Jenifer mide un metro ochenta, casi llega a los dos cuando se enfunda sus siempre generosos tacones. Mide tanto que cuando su madre Enriqueta le dice que salga a la calle con la cabeza bien alta temo que pueda toparse de bruces con el dintel de la puerta. Pero no. Jenifer, Jeni para la familia, salva bien el primer obstáculo, físico, que separa su casa del mundo exterior. Quedan otros. Asegura la joven que ya baja —vive en un tercero— sin complejos a su barrio, que ya no se tropieza con miradas indiscretas, con murmullos maliciosos o con la simple incomprensión de sus vecinos. Confirma que por fin es feliz, aunque sabe que su lucha no concede treguas. ¿Por qué? Jenifer es transexual y gitana. Y asume que debe plantar cara a la doble exclusión a la que la sociedad la condena.
La población gitana supone en España aproximadamente un dos por ciento del total, en torno a un millón; el número de transexuales es menor, unas tres mil personas viven con un sexo que no les corresponde. Jenifer asegura que es la única transexual gitana que ha pasado por una cirugía genital. No conoce otro caso. "Aunque por estadística puede haberlo y quizás lo haya, pero no ha tenido todavía el valor de enfrentarse a la sociedad", explica la cordobesa. "Porque no es fácil", añade.
Es coqueta Jenifer. Mucho. Más que otras mujeres de su barriada, el Polígono Guadalquivir de Córdoba. Por eso atrae miradas cuando se pasea por sus calles, de las más deprimidas de Andalucía. El Distrito Sur, que engloba a la zona en la que vive, es según el Instituto Nacional de Estadística el quinto barrio más pobre de España.
Cuando Jenifer pasea, elegante, erguida y, como le repite una y otra vez su madre, con la cabeza bien alta sus vecinos le lanzan piropos desde las ventanas. “¡Guapa! ¡Guapa!”. Y a Jeni le cambia la cara. Está a gusto, disfrutando de cada halago, de las caricias, las atenciones que su ambiente, como ella lo define, le presta sin pedirlas. Aunque no siempre fue así.
Jenifer nació atrapada en el cuerpo de un niño varón hace 26 años. Tuvo que mutar su cuerpo. Y pocos lo entendieron. Por eso ahora, cuando todos en su ambiente ya lo han aceptado, Jeni ríe y respira aliviada.
Su caso, un ejemplo de superación, ha encontrado como altavoz a uno de los muros del Distrito Sur. Allí, en el cruce de las calles Fernández de Córdoba y la avenida Campo de la Verdad, una gran foto reivindica la normalización, de transexuales y gitanos, dos colectivos estigmatizados que convergen en Jenifer.
“NO HE ELEGIDO SER ASÍ”
“Sí, soy gitana y transexual, y no he elegido ser así por complicarme la vida; soy así, nací así y punto, y no me queda más remedio que luchar por defenderme como yo soy”, explica Jenifer Escobedo a EL ESPAÑOL.
Son las diez de la mañana y Jenifer aguanta estoica las altísimas temperaturas que se registran en la ciudad califal. En mitad de una explanada de tierra, con el Centro Andaluz de Creación Contemporánea a un lado y el fotomural, de once metros de alto, que protagoniza a otro, bien pueden alcanzarse los cuarenta grados. Hay alerta roja por altas temperaturas. Pero ahí está Jeni, hierática e imponente, posando para EL ESPAÑOL envuelta en la bandera gitana y perfilando con un pintalabios rojo su maquillaje.
Así posó para el fotógrafo jerezano Juan Carlos Toro, que retrató a Jenifer para el fotomural inspirándose en la instantánea que Alberto Schommer hizo en su día de un Andy Warhol enfundado en la bandera de los Estados Unidos.
Cuenta Toro que la imagen de Jenifer en la blanca medianera de un edificio de viviendas puede durar semanas o años. “Está vivo, a merced de la climatología —explica el fotoperiodista—, por eso me gusta esta técnica, usando papel y cola, porque si fuese una lona de plástico ya no sería arte”.
MUJER, ANTES Y DESPUÉS DE LA CIRUGÍA GENITAL
Jeni es mujer. También en el libro de familia, en el DNI y en su propio cuerpo. Hace un año y medio que salió del quirófano después de someterse a una cirugía genital. El tratamiento hormonal la acompañará de por vida.
Quienes la conocieron varón ni siquiera pronuncian el que fue su nombre. “Esa persona ya no existe”, confirma Jenifer.
—¿Desde cuándo no pronuncia ese nombre?
—Desde hace años. Me niego a decirlo. Me da grima. Incluso cuando conozco a alguien que se llame así lo rechazo, ya no lo quiero en mi vida. Quería borrar todo lo que fuese mi pasado, también el nombre.
Su madre asiente mientras escucha atenta. Hubo un tiempo en el que fue su único apoyo. Suyas son las noches de preocupación, las escapadas a hurtadillas a la valla del colegio para comprobar cómo quien fue Jenifer jugaba sola en el recreo. “Me he pegado muchos años viéndola sufrir encerrada en su habitación, incluso sé que ella llegó al punto de querer suicidarse”, narra Enriqueta con aplomo. “Y era —apunta— solo un niño”.
—Enriqueta, ¿recuerda cómo era ella cuando era él?
—Tengo fotografías guardadas que ella intentó quemar. Siempre digo lo mismo, a mí se me murió un hijo aunque ahora tengo una hija. Ese hijo se perdió. El nombre de ese niño ya no se pronuncia en esta casa.
Su marido, el padre de Jeni, tardó cinco años en entender lo que Enriqueta, Keta, captó de primeras. Él le retiró la palabra, hacía como si su hija no existiera, la repudió. “He visto casos como el de mi hija —narra la madre— y que han sido rechazados por sus padres por miedo al qué dirán. Cualquiera en mi lugar hubiese hecho lo mismo que yo: un hijo está antes que todo. He visto a mucha gente perderse y no iba a consentir que mi hija pasara sola por todo eso”.
—¿Es más difícil, Jenifer, para un transexual venir de una familia gitana?
—La gente piensa que sí, que los gitanos son más tradicionales, más cerrados de mente, pero yo no lo veo así, porque mi familia está muy orgullosa de mí y me quiere mucho. Cualquier familia puede reaccionar de la forma menos adecuada ante una situación como la que yo viví, no solo por ser gitanos, también pasa en otra cultura o en otra raza.
Juntas, madre e hija, fueron a especialistas, psicólogos y demás servicios de orientación. Hasta que dieron con la Confederación Española de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales (Colega) y Enriqueta escuchó por primera vez la palabra ‘transexual’. Y todo encajó.
TRANSEXUAL, LA PALABRA QUE NO EXISTÍA
“Esa palabra no existía en mi diccionario. Tampoco para mi familia o mi ambiente. Por eso nos costó asimilarlo; a mí, que estaba perdida, y a mi familia”, explica Jenifer. “Antes no había tanta información, no sabíamos lo que significaba ser transexual; y —recuerda— fue muy duro”.
“Yo era consciente de que tenía un problema con mi cuerpo, con mi físico, y no me sentía a gusto. Desde chica yo actuaba como una niña, jugaba con las muñecas, le quitaba la ropa a mis primas, a mi madre… Y yo, de pequeña, lo veía desde una manera natural, no lo veía preocupante, diferente, porque no tenía uso de razón, pero cuando me reñían, cuando me decían que lo que hacía estaba mal… Yo me retraía, me escondía en mi mundo, sin saber por qué era malo lo que hacía. Hasta que vas creciendo y te vas dando cuenta de que generas rechazo y ahí te escondes más, te retraes…”.
“Hasta que tuve uso de razón y dije que quería mi cabello largo, mi ropa de niña y hacer lo que hacían las niñas, porque me identificaba más con ellas que con ellos”, puntualiza Jenifer.
El descarnado relato de la joven coincide con el de su vecino José Antonio Moreno, el padre de Melody, una de las integrantes del grupo Las Chuches —¿Recuerdan el ‘Cómo ronea’ y los pantalones de campana de colores?—, también del Polígono Guadalquivir. Las tres cantantes, Melody, Sara y Marina, se criaron con Jeni y José recuerda cómo siempre fue la más femenina de todas. “Nunca fue un chico, siempre fue una mujer”, explica. “Solo ha cambiado, se ha puesto más grande, más guapa y punto”.
LO PEOR: “QUE TE JUZGUEN, QUE TE ODIEN”
Por eso a nadie en el barrio le extraña ver a Jenifer con un largo mono blanco, con el pelo teñido y sobre unos tacones. “Conmigo se rompió el esquema”, explica la cordobesa. “No sabían qué era ser transexual, pero lo fueron aceptando, aunque durante el proceso sufrí mucho, bastante, hasta que todo se fue apaciguando”, apunta.
—¿Qué ha sido lo más duro?
—Lo peor ha sido el tener que enfrentarme a la sociedad, a mi familia. Ganas apoyos y pierdes a quienes te critican gratuitamente, sin conocerte. El que te juzguen sin conocerte, que te odien… es lo que peor llevaba. Ahora lo tengo más asimilado. Y fue muy duro. No entendía por qué me odian sin motivo alguno, si yo no he hecho daño a nadie.
Entretanto, Jenifer empezó a ver las opciones que tenía a su alcance para completar la transición. Y empezó a tratarse con hormonas, se operó el pecho y entró en la lista de espera para una operación de cirugía genital. Siete años después ya había completado su transformación.
Pero los obstáculos siguen ahí. De ahí su lucha incesante. “La pobre está harta de echar currículums”, confirma descorazonada Enriqueta. “Y nada”.
Su sueño, el de Jenifer, es trabajar de modelo en el mundo de la moda. En Córdoba ya ha hecho algunos pinitos, desfilando para diseñadores locales, pero la joven aspira a dar el salto a Madrid o Barcelona, a la espera de que algún cazatalentos sepa valorar el potencial de la gitana de marcados rasgos, morena y esbelta de metro con ochenta y apenas 58 kilos de peso. “Elio Berhanyer, Victorio & Lucchino, Juana Martín…”, cita la joven.
Pero mientras que la oportunidad le lleva, ella, con estudios de comercio y marketing, sigue con su rutina de los curriculums. “A ver si con esto del mural…”, anhela Jenifer.
Quién sabe si el mural, una iniciativa de la delegación de Juventud del Ayuntamiento de Córdoba ejecutada por la compañía de comunicación Alas6’enlaplaya, traerá a Jenifer un empleo. Tampoco era ese el propósito de una campaña, una ruta artística por el Distrito Sur, dedicada a reivindicar el sentido de pertenencia al barrio: #Madeinbarrio.
Jeni no es el único ejemplo que salta a las medianeras de su barrio. En total, la iniciativa #Madeinbarrio sirve de altavoz para glosar los méritos de siete jóvenes del Distrito Sur. Rafael, genio en el manejo de los cubos de Rubick; María Ballesteros, campeona nacional de Taekwondo; o el bailaor cordobés Rafael del Pino Moreno, Keko. Sus fotografías pretenden servir como reclamo para atraer turistas de los tradicionales punto de interés. Muchos de los retratos están a apenas cinco minutos andando de la Mezquita Catedral; otros, justo frente al nuevo C3A, el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, un laboratorio de arte contemporáneo recientemente inaugurado.
“De momento la gente ya me va conociendo”, apunta la joven, optimista en cuanto a su futuro, pero consciente del largo camino que todavía le queda por recorrer.
—¿Dejará de luchar algún día?
—Creo que no, estoy tan acostumbrada a luchar que el día que deje de hacerlo no me lo creeré. La mía es una lucha hasta el final de mis días.