, en la calle, empieza la fiesta, la parte profana. La que muchos esperan.

“¿Veis todo este verde?”, pregunta 'El Ministro'. “Pues mañana estará todo de nuevo blanco”. Al menos durante un año. Ya vendrá el próximo Corpus para que El Gastor se mimetice con la sierra. Así lo manda la tradición.

El monte que envuelve a El Gastor. Fernando Ruso

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