17 de agosto de 2017. Han pasado exactamente 75 días desde que Ignacio Echeverría, el héroe del monopatín, sacó todo su arrojo. 75 días justos desde que el joven se lanzó, a su vuelta de una apacible tarde de skate, contra tres terroristas. 75 días desde que salió a su encuentro cuando se dirigían, cuchillo en mano, a perpetrar la matanza de Borough Market. Ignacio se puso delante, defendió a un policía y perdió la vida en ello. Sus amigos le perdieron de vista esa noche, con el monopatín en la mano, cuando iba al encuentro de los terroristas. Hasta casi una semana después no se supo qué había sido de él. Una semana después, el destino del héroe quedaba decidido: había muerto acuchillado por los terroristas. Se había enfrentado él solo a los tres a la vez.
Ignacio se convirtió en un héroe. Un hombre que, apenas comenzaba su verano, cuando estaba a punto de volver a casa para volver a disfrutar de su familia, se encontró de frente con el terror. Estos meses, como en ocasiones anteriores, como prácticamente todos los veranos de su vida, iba a pasarlos en Comillas, junto a sus amigos del período estival, con quienes iba todo el tiempo a hacer skate. Era a ellos a quienes más quería y más aprecio, aparte de su familia, mostraba. “Le quitaron la vida”, explican sus amigos de la infancia.
Iba a ser otro verano más para Ignacio. Volvería de su trabajo en HSBC, donde dedicaba la mayor parte de su tiempo a un trabajo que, casualmente, guardaba cierta similitud con su heroico acto final. Dentro de la entidad financiera se dedicaba a combatir el terrorismo desde su ordenador. Desde su escritorio en uno de los bancos más grandes del mundo. Y este verano, a buen seguro continuaría con esa labor. Era como una especie de auditor que buscaba proteger a la entidad, que no se viera involucrada en actividades de orígenes turbios, advertir de dónde procedía tal o cual dinero, de qué grandes fortunas, de qué país… Eso desde el año 2016, cuando entró en la empresa.
Ahora, Ignacio estaría en las playas de Cantabria, descansando con sus amigos de toda la vida, disfrutando de las olas, esas que siempre trataba de coger. Es ya solo un recuerdo, el recuerdo de un héroe cuya efigie se ha quedado ya inmortal en su familia y en toda España. Así recuerdan sus amigos al héroe del monopatín.
Medallas de honor y estatuas
A Ignacio, el héroe del monopatín, le arrebataron la vida, los planes de futuro, la familia, los amigos. Sin embargo, ahora queda la aureola del héroe en el que se ha convertido para todos, un ejemplo que, semana a semana, se está viendo recompensado en distintas ciudades con las que el joven tuvo relación.
El futuro no existe ya para Ignacio. Sin embargo, su familia recoge ahora los méritos del mártir inmortal y alabado que ya es: Medalla de Honor de la Cámara de Comercio de Madrid, Medalla de Honor del Ayuntamiento de las Rozas, Cruz de Plata al Mérito Civil, Medalla de Plata de la Policía Nacional a título póstumo… No son pocos los reconocimientos. También hay, sin embargo, más elementos que honran ahora su memoria, que celebran monumentos, parques de skate con su nombre, placas conmemorativas… La avalancha de gratitud para con el joven que plantó cara al terror es ya infinita.
Estos de agosto están teñidos por el terror generado tras el atentado de La Rambla de Barcelona. Durante los últimos días, muchos han interrumpido su verano para echar la vista atrás, pensar en lo ocurrido hace 75 días en Londres. Acordarse de él, del héroe del monopatín, les resulta inevitable a sus allegados. En estos momentos, estaría disfrutando de la temperatura estival de Cantabria y de sus arenales en el Cantábrico. Sin embargo, al volver la mirada a la Ciudad Condal, los amigos de Ignacio no pueden sino acordarse de quien diera una lección de humanidad al terror que en los últimos años está atacando en toda Europa.
“Ignacio fue una víctima y un héroe”
“Es una pena que esto ocurra, pero debemos luchar y no acostumbrarnos a esta barbaridad”, asegura uno de los amigos de infancia de Ignacio en conversación con EL ESPAÑOL. “Ignacio fue una víctima y un héroe de este tipo de terror”, asegura.
La tarde de los atentados, Ignacio queda en la zona de la Tate Modern, situada a más de dos kilómetros del Borough Market, junto a dos amigos que conoce de sus últimos meses en la ciudad. Dos de ellos llevan consigo sus respectivos skates. Después de grabar unos cuantos vídeos con los trucos pertinentes, deciden ir hasta Whitechapel a comer algo. Para llegar allí, cada uno de ellos coge una bicicleta pública de las que hay por todo Londres. Ignacio lleva unas Vans negras con suela blanca – típicas de skater-, unos vaqueros clásicos, un jersey negro y una medalla colgada de su cuello con una cadena de oro. Pasadas las diez de la noche, los tres llegan a la zona de London Bridge. Es entonces cuando todo sucede.
Es entonces cuando ven a un hombre tambaleándose. Cuentan sus amigos cercanos, conocedores de lo sucedido, que en ese momento piensan que el hombre está borracho. Al punto ven acercarse una montonera de gente, una bulla. Piensan que es una pelea. Son, sin embargo, tres yihadistas armados con cuchillos y con cinturones bomba falsos apuñalando a todo el que se les pone por delante.
Es otro de los destinos que los terroristas le arrebataron al joven. Los skateparks de Londres eran otro de sus principales destinos, y parte del verano lo iba a pasar allí, en la capital del Reino Unido.
Mientras, en las redes sociales, muchos se acuerdan de él. “El atentado de hoy nos hace volver a recordarte, qué injusticia, ¿cuándo se terminará todo esto? En estos momentos vuelves a revivir lo que pasó en Londres. ¿Cuándo dejarán de sembrar el pánico?”.
“Soy de Barcelona, estoy destrozada, pero estoy bien. Ignacio en mi memoria, en estos casos no te olvido.En el cielo nos protege”. “Más presente que nunca en nuestros corazones, seguro que él recibirá en las puertas del cielo a todas las víctimas de los atentados de Barcelona”. Son tan solo algunos de los ejemplos de que estos días, en momentos tan complicados, muchos de los amigos del joven Ignacio vuelve la vista atrás para recordar su ejemplo en un momento igual de complicado. Un hombre sacó su valentía en medio de un atentado.
El eterno retorno a Comillas
Entretanto, la mayor afición de Ignacio, el que era el auténtico amor de su vida, el monopatín, se ha adherido ya a su figura de forma indispensable. Tanto que los jóvenes skaters de Comillas, el pueblo de sus veranos, patinan ya en un skatepark que lleva su nombre. El pleno del Ayuntamiento lo aprobó hace dos meses y está ahora a pleno rendimiento. Fue aprobado por unanimidad.
Los jóvenes de la localidad ya disfrutan de la zona de ocio con el nombre de Ignacio. No es la única localidad que ha optado por ese tipo de homenaje. En Ferrol, también pocos días después de que se confirmase la muerte de Echeverría, la corporación municipal decidió instalar una placa conmemorativa al lado del estadio del Racing de Ferrol. Allí los vecinos depositan, con cierta regularidad, ramos de flores en su honra.
Ignacio pasó la mayor parte de los veranos de su vida en Comillas, una localidad de apenas 2.000 personas asomada al mar Cantábrico. Era el lugar de veraneo principal de su familia. Allí documentó, con el paso de los años, sus avances en el manejo del skate: múltiples fotos, vídeos y claro, cómo no, las heridas propias de quienes caen una y otra vez de la tabla de madera.
Allí, en aquel pequeño rincón de Cantabria pegado al mar, Ignacio era feliz volviendo cada mes de julio, al término del período escolar. Con su nuevo trabajo, lo iba a tener más difícil. Pero Ignacio no era un tipo que se desligarse fácilmente de sus raíces, de lo que en el pasado le había hecho feliz.
Quería, de hecho, seguir yendo, pero ya de otra manera. "Hace meses dijo que tenía pensado comprarse allí un piso. Se quedaba siempre en la casa que sus padres tenían allí y pensaba que con 39 años iba siendo hora de independizarse, al menos para verano", relata otro de sus principales colegas. Nunca pudo cumplir ese deseo. El verano, la playa, y el skatepark le esperan ahora para siempre.
En pleno verano, Ignacio se habría topado con los atentados de Barcelona. Sus amigos hablan claro. Ignacio plantó cara y por eso se le recuerda. “Se reveló a la situación. Se defendió con lo que tenía a mano”, explica a EL ESPAÑOL otro de sus amigos. En este caso, una simple tabla de madera. “Seguro que ha habido muchos otros héroes anónimos como él hoy. No tengo ninguna duda”.
La semana posterior al atentado, Ignacio estuvo en paradero desconocido puesto que las autoridades británicas no lograban definir en qué lugar se encontraba el joven, si vivía o si no. En ese momento, ya se le atribuyó, gracias al testimonio de quienes le vieron, la categoría reservada a unos pocos: la del héroe en medio de una tragedia.
Fue en esos días cuando algunos de sus amigos lanzaron mensajes que eran como plegarias. Clamaban a un futuro con él que se pareciese a los grandes días de los veranos anteriores. Uno de esos mensajes se lo mandó Guille. Esperaba con él volver a reír en las playas de Comillas: “El mundo te admira, te quiere, te has convertido en el ejemplo a seguir de todos, una luz en toda esta oscuridad, un orgullo para el mundo entero. Lo cumpliremos, ya verás. Lo verás y nos reiremos cogiendo olas en Gerra. Tú con tu tabla de surf y yo con mi "correolas"”.