María, la hija del cura que ha convertido el porno en una religión feminista
La activista María Llopis defiende un porno artístico en el que la mujer no sea un sujeto pasivo. Critica que la sociedad censura temas como los orgasmos al dar a luz o durante la lactancia. Ahora será galardonada en los premios europeos del porno feminista en Berlín.
13 agosto, 2017 03:11Noticias relacionadas
El nuevo fenómeno de la pornografía feminista tiene distintos referentes internacionales en nuestro país. Una de las figuras más conocidas de este tipo de porno en España es la cineasta sueca afincada en Barcelona Erika Lust, directora de cine para adultos y responsable de la productora Erika Lust Films. Sin embargo, sería un error reducir el fenómeno pornográfico feminista a una sola expresión artística o artista. De hecho, la española María Llopis lleva décadas dedicándose al feminismo a través de diferentes formas de hacer arte. En su obra, ya sean fotografías, vídeos, performances, charlas, talleres, escritos en forma de entradas de blog o libros, es recurrente el uso de contenidos explícitos.
El próximo mes de octubre recibirá un reconocimiento honorífico a sus largos años como creadora pornográfica en el festival de los PorYes Award en Berlín, cita en la que se premia al mejor porno feminista europeo. “Es como un Óscar honorífico”, dice Llopis entre risas a EL ESPAÑOL, aludiendo a los célebres premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.
Esta mujer nacida en Valencia hace 42 años vive en Benicasim (Castellón). Le resta importancia al galardón, pues sabe bien que su dedicación a la pornografía tiene más que ver con una suerte de militancia que con un trabajo o una carrera. A diferencia de Erika Lust, que trabaja en producción de películas pornográficas, generando dinero y plantando cara a la estereotipada industria de un porno mainstream dominado por representaciones generalmente degradantes para la mujer, Llopis siempre se ha movido en el campo de un arte más conceptual y peor remunerado. Ambos modelos son ejemplos de la llamada pornografía feminista, pero el de Llopis es más rádical y tiene aspiraciones de arte.
Postportno: porno político, experimental y humorístico
“Erika Lust está haciendo porno feminista dentro de la industria del cine. Lo que hace está muy bien pero no está tanto en el campo del arte”, señala Llopis. “Yo he trabajado siempre en el mundo del arte, siempre trabajé con desnudos, con contenidos explícitos”, agrega. Por eso a su obra se la relaciona con la pornografía. De hecho, se inscribe en lo que se denomina postporno.
A Annie Sprinkle, artista y sexóloga estadounidense con pasado de prostituta en Nueva York y de estrella porno, se la considera la madre de esa rama de la pornografía. De acuerdo con su definición de lo que es el postporno, se inscribe en este tipo de porno aquel “material sexualmente explícito que es más artístico, conceptual, experimental, político o humorístico que el porno convencional”.
Esa definición aparece recogida en el glosario de términos del libro Maternidades subversivas (Ed.Txalaparta, 2015), un volumen de entrevistas que firma Llopis sobre ser madre de forma “salvaje, gozosa y no normativa”. En él se abordan temas relacionados con la sexualidad femenina durante el embarazo y un tabú como el del orgasmo femenino durante el parto.
Ese libro es la última expresión artística de Llopis, una mujer radical en su trabajo y en sus convicciones feministas. “La necesidad de dedicarme a lo que me dedico viene dada por una sociedad marcada por la violencia hacia las mujeres, cada día vemos noticias de cómo hay mujeres que son asesinadas, violadas y abusadas. Esa es la raíz de mi trabajo”, explica.
Hija de un cura y de su estudiante
Maternidades subversivas es un libro dedicado a su madre. Fallecida “hace ya mucho”, según indica Llopis, su madre se quedó embarazada “del cura del pueblo”. Así hace alusión Llopis a Castellón de la Plana, donde creció. En su libro explica que su madre “se quedó embarazada muy joven sin desearlo. Su profesor, y cura en el colegio religioso al que asistía, se la follaba regularmente con la excusa de darle clases particulares hasta que la dejó preñada de mí”, escribe Llopis en su libro. Éstas “son maternidades que llevan también la carga del castigo que esta sociedad inflige sobre estas mujeres y sobre sus criaturas bastardas”, abunda.
Según cuenta a este periódico, la madre de Llopis dio a luz a su hija en Valencia. “Se la llevaron a Valencia para que pariera en un sitio donde no pasara tanta vergüenza”, comenta, aunque “en los pueblos se sabe todo, todo el mundo sabe quién es el hijo del cura”. Ser producto de esa relación entre un cura y una alumna no explica que Llopis acabara interesándose por la causa feminista.
A Llopis la crió su abuela. En su familia, dice, “no se leía”. Ella, sin embargo, sí recuerda en su infancia marcada por las lecturas sobre el feminismo. “Leía mucho sobre feminismo, compraba libros o los alquilaba en la biblioteca”, cuenta. Entonces ya había experimentado el machismo. “Siempre he sentido la opresión que supone ser mujer en esta sociedad, todas las mujeres lo sentimos”, asegura, al ser preguntada por su infancia y adolescencia.
En los noventa, con su entrada en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos de la Universidad de Valencia, Llopis se interesó por el “artivismo” – donde se combinan medios artísticos con todo tipo de formas de activismo. Tardaría poco en aplicarlo a su cultivado ideario feminista. A principio de este siglo, hizo de videojockey en destacados eventos internacionales del arte, ya fuera en el festival Sónar o en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Posteriormente, sus obras han sido proyectadas y expuestas en las principales capitales europeas.
Desnudos, masturbación, penetración y política
Aunque inicialmente mezclara imágenes y música, Llopis siempre hacía “de todo, instalaciones, vídeos, fotos, performances...”, según recuerda. A menudo, en esas obras hay imágenes de sexo explícito o desnudos. En el vídeo La Bestia, de 2005, se la ve a ella pasar de andar tranquilamente por un jardín a quitarse la ropa y quedar desnuda y actuando de forma animal. En Fantasia 21, de 2003, se ve a una Llopis vestida de chico masturbarse en presencia de un hombre, con el que ella adopta una actitud dominante.
“Mi trabajo con la pornografía lo que hacía era replantearnos nuestra sexualidad. Plantear que existe una diversidad de cuerpos y de sexualidades, que van más allá de lo que se ha vendido como el sexo heterosexual como el único sexo posible”, explica Llopis, que de un tiempo a esta parte está más centrada en temas de maternidad, sexualidad y feminismo. “Todos esos temas son lo mismo”, estima.
Para ella, la sexualidad y el deseo sexual son una cuestión política y social. “Si sólo entendemos la sexualidad como la penetración, si una mujer piensa que eso es el sexo, que no hay otra cosa, al final, esa persona va a estar obligada a hacer esa práctica si tiene sexo, pese a que es una práctica peligrosa, que puede entrañar embarazos no deseados o el contagio de enfermedades de transmisión sexual”, expone. “Además, hay prácticas mucho más placenteras para la mujer. Lo que pasa es que culturalmente, en el imaginario colectivo, está escrito que el coito es la única práctica”, agrega.
Chicas a las que les gusta el porno
También a principios del siglo pasado Llopis lanzó con Águeda Bañón la página web girlswholikeporno.com, un blog que llevaba por nombre “chicas a las que les gusta el porno”. Allí presentaban todo tipo de contenidos sobre el feminismo, sexualidad y pornografía que iban –y todavía van– a contracorriente. “El término pornografía ha sido contaminado hasta el límite. Pero el porno puede ser otra cosa. Y es ya otra cosa. Y está en nuestras manos que sea otra cosa. En nuestras manos y en nuestras cámaras. Porque si no nos gusta lo que vemos, podemos grabar otra cosa”, se lee en el manifiesto de girlswholikeporno.
Ahora muchos de los contenidos ubicados inicialmente en esa página se encuentran en la web de Llopis. Por ejemplo, el vídeo que lleva por título El Belga, un relato de contenido sexual donde se cuenta cómo una mujer fuerza a un hombre a tener sexo con ella. En esa narración, un chico belga que va buscando una conexión para seguir viajando por España en tren es engañado por una mujer. Ella es vigilante jurado de una fábrica. Allí lo lleva con la excusa de darle cobijo para acabar teniendo sexo y pasar la noche con ella en su lugar de trabajo.
La mujer logra “media erección” del chico, según el relato, y, pese a negarse repetidamente a tener relaciones sexuales con ella, acaba teniéndolas. “Ese testimonio es una reflexión sobre lo que es una violación y sobre los límites de una relación consentida y una que no es consentida. Cuando una persona no tiene el consentimiento de la otra es una violación. También es una reflexión sobre la violencia sexual. Y sobre el género, sobre si puede una mujer violar a un hombre. Y plantear que la violación, no sólo es poner el cuchillo en el cuello”, explica Llopis.
Para ella, poner a la mujer en ese papel de persona que fuerza la relación invita a pensar en las violaciones que “no ocurren a punta de pistola en un cuarto oscuro”, sino en aquellas más comunes “en las que se coge a una chica jovencita, que ha bebido y a la que se la marea para obtener de ella lo que se quiere”. En estos casos “ella puede acabar aceptado la relación, más que nada, por miedo. Eso es una violación”, sostiene Llopis.
Otro tipo de porno
Llopis cree en un tipo de feminismo pornográfico muy diferente del que produce Erika Lust. “A mí lo que siempre me ha rechinado es que ella ha tratado siempre de vender esa idea de que a 'las mujeres', hablando de mujeres en general, nos gusta el porno con música suave, luz suave, un tipo de sexo y esas cosas, pero eso es generalizar demasiado”, expone Llopis.
“Me parece muy bien que ella quiera hacer un tipo de porno con un tipo de música, un tipo luz y de prácticas sexuales, pero no digas que eso es lo que le va a gustar a todas las mujeres. Ahí difiero”, abunda. Si Llopis pone esas pegas a la pornografía de Lust, que considera encorsetado, cuando se refiere al porno mainstream, donde la mujer sólo ocupa un papel de objeto, la artista valenciana se manifiesta en contra con vehemencia.
“La industria del porno representa el mundo en el que vivimos” y “vivimos en una sociedad misógina, profundamente misógina, donde las violaciones se normalizan”, afirma. Para sustentar su opinión, alude a la actual polémica que rodea a la película española Ligones, de José Texeira. La actriz Teresa Lozano ha denunciado que en ese largometraje, en el que ella misma participa, se intenta hacer comedia sobre la violación de una chica inconsciente, una acusación que rechaza Texeira.
El director ha asegurado que denunciará a Lozano por sus acusaciones. “Vivimos en una sociedad en la que una violación es una broma, en la que violar a una mujer es algo gracioso”, lamenta Llopis.
Partos orgásmicos
Ella entiende que la sociedad ha normalizado “la misoginia y el machismo”. En esta lógica, el porno mayoritario no es más que un aspecto de la realidad social. Otro ámbito relacionado con la sexualidad en el que Llopis ve a las mujeres oprimidas es el embarazo y, especialmente, el parto.
Al igual que ocurre con su arte pornográfico, en el que mostraba alternativas a las prácticas y actitudes sexuales dominantes, Llopis plantea otras formas de vivir el embarazo y el dar a luz. Lo hace a través de entrevistas con otras mujeres de la escena del postporno. “Hay mujeres que piensan que sólo se pueden tener partos dolorosos y que eso es lo que hay. Pero hay un montón de mujeres que tienen partos placenteros, pero eso es un tema tabú, del que no se puede hablar. Lo mismo pasa con las mujeres que tienen orgasmos lactando”, señala Llopis.
“Esto no es nada místico, esto te lo explican los ginecólogos”, abunda, aludiendo a la “oxitocina”. Esa hormona, producida en el hipotálamo, es responsable entre otras cosas de la excitación sexual. Se libera en abundancia en el parto y en la lactancia. Con la valenciana Sara Wilde, una de sus entrevistadas en Maternidades subversivas, Llopis habla de partos orgásmicos. Wilde, madre de dos hijos, cuenta en el libro cómo sintió, en lugar de dolor, placer hasta el punto de alcanzar el orgasmo cuando sus dos hijos vinieron al mundo.
Según Llopis, si casos como el de Wilde no son la norma es en buena medida porque la ginecología ha conseguido que la mayoría de las mujeres hayan “interiorizado que no saben parir y que necesitan a alguien que les ayude a parir”. Ella sostiene que “todo lo que sea empoderamiento de la mujer es censurado drásticamente”. No obstante, aunque no tenga la resonancia de otras feministas mediáticas especializadas en la sexualidad como Erika Lust, la obra de Llopis también está ahí fuera, a la espera de que la descubra el gran público.