El chupete de Lucía, hallado en dirección opuesta a la que siguió antes de morir
Sus padres dicen que “algo tuvo que ocurrirle a Lucía” y señalan a la prueba del chupete “del que nunca se separaba” como pilar de sus sospechas.
4 agosto, 2017 02:33Noticias relacionadas
Son sólo un puñado de metros, poco más de diez, pero para la familia Vivar representan un universo. Es la distancia que separa el lugar en el que jugaba con sus primos la pequeña Lucía, de 3 años, del punto en el que se encontró su chupete, bajo un banco metálico del andén de Pizarra (Málaga). El enclave se ubica, además, en sentido contrario a las vías en las que finalmente se localizó el cuerpo de la niña. Sus padres sostienen que “algo tuvo que ocurrirle a Lucía” y señalan a la prueba del chupete -“del que nunca se separaba”- como uno de los pilares de sus sospechas.
La única certeza absoluta en torno a la desaparición de la niña es el punto de partida de sus andanzas. Lucía Vivar jugaba con sus primos en una explanada próxima al bar de la estación ferroviaria de Pizarra. La familia se había reunido con motivo de la festividad de Santa Ana, patrona de las abuelas, y la celebración de ese miércoles, 26 de julio, giraba en torno a la abuela de Lucía. Fue ella quien se levantó pasadas las once de la noche para pagar la cuenta de la cena.
Los padres de la niña empezaron a llamar a la pequeña a voces, pero no encontraron respuesta. Apenas habían pasado un par de minutos desde la última vez que la vieron. Alertaron a la treintena de personas que se encontraban en la terraza y enseguida se desplegaron para buscarla. Esos dos minutos a los que apunta la familia de Lucía Vivar son clave en la investigación.
De acuerdo a la hipótesis con la que trabaja la Policía judicial, la niña se asomó al andén en un descuido. Pudo hacerlo por dos vías: por la explanada en la que jugaban sus primos o a través del bar que comunica la terraza con la vía ferroviaria; los camareros del establecimiento aseguran que no vieron pasar por allí a ninguna niña: “Este es un lugar pequeño y no vimos nada”, afirma Paqui Berlanga, apostada tras la barra del bar, en conversación con EL ESPAÑOL.
La pérdida del chupete
Así pues, la pequeña Lucía debió de asomarse al andén desde la explanada en la que estaba jugando. De acuerdo a la investigación caminó unos diez metros hacia la izquierda, hasta un banco metálico en el que durante el día esperan los viajeros. Pero era de noche y entonces el paraje se presentaba inhóspito.
Los agentes de la Policía judicial encontraron el chupete bajo ese banco. “Es extraño, porque la niña nunca se separaba de su chupete”, argumenta la camarera Paqui Berlanga, que conoce a la familia Vivar desde hace décadas. “Y si se le hubiera caído, el instinto hubiera sido que lo recogiera y se lo llevara la boca, no que lo dejase tirado”.
Siguiendo la línea de las pesquisas, la pequeña Lucía debió de abandonar el banco, dar media vuelta y caminar hasta el extremo contrario del andén, atravesando -y sin que nadie la viera- el lugar en el que jugaba con sus primos.
Desde ahí habría enfilado las vías del tren, donde la grabó una cámara de seguridad, y recorrido de noche y hasta la extenuación cuatro kilómetros por un camino tortuoso, lleno de obstáculos, piedras y matorrales, sin ninguna iluminación en la mayoría de los puntos y con unas sandalias delgadas como calzado.
Una vez agotada, se habría quedado dormida junto a las vías. El primer tren de la mañana del jueves la habría golpeado en la cabeza, provocando un traumatismo que condujo a su muerte. El informe del forense certifica esta posibilidad, aunque niega que la niña presentase heridas o rasguños en sus piernas derivados de una caminata en condiciones tan extremas.
Las dudas de la familia
El hallazgo del chupete no hace otra cosa que acrecentar las dudas de la familia Vivar, que no cree que en esos dos minutos la niña pudiese ir hasta el lugar en el que perdió el objeto y después marcharse en sentido contrario por las vías sin que nadie lo advirtiese.
Una fuente próxima a la familia y que presenció los hechos -prefiere no revelar su identidad-, resume esas inquietudes: “Si así hubiera sido, la hubiéramos encontrado. Porque hubo varios adultos que caminaron por las vías hasta el puente [a más de un kilómetro de distancia] y la habrían alcanzado. No, a Lucía se la tuvieron que llevar”.
Este jueves, 3 de agosto, un puñado de vecinos se arremolinaban en torno a la estación de Pizarra y de su bar. El fatal destino de Lucía Vivar ocupa el centro de todas las conversaciones. No están acostumbrados al revuelo de tanto periodista y el sol cae a plomo en este paraje de la sierra malacitana.
En un momento dado, en lontananza y sobre las vías del tren, se ve a un hombre con un bastón de monte caminando hacia la estación. Es Francisco Vicario, de 65 años y abuelo de la niña. “Lucía no pudo andar tanto con sandalias y por este camino”, asegura. Explica que unos familiares “muy deportistas” hicieron la misma ruta que la niña equipados con botas y linternas, y tardaron más de una hora en recorrerla. Lo hicieron a duras penas, con dificultades para no tropezarse.
“Si Lucía hizo eso, tuvo que caerse y hacerse heridas en las piernas”. Francisco Vicario camina con rapidez y arroja una súplica antes de abandonar el escenario : “Lo único que queremos es saber toda la verdad”.