A Ignacio Echeverría Miralles de Imperial, ‘Echeve’ para los amigos, siempre se le veía con la tabla de skate en las manos o subido encima de ella. Él era así, y no se le podía imaginar de otra manera. Echeve y su tabla eran la metáfora de una profunda, sincera e inquebrantable amistad. Era algo inherente a él, como la bondad o la valentía que sus amigos de aquella época y de estos años le atribuyen. Quizá por eso la noche del pasado sábado, cuando volvía de hacer deporte y cruzaba el London Bridge en el centro de la capital británica, en ese preciso momento, decidió actuar al ver el horror. Quizá ni lo pensó. En cuanto advirtió que los tres terroristas estaban apuñalando a una joven corrió a socorrerla, costara lo que costase. Su muerte no se confirmó oficialmente hasta este miércoles, pero Ignacio pagó con la vida ese acto heroico.

No era casual, por tanto, que aquella noche llevase consigo el skate. Llevaba poco en Londres, pero ya había conseguido agenciarse una nueva pandilla de skaters como la que había forjado en sus años anteriores de vida en Madrid. Muchos habían dejado de patinar al acabar el bachillerato. Pero él nunca lo dejó porque le encantaba. Seguía exhibiendo en sus manos la grasa de las pequeñas ruedas de ese tablero de ocho pulgadas con toda la felicidad del mundo. “Podía tirarse toda la mañana haciendo unas escaleras, haciendo trucos todo el rato. No era de los mejores, eso sí, pero le encantaba”, explica a EL ESPAÑOL uno de sus amigos skaters de aquella época.

Todas las personas que aparecen en este texto y que pasaron por la vida de Ignacio han declinado la opción de que su nombre quede reflejado. Y todos han ofrecido la misma razón: “Él es el verdadero protagonista. Él es el héroe. A él es a quien hay que rendirle homenaje”.

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Heroico, humilde y bueno

En Customizarte, una tienda de accesorios de skate en Majadahonda, todavía recuerdan una de las últimas adquisiciones de Ignacio, cliente habitual del establecimiento. Fueron unas zapatillas marca Emerica de color negro, muy típicas en el mundillo del patinaje. La tienda abrió en el año 2011 e Ignacio se convirtió en uno de los principales clientes del lugar. “Venía aquí para no tener que bajar a Madrid. Por eso elegía esta tienda”, explica uno de los encargados a EL ESPAÑOL.

Sin embargo, hacía tiempo que no le veían por allí. No sabían que vivía fuera desde hacía ya varios meses. “Llevábamos, al menos, un año sin verle. Era un tipo tranquilo, reservado. Siempre contaba que llevaba patinando desde hace muchísimos años. Aquí cogía de todo: rodamientos, tablas, zapatillas...”. Estos días han vuelto a tener noticias de él debido a los atentados de Londres. Supieron que había hecho frente a los tres terroristas con la tabla, esa que llevaba siempre consigo. "Si iba con el skate es que todavía seguía patinando y que venía de patinar. Porque un skater no va con la tabla porque sí, para fardar. Si no, eres un poser”, explica.

Su afición por el skate era algo único. En Las Rozas lo pasaba de miedo junto a sus colegas de correrías. “Competimos en un concurso del colegio y el cabrón participó patinando de rodillas. ¡Un crack!”, recuerda otro de los amigos de aquellos años, en los que todavía rodaba por las calles de la localidad de la periferia madrileña.

Todos disfrutaban en el skate park de Las Rozas, la localidad en la que Ignacio vivió hasta marcharse a Londres

‘Echeve’ no era, por tanto, un poser, no había en él nada de impostura. Era un chaval noble, de mirada limpia, bueno por sí mismo. Lo dicen quienes mejor le conocen: sus amigos. Muchos, con el paso de los años, se distanciaron por las circunstancias de la vida, pero no olvidan. “En sus actos, era un niño muy responsable, sencillo. Lo que más recuerdo, y no se me va, es su mirada tímida y lo noble que era”, explica una de sus amigas de la infancia.

“Me lo crucé hace un par de años y me preguntó que si seguía patinando. Le contesté que con 120 kilos no hay tabla que me aguante y se descojonó de mí. Me encantó saber que él seguía con el skate”. Esto lo dice otro de sus amigos de entonces, uno de los que mejor le conoce de cuando se iba del instituto al parque y del parque a casa, de cuando se iba a Torrelodones, al centro de Madrid o a Majadahonda a patinar. El buen humor era algo que ‘Echeve’ contagiaba a todos. “No destacábamos demasiado (en el skate) pero disfrutábamos cada minuto. Era un ambiente sano y de buen rollo el que se respiraba. Y en eso, él destacaba cojonudamente”, relata.

Todos disfrutaban en el skate park de Las Rozas (Madrid), la localidad en la que Ignacio vivió hasta marcharse a Londres a los 39 años, en septiembre del pasado 2015. Tenían su pequeño espacio, su reino de tablas y barandillas en el que hacer sus ollies, sus kickflips, sus pops, sus 360 flips. Ahí eran intocables. Un día llegó la Policía y les desmontó las tablas que allí tenían colocadas en perfecta armonía para realizar todos sus trucos. “Fuimos todos a darle el coñazo a casa del alcalde para que la Poli nos devolviera las tablas. Y surtió efecto”, recuerda.

En esos días ya lejanos, aunque circunscrita a las cosas pequeñas, la bondad, la justicia y la valentía de Ignacio se dejaban entrever. "No era el típico malote de pueblo. No se metía nunca con nadie, pero a la vez era justo y valiente. Alguna vez, llegaban cuatro tíos mas fuertes que querían echarnos de la pista y él se ponía en medio. Que os vayáis que vamos a patinar aquí, que os piréis. Y él no cedía, nos obligaba a que no nos fuésemos porque aquel tipo de cosas eran muy injustas. Él no se achantaba nunca”, recuerda otro de sus amigos skaters de los años de la infancia y de los primeros años de universidad. “Estos días lo estamos comentando varios amigos y coincidimos en eso. No era un macarra, pero si había que defender algo, se metía siempre”.

A Ignacio también le gustaba el surf, hacer vídeos -tuvo su propio canal de YouTube en el que colgaba imágenes grabadas por él mismo sobre esas tardes interminables de monopatín- y las bicis. En la tienda Ciclos, de las Rozas, todavía le recuerdan, porque era uno de los clientes habituales. “Cuando volvía de Londres, o de donde estuviera, siempre se pasaba por aquí”.

'Echeve', por otra parte, era muy religioso, muy creyente. Tenía una fe intensa en la religión católica y es por eso que acudía todas las semanas a la iglesia. “Creía mucho, lo sentía mucho”, asegura otro de sus mejores amigos.

Gallego, pero toda la vida en Madrid

Ignacio Echeverría, con su monopatín en una imagen difundida por su familia en redes sociales E.E.

Ignacio, perdió la vida haciendo frente al terrorismo, en medio de un mar de caos irracional provocado por tres radicales islámicos y extendido el pasado sábado por todo Londres. Sin embargo, la historia de el que es ya un héroe comienza mucho más atrás. Concretamente, hace 39 años. Nació en Ferrol en 1978. Su padre, Joaquín, era un ingeniero asturiano de Endesa emplazado en la central térmica de la localidad de As Pontes (A Coruña). Vivió allí con su familia hasta los nueve años. Tiene cuatro hermanos que estos días se han desvivido por difundir información sobre él y por presionar a las autoridades británicas, que han tardado tres días en darles los datos definitivos que confirman que fue asesinado por los yihadistas.

En la Galicia de los 80, los vecinos de la localidad lucense ya le veían andar de aquí para allá con el skate. Es la imagen que perdura de él. La misma – la última, de hecho- que conservan sus amigos londinenses, quienes volvían con él de patinar el pasado sábado cuando se encontraron en medio de los ataques. Con el monopatín en la mano, luchando contra los terroristas.

Este miércoles, en su antiguo instituto, el IES El Burgo de las Rozas, algunos profesores de aquella época todavía comentan lo ocurrido. Han pasado 20 años pero todavía le recuerdan. “ Destacaba él y destacaban todos sus hermanos porque sacaban todos dieces. En el instituto, todo dieces. Eran unos cocos”. 

Es algo que uno de sus amigos de entonces también corrobora a este periódico. Ignacio era un estudiante aplicado, y estaba siempre ansioso por saber más y más. “Era un chico muy leído, leía todo lo que cogía. Era muy culto”.

Ignacio terminó el bachillerato en el año 1996, y eligió la carrera de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Los dos últimos años de la carrera los hizo en París, en la Universidad de La Sorbona. Se trataba de una doble titulación. Aparte de ese breve período de tiempo, y hasta que se fue a Londres, Ignacio vivió siempre en la casa de sus padres, en Las Rozas. Allí regresó para buscar trabajo cuando terminó los cuatro años de la carrera.

Era una persona que tenía una enorme cultura, sobre todo en el ámbito económico. Siempre leía diarios como Expansión o Cinco días

Trabajó de todo lo habido y por haber dentro del mundo de las leyes y de la abogacía, siempre en relación con el ámbito económico. Al principio, como abogado de banca y de técnico de comercio exterior en España, Alemania y Bélgica. Más adelante formó parte del departamento de banca de corresponsales del Banco Popular, estuvo en la empresa Natixis y en el departamento legal de ABN Amro Bank en España.

Su siguiente etapa llegó en el año 2012, cuando trabajó en Aresbank, un banco especializado en la financiación del comercio exterior con los países árabes. Ahí estuvo hasta 2015. Esta meteórica carrera, de puestos importantes en grandes empresas, corresponde a la parte de la vida de un chico que tenía una enorme cultura, sobre todo en el ámbito económico. Quienes le conocían lo saben bien. “Iba a foros, iba a conferencias, siempre con el Cinco Días o el Expansión debajo del brazo. Controlaba toda la actualidad económica del país. Pero también sabía muchísimo de geografía, de historia... En general, muy curioso, muy culto", relata otro de sus amigos.

En ese momento, en septiembre de 2015, se le acabó el contrato con Aresbank. Tenía ganas de irse a Londres. Se fue allí a vivir, al principio, con una de sus hermanas y la pareja de esta. Fue algo temporal, mientras hacía entrevistas de trabajo. Pronto le dieron una oportunidad en el HSBC como especialista en prevención de blanqueo de capitales. Comenzó ese trabajo en febrero de 2016. Aprovechó para encontrar un pisito y comenzar una nueva vida. Llevaba, por tanto, un año y medio en la capital británica. Allí pronto se hizo un nuevo grupo de amigos con los que compartir en su tiempo libre y sus principales aficiones en las calles: la bici y el skate. “Era una vida normal. La de alguien que trabajaba, que salía luego de bares y que disfrutaba con el skate”.

Uno de los terroristas, abatido por la policía británica.

Ignacio pasó la mayor parte de los veranos de su vida en Comillas, un pequeño rincón de Cantabria pegado al mar. Quería seguir yendo, pero ya de otra manera. "Se iba a comprar un piso alllí entre esta y la semana que viene. Se quedaba siempre en la casa que sus padres tenían allí y pensaba que con 39 años iba siendo hora de independizarse, al menos para verano", relata otro de sus principales colegas. Nunca pudo cumplir ese deseo.

“Los ángeles y los héroes cambian de vez en cuando de medio de transporte”. En la imagen, difundida por las redes sociales a modo de homenaje, se puede observar un par de zapatillas Vans negras sobre una tabla de skate. En los tobillos surgen unas pequeñas alas angelicales. Y ese mensaje es para el gallego asesinado cerca del London Bridge.

La noche del sábado 3

La tarde de los atentados, Ignacio queda en la zona de la Tate Modern, situada a más de dos kilómetros del Borough Market, junto a dos amigos que conoce de sus últimos meses en la ciudad. Dos de ellos llevan consigo sus respectivos skates. Después de grabar unos cuantos vídeos con los trucos pertinentes, deciden ir hasta Whitechapel a comer algo. Para llegar allí, cada uno de ellos coge una bicicleta pública de las que hay por todo Londres. Ignacio lleva unas Vans negras con suela blanca – típicas de skater-, unos vaqueros clásicos, un jersey negro y una medalla colgada de su cuello con una cadena de oro. Pasadas las diez de la noche, los tres llegan a la zona de London Bridge.

Es entonces cuando ven a un hombre tambaleándose. Cuentan sus amigos cercanos, conocedores de lo sucedido, que en ese momento piensan que el hombre está borracho. Al punto ven acercase una montonera de gente, una bulla. Piensan que es una pelea. Son, sin embargo, tres yihadistas armados con cuchillos y con cinturones bomba falsos apuñalando a todo el que se les pone por delante.

Ignacio ve a una mujer en el suelo. Está recibiendo cuchillada tras cuchillada. Entonces corre hacia allí y comienza a pegarles a los terroristas con el patín. No pasa mucho tiempo hasta que cae al suelo y sus amigos dejan de verle. Antes de perderle de vista, logran ver cómo Ignacio recibe una puñalada en el costado. Minutos después tratan de volver a por él, pero la Policía se lo impide. La última imagen que tienen de él, cuentan algunos de los amigos de Ignacio, es la de un joven tumbado en el suelo, agarrando su skate.

Homenaje

Ignacio Echeverria en una de las imágenes difundida por su familia a través de las redes sociales

Hace cosa de 20 años, los chicos de Las Rozas llamaban a su skate park “El parque del patín”. Estaba situado cerca de la urbanización Almenara, entre los colegios Cristo Rey y Fernández de los Ríos. Allí acudían, como si de un acto religioso se tratase, Ignacio y sus amigos a hacer sus trucos con la tabla. El tiempo pasó y el skate park se esfumó como se esfuman las cosas que más se quieren: rápido por la orden de la alcaldía y lento por el recuerdo. En su lugar hay un club de pádel.

Ahora, los skaters y los bikers de la localidad madrileña volverán, muchos años después, a gozar de un espacio en el que echar las tardes como las echaba ‘Echeve’ con los suyos. Cuando construyan el nuevo skate park, asegura el alcalde, llevará su nombre. El nombre de un chico que utilizó a modo de escudo su skate, es decir, su vida, para defender la de otros ante el terrorismo islámico. Ignacio es un símbolo mundial de la lucha contra la barbarie. Y algo más importante, quizá también más grande: Ignacio es, más que nunca, el orgullo de su pueblo, que le llora en la hora más aciaga de todas. Pocos quedan como él.

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