Esconde su identidad porque es exhibicionista. Es un hombre mayor. El tono de su voz, por teléfono, le delata. No quiere decir qué edad tiene. Ni dónde nació ni cuándo. Tampoco quiere que se conozcan detalles sobre dónde vive, dónde trabaja o ha trabajado. Cuando se le hacen preguntas al respecto, responde: “Ya no soy el más joven, vivo tan bien como un jubilado”.
Vive en Alemania y dice llamarse Alfred Esser, pero ese es el pseudónimo con el que oculta su verdadero nombre y apellido. Asegura que vive “con el exhibicionismo”. En el ámbito médico su actividad exhibicionista se entiende como el resultado de un trastorno mental y del comportamiento. Lo normal es que sea considerada un delito.
“La tendencia recurrente o persistente de exponer los genitales a extraños o a la gente en lugares públicos, sin invitar o intentar un contacto cercano”, según define el exhibicionismo la Organización Mundial de la Salud (OMS), está castigado por la ley en Alemania. En España ocurre lo mismo. Sin embargo, Esser ha mostrado sus genitales en ambos países. A eso, la mayoría lo llama “ofensa” o “acoso”. Él lo denomina “el deseo de enseñar” al hablar con EL ESPAÑOL.
El Código Penal alemán, en concreto el artículo 183, considera esas acciones un delito. “El hombre que acose a otra persona con ofensas exhibicionistas será castigado con una pena de prisión de hasta un año o con una multa”, se lee en ese artículo. Sin embargo, la ley no impide a Esser salir a la calle con intenciones exhibicionistas. No lo ha impedido en Alemania ni en España, donde el exhibicionismo también figura como delito en el artículo 185 del Código Penal. Ese artículo aborda específicamente los delitos de exhibicionismo y provocación sexual. Especifica que realizar u obligar a realizar “actos de exhibición obscena ante menores de edad o con discapacidad necesitados de especial protección” implica una multa o una pena de cárcel de seis meses a un año.
Su mujer "le comprende"
Nada de eso impidió a Esser enseñar a desconocidas sus genitales cuando ha viajado de vacaciones a España. “Me mostraba a las turistas siempre que iba de vacaciones a España. Estuve mucho en Torremolinos, pero también en otros puntos de Andalucía”, cuenta Esser a este periódico. Como muchos turistas alemanes, pasó por las Islas Baleares. “Estuve en Menorca, Mallorca e Ibiza y también estuve en Canarias, en Tenerife y Fuerteventura”, abunda este hombre que asegura haber hecho carrera como vendedor de cara al público. En su matrimonio, dice él, ha gozado de “la comprensión” de su mujer. Él estima que, con los años de actividad exhibicionista, unas 1.000 mujeres desconocidas han debido de haberle visto los genitales.
Asegura que su intención nunca fue asaltar ni asustar a nadie. Él dice disfrutar presentando la desnudez de partes de su cuerpo como si se tratase de un objeto erótico. Esser, que pertenece a lo que él llama “exhibicionismo heterosexual”, siempre mostró sus genitales a mujeres jóvenes. “En España, en ocasiones me fue bien. Una vez, una mujer me miró, sin mostrarse chocada. Me masturbé hasta el final” porque “un pene en erección y masturbación son cosas que corresponden a una acción de exhibicionismo”, afirma.
Las playas representan una oportunidad sexual para gente como él. No tienen por qué ser playas nudistas. “Habrá exhibicionistas a los que les guste, pero las playas nudistas no son tan interesantes, porque no es lo auténtico”, comenta Esser. El nudismo consiste en vivir en plena desnudez en nombre de un ideal de vida natural. En estos espacios no hay tanto que mostrar porque todo, o casi todo, está al descubierto. A diferencia del exhibicionismo, el nudismo no es un trastorno mental o del comportamiento.
Una playa española en verano y Berlín en invierno
“En España, en la playa, igual es más probable ver exhibicionistas que en pleno invierno en Berlín”, dice a EL ESPAÑOL Joachim J. Reich, sexólogo que acostumbra a tratar casos como el de Esser. “Pero el trastorno del exhibicionismo es independiente de la época del año y de que se esté en Alemania o España”, abunda este especialista en dolencias relacionadas con el sexo afincado en la capital alemana.
En la descripción que da Reich del exhibicionismo hay más elementos propios de una enfermedad que de un “placer”. Esser lo llama “el placer de enseñar”. “El exhibicionismo es una forma de regular los afectos”, afirma Reich. “Ocurre que uno está excitado, ante esto los hay que se van al dormitorio y se masturban o hacen el amor con su pareja”, abunda. Pero el exhibicionista no actúa así. Siempre se plantea “representaciones totalmente irreales”, según este sexólogo.
“La idea del exhibicionista va así: 'Me voy a una playa o a un parque, me presento allí a quien me interesa, o no, y eso me empieza a excitar, entonces me acerco, luego saco mi pene y veo si me ve...'. Ese guión es lo que excita al exhibicionista”, abunda Reich. De lo improbables que resultan las situaciones que excitan a personas como Esser da buena cuenta el contenido del libro que el veterano exhibicionista publicó a mediados de los años 90 titulado Zeigen Verboten (Ed. Reiner Padligur Verlag, 1996), o sea, Prohibido enseñar.
“En España nunca tuve problemas con la policía”
En él, Esser narra cómo actuaba en Alemania hasta el momento de la publicación del volumen. Cuenta en ese libro cómo se exhibía en espacios poco frecuentados de grandes almacenes, entre estanterías de tiendas, por ejemplo, en clínicas, o entre los coches de los aparcamientos. Según narra, actúa en grandes ciudades situadas a una cierta distancia de donde vive. Da a entender que está afincado en Dortmund (oeste alemán), pero no lo confirma. En sus visitas dedicadas al exhibicionismo, podía pasar hasta cinco horas mostrando o buscando cómo enseñar sus genitales.
“Cuando la gente no reacciona como yo quiero, me voy”, sostiene Esser. En abundantes ocasiones, lo que ocurría, según se lee en Zeigen Verboten, es que la policía acababa yendo detrás de él. Al parecer, en España tuvo más suerte. “En España nunca tuve problemas con la policía”, cuenta Esser. Esa suerte la atribuye a su modo de actuar. “Siempre llevo mucho cuidado, me subo los pantalones muy rápido y desaparezco”, sostiene.
Detenciones y condenas
Esser no siempre ha logrado escaparse. Ha sido detenido muchas veces. En su libro llega plantear una tipología de los policías a los que se ha enfrentado. “Los hay que han sido muy humanos conmigo, otros amables y otros todo lo contrario, me han llegado a poner una pistola en la cabeza”, resume.
No en vano, en el momento de la publicación de su libro, Esser ya sumaba 17 condenas por exhibicionismo. Acumulaba entonces no menos de siete años de cárcel y decenas de miles de marcos en castigos y multas. Pese a que su comportamiento le hacía vivir bajo la permanente amenaza de ser castigado por la ley, nunca pisó la cárcel ni pagó la totalidad de las multas.
Sin su abogado, Esser está convencido de que podría haber pasado ya algunos años en la cárcel. “Al final, él siempre convencía a los jueces de que purgar una pena de prisión no se correspondía con los hechos y que a través de una pena de prisión podría empeorar mi inofensivo trastorno”, escribe Esser en ese libro. Los términos con los que se expresa Esser constituyen una típica muestra de la “falta de empatía” de quienes sufren el trastorno exhibicionista, según Reich, el sexólogo de Berlín.
“Muy a menudo los exhibicionistas no reconocen que la gente a la que se presentan pueden quedar chocadas. Además, ante la Policía, los hechos suelen presentarlos los exhibicionistas como si no hubiera intención de hacer nada, incluso como si fuera algo bonito”, comenta este experto. “Pero las mujeres o niños que se ven delante de este tipo de situaciones quedan completamente traumatizadas. Para la mayoría de las personas ante las que se presentan los exhibicionistas la escena es horrible. Es acoso sexual”, abunda.
8.000 denuncias al año contra exhibicionistas en Alemania
En toda su experiencia con exhibicionistas, Reich sólo ha recibido a una persona con este trastorno decidida a tratarse motu propio. Lo habitual es que sus pacientes sean personas que empiezan una terapia con él por motivos judiciales. Ante un proceso, puede reducir el castigo el hecho de indicar que el exhibicionista ha comenzado una terapia. En Alemania se dan al año unos 8.000 casos de denuncias a exhibicionistas, según datos de la Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania (BKA, por sus siglas alemanas). “El número de casos se mantiene constante desde 1987”, dicen a EL ESPAÑOL fuentes de la BKA. Esser figura, sin duda, en el origen de más de una de esas denuncias.
Esser empezó muchas terapias. Ninguna tuvo éxito porque, según explica, “los terapeutas no saben de este tema, o saben muy poco”. Él desconoce por qué ya con 14 o 15 años empezó a mostrarle los genitales a mujeres adultas que no conocía. Siggi Kirch, psicoterapeuta afincada en Schwerte (oeste alemán) con abundante experiencia sobre el exhibicionismo, plantea a EL ESPAÑOL que este trastorno “es un síntoma”. Trastornos como el de Esser vienen de problemas “en el desarrollo de la personalidad”, cuando algo va mal entre los dos y los cinco años de edad. “Este tipo de trastornos no tiene nada que ver con la parte racional de la personal, sino con el inconsciente”, señala esta psicoterapeuta.
Sea como fuere, ni con “pastillas ni con terapias” logró Esser corregir su comportamiento. Así lo ha contado en otras entrevistas que ha concedido. En 1988 terminó sacando la conclusión de que él era exhibicionista y punto. “El exhibicionismo es y sigue siendo una parte de mi vida”, asegura. Las terapias para él son inútiles. “Esto no se puede quitar como tampoco se puede convertir la homosexualidad en heterosexualidad”, incide Esser, aludiendo al exhibicionismo. En sus días de búsqueda de soluciones que implicaran dejar de mostrar sus genitales, Esser buscó terapias en vano, no sólo en Dortmund, también en el resto de Alemania. También llamó a algunas puertas de especialistas en los Países Bajos.
Vías de exhibicionismo legal
Aprendió que, en el mejor de los casos, las terapias pueden permitir a uno vivir el exhibicionismo a través de situaciones legales. Por ejemplo, en clubes de intercambios de parejas, donde puede estar permitido este tipo de comportamientos, o a través de citas con personas dispuestas a ver lo que el exhibicionista podría hacer en lugares públicos. Ambas prácticas no exponen a ser detenido por la policía.
Esser reconoce haber recurrido en más de una ocasión a estos medios legales de hacer exhibicionismo. “Cuando he encontrado a una persona adecuada, hemos quedado y la persona me miró. Esa persona me lo ha visto todo en una casa, que es lo mejor, pero también en parques”, explica. Esos encuentros pueden acabar en voyerista y exhibicionista teniendo relaciones sexuales.
En general, según reconoce Reich, los especialistas en hacer terapia psicológica en casos como el de Esser están muy limitados. “Los terapeutas no están preparados para enfrentarse a este tema. Es así. Para todas las desviaciones sexuales no hay muchos especialistas, porque este fenómeno no es tan corriente”, comenta el sexólogo de Berlín. “Puede ocurrir que los exhibicionistas lleguen a clínicas de psicólogos normales, no especializados. Y en ese caso el profesional puede no saber qué hacer”, agrega. Por su parte, Kirch habla de “una situación mala en general en lo que respecta a la psicoterapia en Alemania”. “No hay suficientes puestos de trabajo”, sostiene.
Exhibicionistas anónimos
Las lagunas de las que hablan Reich y Kirch son actuales. Ésta última deduce que hace 30 años ó 40 años, cuando Esser habría empezado a su actividad exhibicionista, la situación era incluso peor. Eso explica que, por iniciativa del propio Esser, los servicios de Salud de Dortmund acabaran confiando en él para desarrollar un proyecto por y para exhibicionistas. A saber, la formación de un grupo de autoayuda compuesto por personas como Esser. Era una suerte de “exhibicionistas anónimos”.
La iniciativa contaba con la bendición de la Doctora Ullrich, quien “nos ayudó al principio”, según Esser. Entre 1988 y 2016 varios cientos de exhibicionistas, en su mayoría hombres pero también mujeres, pudieron hablar allí sobre los problemas asociados a su trastorno. Procedían, según Esser, de todos los estratos sociales. “Llegó a venir un fiscal”, recuerda. La última reunión oficial de dicho grupo tuvo lugar el año pasado.
Kirch, que conoció a Esser en los días en que lanzaba el grupo de autoayuda, reconoce que este veterano ha hecho “un gran trabajo porque, para muchos exhibicionistas, él es la única persona con la que hablar, el único que puede decirle a las personas con ese trastorno que no están solos”. Sin embargo, Kirch ve en Esser una intención de “proyectar en otros exhibicionistas su propia experiencia con las instituciones judiciales y las terapias” que puede resultar “manipuladora”. A sus víctimas, las personas que peor reaccionaron ante sus genitales, Esser las considera “sin formación sobre el fenómeno del placer de enseñar”.
Kirch entiende que Esser hace “publicidad contra las terapias”. Tanto es así que a Esser le gustaría ver legalizado el exhibicionismo a través de la eliminación del artículo 183 del Código Penal alemán. Nada parece indicar que el veterano exhibicionista vaya a tener éxito. Aún cuenta con la llave del espacio que le facilitaron para la iniciativa desarrollada junto a los servicios de Salud de Dortmund. “Pero ahora sólo voy cuando alguien me pide cita para que nos veamos allí”, concluye Esser.